

República como prioridad política
Ana Pollán
Reivindicar y hacer advenir la tercera república es un deber ético y
político ineludible. Sin embargo, ningún partido con representación
parlamentaria lo contempla en su agenda política ni a corto ni a medio
plazo y los que se consideran republicanos no se ruborizan al afirmar
que un referéndum y una reforma de la Constitución para abolir la
monarquía no es en absoluto lo prioritario. Suelen aportar tres
argumentos: el ya mencionado, que no es un deber urgente, que no
supondría una evolución substancial y que sin embargo podría introducir
una inestabilidad política innecesaria. Los tres argumentos se pueden
rebatir sin mucha dificultad:
1. Instaurar la tercera república no es urgente. No es una prioridad política básica.
Instaurar la tercera república es urgente y crucial. Mientras que la
II República nació por aclamación popular y fue ratificada democrática y
legalmente en las urnas dando lugar a una Constitución progresista y
garante de los derechos y libertades de la ciudadanía hasta entonces no
conocidos, la Monarquía debe su continuidad al deseo de un dictador que
llegó al poder tras dar un Golpe de Estado y tras provocar una
insoportable Guerra Civil que empobreció y embruteció el país hasta
límites insospechados. Si todas las monarquías son fruto de la
superstición y el fanatismo religioso que otorga a determinadas personas
la categoría de monarcas basándose en una supuesta “gracia de Dios”, a
esta se le suma el dudoso honor de haber sido reintroducida, contra la
voluntad de la ciudadanía, por un dictador que ha pasado a la historia
por proponerse y lograr hacer de España un páramo cultural, ético,
científico y económico en el que los Derechos Humanos fueran
sistemáticamente violados.
Nuestra monarquía debe su posición a que el señor Juan Carlos Borbón
jurara lealtad a los principios del Movimiento, esto es, a todo el
aparato ideológico y político responsable de la represión completa de
todos los derechos y libertades de la ciudadanía.
Reivindicar y hacer advenir la III República es un deber político
postergado desde 1939 que debió resolverse y hacerse efectivo tras la
muerte de Franco en una Transición que debió haber estado a la altura de
los represaliados y de las víctimas de la dictadura. Incluso no dudando
de la buena voluntad de la izquierda que luchó por la restauración de
la democracia es posible afirmar que la Transición sigue estando
incompleta mientras la jefatura de nuestro Estado siga teniendo su razón
de ser en una decisión unilateral del dictador.
En este sentido, considero que no es argumentativamente honesto decir
que la monarquía quedó refrendada en el referéndum sobre la
Constitución de 1978, pues precisamente por ser sobre la Constitución
impidió la pregunta concreta y explícita respecto a si se deseaba vivir
bajo una monarquía o en República. Especialmente, teniendo en cuenta que
entonces desde los círculos de poder y como reconoció Adolfo Suárez, no
era difícil saber que hubiera ganado holgadamente la opción
republicana, la única naturalmente democrática. La República es una
deuda histórica pendiente, pues fue arrebatada por la derecha en dos
ocasiones y ambas por vías ilegitimas: una por las armas y otra por una
trampa pseudodemocrática impuesta bajo el miedo y la apelación al mal
menor. Es inaceptable que más de cuarenta años después y con una Casa
Real cuyas señas de identidad son la corrupción, la absoluta
incompetencia y la perfecta irrelevancia no sea posible reformar la
Constitución y permitirnos ser una democracia avanzada sin vestigios
franquistas.
2. Instaurar la tercera república no cambiaría nada importante. Sólo el nombre de quien ostenta la jefatura del Estado.
También se argumenta que es indiferente vivir bajo una Monarquía o
bajo una República; que es una mera cuestión formal y que el hecho de
que la jefatura del estado sea ostentada por un presidente/a de la
república elegido democráticamente y de modo no vitalicio no asegura
mayor eficiencia y es pura cuestión estética. Incluso aunque eso fuera
cierto, ya sería suficiente como para considerarlo preferible. Parece
simplemente lógico que en un Estado que se dice democrático su propia
jefatura no dependa del linaje, los designios divinos o, peor aún, de la
voluntad de un dictador que tiene el mérito de causar la mayor
involución política y social de nuestro país dejando marcadas para mal a
varias generaciones.
