El burdo montaje publicado por Vox en su cuenta en Twitter
con la madrileña Gran Vía repleta de ataúdes refleja como nunca hasta
ahora el nivel de bajeza, miseria y cochambre moral a la que es capaz de
llegar el partido ultraderechista acaudillado por Santiago Abascal.
Ni siquiera son capaces —ellos, a los que se les infla el pecho cuando apelan a sus compatriotas— de guardar el debido luto, ni en tiempo ni en forma, por los más de 13.000 muertos que ha provocado la crisis del coronavirus en España.
Ni siquiera son capaces —ellos, a los que se les infla el pecho cuando apelan a sus compatriotas— de guardar el debido luto, ni en tiempo ni en forma, por los más de 13.000 muertos que ha provocado la crisis del coronavirus en España.
No
se engañen: el tuit no es un desliz o fallo. Vendrán más barbaridades,
incluso peores que las de ese infame tuit, porque se alimentan de la
desgracia. Todo forma parte de una operación muy calculada para
dinamitar el Estado apelando a los sentimientos más bajos, atacando
directamente al corazón, incitando al movimiento reactivo, al gesto
airado, al odio al contrario, al desprecio a todo aquel que no sigue sus
postulados.
Aseguran que defienden la unidad de España pero se encargan día
a día, intervención a intervención, tuit a tuit, de hacer volar el
Estado de derecho que los españoles se dieron en 1978. Utilizan la
estrategia del Caballo de Troya: se meten dentro del sistema para
destruirlo desde el interior. Su única ley es la ley de Vox. Quien no la
siga o acate es, sencillamente, un despreciable.
Van contra el Gobierno, contra los políticos, contra los medios de comunicación, contra el feminismo, contra las mujeres que sufren violencia en su propia casa, contra los inmigrantes, contra los gays, contra las autonomías, contra los comunistas, socialistas, ecologistas, pacifistas. Es un partido que sólo sabe ir a la contra. Que nadie espere de ellos un mero gesto de solidaridad, compasión o decencia. Por supuesto, que nadie confíe en que contribuyan a la unidad nacional: sólo saben quebrar.
Van contra el Gobierno, contra los políticos, contra los medios de comunicación, contra el feminismo, contra las mujeres que sufren violencia en su propia casa, contra los inmigrantes, contra los gays, contra las autonomías, contra los comunistas, socialistas, ecologistas, pacifistas. Es un partido que sólo sabe ir a la contra. Que nadie espere de ellos un mero gesto de solidaridad, compasión o decencia. Por supuesto, que nadie confíe en que contribuyan a la unidad nacional: sólo saben quebrar.
Utilizan la estrategia del Caballo de Troya: se meten dentro del sistema para destruirlo desde el interior
No
suman, restan. Por eso ni siquiera descuelgan el teléfono al presidente
del Gobierno de su país cuando intenta forjar unos nuevos Pactos de la
Moncloa que contribuyan a minimizar la crisis económica que se nos viene
encima. Por eso utilizan sistemáticamente sus intervenciones de estos
días en el Congreso para cargar contra el Gobierno, para exigir
dimisiones, responsabilidades e incluso penas de cárcel. Porque ese es
el verdadero fin: fulminar al contrario, sea como sea.
Que Santiago Abascal, Ortega Smith, Rocío Monasterio o Espinosa de los Monteros miren fíjamente el montaje que han hecho de la Gran Vía madrileña. Y que dediquen diez segundos, sólo diez segundos, a imaginar qué podrán sentir los hijos que han perdido a sus padres, los nietos que ya no volverán a ver a sus abuelos o las mujeres que ya son viudas. Ninguno se ha podido despedir de sus seres queridos. Ellos son también sus compatriotas.
En la película El Hoyo, a medida que los condenados bajan de nivel pierden las opciones de conseguir alimentos: los de más abajo acaban recurriendo al canibalismo porque no queda otra disyuntiva que comer al compañero o morir. O ellos o nosotros. En esa realidad nos quiere meter Vox. Palabra a palabra, tuit a tuit, soflama a soflama. Ellos están abajo y necesitan comer al resto para mantenerse con vida.
No les desprecien: van en serio y no repararán en nada.
Que Santiago Abascal, Ortega Smith, Rocío Monasterio o Espinosa de los Monteros miren fíjamente el montaje que han hecho de la Gran Vía madrileña. Y que dediquen diez segundos, sólo diez segundos, a imaginar qué podrán sentir los hijos que han perdido a sus padres, los nietos que ya no volverán a ver a sus abuelos o las mujeres que ya son viudas. Ninguno se ha podido despedir de sus seres queridos. Ellos son también sus compatriotas.
En la película El Hoyo, a medida que los condenados bajan de nivel pierden las opciones de conseguir alimentos: los de más abajo acaban recurriendo al canibalismo porque no queda otra disyuntiva que comer al compañero o morir. O ellos o nosotros. En esa realidad nos quiere meter Vox. Palabra a palabra, tuit a tuit, soflama a soflama. Ellos están abajo y necesitan comer al resto para mantenerse con vida.
No les desprecien: van en serio y no repararán en nada.
Fuente → huffingtonpost.es
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