Mientras enfermamos, vemos morir a
nuestros conciudadanos, permanecemos confinados y llenos de
incertidumbre vemos llegar, con zozobra y preocupación, noticias cada
vez más preocupantes sobre la conducta ética de nuestra monarquía. No
cabe el silencio.
Las sospechas que se ciernen sobre el Rey Emérito D. Juan Carlos, llenan páginas enteras de la prensa mundial más prestigiosa: El Times, Libération, Le Monde, el New York Times,
en general la prensa del mundo entero y la Europea en particular, todos
ellos plantean dudas sobre el futuro de la monarquía española.
Solo los medios españoles callan, en términos generales o esconden la
noticia como si no tuviera apenas relevancia. Las andanzas de Don Juan
Carlos, entre cacerías, juergas y maletines, difícilmente se podrían
airear sin consecuencias en momentos en que los españoles lo estamos
pasando tan mal. Cuando algún periodista ha preguntado a Pedro Sánchez,
este no ha salido a hacer defensa alguna de la figura del monarca
emérito y se ha limitado a poner en valor aunque sin especial entusiasmo
la reacción de D. Felipe el actual jefe del Estado.
La reacción del Rey es absolutamente insuficiente y más cuando esto no ha hecho mas que empezar, los jueces europeos no son súbditos de dinastía alguna
La tímida reacción del Presidente del Gobierno me hace pensar que el
río lleva agua aun cuando la necesaria presunción de inocencia me
impide, como es de rigor, hacer afirmación alguna al respecto. La
conducta de D. Juan Carlos a lo largo de su vida no ha
sido ejemplar, eso no se puede razonablemente poner en duda, como
tampoco puede ponerse en duda, en términos históricos, la nefasta
actuación de la casa de Borbón a lo largo de nuestra historia. Una
historia de corrupciones, absolutismo y reacción por no hablar de la
peor de sus herencias: los problemas territoriales que de tanto en tanto
nos conmocionan.
Al actual período borbónico hay que adjudicar sombras importantes, la primera de ellas la fortuna amasada durante la Jefatura del Estado de D. Juan Carlos,
las reuniones en Zarzuela de las tramas valencianas de corrupción por
no hablar de esa llamativa costumbre familiar de formar parte de
sociedades económicas, fundaciones, etc. “sin saberlo” que afecta
incluso a nuestro actual monarca, o esa querencia por el turismo
helvético que da la impresión de ir más allá de una búsqueda de placer
paisajístico.
Sea ignorancia, sea corrupción, no es un buen currículo para ostentar
tan alto cargo.Un comportamiento, delictivo o no, que resulta obsceno y
antipatriótico con mayor motivo cuando tan mal lo ha pasado la
ciudadanía tras la crisis económica larga y dañina de la que estamos
saliendo a duras penas y en un momento como el que atravesamos con
graves incertidumbres y temores de cara al futuro. De ahí el papelón del
Rey durante la pandemia cuya conducta se ha fundamentado en la máxima
“si me quedo quieto malo si aparezco peor”. Bonita disyuntiva cuando sus
conciudadanos estamos atravesando lo que sin duda será el peor momento
durante su reinado.
Miedo, crisis económica y crisis institucional son los tres
componentes que abonan las salidas fascistas y autoritarias y ese es en
la actualidad un peligro real desde mi punto de vista. El riesgo es
indudable y sabemos lo fácil que es que prenda la mecha del fascismo en
tiempos de desesperanza.Vemos como la derecha ha hecho de la monarquía y
el Rey una bandera partidaria. Sería un error por parte del monarca,
dicho sea de paso, que se dejara dorar la píldora por semejantes
planteamientos y se situara “de parte”, sería la peor de las noticias
para la convivencia democrática.
Es ingenuo pensar, como hacen algunos, en una reforma constitucional
republicana en un momento en el que el acuerdo entre las fuerzas
políticas para llevar ese cambio adelante sería imposible, un momento en
el que cualquier reforma constitucional supondría un empeoramiento
vista la actitud destructiva y montaraz de la derecha española. Una vez
más el republicanismo español se ve abocado a hacer un ejercicio de
responsabilidad, como tantas veces en nuestra historia para no tirar al
niño con el agua sucia. Pero los sapos se hacen difíciles de tragar cada
vez más conforme constatamos que no hay dos borbones, “aquellos” y
“estos” sino que la dinastía y su historia tira más que la
responsabilidad ante sus conciudadanos.
Sacar a D. Juan Carlos de la vida pública institucional es
insuficiente ¡faltaría más que se le mantuvieran los honores!, renunciar
a la herencia familiar por parte de Felipe VI y salirse de las
sociedades bajo sospecha… sinceramente alguien malintencionado podría
interpretarlo como una tomadura de pelo.
La reacción del Rey es absolutamente insuficiente y más cuando esto
no ha hecho mas que empezar, los jueces europeos no son súbditos de
dinastía alguna. Insuficiente, claro pero también peligrosa por el
riesgo de que salvar parientes a título individual suponga el riesgo de
dañar más aun nuestro sistema democrático. Sistema democrático que con
sus defectos constituye un logro inusual a lo largo de la historia de
España por más que a las nuevas generaciones les parezca la forma normal
de vida.La dinastía que ha derribado todos los intentos democráticos en
nuestra patria desde el siglo XVIII a la guerra civil pone en
entredicho con su comportamiento poco responsable nuestra actual y ya
duradero periodo de libertades y democracia.
Parece que nos encontramos en un callejón sin salida. Pero hay una.
Si Felipe VI quiere prestar un servicio a los españoles, si quiere
contribuir a superar de la crisis, expiar quizás a título personal lo
que le viene dado por alcurnia (de infausto recuerdo) debe favorecer la
investigación política y judicial de lo sucedido, explicar euro a euro
la reciente fortuna familiar, poner todo encima de la mesa y renunciar a
la irresponsabilidad que les beneficia constitucionalmente asumiendo
las consecuencias de la respectivas conductas de todos los miembro de la
Familia Real que es una institución y no una familia cualquiera y por
tanto, genera corresponsabilidad entre sus miembros.
Debe hacerlo “motu propio” para evitar que la necesaria
investigación de estos hechos se convierta en un motivo más de
confrontación política. Porque investigarlos es una cuestión de Estado
que debe separarse del rifirrafe partidista. Y debe hacerlo por
decencia, porque nos lo debe y porque la más alta institución del Estado
no puede esconderse detrás de triquiñuelas procedimentales.
Necesitamos la verdad y la asunción de responsabilidades. Puede que
eso tuviera graves consecuencias para las posibilidades de continuidad
monárquica pero sería un gran servicio al pueblo español. Se trata de
pasar a la historia como un estadista o como uno más de los borbones. La
transparencia, la verdad, la reparación, la justicia son necesidades
perentorias para la convivencia de todos nosotros y no pueden posponerse
pensando que no se pueden añadir más problemas a los que tenemos.
No podemos mirar para otro lado porque nos va mucho en ello,
especialmente y precisamente por los tiempos aciagos que nos está
tocando vivir.La única salida digna y la mayor contribución a la
convivencia futura de los españoles pasa por que el Rey tome la
iniciativa, afronte responsabilidades y pida perdón como Jefe del Estado
con independencia de su responsabilidad personal que desearía, pueden
estar seguros, que fuera la menor posible. Y hay razones para hacerlo
independientemente de las cuestiones penales. No es bueno que se esconda
esperando mejores tiempos porque cada vez somos más los que no nos
vamos a olvidar. Cada día que pasa la factura se hace cada vez mayor.
Fuente → nuevatribuna.es
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