La monarquía: Virtudes públicas, vicios (y corrupciones) privadas

Botas sobre la tradición monárquica y el cine. Esta tradición comenzó a entrar en crisis irreversible en 1898 con la pérdida de las últimas colonias, con la creciente toma de conciencia del atraso secular del país

La monarquía: Virtudes públicas, vicios (y corrupciones) privadas / Pepe Gutiérrez-Álvarez:

Botas sobre la tradición monárquica y el cine. Esta tradición comenzó a entrar en crisis irreversible en 1898 con la pérdida de las últimas colonias, con la creciente toma de conciencia del atraso secular del país y la miserias de la gente que depende de su trabajo, un sentimiento sintetizado en una frase muy popular: “África comienza en los Pirineos”. En la medida en que la monarquía perdía base social, el monarca lo compensaba con mayores privilegios para la casta militar y la Iglesia. Entre 1917 y 1922, el movimiento obrero puso sobre las cuerdas el régimen de la Restauración. Entonces Alfonso XIII organizó el golpe de Estado de Primo de Rivera, un primer bosquejo de una alternativa que por entonces entraba en escena con la “marcha de Roma”: el fascismo que se remitía a las glorias de la Roma de los Césares; como es sabido, luego las Cortes electas lo acusaron y solamente le quedó el exilio sí bien buena parte de sus partidarios no dejaron de conspirar desde entonces. Una ensoñación imperial que en España llevaba a la exaltación de los mitos del “Sacro Imperio” español, un pasado sobre el que el franquismo produjo una abundante filmografía 1/, que no fue tal aunque sí se puede considerar que la dictadura representó un cierto “ensayo general”.

Bajo el franquismo, nuestro cine también glosó las presuntas glorias de una tradición monárquica habitualmente glorificada que conoció un resurgimiento al calor del éxito de la serie sobre Sissi encarnada por Romy Schneider 2/, concretamente con un díptico dirigido por Luis César Amadori (1903-1977), un cineasta argentino exiliado en España por su rechazo a Perón y carente de cualquier inquietud detrás de las cámaras. La primera fue ¿Dónde vas, Alfonso XII? (1958), basada en la novela homónima de Juan Ignacio Luca de Tena 3/ y obtuvo un éxito inusitado y dio lugar a una secuela ¿Dónde vas triste de ti? (España, 1960). Ambas resultaban un reflejo de cómo los monárquicos veían su reinado con reyes por la gracia a Dios y súbditos agradecidos.

Al decir de Paquita Rico, la más naif de las folklóricas de la época: Eran películas bonitas, muy bonitas. Esta fue la reina Mercedes, la primera esposa de Alfonso XII (1875-1885), pero tras la muerte de esta mujer enamorada de su bello y ejemplar esposo que de tanto en tanto la hacía sufrir sin mala intención, la monarquía necesita un heredero, y el rey elige como esposa a María Cristina de Habsburgo (Marga López, muy lejos de sus roles con Buñuel en México) como futura reina de España. Pero, ¡Oh Dios¡, el recuerdo de Mercedes se interpondrá entre los esposos hasta que al final, todo acaba como Dios manda. No hay que decir que todo parecido con la realidad es pura coincidencia, por lo que, aparte de sus posibles méritos de ambientación o de la presencia de secundarios de la categoría de José Marcos Davos, 4/ un seráfico Cánovas del Castillo, que gobernaba el país desde los pasillos del trono. La secuela no repitió el éxito del original.

Un cierto colofón lo puso la ignota e inenarrable Las últimas horas (España, 1965), que ofrecía una crónica de los días 12, 13 y 14 de abril de 1931, vistos desde el palacio en el que Alfonso XIII (el actor Ángel Picazo escogido por su semblanza física con el personaje), se despide de la corona con hermosas palabras. La trama se centra en los días que siguen el éxito electoral republicano, los días más felices que se recuerdan de los pueblos de las Españas. Se describe una reunión por su Majestad, y el tono podía compararse con el podía sentir una familia que va a ser desposeída de unas tierras en las que trabajan desde hace décadas. El ministro de la Cierva (Alfred Mayo), interviene para preguntar cómo era posible que el ejército y las fuerzas de orden no les protegiera. Pero las noticias que llegan son de desbordamiento social. Finalmente su majestad renuncia a enfrentar “hermanos contra hermanos”, y lee su abdicación: “Las elecciones celebradas el domingo (14 de abril de 1931) me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo […] Soy el Rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil….” (ABC, 17-04-1931), de hecho una advertencia que fue tomada al pie de la letra por la elite monárquica que nunca dejó de conspirar contra la República. Su autor, el olvidado Santos Alcocer, fue un periodista falangista conocido que en el cine ejerció de productor y dirigió algunas películas con Antonio Molina como Puente de coplas (1965)

La alegría desbordante del pueblo tuvo su reverso en la tristeza de la corte.

También cabe citar como epílogo, Plaza de Oriente (Mateo Cano, 1963), adaptación de una obra teatral de Joaquín Calvo Sotelo. 5/ La obra trata de resumir cuarenta años de vida española, desde finales del siglo pasado hasta la proclamación de la guerra, a través de los avatares de una familia militar conservadora…La película resulta acartonada y aburrida, tanto es así que se convirtió en un título “maldito” y no precisamente por problemas con las autoridades. Quizás valga la pena citar también La muralla (Luis Lucia, 1958), otra adaptación del mismo autor que ofrece una visión muy particular de un conflicto entre los vencedores y los vencidos de la guerra. El protagonista, mientras dirige un cuerpo de las tropas llamadas “nacionales”, encarcela a un notario rico y le promete que no lo fusilará si hace escrituras en su favor, legándole todos sus bienes…Se sugiere una dimensión más de la guerra, la de la expropiación de los bienes de los perdedores, otro tema “tabú” sobre el que solamente se ha empezado a investigar en fechas recientes.

