La extrema derecha global ante la pandemia
 
  
Los ‘peones negros’ que avivan los odios de España son sólo los perezosos aprendices de una derecha internacional más aventajada

La extrema derecha global ante la pandemia
Iago Moreno

Durante las últimas semanas, la extrema derecha española ha asediado al Gobierno con todo tipo de acusaciones. Con la estrategia carroñera de alimentarse de la crisis, hemos visto a su frente mediático y a sus responsables políticos avivar la polarización y la conspiranoia con más virulencia que nunca. Muchos se han preguntado: ¿Qué hemos hecho mal para que en un momento así la división se imponga sobre la necesidad de unirnos? ¿Por qué mientras el resto del mundo se une para afrontar la pandemia, nosotros hemos podido caer en una espiral de odio como esta?

A golpe de cacerolas o de bots, la fanfarria ultraderechista se ha vuelto insoportable. Después de acusar seis veces ya a Sánchez de dar un golpe de Estado, de insinuar la necesidad de que el rey o las fuerzas armadas se “pronuncien” contra él, no sabemos a qué cotas de esperpento podemos llegar. Pero una cosa sí está clara: no somos ninguna excepción internacional. Allá donde la extrema derecha se ha abierto paso, la pandemia no sólo no ha frenado su hambre de poder sino que se ha vuelto su principal excusa para recrudecer su ofensiva.

Basta con mirar hacia Francia e Italia. Ni Marine Le Pen ha dejado de afilar sus críticas contra la presidencia de Macron, ni la ultraderecha italiana ha concedido un alto el fuego al gobierno de coalición. De hecho la “Juana de Arco” de la ultraderecha ha acusado al presidente francés de ser “el mayor proveedor de fake news desde el comienzo de esta crisis”; no es Vox el único partido que camufla su agitación desinformativa hablando de “gobiernos del bulo”.  Las cosas no están mejor por Roma. De hecho, si Salvini está arrinconado, no es por que su discurso ya no tenga espacio, sino por la creciente popularidad de Giorgia Meloni, líder del partido ultra-conservador “Fratelli d’Italia” (que por cierto, es mucho más cercano a Abascal que la Liga). La “excepción ibérica” murió hace tiempo. En España, en Europa y en todo el globo, la nueva “internacional reaccionaria” está abordando esta crisis como una carrera hacia adelante. Es decir, rechazando cualquier “tregua” o “acercamiento” y  radicalizando su política de asedio y polarización. 

Cada variante nacional ha tenido que acomodar su discurso a la pandemia. Sin embargo, no les ha resultado difícil. Al fin y al cabo, sus lógicas ya se sostenían sobre la confrontación de un “enemigo interno” que amenaza al “ser nacional”; sobre la llamada a “extirpar” la “corrosiva” o “amenazante” existencia de un otro “extranjero”, “peligroso” y de orígenes o inclinaciones “salvajes”. No nos engañemos: el virus ya estaba en su discurso, solo que llevaba otro(s) nombre(s). Cuando la misma lógica que servía para hablar de fronteras e inmigración puede reciclarse para hablar de “anticuerpos españoles” y un “virus chino”, basta con señalar a los ya odiados como los portadores o los culpables de la pandemia. Y así lo han hecho internacionalmente. Si miremos a la India, a Hungría, a Estados Unidos o Filipinas,  vemos que todas estas fuerzas han convertido la pandemia en una extensión de sus pogromos, una fase más de su “conquista del Estado”. Todos señalan a quien ya demonizaban antes como si este no fuese un problema global sino el “mayor exponente” del “riesgo de muerte” para la nación que ya venían profetizando durante estos años.

En Hungría, donde el xenófobo Viktor Orbán hablaba ya antes de los inmigrantes como de “parásitos” y de la inmigración como un peligroso “veneno”, la nacionalidad iraní de nueve de los primeros contagiados sirvió para conectar el discurso ante la pandemia con el nacionalismo de FIDESZ. “No es casualidad”, dijo el máximo referente de Abascal en Europa. En Budapest se culpó a los inmigrantes de traer el virus, en Madrid al feminismo y al gobierno progresista de convertir el 8M en una “bomba bacteriológica”.  El guión ha sido el mismo. Lo podemos apreciar hasta en Bolivia. Allí, la junta golpista que derrocó al gobierno electo de Evo Morales lleva semanas culpando a las comunidades indígenas de expandir el virus.

