
Hay pocos teóricos de los movimientos sociales que sean capaces de
influir en los eventos que analizan. Frances Fox Piven, profesora de
Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de la Ciudad de Nueva
York y una de las pocas que lo ha conseguido, lleva estudiando y
agitando los movimientos sociales estadounidenses desde la década de
1960.
En 1966, Piven y Richard Cloward publicaron “El peso de los pobres” en la revista The Nation.
Ese ensayo desarrollaba lo que desde entonces se ha conocido como la
“estrategia Cloward-Piven”: una inscripción en masa de pobres en los
programas de asistencia social. Si todos los que tuvieran derecho a
prestaciones públicas las solicitaran, rezaba su argumento, el sistema
cedería y se pondría de manifiesto la magnitud de la pobreza en Estados
Unidos y la insuficiencia de su red de protección social. La
subsiguiente crisis política brindaría una oportunidad para introducir
políticas amplias y duraderas con el objetivo de combatir la pobreza.
Cloward y Piven publicaron el artículo en medio de un intenso período de
acciones populares por parte de los receptores de ayudas. Ese mismo
año, los grupos antipobreza de todo el país formaron una amplia
coalición que se convirtió en la Organización Nacional por el Derecho al
Bienestar (NWRO, por sus siglas en inglés), de la que Piven era miembro
fundadora. El número de miembros que constituía la base de la NWRO
aumentó drásticamente a finales de los 60 y llegó a alcanzar los 20.000
afiliados activos y los 540 grupos comunitarios a finales de la década,
lo que les permitió ganar capacidad de influencia en la política
nacional de la asistencia pública.
A medida que la NWRO iba creciendo, en 1971, Cloward y Piven publicaron el libro Regular a los pobres,
un relato histórico y sociológico de los movimientos sociales en
Estados Unidos a lo largo del siglo XX. El libro intentaba explicar el
raquitismo de las prestaciones sociales en Estados Unidos y alegaba que
el bienestar social en EE.UU. era cíclico: se distendía para lidiar con
los desórdenes sociales en situaciones de desempleo generalizado y se
contraía, aunque reteniendo las prestaciones necesarias para fomentar el
empleo. Seis años más tarde, y después de que la NWRO se disolviera, el
libro Los movimientos de los pobres de Piven y Cloward exploró
los movimientos de los pobres desde la Gran Depresión hasta los años de
posguerra “para comprender las características de la política económica
estadounidense que explican por qué esos brotes se producían cuando lo
hacían, por qué los brotes adoptaban la forma que adoptaban y por qué
las élites respondían de la manera en que lo hacían”. Su argumento, que
fue polémico no solo entre las organizaciones que analizaba, sostenía
que, a lo largo de la historia de Estados Unidos, la disrupción, y no la
organización en masa, había sido el principal mecanismo por el que los
movimientos sociales habían conseguido avances.
Este pasado invierno hablamos por teléfono con Piven.
Jack Gross: Regular a los pobres articula un marco
teórico para explicar la función del bienestar en Estados Unidos, ¿cómo
desarrolló ese enfoque hacia el bienestar estadounidense, y cómo aplicó
ese marco al caso práctico de los Movimientos de los pobres?
El sufrimiento que experimenta la gente cuando se les presiona hacia abajo y hacia fuera de los márgenes de la sociedad es un delito
El argumento central de ambos libros era la amenaza de los
desórdenes: el poder de la desobediencia colectiva. Sosteníamos que
cuando la gente se sublevaba y desobedecía las normas que normalmente
rigen su comportamiento (como pagar el alquiler o someterse a las
condiciones de la asistencia social) podían producir un impacto en la
política social. Cuando argumentamos esto por primera vez en la década
de 1960, parecía una verdad evidente: miraras donde miraras, la gente
estaba organizando marchas, manifestándose e interrumpiendo el sistema
en el que estaban involucrados. Era una especie de huelga a gran escala y
con esto me refiero a una huelga en el sentido más amplio. Incluso la
gente que no tenía trabajo fijo, que no podía hacer lo que normalmente
se considera una huelga laboral, podía organizar una sentada frente a la
oficina de servicios sociales y coordinar una solicitud en masa de
prestaciones sociales. También disponían de la capacidad para obstruir
el sistema.
