La República que todavía necesitamos

Francesc Pi i Margall o la República que todavía necesitamos 
Pepe Gutiérrez-Álvarez

Parece obvio que todavía de libertades y de avances sociales en este país de países, pasa primero por la proclamación de la República, algo que existe en Francia, Italia o Portugal pero que aquí resulta una exigencia “utópica”; esto incluso cuando se da el caso de monarcas desacreditados. De coronas que han perdido su base social, pero que cuentan con el sostén de la oligarquía, la Iglesia pero sobre todo de los cuerpos armados que solamente aceptan la “soberanía popular” cuando ganan los de siempre. En este territorio, los nombre de Pi i Margall y de Azaña se erigen como ejemplos de libertadores aupados por un mayoría social que causan “pánico social” entre los monstruos como Juan Marc o el cardenal Segura, por mencionar un par de ejemplos.

En estos tiempos de un mañana de dilemas entre continuismo o libertad, se hace necesario evocar figuras como la de Francesc Pi i Margall murió el 29 de noviembre de 1901 y la noticia de su muerte conmovió a toda España porque su popularidad sólo podía compararse con la de Verdi en Italia. También su entierro emuló al del compositor que nunca hemos dejado de admirar, pero en su caso de Francesc, resulta que el Gobierno de la Primera Restauración prohibió el recorrido por el viejo Madrid, pues temía el homenaje proletario al patriarca más querido y respetado de las clases trabajadoras, amén de Pablo Iglesias Posse. Con todo, un ferviente grupo anarquista alzó en pavés su féretro sencillo y a hombros lo llevó hasta el cementerio civil entre continuos vítores. En plena hegemonía de la Restauración monárquica y conservadora, todos los partidos sin excepción y toda la prensa rindieron tributo de respeto y admiración al anciano tribuno republicano y exaltaron sus virtudes míticas de hombre honesto, político incorruptible, defensor sin concesiones de sus ideales democráticos, federales y de emancipación colonial y obrera. Nunca en la historia española, un político, que jamás había abandonado su trinchera de extrema izquierda, alcanzaba un reconocimiento tan unánime.

Sólo la persistente pérdida de memoria histórica que, de modo paradójico, caracteriza nuestros veinte años y pico de régimen democrático puede explicar que ese popularísimo personaje sea hoy un desconocido. Queda, eso sí, un vago conocimiento que lo vincula muy directamente con el proyecto federalista. Pero, a su vez, los más cultos suelen relacionar el federalismo español con la experiencia frustrada de la I República y la explosión cantonalista que amenazó, según los bienpensantes, la unidad de España y el orden burgués establecido. Todavía, cuando Zapatero y Maragall coinciden en ofrecer un futuro al Estado español que garantice constitucionalmente una España unida en el respeto de la personalidad política diferenciada de sus nacionalidades y regiones, la derecha centralista e incluso los nacionalismos periféricos que viven del victimismo y la confrontación diaria esgrimen el espantajo del federalismo pimargalliano como una falsa solución o como un peligro de disolución nacional y de caos.

Desde la mera perspectiva, casi académica, de la historia del pensamiento político, es difícil hallar, por no decir imposible, un autor más original, profundo e importante entre los hispanos. Incluso si se le compara con los clásicos europeos, está a la altura de Rousseau, Proudhom y Marx. Su polémica constante con el pensamiento reaccionario y conservador español del siglo XIX hace de él un insuperable debelador de la gran falacia del liberalismo doctrinario. Y por lo que respecta al fenómeno emergente del combate proletario, es el primer teórico de un socialismo humanista, que hoy calificaríamos de socialdemócrata, pero que en su tiempo resultaba más incisivo y viable que el radicalismo de Bakunin o el gradualismo marxista del primer PSOE.