Qué curioso, qué casual, que en la India también fuesen los ya odiados, los señalados, los culpables de la pandemia. Al conocerse que un rezo multitudinario del Movimiento de Misioneros Musulmanes “Tablighi Jamaat” fue uno de los primeros focos de contagios conocidos, la especulación y la conspiranoia que ya se extendía por los cenagosos fondos de las redes comenzó a ser normalizada e incluso alentada por el partido de gobierno, el BJP. Ministros hablando de un “crimen talibán”, altos cargos señalando a la mezquita Nizamuddin Marka de organizar una “insurrección islámica”. Lo que comenzó como un “meme” o un discurso sectario ha acabado siendo la línea estratégica del nacional-hinduismo. ¿Se sorprenden aún de que Vox y el PP hablen del 8M como una “bomba epidemiológica” o una “fiesta del virus”?


La misma operación sucede en Estados Unidos con Trump. ¿Que la pandemia tuvo su origen en China? Pues se la rebautiza como la “gripe china” ¡Funcionó con la influenza hace 20 años! Hacía falta un ariete para abrir paso a la sinofobia trumpista y se acabó encontrando. De alguna forma hay que camuflar los complejos de sentirse en decadencia global. Una sociedad sin derecho a la sanidad pública como la estadounidense tenía todas las papeletas para convertirse en uno de los mayores focos de la pandemia. Por mera supervivencia, es normal que el trumpismo intente desesperadamente proyectar las culpas sobre el pueblo chino. Es más fácil explotar el miedo (inherente a todos los discursos racistas) que lidiar con la cruda realidad de cómo la zoonosis, la globalización y las pandemias van de la mano. Es más fácil diseminar memes sobre sopas de murciélago y mercados de carne de pangolín que reconocer la complicidad transnacional de todas las élites de nuestro sistema. 


¿Pero cuál ha sido exactamente el modus operandi? Lo cierto es que por muchos miles de kilómetros que les separen, también encontramos muchos lugares comunes. La covid-19 se ha convertido en la excusa perfecta para endurecer aún más los golpes a las instituciones democráticas. El objetivo es acelerar su “conquista del Estado”. Ahora que estamos más sometidos que nunca a la mediación de lo virtual, la ultraderecha ha doblado su apuesta por la ciber-desinformación y el golpismo digital. Fotos viejas recicladas, bulos y titulares engañosos, campañas de linchamiento... la conjunción de grandes inversiones millonarias y tecnologías como los bots o el targeting político basado en la minería de datos operan sobre los confinados como un arma de polarización e intoxicación informativa. Si en Bombay se viralizan vídeos de  TikTok de “fruteros musulmanes lamiéndose los dedos para contagiar a sus clientes, en Texas se propagan teorías conspiranoicas sobre la posibilidad de que sea una guerra bacteriológica China. La conspiranoia y la desinformación organizada no son lo mismo pero se retroalimentan entre sí. Que se lo digan a peones mediáticos de Modi como Arnab Goswami (caricaturizado en la viñeta siguiente), que han dedicado horas de televisión a alentar teorías de la conspiración, como culpar a Pakistán de infiltrar infectados a través de la frontera india.


¿Pensábamos que estábamos sólos? Como dijo Gramsci, en los claroscuros de la historia, allá donde lo nuevo no termina de nacer y lo viejo se resiste a morir, siempre surgen los peores monstruos. España es sólo un caso más. De hecho, los peones negros que avivan los odios de España son sólo los perezosos aprendices de una derecha internacional más aventajada. Las protestas anti-confinamiento del adinerado barrio de Salamanca o las urbanizaciones de Aravaca tienen un sello nacional, el del esperpento, pero no dejan de ser por ello una burda imitación de las caravanas bolsonaristas y las concentraciones con las que el trumpismo llamó a “liberar” a América de la cuarentena. La batalla es global y aquí a España nos tocó quienes sólo saben ir a regazo. Hoy más que nunca conviene pensar globalmente para defender la democracia a nivel nacional.


Fuente → ctxt.es

banner distribuidora