
En este artículo nos acercamos, dentro del debate
parlamentario sobre la Iglesia, a la opinión de uno de los diputados
fundamentales en la elaboración y aprobación de la Constitución de 1931
en relación con la vinculación de las órdenes religiosas con el trabajo
hospitalario y que, en gran medida, recoge algunas de las ideas que
venían denunciando los socialistas desde principios del siglo XX en las páginas de El Socialista. Estamos aludiendo al prestigioso jurista Luis Jiménez de Asúa, presidente de la Comisión Constitucional.
La cuestión podría parecer secundaria en el gran debate sobre la separación entre la Iglesia y el Estado, pero no olvidemos el papel fundamental de las órdenes religiosas en la asistencia sanitaria y social en aquella España,
y que seguiría teniendo hasta las transformaciones muy posteriores de
la sanidad pública. Por otro lado, es un tema que puede vincularse a la
creciente presión de quienes buscaban salidas profesionales en este
ámbito, especialmente de mujeres de clase media o media-baja, en
relación con la enfermería.
Se podría argumentar que sería muy difícil sustituir a todo el personal del servicio sanitario si se disolvían estas comunidades religiosas, pero como ese servicio ya no era estrictamente “técnico y científico” sería más fácil solucionarlo haciendo un llamamiento para cubrir esos puestos
Jiménez de Asúa se refirió en su largo discurso sobre la cuestión religiosa a este tema, comenzando aludiendo a cierto debate que se había producido en las Cortes,
con algún voto particular o enmienda, sobre la necesidad de que no se
disolviesen las comunidades religiosas dedicadas a la atención
hospitalaria. El diputado socialista, llamando la atención de los
parlamentarios que eran médicos, señaló que era muy común que los
miembros de las órdenes religiosas perturbaran la conciencia de los enfermos,
especialmente en los últimos momentos de la vida buscando la “captación
del alma de agonizante”, haciéndoles que recibieran los “auxilios
espirituales” cuando los pacientes habían vivido al margen de la
Iglesia.
También expresó que los miembros de las comunidades religiosas
trataban de forma distinta a los enfermos católicos que a los que no lo
eran.
El propio Jiménez de Asúa explicó su experiencia no el mundo
sanitario sino en el penitenciario, porque había comprobado como
procedían las monjas en la cárcel de mujeres, de una manera que nunca había visto en otras cárceles, aunque estuvieran regidas por personajes muy afines a la Dictadura de Primo de Rivera.
Este comentario tenía que ver con una experiencia concreta, relatando
cómo le había sido imposible comunicarse a solas en un determinado caso,
en ejercicio de sus deberes profesionales, con unas presas si no
estaban presentes unas monjas, infringiendo la Ley de Enjuiciamiento.
Se podría argumentar que sería muy difícil sustituir a todo el
personal del servicio sanitario si se disolvían estas comunidades
religiosas, pero como ese servicio ya no era estrictamente “técnico y
científico” sería más fácil solucionarlo no ya sacando un concurso, sino
haciendo un llamamiento para cubrir esos puestos, es decir, contratando trabajadores y trabajadoras.
Hemos consultado como fuente primaria el número 7076 de Podemos
consultar el trabajo en la red de varios autores, “La enfermería en la
historia. Un análisis desde la perspectiva profesional”, en Cultura de los Cuidados, nº 2 (1997), pp. 21-35, que incluye una extensa bibliografía. Una visión global de la Historia de la sanidad en Ramón Navarro, Historia de la Sanidad en España, 2002.
Fuente → nuevatribuna.es
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