La gran aportación doctrinal de Pi i Margall, en un sentido similar al británico Stuart Mill, es la unificación dinámica y lógica del auténtico liberalismo político, conducente a la libertad para todos o democracia y a la igualdad para todos o socialismo. El tercer ideal de la revolución liberal, la fraternidad, es en Pi la organización solidaria de los humanos en círculos concéntricos de radio ilimitado, que, mediante el pacto o alianza entre iguales (el foedus), une a las personas con sus municipios, sus territorios históricos, sus naciones políticas, su continente y el mundo entero. La finalidad de esa armonía de lealtades es la paz universal entre las naciones. El federalismo es ante todo una forma de concebir la unidad del planeta en la diversidad de pueblos, culturas e idiomas. Es la única alternativa democrática al imperialismo autoritario y bélico, fase cenital del capitalismo explotador.

Para los juristas, Pi i Margall es el precursor del moderno concepto de autonomía política, superador del primitivo, monárquico y, en el fondo, totalitario concepto de soberanía regia, estatal, nacional e incluso popular. Sólo es soberana la persona y toda otra soberanía atenta a su libertad y dignidad. Únicamente el derecho, como conjunto de reglas libremente pactadas entre seres iguales en derechos humanos, puede imponer su norma a las conductas. La autonomía es la capacidad de ser libre dentro de un conjunto de prescripciones que no pretenden coaccionar, sino liberar y emancipar de las viejas opresiones del poder y del dinero. Pi i Margall fue un intelectual comprometido en la lucha de todas las emancipaciones. Su federalismo movilizó a miles de españoles en el primer intento de una democracia efectiva. Peros sus escritos y su figura de hombre pobre, coherente con sus ideales, hicieron de él un mito querido por todo el movimiento obrero hasta la guerra civil de 1936. Socialistas y anarquistas se disputaron su herencia. Y no menos los movimientos progresistas de izquierda catalanes. El catalanismo progresista fue siempre pimargalliano. Y el marxismo revolucionario catalán le tuvo como inspirador. Su experiencia como gobernante contribuyó también a mitificarlo. Cuando asumió la presidencia de la I República y el Ministerio de Gobernación, se enfrentó a sus seguidores más radicales porque creía en el valor del derecho constitucional. Su capacidad de dimitir en nombre de la pureza revolucionaria le restó apoyos de los intransigentes y dio alas a los chaqueteros y a los reaccionarios emboscados, pero quedó de él la imagen ideal a la que secretamente los hispanos siempre aspiramos.

En este país mesiánico, Pi i Margall se ganó fama de santo laico. Pero Galdós nos dice que era afectuoso y la historia nos lo muestra sentimental cuando se negaba a firmar penas de muerte o combatía la esclavitud o exigía la autonomía de Cuba o presidía juegos florales catalanes el último año de su vida. O, en fin, cuando enfermó de pulmonía mortal por salir de noche a hablar a un local de jóvenes estudiantes. En la lápida de su tumba sus hijos escribieron esto: ‘Trabajador infatigable, literato, filósofo, político y estadista. Ocupó los más preeminentes puestos y vivió pobre. Fue jefe de un partido y maestro de una escuela. Amó la verdad y luchó por sus fueros. El universo era su patria, la Humanidad su familia. Murió a los 77 años, joven de corazón y de entendimiento. Recordadle los que le amabais. Respetad su memoria todos e imitad su ejemplo. El triunfo de sus ideales restablecerá un día la paz en el Mundo’.

Editado para El Viejo Topo por uno de los habituales de la revista, Antonio Santamaría, se trata de la reedición de uno de nuestros mayores clásicos que –además- nos habla de temas sobre los que todavía tenemos mucho que discutir, o mejor dicho, sobre lo que todavía está todo por discutir porque lo que era un ideal en el siglo XIX…lo sigue siendo. No en vano, el franquismo nos llevó a un abismo ante el que una democracia como ésta, la única realmente existente, pudo parecer a mucha gente como lo menos malo que se le podía ofrecer.

De hecho, una de las manifestaciones de este atraso es que a estas alturas nos veamos obligar a contar quien fue Don Francisco Pi i Margall (Barcelona, 1824-Madrid, 1901), cuando este tendría que ser materia de primera enseñanza, y pretexto para que existiera alguna institución estable que se dedicara a dar a conocer y debatir constantemente sobre su vida y su obra…Y es que estamos hablando de un demócrata, federal y semianarquista español, posiblemente «el personaje más importante de la I República y una de las figuras más destacadas de la vida y el pensamiento social, político e incluso, cultural de la España de la segunda mitad del siglo XIX” (Antoni Juglar).

