
La crisis capitalista a nivel internacional que estalló en 2008
supuso un enorme terremoto en la estabilidad del proyecto neoliberal en
todo el mundo. En el Estado español esto se empezó a expresar de forma
mucho más aguda desde el 15 de mayo de 2011. Ese día una manifestación
juvenil en contra de los recortes y la falta de perspectivas entre la
juventud tenía lugar en las principales ciudades.
Al finalizar la movilización de Madrid unas pocas decenas de personas
decidían acampar en la emblemática Puerta del Sol. esa misma noche la
policía desalojaba de forma violenta la acampada, que se rearmaría al
día siguiente, y nacía así llamado “movimiento de los indignados”.
La irrupción de las plazas que dio inicio a la crisis del Régimen del 78
Cientos de miles de personas acudían a las plazas cada día a
manifestarse y a mostrar el profundo malestar que reinaba entre la
mayoría social y especialmente en la juventud. Este movimiento empalmaba
directamente con los procesos de revueltas que habían estallado ese
mismo año en los países del norte de África y de Medio Oriente y que
desembocó en las “primaveras árabes”.
Se trataba de un profundo ciclo de movilizaciones en distintas
partes del planeta contra el empobrecimiento y las políticas
neoliberales que tras la caída de Lehman Brothers dieron un salto
cualitativo.
En el Estado español “los indignados” dieron comienzo a un intenso
ciclo de movilizaciones que abrió una crisis profunda en el Régimen del
78, que aun a día de hoy no se ha cerrado. Al mismo tiempo que los
recortes, los despidos, y el deterioro de las condiciones de vida de las
clases populares avanzaba, las plazas se convertían en asambleas
multitudinarias permanentes.
De este proceso nacieron multitud de plataformas, colectivos y
activistas que no solo cuestionaban la precarización de las condiciones
de vida de la mayoría social, sino también a un régimen decadente que
estaba imponiendo un plan de choque en contra de la voluntad popular.
Durante esos años la aparente envoltura democrática del sistema
político español quedó al descubierto. La dictadura de los mercados
financieros y los grandes capitalistas se hizo sentir con todo su
despotismo. De esta manera incluso se convertía en un mandato
constitucional el priorizar el pago de la deuda a la banca por encima de
cualquier gasto publico, mediante la reforma express del artículo 135
de la Carta Magna. Hasta ese momento cualquier pretensión de cambiar la
Constitución para darle un contenido más social o democrático había sido
duramente criticada como un intento de poner en peligro a la democracia
española. Esta polémica decisión por parte de Zapatero, que se hizo al
dictado de los grandes organismos financieros internacionales y del
imperialismo norteamericano y alemán, mostró el sumiso disciplinamiento a
la lógica austericida por parte del Psoe y el gobierno de ese momento.
Los principales partidos hacían frente común para descargar las
consecuencias de la crisis sobre la clase trabajadora. El 15M fue una
respuesta a esta unidad de los distintos actores del régimen que iban
desde el PP hasta Izquierda Unida, pasando por los partidos
nacionalistas burgueses de la periferia y las burocracias sindicales.
Este hastío al sistema de partidos se expresaba en una de las consignas
más repetidas en las plazas “ PSOE, PP la misma mierda es”.
Los límites de la ilusión del reformismo social y político
Sin embargo a pesar de la enorme potencia del movimiento de los
indignados, que en algunos momentos llegó a gozar de la simpatía de una
mayoría abrumadora de la población, este mostró serios límites a la
hora de poder finalmente imponer una salida a la crisis en favor de las
clases populares. Esto se debió principalmente a que el 15 M expresaba
una fuerte ilusión en poder efectuar cambios profundos mediante la
presión de la protesta y la movilización sin romper con el Régimen y sin
intervenir en el terreno político. Aunque de conjunto había una fuerte
sentimiento de impugnación a la falsa democracia burguesa del Estado
español, eso no se tradujo en un cuestionamiento explicito al Régimen
del 78 y en planteamientos que atendieran a las principales demandas
democráticas como el derecho a decidir de los pueblos, la Monarquía o la
necesidad de abrir procesos constituyentes que permitiese unir las
principales demandas sociales y democráticas.
