Los niños de Rusia, el fútbol y ¿resistiré?
 

Los niños de Rusia, el fútbol y ¿resistiré?
Pablo Fernández-Miranda

El lateral zurdo del Atlético de Madrid no pudo impedir la internada del delantero alemán que acabó marcando en un mano a mano con Pozas, portero atlético titular en la temporada 1956-57. El partido quedaba empatado a dos tantos y el público, necesitado de un chivo expiatorio, comenzó a gritar: ¡inútil!, ¡calvo! ¡Rojooo!, gritaron desde algún lugar de la grada. ¡Rojo ruso! ¡Rojo ruso! Corearon miles de gargantas.

Agustín Gómez Pagoda, el defensa izquierdo, había vestido a sus 34 años la camiseta colchonera ese día por primera vez y ya no volvería a hacerlo nunca.

Nadie podría quitarle el haber sido una de las estrellas internacionales de la URSS, ni haber sido capitán del Torpedo de Moscú, en el que había ingresado en 1947 y militado durante varias temporadas, hasta 1954; ni tampoco le arrebatarían haber ganado con ese equipo la copa de la división de honor; ni el ser miembro de la selección soviética de fútbol en las olimpiadas de Helsinki en 1952.

Agustín Gómez Pagoda

Agustín Gómez, había vuelto a España en una de las expediciones de exiliados españoles procedentes de la URSS. A través de la Cruz Roja Internacional se había propiciado un acuerdo entre los gobiernos de España y el soviético para que retornaran los que así lo desearan. En total, entre 1956 y 1957 volvieron unos dos mil seiscientos. Una parte eran combatientes de la guerra civil que, tras la caída de la República, se refugiaron en la URSS. Otros eran parte de los tres mil niños, sobre todo vascos y asturianos, que el gobierno de la República envió a la URSS para alejarlos de la guerra y el hambre.

Agustín fue uno de ellos, de los más mayorcitos cuando salió de su tierra. Había nacido en Rentería el 18 de Noviembre de 1922 y partió con quince años desde Euskadi. Ya en su pueblo destacaba como futbolista y al poco de llegar a la URSS vieron sus condiciones deportivas e intelectuales y fue enviado a la Universidad Técnica de Moscú donde se tituló en Ingeniería y además jugaba y era líder indiscutible del equipo de la Universidad. En 1941 trabajaba ya como ingeniero en una fábrica y se incorpora al Club Deportivo “Krasnaya Roza” (Rosas Rojas). Al poco, en junio de ese mismo año, cuando Alemania invade la URSS, deja todo para incorporarse como voluntario al Ejército Rojo.

Nada más acabar la guerra vuelve al fútbol y tras pasar por el Club Krylia Sovetov Samara, le ficha el F.C. Torpedo de Moscú en 1947 donde hace una rutilante carrera.

Si ya antes era carismático, el público le ensalza aún más desde que, en un intento de agresión colectiva contra un árbitro, Agustín emerge en su defensa como un muro protector con su impresionante físico en plena forma y detiene la acometida.

En cuanto surge la oportunidad, tras la muerte de Stalin, como otros tantos de aquellos “niños” renuncia a su carrera para volver a su país de origen.

Ya desde antes de llegar, su familia se había movido en España para propiciar su fichaje por alguna escuadra de renombre. El prestigio del lateral izquierdo internacional de la URSS, hizo que con el Real Madrid estuviesen muy avanzadas las negociaciones. Pero al parecer algún mensaje disuasorio hizo llegar el gobierno a ese Club señalando que no estaría bien visto que en el equipo internacionalmente más conocido en ese momento jugase un “ruso”. Finalmente se frustró su fichaje. La Real Sociedad se interesó por él, pero fue finalmente el Atlético de Madrid quien acabó por incorporarle a su plantilla. Pero durante prácticamente un año Agustín no había podido jugar ni tan siquiera entrenar. 1955 fue un año casi íntegramente dedicado a gestionar el retorno, tarea nada fácil para ninguno de los que deseaban repatriarse y que consumió recursos, energías y dedicación.

Al llegar a España todos ellos, pero con mayor ahínco quienes tenían referencias de ser comunistas, como era en su caso, sufrieron interrogatorios tanto de la policía como de la CIA, tal como se ha revelado documentalmente al levantarse la clasificación de los archivos de la CIA de aquel periodo.

Con 34 años, fuera de forma y con la fobia de parte de la irracional hinchada que la pagó con Agustín Gómez al aullido de “ruso” y “rojo”, quedó cerrado el capítulo de su periplo en el Atlético de Madrid.

La presión de la policía siguió siendo tan agobiante que acabó trasladándose a Tolosa, donde entrenó a varios equipos, entre ellos al Real Unión y al propio Tolosa.

Agustín no cejó en su actividad antifascista. A principios del año 1961 fue detenido en una redada importante en la que también apresaron a muchos otros repatriados, lo cual despertó un fuerte movimiento solidario entre sus compañeros retornados que llegaron a dirigir una carta al propio Jefe del Estado, a Franco, exigiendo la puesta en libertad de los detenidos, lo cual era mucho decir en esa época.

Fue torturado. Le llegaron a reventar un tímpano y otros presos dieron a conocer que tenía numerosos golpes y heridas. La movilización en la URSS fue de tal magnitud y era tan conocido internacionalmente que numerosos países presionaron para su puesta en libertad. Por una vez el Régimen tuvo que ceder… ¡lo que no pueda el fútbol!

Se trasladó a Euzkadi aunque finalmente tuvo que irse a París por el riesgo que corría. Falleció en Moscú el 16 de Noviembre de 1975, cuatro días antes del óbito de Franco.

