La verdad sobre la Fanta, el refresco nazi
 

La verdad sobre la Fanta, el refresco nazi
Luis Landeira

Ahora que se habla tanto de memoria histórica, conviene recordar de dónde demonios salen los productos que nos metemos en el buche un día sí y otro también. Porque puede que nos llevemos algún que otro sobresalto. Por ejemplo, que se nos atragante un refresco al conocer su denominación de origen nacionalsocialista.


Es el caso de la popular bebida Fanta, que tantas veces hemos degustado, bien de niños… o bien de adultos, mezclada con un espirituoso peleón. Es más, quizá tenga usted un hijo que bebe Fanta porque se le ha prescrito su influenciador de turno: recordemos que el vocinglero youtuber Rubius la promociona a bombo y platillo. Pues bien, ha llegado la hora de que sepan que se han metido entre pecho y espalda un brebaje nazi.


No, no busquen en la página web de Coca-Cola, fabricante de Fanta, porque ahí mienten como bellacos: aseguran que Fanta empezó a distribuirse en Nápoles, Italia, en 1955, y que el sabor anaranjado fue el primero debido a la cercanía de los frutos cítricos de la región de Campania y blablablá. Va a ser que no.


Si queremos bucear en los turbios orígenes de la Fanta debemos remontarnos primero a la implantación de su refresco madre: la Coca-Cola, que a principios de los años treinta se estableció en suelo alemán, donde se convirtió en unas bebidas más consumidas durante el régimen de Adolf Hitler: entre 1933 y 1939 se despacharon cuatro millones y medio de cajas anuales, y hasta patrocinó las Olimpiadas de Berlín (1936).


Pero la cosa se torció en diciembre de 1941, cuando los Estados Unidos y Alemania partieron peras por un quítame allá esos tanques en la Segunda Guerra Mundial. Dado que el Tercer Reich sufrió un fulminante bloqueo aliado, las relaciones entre la factoría germana de Coca-Cola y la empresa nodriza yanqui se rompieron.



Como consecuencia, Alemania no podía recibir el ingrediente secreto con el que se hace la Coca-Cola, pero los directivos de la empresa no querían parar sus rentables máquinas embotelladoras, así que se estrujaron las meninges para crear un nuevo brebaje saciara la sed del pueblo alemán.


Fue Max Keith, jefe de Coca-Cola Deutschland durante el régimen nazi, quien tuvo la idea de crear la Fanta, un producto muy barato que se fabricaría con las “sobras de las sobras que nadie quería”, es decir, ingredientes residuales como orujo de manzana o suero de leche. El resultado fue tan asqueroso como exitoso.


Solo en 1943, se despacharon en Alemania tres millones de botellas de Fanta. Pero son cifras tramposas , pues hay que tener en cuenta que el racionamiento de azúcar entre los alemanes hizo que muchos compraran Fanta para endulzar tés y otras infusiones. Con todo y con esto, no se puede negar el triunfo de este, el primer refresco nacionalsocialista.


Mas todo tiene un fin. Y aunque el reinado de Fanta durante el nazismo fue absoluto, terminó en cuanto acabó la guerra: la compañía Coca-Cola recuperó el control de la planta alemana y de sus productos, incluida la Fanta, cuya fabricación descartó por estar muy asociada al nazismo. Así, Fanta desapareció durante unos años.


Habría que esperar a 1955 para que la compañía Coca-Cola resucitara la Fanta, le lavara la cara falsificando sus orígenes y la relanzara al mercado, para competir con la nueva línea de bebidas estrenada por Pepsi en los años cincuenta. Y hasta hoy.

Así que ya saben, si deciden seguir bebiendo Fanta, quizá deberían cambiar la forma de pedirla en el bar y, en lugar de decir «jefe, una Fanta», exlamar un «¡Heil Fanta!»