Maya Adereth: Uno de los elementos distintivos que todavía
caracteriza a su libro es la utilización de la gente pobre como un
agente político, en lugar de utilizar a la clase obrera. ¿Qué motivó ese
cambio de énfasis?
Creo que la pobreza extrema, y la degradación que puede acompañarla,
es un crimen social. El sufrimiento que experimenta la gente cuando se
les presiona hacia abajo y hacia fuera de los márgenes de la sociedad es
un delito. Y en la década de 1960 muchas personas sentían lo mismo,
entre ellas, lógicamente, los propios pobres. Proliferaban las formas de
protesta colectiva, sobre todo en las grandes ciudades y sobre todo
entre la gente de color. Se desató un escándalo moral generalizado por
la pobreza colectiva que una sociedad rica imponía sobre algunos de sus
miembros.
Yo estaba estrechamente relacionada con un grupo de mujeres del Lower East Side
y de Harlem, que vivía de las ayudas sociales y que estaba organizando
la resistencia al departamento de servicios sociales de Nueva York.
Estaba teniendo cada vez más experiencias directas con la acción
colectiva que llevaban a cabo algunas personas pobres que eran víctimas
de la próspera sociedad estadounidense.
JP: En El peso de los pobres, uno de los elementos
más sorprendentes de la tristemente célebre estrategia Cloward-Piven es
su teoría de la coalición. Usted vincula las crisis (en este caso la
crisis fabricada de la sobrecarga de los sistemas de asistencia social)
con períodos de reestructuración, y pone como ejemplos la Gran Depresión
y los movimientos por los derechos civiles. ¿Cuál es la relación entre
crisis y coalición, y qué significa eso para la estrategia de los
movimientos sociales actuales?
La estrategia que propusimos en ese ensayo y que hemos propuesto en
multitud de contextos adicionales, como por ejemplo en huelgas de
alquileres, es una de disrupción. Para poder comprender la relevancia
que tiene en la actualidad, hay que dar un paso atrás y observar la vida
social en un sentido más amplio: en el complejo sistema de cooperación y
respeto a las leyes que sustentan algunas de las funciones sociales
clave. La sociedad es un esquema de cooperación, aunque eso significa
que casi todo el mundo tiene que desempeñar su papel, no solo en las
fábricas, sino también en nuestras escuelas, en nuestro sistema de salud
y en nuestros sistemas habitacionales. A la inversa, todo el mundo
tiene asimismo el poder para dejar de cooperar. La protesta es eficaz
cuando la gente se da cuenta de que representa un papel crucial en los
grandes modelos sociales y en las instituciones. Creo que eso sigue
siendo plenamente relevante hoy en día.
Una de las maneras en que la gente, la gente pobre, ha sido
silenciada en la sociedad estadounidense contemporánea es a través de su
humillación sistemática por parte de los líderes políticos
estadounidenses. Ciertamente eso lleva siendo así desde mucho antes de
la década de 1970, pero no puede durar para siempre. Antes o después, la
gente se da cuenta de que el papel que desempeña puede convertirse en
una palanca con la que influir en las políticas públicas.
MA: Algunas de sus obras hacen hincapié en retirar el apoyo,
pero otros aspectos hacen hincapié en una mayor participación: la
inscripción en masa para recibir ayudas sociales aparece en ambos casos,
pero el empadronamiento de votantes con más claridad en el segundo.
¿Hay momentos en los que un método es más eficaz que el otro?