OTROS FUTBOLISTAS QUE DESTACARON EN RUSIA

No fue el único futbolista entre aquellos niños en sobresalir en el deporte del balompié. Si esta reseña comienza por su nombre es solo porque sufrió con más ahínco la represión, pero resulta imprescindible recordar a algunos de sus compañeros y buscar explicación del porqué tanto futbolista español destacado en el país soviético. Hay una razón poderosa: en 1937, en plena Guerra Civil, viajó a la Unión Soviética una selección vasca que hizo un periplo propagandístico por Europa recaudando fondos para la República. En ella había figuras ya míticas por entonces: Lángara, Emilín, o los hermanos Luis y Pedro Regueiro. Allí jugaron contra los mejores conjuntos de la URSS. De los nueve partidos disputados ganaron siete, solo tuvieron una derrota y un empate. Esa gira estableció un antes y un después, según propios técnicos soviéticos que a partir de entonces adoptaron los criterios del fútbol moderno del momento representados por la selección vasca. Los equipos de la Unión Soviética practicaban un juego de conducción de cinco jugadores en línea al que renunciaron a favor de los nuevos criterios tácticos evidenciado por los euskaldunes: juegos por las alas, el medio centro actuando con la defensa y pasadores precisos para combinar con rapidez. Ese prestigio favoreció que los ojeadores se fijaran en los niños españoles llegados unos meses antes en ese mismo año. Algunos entre los once y los quince años ya apuntaban maneras. En este escrito no caben todos los que son, pero sí son todos los que están: José Larrate y Ruperto Sagasti, además de Agustí Gómez.

A José Larrarte, le faltaban tres meses para cumplir diecisiete años cuando los alemanes invadieron la URSS. A los pocos días de la agresión, con los nazis a las puertas de Leningrado por el este y sus aliados finlandeses por el norte, setenta y cuatro jóvenes españoles, todos en torno a esa misma edad, se alistaron voluntarios en la Tercera División de Voluntarios de la Milicia de Leningrado. Entre ellos se incorporó Larrarte, que ya había destacado como futbolista juvenil en varios equipos. Aquellos jóvenes combatieron en el frente norte, en Karelia. José Larrate fue hecho prisionero y durante algo más de un año padeció los campos de concentración finlandeses organizados y dirigidos por los nazis. En enero de 1943 fue repatriado junto con otros diecisiete españoles.

Con la obligación de comparecer en la comisaría quincenalmente y las duras condiciones que tuvieron que soportar los españoles combatientes en el bando soviético en aquella España de la inmediata postguerra, aliada de facto de las fuerzas del Eje y con la División Azul combatiendo contra Rusia,  Larrarte buscó la manera de jugar en diferentes equipos aunque las autoridades le hicieran la vida imposible dificultándole fichajes todo lo que pudieron. La calidad de José se impuso y acabó incorporándose al Málaga donde jugó varias temporadas como defensa titular.

Otro ilustre del balompié fue Ruperto Ignacio Sagasti. Aunque nació en Estella, al poco de nacer su familia se trasladó a Bilbao donde vivió su primera infancia. Llegó a la URSS  con trece años de edad, en la expedición vasca que salió de Santurce el 13 de junio de 1937. A los dieciocho fichó por el Spartak de Moscú, pero pocos meses después, también por la misma razón de la guerra, se suspendieron las competiciones y fue destinado a una fábrica de material bélico. Al finalizar la contienda, jugó en varios equipos. En el 49 volvió al Spartak con quien ganó la copa en el 52. Destacó como titular en varias posiciones, normalmente de medio centro. Ese mismo año tuvo una grave lesión en la rodilla que le impidió seguir jugando al mismo nivel. Se licenció en el Instituto de Cultura Física (ICF) tras finalizar los cinco años de carrera. En 1956 entrenó a varios equipos y el Bilbao intentó ficharle como entrenador, pero desde el gobierno pusieron las consabidas trabas hasta frustrar su contratación. Sagasti optó por seguir su brillante carrera en la URSS y en 1957 opositó y obtuvo la cátedra de Futbol en el ICF (equivalente al INEF), ejerciendo hasta su retiro. Aún en los años setenta hubo un nuevo intento de fichaje nuevamente por el Atlético de Bilbao. (Hasta 1975, el equipo no podía llamarse Athlétic, su denominación original, que solo pudo recuperar poco después de la muerte de Franco.)  Al establecer relaciones diplomáticas con la URSS y comenzar a haber fichajes de deportistas rusos, raro fue el que se produjo sin la ayuda de Ruperto Sagasti que echó una y cien manos a futbolistas rusos para venir a España y fue un nexo de unión entre el deporte soviético y el español. Se convirtió en visitante asiduo de la que siempre consideró su patria. Falleció el 25 de noviembre de 2008

Resulta para mí inevitable, en estos extraños tiempos cuando oigo la música del “Resistiré”, recordar a aquellos que fueron niños y superaron con resiliencia todos los obstáculos. De críos fueron víctimas de la guerra civil. Evacuados, fueron cuidados y educados en tierras lejanas, pero quedaron huérfanos y lejos de su familia. Una guerra aun peor les encontró de nuevo; combatieron contra los nazis con las armas o con su trabajo. Y cuando, sufrieron represión, campos de concentración, obstáculos o humillaciones, no cejaron, A pesar de todo, persistieron en conseguir su vocación,  ilusión, su vida. Encontraron su camino, persistieron y cumplieron sus sueños. Resistamos.


Fuente → nuevatribuna.es

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