Pero, además, la República que reivindico no es un mero cambio
formal. Por supuesto, ya sería mucho sabernos ciudadanos/as en un país
cuyos cargos, todos, son electos y donde no hay una familia que apelando
a la gracia de un dictador se sitúe por encima de todas las demás. Pero
eso sería sólo el primer aspecto. Con el advenimiento de la República,
tal y como sucedió en 1931, debería abrirse un periodo de profundas
transformaciones sociales, políticas y económicas pasando por una nueva
constitución que recuperase el espíritu ilustrado y progresista de la
republicana ampliando y haciendo efectivos, y no solo formales, los
derechos y libertades de la ciudadanía. Necesitamos una constitución
republicana, laica, inspirada en valores ilustrados. Una constitución
que blinde los bienes y servicios públicos; que haga de la educación y
de la cultura la brújula que oriente las aspiraciones del Estado, esto
es, una sociedad de ciudadanos/as libres e iguales, con valores
democráticos, capaces de desarrollar el pensamiento crítico y de
adherirse a la búsqueda constante de bien común, progreso y solidaridad.
Una República que subordine realmente los bienes y servicios al interés
general evitando el acaparamiento ilegítimo de riqueza en manos
privadas y que afronte los retos del futuro teniendo siempre como
horizonte el progreso ético, social y material de nuestro Estado y de
todos los demás mediante la cooperación, pues no hay República justa que
no acompañe la tríada ilustrada de “libertad, igualdad, fraternidad”
con una vocación universalista e internacionalista solidaria con el
resto de ciudadanos/as del mundo.
También se acusa a los/as republicanos de no defender simplemente una
República como forma de Estado sino de concebirla como espacio
privilegiado de políticas nítidamente progresistas y de izquierda. No
combatiré ese argumento porque es exactamente lo que reivindico. La
República, pues, no debe ser máscara o maquillaje tras el que se oculten
las mismas lógicas corruptas, patriarcales y neoliberales que hasta
ahora nos han regido. Al contrario, debe ser un cambio profundo que
implique una transformación ética y política rotunda que ponga en jaque y
desactive los sistemas de dominación que imperan. Neoliberalismo y
patriarcado deben ser confrontados. Y la Constitución debe ser ahora un
arma para ello y no para asegurar la continuidad de vestigios de un
régimen de existencia lamentable.
3. Instaurar la tercera República conllevaría mayor inestabilidad política en un momento en el que el panorama político se ha vuelto convulso e incierto.
Hay quienes temen que en la exigencia de una tercera República surja
la reactivación de una derecha fascista capaz de crear de nuevo un clima
convulso y peligroso. No seré yo quien subestime las tentaciones
golpistas de ciertos sectores de la derecha de nuestro país. De hecho,
creo que su aceptación de esta democracia no es por convencimiento sino
por pura táctica y por pervivir en este régimen tantos vestigios del
anterior que en absoluto se vieron cuestionados en 1978. Ahora bien,
precisamente por eso es necesario darnos cuanto antes un país moderno y
avanzado capaz de completar la transición y dignificarla eliminando de
nuestra democracia esos restos de la dictadura que entonces no se pudo,
por táctica, desidia o imposibilidad. Nos merecemos un Estado
enteramente democrático con un jefe del Estado elegido por las urnas o
con sus funciones recogidas y representadas en los distintos ministerios
de un gobierno elegido democráticamente. Debemos dejar de reconocernos
en una monarquía que es reflejo fiel y vivo del franquismo. Debemos
dejar de tomar por legítima una institución basada en la corrupción y
que debe todo a una fidelidad ciega a un dictador criminal. Debemos,
ante todo, construir un mundo y un país nuevo, como se hizo en la II
República, con la igualdad, la libertad y el progreso social como guía.
En síntesis: “¡República, siempre República! Porque es la forma más
conforme con la evolución natural de los pueblos.” Clara Campoamor.
Fuente → El Común
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