Creo que es más fácil que la protesta surja en un contexto electoral,
cuando los líderes electos se preocupan más por la adhesión de un gran
número de personas de entre lo más bajo del escalafón social. Durante
mucho tiempo, la tendencia entre los activistas ha sido pensar que la
labor electoral imposibilita la protesta, aunque en realidad, en la
historia de EE.UU., la protesta en sí ha sido más factible cuando hemos
tenido una especie de asidero en el sistema electoral a través de los
propios grupos que conforman los potenciales constituyentes del
movimiento.
Por lo tanto, creo que es más exacto e iluminador pensar en las
maneras en que la protesta y la política electoral se potencian la una a
la otra. La protesta tiene más posibilidades de tener éxito cuando al
menos uno de los cargos públicos expresa su solidaridad por el
sufrimiento de los disconformes y los desposeídos. Si se les ignora, o
escupe, o insulta, es probable que eso les subyugue y acabe con sus
aspiraciones. Por ejemplo, creo que eso se puede observar en el
movimiento por los derechos civiles y también en el movimiento obrero.
El movimiento por los derechos civiles contaba con aliados políticos en
Washington D.C., senadores y congresistas que eran responsables ante
circunscripciones electorales negras o hispanas. Por eso creo que
también existe una relación de complementariedad entre el poder
electoral y el poder de la protesta.
JG: Teniendo en cuenta ese tipo de complementariedad entre
poderes, me pregunto si podría hablarnos un poco sobre la Alianza Obrera
de Estados Unidos (WAA, por sus siglas en inglés) y la Organización
Nacional por el Derecho al Bienestar, y las relativas virtudes o
debilidades de ambas organizaciones.
Aun en los casos en que las protestas tienen éxito, el éxito es solo
parcial. El movimiento obrero de los años 30 no logró una utopía para la
gente trabajadora de Estados Unidos, sino una serie de derechos para el
movimiento sindicalista. Siempre se obtienen algunas victorias, pero
luego hay que salir de nuevo y seguir luchando.
La protesta es eficaz cuando la gente se da cuenta de que representa un papel crucial en los grandes modelos sociales y en las instituciones
La Alianza Obrera de Estados Unidos era una organización comunista de
los años 30 que intentó tender una mano a los receptores de
beneficencia. En nuestra sección sobre la WAA en Los movimientos de los pobres,
fuimos críticos con sus organizadores porque su intención fue
desarrollar una organización formal sumamente articulada utilizando la
disconformidad de los pobres en los años 30. Nosotros creímos que las
manifestaciones, las revueltas y las protestas eran más eficaces que los
clubs que organizaba la WAA. Y en la misma línea, creímos que durante
los años 60 aquellos que pretendían organizar a los beneficiarios de
ayudas sociales y que estaban decididos a constituir una organización
formal terminaron ignorando las protestas que servían para
desestabilizar las políticas municipales y la organización asimétrica
que ya existía. En Regular a los pobres, criticamos el modelo organizativo de la NWRO en la década de 1960, aunque nosotros estábamos entre los organizadores.
MA: Usted defiende que las organizaciones jerárquicas son
menos eficaces porque es más fácil infiltrarse en ellas y apropiarse de
ellas. Si no se cuenta con una organización de ese tipo, ¿cómo concibe
una estrategia política a largo plazo?
Es a través de la movilización continuada que se consigue el cambio a
largo plazo. Cuando nos movilizamos de forma continuada, nos
beneficiamos de la experiencia de anteriores movilizaciones. Adquirimos
un conocimiento de los incentivos de las élites y del potencial que
tienen las élites para apropiarse o suprimir el descontento que ha
surgido.
Cuando constituimos organizaciones que cooperan con los gobiernos
municipales, también nos ponemos en la situación de perder el impulso y
la conciencia de nuestro propio rol en el conjunto del sistema, pero eso
se vuelve a conseguir; la política continúa y la relación entre grupos
dominantes y subordinados sigue desarrollándose. La gente redescubre una
y otra vez el poder de la disrupción.
