Republicanismo made in Spain
José Miguel Gándara
El republicanismo es un gran ideal, es una forma de concebir la política, el estado, las interacciones humanas, todo lo que pueda concernir a la vida pública, en definitiva. Pero no sólo eso, es también una forma de concebir el mundo, la vida y a todos los que habitan en ella, a todos los hombres y mujeres, al conjunto de los seres vivientes del que también forma parte la propia naturaleza. Es el deseo de configurar y crear un hombre nuevo, una recreación de lo que hasta ahora conocíamos y transmutarlo en un ciudadano de plenos derechos e insalvables deberes, un hombre y una mujer que se hagan responsables de sí mismos y del conjunto del pueblo. Libertad, igualdad y fraternidad. Estos son sus lemas, llenos de contenido y de furia humanista.
En algunas ocasiones me siento interpelado por el pasado, por un pasado que debió de haber salido triunfante para que futuras generaciones hubiéramos gozado de algo más consistente que las migajas que de tanto en tanto nos brindan las élites. Por eso mismo, deseo hacer un ejercicio de viaje en el tiempo, un esfuerzo mental que al modo en cómo lo hiciera Galdós en su momento, nos permitiera construir una breve pero provechosa crónica de lo que fueron los inicios del sentimiento republicano en España.
Desde la honestidad, sería necesario reconocer que el republicanismo es tan antiguo como la propia humanidad, desde el alba de las grandes civilizaciones los diferentes pueblos que la componían han soñado con gobernarse a sí mismos, ya que el sentido de libertad es algo profundamente arraigado en la entraña de todos los hombres, sin distinción de género, raza, sexo o condición social. Ya en la antigua Roma, allá por el año 509 a.C. se instauró la República, lo cual supuso un cambio extraordinario y radical en la forma de gobernar. El nuevo régimen tomó el nombre de «Res populica», la cosa del pueblo, entendido este como el conjunto de todos y cada uno de los ciudadanos de Roma y no como sinónimo de plebe.A partir de ese momento ya no se permitió el mandato unipersonal y se constituyó un gobierno colegiado de dos cónsules, que serían los representantes legítimos de todos los ciudadanos.
Con respecto a España, el ideal republicano no apareció de forma seria y organizada hasta el siglo XIX de la mano de los liberales. A lo largo de estos años los liberales y los absolutistas mantuvieron una pugna constante por la ocupación de poder legislativo y por la hegemonía social, hasta que el rey Amadeo I renunció al trono de España el día 11 de febrero de 1873.Unos días más tarde, Emilio Castelar subió al estrado del Congreso y pronunció un discurso ampliamente jaleado, aplaudido y lleno de emotividad:
«Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria»
Sin embargo, este estado de entusiasmo republicano no duraría más allá de unos meses ya que el día 3 de enero de 1874 el general Manuel Pavía, y mientras se estaba procediendo a una votación para elegir al nuevo Presidente, entró con un destacamento de guardias civiles y soldados con la intención de disolver el Congreso de los Diputados, instaurando así la dictadura de Serrano y la posterior restauración borbónica. Los republicanos españoles fueron duramente reprimidos y tardaron en recuperarse del fracaso de la Primera República. Una de las más plausibles explicaciones a este fracaso es que se había perdido el apoyo de dos importantes bases sociales, el de parte de la clase obrera y el de la burguesía catalana.
A mi parecer, a este descalabro concurrió un factor más, y este no fue otro que la simple desunión en el seno del republicanismo español, el faccionalismo existente entre federalistas, unionistas y posibilistas.Durante cincuenta y siete años, el país se vio sumido en un nuevo periodo de oscuridad, de corruptelas y degradación consustanciales a la monarquía borbónica y a los poderes fácticos de igual pelaje y que la acompañaron y fomentaron de forma impúdica y descarada.El hambre, la miseria y la conflictividad laboral gererada por estos, se generalizaron durante este decalustro ominoso, hasta que en enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera presentó su dimisión, un dictadorzuelo más, un militar más decretando su particular guerra contra el pueblo y la justicia social.
En algunas ocasiones me siento interpelado por el pasado, por un pasado que debió de haber salido triunfante para que futuras generaciones hubiéramos gozado de algo más consistente que las migajas que de tanto en tanto nos brindan las élites. Por eso mismo, deseo hacer un ejercicio de viaje en el tiempo, un esfuerzo mental que al modo en cómo lo hiciera Galdós en su momento, nos permitiera construir una breve pero provechosa crónica de lo que fueron los inicios del sentimiento republicano en España.
Desde la honestidad, sería necesario reconocer que el republicanismo es tan antiguo como la propia humanidad, desde el alba de las grandes civilizaciones los diferentes pueblos que la componían han soñado con gobernarse a sí mismos, ya que el sentido de libertad es algo profundamente arraigado en la entraña de todos los hombres, sin distinción de género, raza, sexo o condición social. Ya en la antigua Roma, allá por el año 509 a.C. se instauró la República, lo cual supuso un cambio extraordinario y radical en la forma de gobernar. El nuevo régimen tomó el nombre de «Res populica», la cosa del pueblo, entendido este como el conjunto de todos y cada uno de los ciudadanos de Roma y no como sinónimo de plebe.A partir de ese momento ya no se permitió el mandato unipersonal y se constituyó un gobierno colegiado de dos cónsules, que serían los representantes legítimos de todos los ciudadanos.