Por otro lado “los indignados” no consiguieron que la clase obrera
ocupara un papel central en su movimiento e irrumpiera en las
movilizaciones con sus propios métodos de luchas. El papel de las
burocracias sindicales fue determinante para que esto no se produjese y
contener a los trabajadores, ya que en los años inmediatamente
posteriores al 15M los conflictos laborales se sucedieron de forma muy
importante. De esta manera en 2012 hubo dos huelgas generales en contra
de la reforma laboral del flamante gobierno de Rajoy y también la
histórica movilización de los trabajadores de las cuencas mineras que
marcharon a Madrid. Estas protestas contaron con la participación y una
simpatía enorme, sin embargo no pudieron generalizarse y hegemonizar el
ciclo de movilizaciones abierto.
La impotencia que fue incubándose, debido a que pese a la masividad
de las protestas los ajustes capitalistas iban avanzando uno tras otro,
provocó la posibilidad de la emergencia de un nuevo partido, Podemos,
que venía a recoger las expectativas de millones de personas en clave
reformista. Esta nueva formación pretendía ubicarse como los
representantes políticos del 15M, sin embargo mas allá de lo discursivo y
simbólico Podemos terminó jugando un papel determinante a la hora de
terminar de desmovilizar a la calle, ya que su propio proyecto político
nacía en gran medida de la desmoralización de “los indignados”, y porque
su apuesta era fomentar los cambios no mediante la protesta social sino
ganando espacios en las instituciones del Régimen.
Los retos que abre el nuevo ciclo de la lucha de clases
El 15 M y el posterior ciclo de movilizaciones surgieron debido al
enorme deterioro de las condiciones de vida y la falta de perspectivas
que significaron 30 años de neoliberalismo y la crisis desatada en 2008.
Ahora, a casi diez años de la “irrupción de las plazas” nuevamente una
crisis económica, que amenaza con ser mucho más devastadora que la
anterior, vuelve a amenazar la aparente estabilidad alcanzada. El
crecimiento económico conquistado en los últimos años, no significó que
se revirtiera el avance de la precarización de la mayoría de la clase
trabajadora. Esto hace que la situación que abre la crisis del
coronavirus sea más explosiva que la que se vivió en 2011 y los años
posteriores. Es de esperarse que nuevos fenómenos de la lucha de clases
aparezcan en el próximo periodo, en el que nuevamente la juventud está
llamada a jugar un papel protagónico, pero también la clase trabajadora,
especialmente los sectores más explotados. Esto es lo que preanuncian
las revueltas de 2019 en Chile Francia y el resto del mundo. En donde a
diferencia de lo que sucedió en los procesos de movilización de
principios de esta década, fueron los llamados perdedores de la
globalización los que estuvieron en el centro de las protestas.
Este nuevo ciclo de la lucha de clases, que incluso los sectores mas
lucidos de la burguesía pronostican como algo inevitable, hace necesario
abrir la reflexión sobre las potencialidades y también los limites que
tuvo el 15 M y el movimiento de los indignados. No solo como una manera
de sacar lecciones de ese proceso, sino también porque en gran medida la
realidad que vivimos actualmente está fuertemente influenciada por lo
que sucedió en esos años.
Si algo ha expresado de forma cristalina tanto el movimiento de los
indignados como posteriormente su ” expresión política” representada
por Podemos, es los limites que tiene el reformismo en estos momentos
para conseguir realmente cualquier cambio efectivo que alivie los
padecimientos de las clases populares. De esta forma han mostrado su
impotencia tanto la ilusión en que mediante la presión y la protesta
social se podría democratizar el Régimen, como la vieja senda
neorreformista cuya bancarrota la podemos observar en estos momentos
siendo parte del gobierno que se dispone a descargar la crisis actual
sobre los trabajadores y cediendo ante la voracidad patronal.
Para la nueva etapa de la lucha de clases que se abre es necesario
que la clase trabajadora adquiera un rol protagónico y que se ubique
como alternativa para resolver los grandes problemas sociales y
democráticos que plantea esta nueva crisis. Porque para que los
capitalistas no nos arrastren hacia situaciones desesperadas, no basta
solo con movilizarse y luchar. Eso lo hemos comprobado en el anterior
ciclo de movilizaciones. Es fundamental construir una herramienta
política que luche por un programa obrero y revolucionario que nos
permita pensar realmente la posibilidad de vencer.
Fuente → izquierdadiario.es
No hay comentarios
Publicar un comentario