
En España, y con motivos y razones suficientes, tenemos asociados
los golpes de Estado con los militares. Pero en todos los que han sido, o
en casi todos, ha existido un componente civil que ha fomentado,
avalado y hasta financiado la acción militar. Todo ello ha sido
precedido por un “calentamiento” en el que se tensaba artificialmente la
situación política y social o, si ésta existía, se exacerbaba
artificialmente hasta llegar a un punto en el que un sector de los ejércitos se sentía moralmente obligado a intervenir. Ese ha sido el corsi et ricorsi de la historia de levantamientos militares, proclamas y asonadas castrenses.
Recuérdense algunas situaciones recientes. Sirva un ejemplo. En 1980
muchos sectores estaban en contra de forma más o menos agresiva y activa
de Adolfo Suárez y su Gobierno pero, sobre todo, del presidente. Desde
hacía tiempo, Suárez se había convertido en el blanco a batir de la
Iglesia, la banca, Estados Unidos, el PSOE, sectores importantes de una
UCD en descomposición y otros. Todos conspiraban contra el presidente y hasta un señor con bigote que pasaba por allí, por decir algo, conspiraba también.
Y pasó lo que pasó. Pero la situación que desembocó en el 23-F fue testigo de un calentamiento previo
que llegaba a la sociedad y a los responsables institucionales. Había
medios de comunicación de inequívoca vocación golpista, artículos
incendiarios y llamamientos al Ejército para que tomara el poder, con
una tensión social real que creaba ETA y sus asesinatos y otra
artificial que extendían y alimentaban determinados sectores de los
poderes no siempre militares.
Josep Tarradellas, ex president de la Generalitat catalana, aseguró que este país necesitaba “un golpe de timón”.
El viejo político no se refería a los tanques en la calle. Otros sí. El
calentamiento al que me he referido se tradujo en manifestaciones
públicas, panfletos que corrían por determinados despachos y hasta
llamadas directas para que el rey Juan Carlos interviniese. A este
respecto, hay que recordar la existencia de un informe de altos mandos
militares en el que se hacía una descripción catastrofista de la
situación y una llamada a la intervención real para que instaurase un
régimen presidencialista (sic) presidido por él mismo.
El rey dio su “golpe de timón”, con datos reales sobre las conspiraciones civiles y militares. Al general Milans del Bosch le
mandó “embridar” las conspiraciones militares. Se hablaba entonces de
una moción de censura a Suárez y la formación de un gobierno de
salvación nacional presidido por el general Armada y con el apoyo Real,
del propio PSOE y de la UCD. Juan Carlos jugó esa baza, pero con la
dimisión de Suárez se olvidó de Armada y jugó la carta de Calvo Sotelo,
con la idea de nombrar a Milans del Bosch jefe de los ejércitos. Pero el
entonces rey tuvo la carta de Armada in mente hasta ese
momento. El general, a pesar de todo, siguió con el juego; el rey se ha
equivocado, llegó a decir, y casi lo consigue, si no es porque el
teniente coronel que tomó el Congreso se lo impidió.
Hoy existen ciertas acciones y actitudes que recuerdan aquello. El
objetivo es derribar, al precio que sea, a Pedro Sánchez y al gobierno
“socialcomunista” que vicepreside Pablo Iglesias. Estos golpistas de
salón, de momento, disponen de un brazo político que es Vox, en el que
se alzan voces diciendo barbaridades para que Felipe VI intervenga y lo
hagan también los militares. Aprovechando la crisis generada por el
coronavirus tensan la ya de por sí tensionada sociedad con mentiras,
interpretaciones torticeras y medias verdades, sirviendo de altavoz en
el Congreso. Pero hay más. Ellos y otros están generando un sentimiento
contra la actuación de un gobierno que se ha encontrado con la pandemia
nada más llegar al poder. Y a todo eso hay que añadirle una cierta
profusión de panfletos y pretendidos informes, como el de la Operación Albatros,
que recorren “discretamente” despachos y consejos de administración,
que se parece en su propósito al de aquellos generales que le hicieron
llegar el suyo en 1980 al rey, y al que antes nos hemos referido.
Pero ahora, la situación de España no está para golpes militares,
por ahí podemos estar tranquilos. Estamos en 2020, en Europa, y nadie
permitiría una asonada militar, ni los militares están por la labor. A
algunos quizás les gustaría poner orden, pero no son idiotas. Ahora se
habla, por ejemplo, de un gobierno monocolor con técnicos al frente de
las carteras ministeriales. Cada vez que oigo hablar de un gobierno de
técnicos me echo a temblar. No es fácil la cosa, pero están en ello, aun
sabiendo que el PSOE no es un partido en descomposición como lo era
entonces la UCD de Suarez. Y no porque no haya quien lo ha intentado.
Hoy el riesgo para un gobierno progresista –y quien dice hoy, dice cuando se aplaque lo del virus– no está en los cuarteles,
está en los despachos y los consejos de administración. Y llegados a
este punto, visto lo anterior, no es baladí preguntarse: ¿Y de qué parte
estará el rey?
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Fernando Reinlein es teniente coronel (Ret) y periodista. Presidente del Foro Milicia y Democracia (FMD)
Fuente → infolibre.es
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