
En agosto de 2019 se publicó en el BOE un reconocimiento a casi 4.500 españoles
—109 gallegos— que habían sido deportados a los campos de concentración
nazis. Por el contrario, siguiendo lo señalado por los miembros de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH),
el BOE “recogió la investigación de Benito Bermejo y Sandra Checa en su
memorial publicado en 2006 y cuenta con actualizaciones no recogidas”.
Según
los investigadores, hay más de 9.300 deportados españoles, de los que
200 son de origen gallego. Esta semana se cumplió el 75 aniversario de
la liberación del campo de Mauthausen, donde estuvieron unos 7.000
españoles, de los que más de 5.000 fueron asesinados. “Hubo 78
deportados de la provincia de A Coruña, 46 de Ourense, 40 de Pontevedra y
34 de Lugo”, indica Carmen García-Rodeja, portavoz de la ARMH en
Galiza. Además del de Mathausen, hubo deportados en los campos de
Natzweiler-Struthof, Flossenburg, Buchenwald o Dachau, entre otros.
“Los nazis preguntaron al Ministerio de Asuntos Exteriores de España por los españoles detenidos y este los rechazó, declarándolos apátridas”
“Los nazis preguntaron al Ministerio de Asuntos Exteriores de España por los españoles detenidos y este los rechazó, declarándolos apátridas”
Desde la ARMH denuncian que las deportaciones fueron
causa de la complicidad del régimen fascista de Francisco Franco con el
holocausto nazi, complicidad de la que sigue impune 74 años después de
los juicios de Nüremberg. “Hacemos responsable al franquismo de las
calamidades que vivieron los deportados españoles”, manifiesta Eladio
Fernández, profesor de historia y coordinador del grupo de investigación
de los ourensanos deportados a los campos nazis. “El gobierno nazi
había preguntado al Ministerio de Asuntos Exteriores de España —llevado
por Serrano Suñer— y este los rechazó, declarándolos apátridas”, explica
García-Rodeja. “Sabemos que intervino en algunos casos individuales
para salvarlos, por temas de amistades”, destaca.

Presos republicanos trabajando en los campos de concentración nazis. Foto del archivo de Francesc Boix, que se usó en los juicios de Nüremberg
Durante la transición española, “todos los crímenes franquistas
quedaron impunes con la Ley de Amnistía y, posteriomente, cuando el
tribunal argentino intervino, el Estado Español anuló la justicia
universal”, manifiesta García-Rodeja. Sin embargo, la ARMH viene de
sumar —el pasado mes de febrero— a la querella argentina iniciada en 2010,
los crímenes de la dictadura en el caso de los deportados en campos de
exterminio nazis. “Es una vergüenza que se tenga que hacer desde
Argentina —lo que ralentiza el proceso— y no por depuración propia del
actual Estado español. Además, no se les hizo las víctimas el
reconocimiento estatal que se debería”, lamenta Eladio Fernández.
En
cuanto a los gallegos deportados, “se encontraban en el este del Estado
español. Era zona republicana durante el final de la guerra”, indica
García-Rodeja. Una vez perdieron los republicanos, fueron hacia Francia,
“en una retirada con el intento de volver a España para vencer al
fascismo”, junto al casi medio millón de exiliados españoles. En el país
galo, estuvieron en campos de refugiados situados en playas como la de
Argelès-sur-Mer o Rivesaltes, y en el interior, como en Septfonds. Estas
zonas, “eran campos de concentración donde dejaron morir la muchas
personas. El Gobierno liberal-conservador del momento tenía ese ‘temor
rojo’ a los exiliados españoles”, explica Fernández.
Una vez
iniciada la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno francés vio en los
refugiados españoles un potencial de mano de obra para el conflicto
bélico. “Sobre todo trabajaron en la línea Maginot, en autopistas o
instalaciones militares”, relata el también profesor de Historia en A
Estrada.
