El fascismo vive contigo
La semilla fascista jamás ha dejado de brotar en el capitalismo: se trata de una vacuna del régimen contra veleidades del común excesivamente reivindicativas
 
El fascismo vive contigo 
Armando B. Ginés

Demasiados vacíos utópicos y existenciales en las izquierdas mundiales, unidos a las profundas y concatenadas crisis del capitalismo, ya sean éstas de carácter económico, político, bélico o sanitario, han provocado una eclosión de ideas fascistas a escala internacional.

La ultraderecha siempre ha crecido en época de crisis agudas: es una solución de urgencia para parar los pies a las reivindicaciones populares por mayor justicia social e igualdad real. Si repasamos la historia del siglo XX e incluso nos remontamos a tiempos más remotos, observamos que las elites suelen recurrir a la violencia sistemática si con la seducción ideológica no pueden detener procesos peligrosos para sostener el statu quo de sus privilegios. De lo contrario, podrían consumarse cambios revolucionarios o muy dañinos para sus intereses particulares. Los ricos jamás ceden posiciones si ven alguna posibilidad de mantener el orden establecido a su favor.

No obstante lo dicho, extraña que mucha gente mire el fenómeno de ascenso de los fascismos con sorpresa no exenta de ignorancia supina sobre las sociedades occidentales, incluso de la periferia, donde este auge se viene manifestando de manera más virulenta.

Cabe señalar que el fascismo nunca se ha ido definitivamente permaneciendo en stand by para activarse cuando fuera necesario por las derechas domésticas e internacionales. Es un recurso típico para meter miedo y crear confusión populista.

El fascismo forma parte de las estructuras del capitalismo. Campos de concentración o internamiento; medios de transporte masivos; tecnología adecuada a las necesidades del sistema; dispositivos de propaganda de alcance generalizado; organización jerárquica; funcionariado civil y no civil; mecanismos legales apropiados al régimen; poblaciones sobrantes.

Todos los ámbitos antes referidos están presentes en el nazismo-fascismo y en las democracias parlamentarias capitalistas. Veamos con cierta minuciosidad sin agotar todas las posibilidades. Campos de concentración o internamiento: fábricas, oficinas, colegios, campos de fútbol, universidades, hogares. Propaganda: mass media y publicidad. Jerarquía: en el trabajo, en la sanidad, en la educación, en los roles y en el estatus. Funcionarios a tiempo completo: burocracia civil, policías y militares. Leyes y tribunales dominados por sesgos conservadores y por el interés de las castas hegemónicas. Gentes que no son imprescindibles para la producción: personas mayores y discapacitadas e inmigrantes según prioridades económicas.

La inmensa mayoría vive pautas de control que pasan desapercibidas en el trasiego diario; esas costumbres serían fácilmente adaptables a una distopía nazi o de corte fascista. Cotidianamente vivimos a diario situaciones de baja intensidad que remedan o recuerdan eventos hipotéticos que pudieran acontecer bajo un régimen dictatorial de la ultraderecha. Nos confinamos fuera de casa varias horas a la semana para trabajar con órdenes estrictas que en la mayoría de las ocasiones no pueden discutirse. Nos vigilan en el trabajo y en la calle; nos controla Hacienda y el sentido común de la sociedad que habitamos. Cada día se producen soluciones finales sin vuelta atrás: despidos, desahucios, suicidios por desesperación. La publicidad y los espectáculos aturden nuestro entendimiento racional de modo exhaustivo y permanente con bombardeos de eslóganes de sencilla digestión e imágenes simples para capar nuestra mente a ejercicios excesivamente complejos que pusieran en solfa el mundo de la cruda realidad. La burocracia cumple rigurosamente lo que le dictan. Cuando el orden se tambalea: porrazo sin contemplaciones a rebeldías en ciernes. Los militares, siempre en la recámara. Qué decir de la normativa legal y los jueces y magistrados: bellas palabras que ejecutan los que juzgan en consonancia con los intereses procedentes de las alturas con algún fallo menor para calmar la sed de justicia de los de abajo. Y la gente que sobra ahí están, en pañales existenciales: ancianos que se lleva el coronavirus sin defensa alguna, inmigrantes ahogados a las puertas de nuestras casas. Hoy mueren por millares; mañana nunca se sabe.

Rotundamente sí: estamos preparados para asumir un régimen fascista, al menos, eso que se llama la mayoría silenciosa en connivencia con esferas de alto rango y políticos sin ninguna ética conocida. Por supuesto, habría focos de resistencia muy importantes pero levantar un sistema nazi o fascista desde las actuales estructuras parlamentarias no sería un problema insalvable.

La gente tiene rutinas mentales que guardan cierto parangón con las proclamas fascistas. El mal es fácilmente asimilable cuando se trata de salvar el culo y de comer caliente. Los chivos expiatorios flotan en el ambiente: el inmigrante que me quita el empleo, los viejos chochos e inútiles, las feas feministas, los sucios maricones, los pobres desperdigados en el marasmo de la marginalidad absoluta… No se precisaría ahondar mucho en la epidermis de los prejuicios para convocar pogromos con cierta efervescencia de aceptación social.

El capitalismo nos entrena cada día en una ideología que no deja huella aparente en nuestra conciencia: competir y consumir. Nada más simple; nada más eficiente. Nadie advierte que día tras día vivimos nuestra libertad a base de silencios y de miradas fuera de la realidad: el centro comercial, las vacaciones de ensueño, el partido del siglo, las polémicas políticas insustanciales… Enfrentarse a lo que callamos y ver lo que evitamos nos daría una fotografía insólita: somos burros de carga que aceptamos la vida que llevamos como algo inevitable sin darnos cuenta que estamos sometidos por los intereses de la clase dominante. Somos muchos los esenciales y casi nadie los que viven extraordinariamente bien de no trabajar explotando nuestras carencias y necesidades vitales imperiosas.

No busquemos chivos expiatorios en el color de la piel, las edades provectas, la mujer o cualquier identidad minoritaria: ellos y ellas son lo mismo que la inmensa mayoría que está en paro o se busca la vida como puede. Hay que saber identificar a los enemigos o adversarios auténticos antes de que el fascismo cotidiano de baja intensidad se encarame al poder a corto o medio plazo. Tienen toda la tecnología para conseguirlo y una ideología que no repara en razones críticas ni sutilezas argumentales.

Cada vez que bajamos la cerviz y decimos sí al miedo el fascismo gana una una pequeña batalla. Hay guerras que se ganan poco a poco y casi nadie es capaz de darse cuenta… de que lo ha perdido todo mientras hacía oídos sordos y miraba a Babia.

La semilla fascista jamás ha dejado de brotar en el capitalismo: se trata de una vacuna del régimen contra veleidades del común excesivamente reivindicativas. Y a momentos nazis o fascistas asistimos de manera cotidiana con demasiada frecuencia.

El capitalismo nos enseña a someternos a base de achuchones amables y palos sibilinos si no adaptamos nuestra conducta a lo que se espera de un ciudadano normalizado. Esa enseñanza puede ser muy útil para crear consenso en una futuro fascista. Al futuro ya vamos con un largo aprendizaje: desde la cuna a la tumba el capitalismo nos sigue los pasos.

Afirmativo: el fascismo duerme a nuestro lado.


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