Su interés es doble: «por un lado, estructuró el camino para una posible revolución burguesa en España, problema capital en nuestras tierras hasta bien entrado el siglo XX; por otro lado su pensamiento trascendió su figura, e incluso sus propios fines políticos, e influyó profundamente en movimientos tan diversos como, por ejemplo, el catalanismo de izquierda y el anarquismo» (Isidre Molas).

Don Francisco nació en una familia pequeño burguesa modesta. Con la ayuda de su maestro ingresó en el Seminario de la ciudad y desde allí fue adquiriendo una sólida cultura. Se puede decir que fue uno de los políticos españoles más culto del siglo. Trabajó en el ramo editorial como peón intelectual. Uno de sus artículos publicados en El correo provocó una crisis ministerial y tuvo que ocultarse para escapar de la represión. Comenzó su vida política ingresando, en 1849, en el Partido Demócrata. En 1851 escribió su Estudio sobre la Edad Media (capítulo tercero de su famosa Historia de la Pintura en España), que –ni que decir tiene- fue condenada por la Iglesia y prohibida por las autoridades que la obedecían. Por aquellas fechas parece que Pi ya estaba familiarizado con los diversos socialismos europeos y en 1852 escribió al duque de Solfearon que esperaba que éste fuese «tan socialista como soy y seré toda mi vida». En 1854, Pi i Margall participó en primera línea en el pronunciamiento liberal de Vicálvaro ya los mismos sublevados los encarcelaron porque su manifiesto El eco de la revolución les pareció excesivamente revolucionario.

Hombre polifacético, fue abogado, publicista, crítico teatral y de arte, periodista, conspirador republicano, diputado, fundador y jefe del partido federal, etc. Con ocasión del levantamiento liberal del cuartel de Gil (1866), tuvo que exiliarse a Francia por su complicidad con el asunto. Allí tradujo varias obras –obviamente subversivas- de P. J. Proudhom y estuvo en contacto con núcleos positivistas. Al triunfar la revolución de 1868 regresó a España y al año siguiente iniciaba su carrera parlamentaria como diputado del Partido Republicano Federal –escindido del Demócrata– y pronto se situó como la cabeza dirigente del republicanismo radical capaz de la acción extraparlamentaria sí era necesaria.

Durante la I República, Francesc fue ministro de Gobernación (de febrero a junio) en el gabinete de Figueras, y al dimitir éste ocupó la presidencia del consejo (poco menos de un mes), hasta que la insurrección cantonalista acabó con su gobierno. Esta experiencia, la más avanzada del siglo XIX español, no concluyó con el fracaso de Pi i Margall que mantuvo un ejemplo de honestidad política que es rememorada todavía entre los españoles, sino por la contradicción derivada del hecho de que la clase burguesa -la teóricamente primera interesada en la revolución- temió ser desbordada por el movimiento obrero. Los federales fueron víctimas de esta contradicción que intentaron vanamente superar. En 1884, Pi fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid y dos años más tarde volvió a su actividad parlamentaria, volviendo a ser reelegido en 1901, el año de su muerte. Sus obras más importantes y que mantienen una cierta vigencia todavía son La reacción y la revolución y Las nacionalidades (editadas por Hacer en 1979).

La primera fue escrita como la estructuración lógica del pensamiento de su partido, el Demócrata entonces, y «somete a una crítica racional y demoledora, los pilares del Antiguo Régimen: la monarquía, el cristianismo y la propiedad omnímoda. Esboza asimismo la solución política necesaria: un régimen basado en hombres libres, con unas formas políticas democráticas, un régimen antioscurantista y reformador, en una palabra, el esquema político de la revolución burguesa, la alternativa global al Antiguo Régimen» (Isidre Molas ). La segunda analiza la teoría y la práctica de la idea federal, según la cual la unión entre los pueblos debe de ser producto del libre entendimiento, de un pacto de igualdad y no sometimiento. Esta obra es una de las primeras, sino la primera, que se ocupa del complejo tema de la cuestión nacional en el Estado español.