A partir de ese punto, los nazis comenzaron a detener a los españoles durante la guerra. Fueron llevados a los stalag,
campos de prisioneros de los alemanes. En ese momento se realizó la
pregunta al Gobierno franquista sobre qué hacer con los españoles, a los
que se les quitó la nacionalidad. Los detenidos empezaron a ingresar en
los campos de concentración entre 1940 e 1941 con un triángulo azul —de
apátridas— hacia abajo con la ‘S’ de España (En Mauthausen todos
llevaban este). Por otro lado, en el resto de los campos, los españoles
que se unieron a la lucha contra el nazismo, con los maquis de las
Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE) o los detenidos en los
ghettos franceses, fueron deportados con el triángulo rojo con la misma
‘S’, ya que todos los españoles detenidos eran considerados como
“rojos”.
A la izquierda, el triángulo azul que declaraba apátridas a los
españoles en Mauthausen. A la derecha, el triángulo rojo que llevaban
los españoles detenidos después de la ocupación nazi en Francia.
Extraída del documental 'Los últimos españoles de Mauthausen y del resto
de campos nazis' de Carlos Hernández. Cecilia Vázquez
En 2018, la ARMH propició un homenaje institucional en el Parlamento de Galicia, secundado por todas las agrupaciones políticas. Se realizaron también homenajes individuales y en diferentes ayuntamientos del territorio gallego. Pero “debe haber un homenaje estatal e institucional a todas estas víctimas, no puede ser que no se sepa que hubo deportados por sus ideas políticas o que aún haya gente en las fosas comunes”, advierte Eladio Fernández; quien añade: “Se debe finalizar con la política de la desmemoria. Parece que no es el mismo contar los fusilamientos de los franceses de 2 de mayo que los crímenes de la represión en el franquismo”.
“El relato oficial del Estado español resalta los intereses de la superestructura ideológica dominante durante el franquismo”
Sobre la ignorancia generalizada del tema, “cuando
hacemos charlas en centros educativos, hay quien pregunta si los
gallegos deportados eran judíos”, lamenta la portavoz de la ARMH. Con
todo, “el relato oficial del Estado español resalta los intereses de la
superestructura ideológica dominante durante el franquismo”.
En el
caso de los familiares, muchos no sabían que había sido de ellos; bien
porque habían muerto en la guerra o bien porque los que sobrevivieron,
no querían —o no eran capaces— de contar las calamidades que vivieron.
Gracias a las investigaciones históricas realizadas, pudieron
reconstruir las vidas de sus familiares. Ahora, hace falta recordar las
vivencias de los deportados gallegos de la mano de sus familiares.
Acto en Vigo denunciando la impunidad del régimen franquista
Miguel Núñez
FRANCISCO CORTÉS MARTÍNEZ, DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE OURENSE
Francisco
Antonio Cortés Martínez nació en el 1913 en Calvos de Randín, al sur de
la provincia de Ourense. Su padre, José, era teniente de Carabineros,
destinado en Calvos y en Ourense. También fue coronel durante la guerra.
Según cuenta Luz Cortés, su sobrina, “Francisco estudió en la Escuela
Superior de Veterinaria de Madrid, llegando al segundo curso y mi padre
Arquitectura, llegando al cuarto. Allí, se afiliaron a la Federación
Universitaria Escolar, de carácter laico y republicano y, más tarde, al
Partido Sindicalista”.
Una vez iniciada la Guerra Civil,
perteneció a la 124 Compañía de Asalto en él Cuerpo de Investigación y
Vigilancia, destinado en la Sección de Investigaciones Especiales e
Inteligencia en Madrid. Una vez decidida la Guerra, la familia huyó a
Francia por Figueres, sorteando los bombardeos de la aviación fascista
junto al Gobierno republicano. En cambio, “a mi padre, del mismo cuerpo,
lo cogieron en Valencia y fue mandado a la cárcel hasta los años 50,
que volvió a Galicia”, cuenta la familiar.
En Francia, los hombres
estuvieron en el campo de Argelès. En cambio, la madre y las dos hijas
se cobijaron en una pensión, regresando más tarde a Calvos de Randín,
con la ayuda de un tío oficial del ejército franquista. Allí, “sufrieron
insultos, desprecios y hasta robos de los falangistas, pero pudieron
rehacer su vida gracias al apoyo de la mayoría del vecindario”, destaca
Luz.