JG: Varias décadas después del libro Regular a los pobres, ¿cómo teoriza la situación de las ayudas sociales en Estados Unidos, en relación con el resto del norte global?
En los 60 el tipo de movimientos que se sublevaba no era forzosamente el de una clase obrera organizada, sino más bien el de las minorías raciales y los pobres
Solíamos pensar que la situación en Estados Unidos era diferente a la
situación en Europa, donde se presentó un exhaustivo sistema de
bienestar como un compromiso de clase. Aquí no teníamos eso, y en los
años 60 el tipo de movimientos que se sublevaba no era forzosamente el
de una clase obrera organizada, sino más bien el de las minorías
raciales y los pobres. Sencillamente, nuestros movimientos tenían una
composición diferente y no se ajustaban exactamente al modelo del estado
de bienestar europeo.
MA: Estamos experimentando desde hace ya algunas décadas un
proceso de desindustrialización y de densidad sindical en decadencia en
todo el mundo. ¿Cómo afecta a las políticas de bienestar social esta
cambiante composición del mercado laboral? ¿Cómo afecta, por ejemplo, a
la relativa importancia de las exigencias que se plantean a las empresas
si las confrontamos con las que se plantean directamente al Estado?
No hay forma de generalizar en estos casos. Cada grupo tendrá poder
de influencia sobre diferentes sectores sociales. Cuando se piensa en un
grupo social concreto, lo que hay que preguntarse es: ¿qué
instituciones sociales tiene la capacidad de alterar?
Uno de los elementos que ha conseguido cambiar profundamente el
panorama de la acción social en la actualidad es que ya no podemos
hablar de disrupción institucional sin pensar en el cambio climático.
Para poder desarrollar políticas públicas que controlen eficazmente el
comportamiento de los actores que están destruyendo el clima dependemos
del Estado. Necesitamos un poder estatal fuerte y centralizado del lado
del movimiento. Esta crisis es demasiado grande. Para derrotar a la
industria de los combustibles fósiles hará falta contar con el apoyo de
las autoridades municipales y estatales.
JG: Existe un debate en la actualidad sobre las ventajas de
una política de empleo garantizado en contraposición con unos programas
universales de transferencias económicas. ¿Qué opinión le merece este
debate y el renovado interés de una opción política bastante diferente a
la suya y a la de la NWRO?
Una forma de describir el objetivo clásico de la izquierda es pleno
empleo y salarios dignos. El problema que plantea eso es que fracasa
rotundamente en cuanto al tipo de políticas que hacen falta para
prevenir el cambio climático. Ese objetivo se basaba en la idea de que
la economía podía crecer indefinidamente, pero hoy en día ya no
necesitamos más crecimiento. Lo que tendríamos que estar pensando es en
la relación entre producción y contaminación.
Así que la idea de que todo el mundo trabaje 40 horas a la semana,
con el rumor de las máquinas de fondo y más y más artilugios
fabricándose es una utopía muy limitada. Tendríamos que estar imaginando
nuevas formas de vivir una buena vida que no impliquen fabricar
automóviles, utilizar combustibles fósiles, ensuciar el planeta, etc.
MA: ¿De dónde cree que provendrá el movimiento en los años venideros? ¿Qué es lo que le genera esperanza?
Hay muchas movimientos esperanzadores que se están produciendo. Por
ejemplo, en el sector servicios, o lo que ahora se llama el sector de
los cuidados, se han producido movilizaciones increíblemente exitosas
entre los profesores, enfermeros y trabajadores del comercio. Estas son
personas que hacen cosas que todo el mundo puede ver y valorar. No es
ningún misterio que los necesitamos. En la medida en que el trabajo se
considera una fuerza de cambio, tendríamos que estar pensando en los
cuidadores y en lo que pueden hacer.
Fuente → ctxt.es
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