Aunque Pi i Margall se definió como anarquista («Yo soy anarquista, sábelo, hace más de cerca de medio siglo. El hombre, decía ya entonces, es un ser libre y dueño de sí mismo. Lleva en su alma la raíz de toda certidumbre, de toda moralidad y de todo derecho y no reconoce justo, moral ni verdadero sino lo que como tal su razón afirma. No admite contra sus afirmaciones ni la autoridad de la ciencia, ni de la Biblia, ni la de los códigos, y merced a su independencia inicia todos los progresos de que después se vanagloria y aprovecha todo nuestro linaje. Ser de índole tal es ingobernable; a la idea de poder hay que sustituir la del consentimiento»), añadió a este término el de reformista, pensando que había que evolucionar por «reformas en lo político, en lo civil, en lo penal, en todo lo que hoy regula la vida de los individuos y los pueblos.

Sólo por esta vía –dirá-, cabe llegar quizás no pacíficamente, pero preferiblemente sin catástrofe, a la anarquía. Entiende que en una primera instancia, el objetivo es la república federal, una democracia que se asemeja al módulo estadounidense que admira. Se encuentra por lo tanto entre Proudhom y Lincoln, entre la democracia burguesa radical y el socialismo utópico que prescinde de la clase obrera en nombre del pueblo y de la revolución en nombre de la reforma. Durante muchos años su obra fue defendida por los republicanos y por sectores del anarquismo, y hubo también un pequeño partido, el partido federalista que se mantuvo generalmente como un sector dentro de la CNT, pero que aceptaba la política parlamentaria.

No hay que decir que en los años sesenta y setenta, Pi i Margall fue extensamente reeditado, y dio pie a numerosos ensayos y biografías, para luego recaer en un cierto olvido, algo que se trasluce por un detalle muy simple, no recuerdo haberme encontrado con ninguna calle o avenida dedicada a su nombre (a lo mejor es por no molestar al PP que en estas cosas es también muy sensible)- De ahí que haya que recibir con la atención que merece esta antología que pretende recuperar para la calle a un clásico-clásico, cuya vigencia contrasta con el difícil acceso a sus obras, mucha de ella descatalogadas desde hace tiempo.

Se trata de una edición que evoca a un Pi i Margall desde una óptica que reconoce su trayectoria “intachable, su honestidad proverbial, la fidelidad irrenunciable a sus principios filosóficos y otros rasgos de su personalidad, que le valieron el sobrenombre de “el hombre de hielo”, facilitaron la difusión y popularidad de este mito político y moral. Su estilo literario austero, claro y preciso contribuyó a mantener el éxito de sus libros. La obra de Pi y Margall se sitúa en el centro de las grandes cuestiones abiertas por la revolución burguesa en España y ofrece una solución democrática a cada una de ellas: los derechos y libertades individuales, la cuestión religiosa, la forma y organización del Estado, el problema de las nacionalidades, el atraso económico, la reforma agraria, la cuestión social… que durante décadas determinarán los agudos conflictos de la atormentada historia del país. El término federalismo ha reaparecido en el crispado debate político de nuestros días. Quizás la cuestión de las nacionalidades sea el último problema pendiente de la revolución democrática española. Acaso esto explica por qué esta antología vuelve la mirada hacia Pi, una referencia obligada en la historia del federalismo español y que aún puede aportar valiosos elementos teóricos en estas cuestiones”.

Antecedida por una minuciosa introducción, el libro nos ayuda a conocer gran variedad de cuestiones tratadas por Pi, en esta antología sólo se han reproducido aquellos textos directamente referidos al problema de las nacionalidades y a la alternativa federal”, temas sobre los que –habrá que repetirlo todas las veces que hagan falta- hay tanto y tanto que discutir, y para lo que don Francisco es una gran ayuda.


Fuente → kaosenlared.net

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