El tío y el abuelo de Luz Cortés, se unieron a los comités de
trabajadores franceses y a la resistencia francesa, “pensamos que
siguieron ejerciendo sus tareas de Inteligencia”, cuenta Luz. “De mi
abuelo solo sabemos que estuvo en los campos de Francia. Debió morir
allí”. Los nazis detuvieron a Francisco en Tours en diciembre del 1943.
Estuvo en el stalag de Compiègne y, tras el rechazo de Franco, en
los trenes de la muerte “donde ya moría mucha gente”. En Alemania,
estuvo en el campo de concentración de Buchenwald, con el número 4353,
registrado como preso político, con el triángulo rojo a sus 30 años.
En el campo, Francisco se inscribió como carpintero. Fue destinado al kommando
de trabajo número 30, en la fábrica de armas de Gustloff II en 1944.
Después, lo enviaron a otro subcampo de Buchenwald: Langestein
Zwienberge. Según Luz, “esto era para que no formaran grupos y que no se
organizaran”.
“Las torturas nazis le dejaron secuelas de por vida, como los tímpanos reventados y los pulmones enfermos”
“Las torturas nazis le dejaron secuelas de por vida, como los tímpanos reventados y los pulmones enfermos”
Poco antes de la liberación del campo, algunos presos
sabían que la orden de las SS era asesinar a los que quedaban allí.
Muchos presos estaban organizados, “mi tío y otros siete decidieron
huir. Aunque no sobrevivieron todos, Francisco sobrevivió”. “Desde allí,
cruzaron un río y lo recogió un barco que lo llevó a un campamento para
curarlo. Después, estuvo viviendo entre París y Burdeos”, cuenta Luz
Cortés.
En los años 50, consiguió volver a España gracias a un
indulto, apoyado por un familiar suyo del bando franquista. Vivió en
Gijón como Delegado de Abastos, hasta 1970. Tras esto, fue a Vigo con
sus hermanas, causa de sus enfermedades, donde falleció en 1987.
Les daban de comer pietes de patacas y sopas sólo de agua, mientras que a los cerdos les daban las patatas. Mi tío medía 1,80 m y llegó a pesar sólo 39 kg”
Les daban de comer pietes de patacas y sopas sólo de agua, mientras que a los cerdos les daban las patatas. Mi tío medía 1,80 m y llegó a pesar sólo 39 kg”
Pese a que Francisco Cortés consiguió sobrevivir al
holocausto nazi, “le dejó secuelas de por vida, como los tímpanos
reventados y los pulmones enfermos, causa de las torturas”, lamenta Luz.
“A los militares los castigaban con los brazos atados hacia atrás,
dislocándoles los hombros”, y asegura que “buscaban que habían muerto en
los trabajos forzados de agotamiento, pero al mínimo ápice de rebelión
nos fusilaba”. En cuanto a la comida, “les daban de comer pieles de
patatas y las sopas eran solo agua, mientras que a los cerdos les daban
las patatas peladas, añadiendo la tortura psicológica que supone”,
explica. “Medía 1,80 m y llegó a pesar solo 39 kg después de las
calamidades que vivió en los campos de exterminio”.
“Durante la
mayor parte de su vida, él no quería hablar de lo que vivió en Alemania
porque le afectaba mucho y había miedo a la represión franquista. Fue en
sus últimos años de vida cuando comenzó a contarme algunas cosas”,
destaca su sobrina. “Recordaré siempre a mi tío y a mi padre como
personas que aprovechaban la vida que les quedaba y, sobre todo, muy
pacíficas”.
“Hay que hacer justicia con quien luchó por la
democracia y por la libertad”, defiende Luz. “Nos quejamos ahora por el
confinamiento de la covid-19 y no pensamos en las penurias que se
vivieron hay menos de 100 años”, pero advierte que lo más importante
frente a la extrema derecha auge es “recordar lo que otros pasaron para
que no se repita”.
Francisco Cortés, años después de escapar del campo de concentración, ya en España.