Con respecto a España, el ideal republicano no apareció de forma seria y organizada hasta el siglo XIX de la mano de los liberales. A lo largo de estos años los liberales y los absolutistas mantuvieron una pugna constante por la ocupación de poder legislativo y por la hegemonía social, hasta que el rey Amadeo I renunció al trono de España el día 11 de febrero de 1873.Unos días más tarde, Emilio Castelar subió al estrado del Congreso y pronunció un discurso ampliamente jaleado, aplaudido y lleno de emotividad:
«Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra patria»
Sin embargo, este estado de entusiasmo republicano no duraría más allá de unos meses ya que el día 3 de enero de 1874 el general Manuel Pavía, y mientras se estaba procediendo a una votación para elegir al nuevo Presidente, entró con un destacamento de guardias civiles y soldados con la intención de disolver el Congreso de los Diputados, instaurando así la dictadura de Serrano y la posterior restauración borbónica. Los republicanos españoles fueron duramente reprimidos y tardaron en recuperarse del fracaso de la Primera República. Una de las más plausibles explicaciones a este fracaso es que se había perdido el apoyo de dos importantes bases sociales, el de parte de la clase obrera y el de la burguesía catalana.
A mi parecer, a este descalabro concurrió un factor más, y este no fue otro que la simple desunión en el seno del republicanismo español, el faccionalismo existente entre federalistas, unionistas y posibilistas.Durante cincuenta y siete años, el país se vio sumido en un nuevo periodo de oscuridad, de corruptelas y degradación consustanciales a la monarquía borbónica y a los poderes fácticos de igual pelaje y que la acompañaron y fomentaron de forma impúdica y descarada.El hambre, la miseria y la conflictividad laboral gererada por estos, se generalizaron durante este decalustro ominoso, hasta que en enero de 1930 el general Miguel Primo de Rivera presentó su dimisión, un dictadorzuelo más, un militar más decretando su particular guerra contra el pueblo y la justicia social.
En un intento desesperado de devolver al debilitado sistema monárquico a la senda constitucional y democrática, el rey Alfonso XIII buscó entre el generalato a algún hombre capaz de conseguir tal proeza y nombró presidente del gobierno al general Dámaso Berenguer, pero este fracasó en el intento de recomponer un régimen ya de por sí moribundo.Y llegaron las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, y estas arrojaron un resultado ciertamente contrario a la corona en gran parte de los principales núcleos urbanos. No significó únicamente un rechazo a la monarquía, significó una gran desafección y repudia a todo el entramado de plutocracia y clerocracia que socavaron los elementales sentidos de justicia y de humanidad durantes demasiados años.Trás este resultado, Alfonso XIII abandonó el país sin abdicar formalmente (posteriormente lo haría en favor de Juan de Borbón) y se traslado a París. Así daba comienzo el primero de los gobiernos de la Segunda República y empezaron a perfilarse las más ambiciosas reformas sociales, políticas, económicas, pedagógicas, igualitarias y humanizadoras de la historia de España.
La intervención de los militares africanistas y facciosos abortó este maravilloso proyecto de modernización y de instauración de los grandes ideales del republicanismo, la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Igualdad ante la ley
La intervención de los militares africanistas y facciosos abortó este maravilloso proyecto de modernización y de instauración de los grandes ideales del republicanismo, la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Igualdad ante la ley
División de poderes
Soberanía popular
Participación ciudadana
Estos son los principales valores atribuidos al republicanismo, justo de lo que no disponemos en la España del siglo XXI, una España aterida y acalambrada por el espectro y la sombra alargada del franquismo y de lustros, décadas, siglos de absolutismo y de dictaduras, dictablandas, fascismos, reaccionarismos y demás envites de las pendencieras oligarquías que estrangularon al país y sobre todo, lo que no es menos importante, vaciaron de contenido una de las actividades más nobles, la política.En cierta ocasión escuché unas palabras de Julio Anguita donde nos alertaba sobre el peligro de apalancarnos en un republicanismo de símbolos, de banderas, de himnos, folclórico, pero sin verdadero contenido.
Creo que la única posibilidad que tenemos de implantar un sistema republicano de gobierno, es ir pensando en una revolución pedagógica que infunda en la ciudadanía, en el pueblo, una cultura política, una conciencia de clase, un sentimiento utopista y una redignificación de sus posibilidades como sociedad y como individuos que son capaces de gobernarse a si mismos, de recuperar su verdadera dignidad de seres humanos conscientes, válidos y con todo el derecho a ser acreedores de una vida y una muerte decorosas.Todos estamos preocupados por un capitalismo que da muestras de agonía y que posiblemente esté dando sus últimos zarpazos, estamos preocupados por unas instituciones que se afanan por salvar el sistema, pero no a las personas, observamos con perplejidad como a millones de personas les es negado el acceso a la cultura, al empleo, a la vida en definitiva.
Por estas y otras muchas razones me declaro republicano, pero de un republicanismo con contenido, de un republicanismo de la gente de a pie, con bases firmes y convincentes, la igualdad, la libertad y la fraternidad contempladas como utopías muy posibles y más necesarias que nunca en medio de una crisis sistémica sin precedentes en la historia.
Fuente → lapiedradesisifo.com
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