Italianos y españoles conocían las armas químicas por haberlas
empleado en sus guerras coloniales (Abisinia y Marruecos). Franco y
Mussolini consideraron seriamente a fines de 1936 la posibilidad de
usarlas contra los republicanos españoles como una gran solución para
sus ambiciosos planes militares porque la República estorbaba y había
que terminar con ella.
En su libro “Veleni di Stato”(Los venenos de Estado) de Gianluca de
Feo recuerda que por varias generaciones de políticos, historiadores y
militares de las grandes potencias, esos venenos han sido olvidados o
casi. Entre 1935 y 1945 , el laboratorio microbiológico romano de Celio,
situado en unos sótanos amplios de apariencia inocente a dos pasos del
Coliseo, se experimentó y produjo a gran escala armas químicas y
bacteriológicas de efectos letales. De Feo revela que Benito Mussolini
puso en marcha un plan para construir 46 plantas químicas capaces de
destilar hasta 30.000 toneladas de gas anuales.
Cotejando decenas de documentos casi todos inéditos hallados en el
National Archive de Londres -informes de inteligencia, papeles
diplomáticos, actas de reuniones de gobiernos, intervenciones privadas
de Winston Churchill en los Comunes, e incluso cartas nostálgicas de
Mussolini-, el escritor ha calculado que el régimen fascista produjo
anualmente entre 12.500 y 23.500 toneladas de gas letal desde la década
de los 30 hasta la II Guerra Mundial
Italia en Abisinia y España en el Rif utilizaron armas químicas como
el fosgeno y difosgeno, la clorociprina y, sobre todo, el gas mostaz a,
contra la población civil en el norte de Marruecos en la llamada Guerra
del Rif (1921-1927) e Italia en Abisinia contra Haile Selassie.
Lo afirman numerosos historiadores, nietos de actores de aquellas
guerras y los sucesivos gobiernos nunca lo han negado, aunque tampoco
han incluido esas armas como las usadas en sus hazañas bélicas.
Las bombas cargadas con gases tóxicos €”que habían sido prohibidas
en el Tratado de Versalles de 1919 €”y luego en sucesivas convenciones
de Ginebra estaban identificadas con la letra ‘C’. Eran el recuerdo de
la primera guerra de gases de la guerra europea (1914-1918).
La inasumible derrota y la lucha contra los bárbaros
En 1912, España estableció un Protectorado en el norte de Marruecos,
con capital en Tetuán, gracias a un acuerdo con Francia, que meses
antes había conseguido la soberanía de su zona del país de manos del
sultán Abdelhafid.
La reacción rifeña, encabezada por Abdelkrim el Jattabi, creció a
partir de 1919, y tras el “desastre de Annual” en julio de 1921, las
tropas españolas sufrieron una grave derrota militar a manos de los
rifeños. El Rey Alfonso XIII necesitaba medios para aplacar rápido al
enemigo y tranquilizar a la población. A los rifeños los consideraban
salvajes y contra ellos España puso en linea hasta 50.000 soldados no
voluntarios.
En la segunda mitad de los años 20, Mussolini, con la nostalgia
de la Marcha sobre Roma, comenzó a imaginar la creación de un imperio
africano que otorgase a Italia el papel de gran potencia colonial. La
propaganda fascista alentaba el deseo de dominio total del Mediterráneo
a la manera en que lo había hecho la Antigua Roma.
Italia ya había
conquistado parte de Libia, Eritrea y Somalia, pero lo que hacía
especialmente apetecible era Abisinia (Etiopía), por no estar
cubierta por zonas desérticas y era susceptible de una intensa
explotación económica con grandes asentamientos humanos y de material.
El papel de Alemania
El 3 de octubre de 1935, sin previa declaración de guerra, el
ejército italiano penetró en Abisinia, contando con la total oposición
del Reino Unido, la tibieza de Francia y el apoyo incondicional de
Alemania. El emperador Haile Selassie intentó infructuosamente
oponerse a los invasores sin más armas que lanzas, sin víveres, agua, ni
medicinas y hombres cubiertos por una débil túnica blanca.
La Sociedad de Naciones impuso sanciones a Italia en noviembre
1935. Mussolini respondió con la salida de la delegación italiana de
dicho organismo. Las sanciones, sin embargo, no llegaron a tener efecto
y, de hecho, fueron retiradas el 4 de julio de 1936.
La débil reacción de las potencias democráticas y el apoyo de
Alemania animaron al dictador italiano a consumar la conquista del
territorio. El moderno ejército motorizado del general Pietro Badoglio
destruyó completamente al ejército abisinio. Haile Selassie se vio
obligado a abandonar la capital Addis Abeba, que cayó en manos italianas
el 5 de mayo de 1936. Londres dio asilo al Negus, el emperador.
Los alemanes aconsejaron a las autoridades italianas y españolas
utilizar gas mostaza para bombardear los enclaves, las casas, los
mercados de Addis Abeba y poblados del Rif que sustentaban la guerrilla
de Hale Selassie y Abdelkrim. El Duce tenía la expericia de Etiopia.
Según los investigadores Rudibert Kunz y Rolf Dieter Müller, Berlín
primero vendió municiones al rey Alfonso XIII y luego le asesoró sobre
cómo hacerlas, labor que asumió la fábrica de La Marañosa.
Veleni di Stato (Venenos de Estado), del periodista Gianluca de Feo,
redactor jefe de la revista italiana L’Espresso, siempre consideró una
obligacion moral contar esa historia terrible y sistemáticamente
silenciada.
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