JOSÉ FERRADÁS PASTORIZA, DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE PONTEVEDRA
José
Ferradás Pastoriza nació en 1912 en Beluso, una parroquia al oeste del
ayuntamiento pontevedrés de Bueu. Su historia, comienza a ser de interés
para José González Ferradás, su sobrino, “cuando tenía ocho años y
pregunté por quién era ese cuarto hermano que salía con mi madre y con
mis tíos”. “Me habían dicho que mi tío había muerto en la guerra, pero
en la iglesia de A Rosa había una placa con los muertos de la guerra,
pero no estaba él. “Tu tío era de los otros”, me contestó mi madre”,
relata Pepe a sus 65 años.
El mismo día, ya en la casa, “me contó
que había luchado por la República, que era un chico con inquietudes
socialistas, que buscaba más mejoras colectivas para su época”. Cuando
fue el golpe del 36, “José Ferradás le pidió a mi madre que estuviera
alerta por si venían los fascistas a por él”. El día que vinieron, huyó
por la ventana de la casa hacia la playa de Tulla. “A partir de ahí
nadie más supo de él. Mi madre pensaba que había escapado hacia
Portugal”, cuenta José González. Aun así, cuando su padre volvió
emigrado de los Estados Unidos, “intentó buscar algo sobre mi tío, pero
tenía que hacerlo con cuidado, ya que éramos una familia con fama de
'rojos'”.
“No le pude contar a mi madre que fue en realidad de mi tío, pero me sentí aliviado por saber de sus últimos días”
“No le pude contar a mi madre que fue en realidad de mi tío, pero me sentí aliviado por saber de sus últimos días”
Más tarde, en 2010, Pepe encontró un libro en el que se
hablaba de que muchos republicanos en Catalunya acabaron en la Playa de
Argelès. Buscando en el Portal de Archivos Españoles (PARES)
del Ministerio de Cultura, apareció su tío al que daban por muerto en
septiembre de 1941 en el campo de concentración de Gusen, subcampo de
Mauthausen a 5 km de este. Gracias a la investigadora María Torres, pudo
reconstruir la vida de su tío y saber que luchó en Asturias y en
Euskal—Herria con la compañía México de la UGT.
“No se lo pude
contar a mi madre, pero me sentí aliviado por saber qué fue de él”,
confiesa el sobrino de la víctima. “Me enorgullece su consecuencia con
sus ideales, pero me duele que no se recuerde, que no se quiera saber y
que incluso se oculte desde las instituciones”, concluye José González.
MANUEL RODRÍGUEZ RUBIO, DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE A CORUÑA
Xaquín
Rodríguez Rubio y Manuel Rodríguez Rubio alias “Marrolas” son dos
hermanos de Ézaro, de la provincia de A Coruña, de 1918 y 1916
respectivamente. Ambos eran comunistas y lucharon en la Guerra
defendiendo la II República. Según cuenta Juan Carlos Rodríguez, su
sobrino, ellos estaban refugiados en las cuevas del Monte Pindo junto a
un centenar de hombres, “no querían luchar con los fascistas, tenían
conciencia de clase”, asegura el familiar. Tras un par de meses, ya en
1937, los dos hermanos decidieron —junto a once hombres más— bajar del
monte para embarcar en una lancha xeiteira y huir de la zona franquista.
Marrolas y Xaquín cantando la Internacional con el puño en alto al llegar al puerto de Bristol, en Inglaterra.
Ya en alta mar, se quedaron sin combustible. Los recogió un barco
inglés y los remontó hasta Bristol. Ellos, al llegar, cantaron la
Internacional con el puño erguido en el puerto inglés. La gente de allí
les avisó de que no estaba bien visto —de aquella gobernaba el
conservador británico Chamberlain—. Los ingleses los mandaron elegir
bando en el conflicto bélico en España y los repatriaron.
De
vuelta y en el bando republicano, “lucharon en la batalla del Ebro,
donde sabemos que se encontraron con el otro hermano. Este último, había
estado también escondido en el Monte Pindo, pero se entregó y lo
forzaron a luchar con los fascistas”, explica Juan Carlos.
