República y socialismo
Miguel Riera
Resulta chocante que, en pleno siglo XXI, la Jefatura del Estado y la Jefatura del Ejército de un país puedan permanecer sine die en manos de una determinada familia, y que dicha familia pueda transmitir esos cargos a sus miembros, sean éstos varones o hembras (como sucederá pronto en España), inteligentes o cortos de entendederas, austeros o manirrotos, dechados de virtudes o alegres libertinos. Al parecer, ninguno de esos atributos tienen mayor importancia si recaen en los individuos de la familia designada para disfrutar hasta la eternidad las prebendas que sus funciones les otorgan, lo cual tampoco puede parecer raro del todo en un país, España, en el que todos sus ciudadanos son constitucionalmente iguales ante la ley menos uno.
Los defensores de que una misma familia controle indefinidamente las altas cimas del Estado y viva satisfactoriamente del erario público lo hacen con argumentos peregrinos: la tradición, el arbitraje, la estabilidad… paparruchas. Digamos, en todo caso, que la monarquía fue el peaje que hubo que abonar para transitar pacíficamente hasta la democracia representativa de hoy, y dejémonos de tonterías. Estamos rodeados de repúblicas que son estables, donde los arbitrajes se hacen de otro modo. En cuanto a las tradiciones, hace tiempo que nuestros vecinos (salvo Marruecos, vaya) abandonaron las suyas, y no parecen arrepentirse de ello.
Pensemos, además, en que tal vez un día la Unión Europea establecerá la unión política, y tendremos un presidente formal y un gobierno formal a nivel europeo. Los actuales gobiernos nacionales pasarán a ser gobiernos federales, o autonómicos, o como se les quiera llamar, y los reyes… Pues los reyes y sus familias constituirán un clan aristocrático sin alcance político real; cargados de títulos honoríficos, se dedicarán a disfrutar de la vida, y poco más. Las monarquías, constitucionales, parlamentarias o lo que sean están en trance de extinción, y quien mejor lo sabe son, precisamente, los actuales monarcas europeos y sus familias.
Pero, ojo al parche, la exigencia –que tarde o temprano será mayoritaria– de sustituir una monarquía por una república no puede quedarse sólo en una cuestión estética; hay republicanos a los que quizás les parecerá bien quedarse sólo en eso, pero somos muchos los que pretendemos que, cuando llegue la república, ésta contenga las virtudes republicanas esenciales: igualdad, justicia, fraternidad. Y eso no viene dado con la simple sustitución de un rey por un presidente, por más que ello nos cause un cierto alivio.
República implica democracia, democracia implica igualdad y fraternidad, y, disculpen ustedes, eso no puede existir plenamente en el sistema capitalista, y mucho menos si ese capitalismo es el realmente existente, el eufemísticamente llamado neoliberal.
No queda otra: república y socialismo han de estar indisolublemente unidos, aunque ahora, en este siglo XXI que empieza, cuando sabemos muy bien qué clase de socialismo es el que NO queremos, sólo andemos explorando a tientas las características de lo que puede ser un socialismo para el siglo XXI. No obstante, es esperanzador que haya ya mucha gente pensando en ello.
Reivindiquemos la república; reivindiquemos el socialismo. Un socialismo nuevo para una república vieja.
Texto publicado en el número 219 de la revista El Viejo Topo, abril de 2006.
Fuente → elviejotopo.com
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