Demencia y dictadura

Demencia y dictadura
Mauricio Flores

La extendida cárcel en que se convirtió el territorio español durante la dictadura de Franco tuvo estaciones verdaderamente sórdidas. Los llamados manicomios, como el famoso de Ciempozuelos, donde fueron recluidos miles de enfermos mentales que, obligados a recibir los tratamientos más inhumanos, fueron síntesis de un régimen sustentado por la alianza entre el Estado y la Iglesia católica. “Un modelo a escala de la sociedad a la que pertenecía, una patología de un país enfermo”, se lee en La madre de Frankenstein, quinta entrega de la saga que la madrileña Almudena Grandes (1960) dedicó para hablar de aquella “batalla interminable”, la guerra civil española.

De “enfermedades mentales” se habla en esta nueva entrega, “la peor cárcel que existe”, para lo cual la autora recupera la olvidada historia de Aurora Rodríguez Carballeira, una famosa parricida quien, tras enfrentar un juicio y librar la prisión, llega a Ciempozuelos, donde permanecerá el resto de sus años, diagnosticada como paranoica. Estancia que llevará al lector, enhebrándose certeza e imaginación, al develamiento de muchas vidas más, detenidamente las de Germán Velázquez, el joven médico encargado del tratamiento de la ingresada, “qué dolor tan grande tener que matar a mi propia hija, menos mal que no sufrió”, y la de la enfermera María Castejón.

Aunque si hiciéramos un recuento pormenorizado, las existencias dilatadas en La madre de Frankenstein sumarían más de cien, el listado de personajes que incluye al final el libro rebasa ese número. Son las vidas, bonitas o feas, de los hombres y las mujeres de “un país fracturado, donde nadie era libre en absoluto, ni siquiera para enamorarse fuera del carril social al que estaba asignado desde su nacimiento”. Existencias sostenidas como por alfileres, como la de Germán, a quien su padre lo envía gracias a un salvoconducto internacional a Suiza luego del triunfo franquista. O la de María, la nieta del jardinero de Ciempozuelos, experiencia de pobreza y abandono.

Ambos personajes ligados a Aurora, la otra gran protagonista de la novela, de ahí el título, “a mí no me engaña nadie, les dije que ya estaba bien de tontería”, uno por haberla visto en el consultorio de su padre cuando era un niño, otra por haberle enseñado a leer en sus primeros años. Por ello la permanente cercanía, especie de cariño que en todo momento busca su explicación fundamental, a esa mujer “que para el resto de la sociedad seguía siendo un monstruo, una asesina despiadada, un nombre maldito de la crueldad humana”. Testigos de la cotidianidad del manicomio y de la misma España, “todos vivimos en un cementerio, pero algunos estamos vivos todavía”, Germán y María acompañarán los días y las constantes alucinaciones de la enferma.

Luego de Inés y la alegría (2010), El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014) y Los pacientes del doctor García (2017) y ahora La madre de Frankenstein, resta a la autora entregarle al lector Mariano en Bidasoa y completar así los episodios de una “guerra interminable”.

Almudena Grandes, La madre de Frankenstein, Tusquets, Madrid, 2020, 560 pp.


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