Tras
perder la guerra, fueron a los campos de refugiados franceses y
trabajaron en la línea Maginot. La familia, cree que Marrolas estuvo
también en Dunkerque por una carta que recibió su madre; “había tantos
aviones allí como gaviotas en el trámito del Ézaro un día de mal
tiempo”, escribió.
Marrolas tenía poliomielitis. Fue de los
primeros en ser cogido y asesinado en Gusen, donde llevaban a los presos
“más moribundos” de Mauthausen. Había sido declarado apátrida y lo
asesinaron en 1941 con 25 años. “Nos enteramos de su muerte por una
carta del gobierno, por si tenía hijos o viuda”, cuenta Juan Carlos.
Por otra parte, el Partido Comunista Chileno mandó, gracias a Pablo Neruda, un barco llamado Winnipeg a
la búsqueda de comunistas a Francia, donde fue Xaquín. Lamentablemente,
este fue asesinado en Sudamérica “sin saber aún muy bien los motivos”,
relata Juan Carlos.
“Es vergonzoso que la gente no sepa que sus
propios vecinos vivieron un genocidio y el holocausto nazi. La gente ni
siquiera sabe que en Galiza existieron campos de concentración
franquista, como el de Muros y Noia o el de San Simón”, lamenta el mismo
familiar. “Queremos que se sepan estas cosas en la sociedad”. Cuando
recuerda a sus tíos “los tengo como héroes. Cuando era joven, mi madre
siempre me decía que yo me parecía a Marrolas por mis ideales y era algo
que me enorgullecía”, asegura.
RAFAEL PARDO VALES, DEPORTADO DE LA PROVINCIA DE LUGO
Rafael
Pardo Vales nació en el 1912 en Laxosa, en la provincia de Lugo. Su
sobrina-nieta, Isabel de la Cruz, cuenta que como toda la familia,
trabajaba en el ferrocarril e iba de un lado a otro. Después, se metió
la guardia de asalto de la República en el 1937 y le tocó Barcelona.
Avanzada la guerra, ascendió a sargento. Una vez perdida, fue con su
sobrino a Francia.
Fotografías de Rafael Pardo Vales antes de ser asesinado por los nazis.
“Gracias a las cartas que mandó, sabemos que tuvo una novia en el
exilio, por el año 39”, explica su familiar. En Francia, “suponemos que
estuvo en los campos de refugiados. Estuvo en un stalag cerca de
la ciudad alemana de Bremen”. El 3 marzo del 1941 lo enviaron a
Mathausen. En junio lo trasladaron a Gusen y fue asesinado el 7 de enero
de 1942. “Nos enteramos de su muerte por una carta de la Cruz Roja
Internacional que le había llegado a mi tío abuelo en 1946”.
“Por culpa de la represión en la época, mi padre sabía menos de mi tío abuelo de lo que sé yo hoy”
“Recuerdo ver llorar a mi abuela siempre que se emitían
películas sobre nazis. Ella me contó la historia de su hermano”, cuenta
Isabel. “Con la represión de la posguerra a los hijos no se les contaba
nada. Había miedo de que pudieran ser asesinados por ser de izquierdas”.
“Mi padre sabía menos de mi tío abuelo de lo que sé yo hoy”, asegura.
Además, sobre algunos de los deberes “mínimos” de la época cuenta que
“cuando Franco pasaba por la calle de mi abuela para ir a Meirás estaba
obligada por la policía a colgar la bandera fascista para que el
dictador la viera”.
“Las cosas que pasó esta gente no se deben
repetir. Debemos poner nombre, apellidos y adjetivos a los culpables.
Saber la verdad”, defiende Isabel. “Por lo que escribió quien sobrevivió
al holocausto, sabemos las condiciones en las que vivieron estas
personas, pero aquí aún hay gente que ni siquiera sabe qué fue de sus
familiares”, añade. “Agradecemos muchísimo los actos como los de la
ARMH, pero los echamos en falta desde las instituciones oficiales”,
manifiesta.
Republicanos españoles fotografiados días después de la liberación de Mauthausen. Imagen de Francesc Boix.
Fuente → elsaltodiario.com
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