Carrillo y el consenso antifascista
 
Carrillo y el consenso antifascista
Sergio Gálvez Biesca

A los compañeros y camaradas de mi padre en la Cárcel de Carabanchel

Todo sigue en orden. Ejecutores, torturadores, colaboradores del régimen franquista siguen falleciendo conservando intacta su impunidad jurídica y política. He aquí el coste más duradero de nuestro modelo postransicional. Duele e indigna a sus víctimas, familiares y demás defensores de los Derechos Humanos. Un colectivo social para nada minoritario que, a pesar de su tenaz lucha, comprueba en cada ocasión la extraordinaria salud del "Modelo Español de Impunidad".

Juan Antonio González Pacheco, "Billy el Niño", moría el pasado 7 de mayo sin ser juzgado y con todas sus condecoraciones luciendo ondeantes. Y con la garantía extra de que su expediente personal de policía -y veremos lo que se conserva o no - no se podrá consultar hasta el 8 de mayo de 2045 gracias a la actual legislación sobre el acceso a la documentación.

En unas pocas horas, la "normalidad" de este mismo Modelo de Impunidad se hizo presente en las trincheras digitales por parte de la extrema derecha neofascista y esa "derechita cobarde" que no lo es tanto. "Cumplió en momentos difíciles con su deber. Los otros no eran hermanos de la caridad" twitteaba desde su iPad Alfonso Ussía a las 3:43pm. Fue de lo más suave que se pudo leer.

Pura y absoluta normalidad como también lo es la falsa equiparación entre víctimas y victimarios. O, desde el auge electoral de VOX, la reivindicación (sin disimulos) del dolor, del terror y el sufrimiento causados por el régimen franquista a su adversario político.

Dentro de esta "normalidad", por supuesto, no faltó Santiago Carrillo y Paracuellos. Catapultado como trending topic en Twitter a media tarde del pasado jueves. Seamos sinceros: nos tienen pillado el punto la derecha, la derechita cobarde y la extrema derecha. Ese señor del que usted me habla, no me suena. De esta forma, puede resumirse la actitud normalizada por el 99% de la izquierda y la que no es izquierda.

La izquierda comunista tiene sobradas razones para hacerse la "longuis" con este señor del que usted me habla, aunque, probablemente no sea la posición más inteligente en un momento histórico en que las "guerras digitales" (más en pleno confinamiento) son tanto o más importantes que las "guerras analógicas": son "guerras culturales" por la consecución de la hegemonía ideológica basadas en la imposición de tópicos de falso sentido común. La posición de perfil es, igualmente, mayoritaria por parte de todos aquellos que canonizaron institucionalmente a Carrillo Solares como el "abuelo" antes que "padre" de la transición española hasta limarle de cualquier impureza comunista. Una operación que el propio interesado cultivó con gusto en sus dos últimas décadas de vida.

Total: a estas alturas todavía no sabemos qué hacer con Carrillo. En cambio con Paracuellos (como objeto de lanzamiento punzante para invisibilizar los crímenes del franquismo y de paso reivindicar el espíritu del 18 de julio y su matanza fundacional) el asunto se encuentra solventado gracias a la intensa producción historiográfica desde finales del siglo XX. En términos comparativos (a nivel cualitativo y cuantitativo) constituye un episodio concreto y ocasional frente a la planificación de la política de exterminio del adversario político durante la Guerra Civil, los masivos fusilamientos de la posguerra, los campos de concentración y un largo etcétera que configuraron y dieron forma al sistema represivo franquista.

Han pasado 83 años y a día de hoy todavía no hay una sola prueba que incrimine directamente a Santiago Carrillo. Tuvo tiempo de sobra aquella aberración jurídica que fue el franquismo y ni con esas. No parece tampoco que vayan a aparecer nuevos testimonios. En realidad, la última esperanza remota de encontrar algo sería en el Archivo Personal de Santiago Carrillo (del que no se sabe ni su ubicación). Sus Memorias, convertidas en su momento en un bestseller, nunca aclararon nada del todo. Así era él.

De la misma forma, gracias el trabajo de los investigadores e historiadores, existe un consenso historiográfico consolidado en torno a la tesis de que el PCE fue el partido del antifranquismo. Carrillo es parte indisoluble de esta historia, pero ha dejado de ser su único protagonista en favor de una historia cada vez más coral con la presencia de otros dirigentes y muchos militantes. Otra cuestión radicalmente diferente es que desde la "academia" hayamos sido capaces de trasladar estos avances al conjunto social. La correlación de fuerzas y nuestras incapacidades sistemáticas para la divulgación lo explican.

En lo que no hay avance ninguno es en la construcción de un "consenso antifascista" y eso que llevamos dos décadas ya con el denominado "proceso de recuperación de la memoria histórica", que lo mismo va para adelante que para atrás. A buen seguro, constituya uno de los puntos más débiles del citado proceso y que, a su vez, ayuda a explicar la "normalidad" de la impunidad hispana.

Entonces, ¿qué hacemos con Carrillo? Porque algo habrá que hacer en términos de pedagogía y cultura democrática antifascista siendo consciente de que se trata de un terreno pantanoso. Vaya, por delante, para evitar cualquier tipo de sospecha y deslealtad (tal y como sucedía cuando se entraba al Partido, en mayúsculas, en los tiempos duros en donde, además, del aval de varios militantes había que presentar una biografía convincente) que quien esto escribe ha sido manifiestamente crítico, desde su profesión, con Santiago Carrillo.

Aclarado lo anterior: quizás el único punto de consenso dentro de la izquierda política y académica, enfangada hace mucho tiempo en torno al legado de Carrillo y el carrillismo, pudiera ser el compromiso antifascista de nuestro protagonista y de su generación. No creemos que lo anterior sea cuestionable más allá de nuestras particulares obsesiones. Por cierto, a la mayoría social estas cuitas internas le generan indiferencia o directamente apatía. Un detallito que se nos olvida con demasiada frecuencia.

Nos movemos en el terreno de la representación, de la iconografía, del simbolismo en una época marcada por el relato frente a la interpretación. Ojalá tuviéramos el tiempo necesario para adentrarnos en las trincheras digitales con más y mejor ropaje teórico y metodológico. Y, puestos a pedir, con notas a pie de página. En cualquier caso, sería de una inocencia gratuita pensar que se trata de un debate político o histórico. Porque, a fin de cuentas, lo que persigue la propaganda fascista de hoy es sacarnos "de quicio" y dejarnos paralizados, tal y como ha explicado recientemente Enrique del Teso.

Afirmar el compromiso antifascista de Santiago Carrillo en este preciso tipo de casos no es defender la totalidad de su legado sino reconfirmar una obviedad histórica directa, simple y contundente.

No olvidemos, además, que la sola mención despectiva de su nombre no persigue tan solo machacar al individuo sino a la izquierda en su conjunto. En concreto, a aquella izquierda que nunca arrió la bandera de la resistencia. Ni siquiera después del 1º de abril de 1939. También hay que recordar que este hecho objetivo constituye una forma directa de reivindicar las historias de los militantes del PCE, quienes dieron forma, sentido y calidad humana al partido del antifranquismo.

Inhibirse en esta batalla cultural no parece lo más sensato y adecuado de cara a la urgente construcción de un obligado "consenso antifascista". Por lo contrario, hacer de lo obvio una tarea cotidiana quizás no nos conduzca a la "paz en el mundo", pero sí nos posibilite cuestionar la inmutable "normalidad" del Modelo Español de Impunidad.


Fuente → blogs.publico.es

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