Una escena en verdad monárquica es la que incluye Berlanga en Novio a la vista (1953) en la que describe el examen del último Borbón al que unos profesores lacayunos le preguntan precisamente por dicha dinastía, y el niño desglosa, tal, tal y al hasta que acaba diciendo “Y mi papá”. Cuando el siguiente trata de sentarse en el mismo sillón, se lo quitan de malas manera y le colocan un vulgar taburete. A continuación le preguntan sobre el Imperio austrohúngaro…Resulta como un prólogo del enfoque que década más tarde se empleará para enfocar el reinado de Juan Carlos I, al que un último Octavio Paz atribuyó en 1987 haber sido el que, después de todo, ganó finalmente la guerra.

Como es habitual en toda película que trata de ofrecer un testimonio fehaciente de una realidad, Mourir à Madrid (1963) comienza ofreciendo los datos básicos de la situación de un país que en 1931 es casi como Francia, con 24 millones de personas, la mitad de las cuales son analfabetas, 8 millones son pobres, 2 millones de campesinos sin tierra, 20.000 personas poseen la mitad de España, existen provincias que son de un único propietario, los trabajadores gana de 1 a 3 pts., un kilo de pan vale 1 pts, hay 31.000 sacerdotes, 60.000 monjas, 1 oficial por cada 60 soldados, etc., etc.. La esperanza de vida de los trabajadores es de las más bajas de Europa, las desigualdades se cuentan igualmente más tremendas. En 1931, los españoles descubrieron que podían ser ciudadanos, que podían tener derechos. Derechos a la palabra, a defender su dignidad y sus mejoras de vida a través de sindicatos y partidos obreros. Que no podía ser que hombres y mujeres trabajaran en condiciones pésimas y a pesar de ello, carecer de lo fundamental. Estaban retomando otra tradición, la de la resistencia a los poderosos. El entusiasmo y el optimismo. Una realidad que se manifestó también en el cine. Fue con el cine hablado, con la República que este comenzó a andar y conseguir libremente el favor del público.

A su manera, el cine reflejó el ambiente de renovación y contestación que se vivió en todos y cada uno de los aspectos de la vida social y cultural de unos tiempos en los que una parte de la población seguía soñando en “príncipes” y “princesitas” tal como les habían formado, no en vano durante mucho tiempos los “tebeos” para las niñas iban de eso. Pasada toda la historia, del franquismo monárquico, de las canallas sin límites de Juan Carlos, entre otras cosas cómplice de Videla, y todo lo demás las cosas ya no son iguales. Ya nadie se creo eso de que “el rey es la primera espada de España” como si estuviéramos todavía con los reyes visigodos. Cierto que existen intereses muy siniestros detrás de esos cuentos y de dicha espada.

Notas
1/ La más importante fue la producción Cifesa, Alba de América (Juan de Orduña, 1951), realizada en respuesta de Christopher Columbus ( David MacDonald, RU, 1949) que fue estrenada décadas más tarde en TVE. La película de Orduña fue una verdadera superproducción. Según Amparo Rivelles (“Queridos cómicos”), la comitiva de nativos estuvo compuesta por toreros mexicanos, y el nativo que recita el “Padre nuestro” era Ruben Rojo, hijo de exiliados españoles en México. A Orduña no le faltó el toque antisemita en la imagen de un oscuro usurero encarnado como era habitual, por el actor Arturo Marín, un tema tratado por Rafael de España en Antisemitismo en el cine español, obra editado por Internet.

2/ Romy tuvo una segunda oportunidad de recrear la otra Sissi, la descrita por Luchino Visconti en Ludwig II (Italia, 1972) Aquí, el éxito de Paquita Rico careció de continuidad aunque Luis César Amadori y otros trataron de explotar la fórmula.

3/ Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres, Marqués de Luca de Tena (Madrid, 1897-1975) se dedicó mayoritariamente a la comedia, aunque también fue autor de dramas y zarzuelas. El cine se acordó de él con Don José, Pepe y Pepito (1952), que fue trasladada al cine (1961) con más pena que gloria. En 1929 Juan Ignacio heredó la dirección del diario ABC y durante la República fue encarcelado por su contribución a las diversas tramas golpistas. A pesar del emporio mediático que le rodea, su obra yace bajo el polvo.

4/ Cánovas del Castillo (1828-1897) fue el arquitecto de la Restauración, la primera y modelo de la que impuesta con el régimen del 78. En su opinión, la propiedad era algo que otorgaba Dios, en cuanto a la democracia, es el gobierno el que dicta las lecciones y no estas las que determinan el gobierno. En La mano negra (Francisco Palacios, 2005), le atribuyen a éste la principal responsabilidad de una trama criminal, de un montaje policial destinado a aplastar en el huevo a la Internacional. Dado que el monarca se negó a estampar su firma en las penas de muerte contra los “chivos expiatorios” escogidos como culpable, fue el propio Cánovas el que, al final, firmó la sentencia.

5/ Joaquín Calvo Sotelo (1905–1993) era hermano del político monárquico-fascista José Calvo Sotelo, quien bajo el franquismo pudo llegar a parecer la única víctima de la violencia política d los años treinta, si bien es verdad que ninguna otra resultó un pretexto tan determinante para declarar la guerra. Como autor anotemos que La muralla batió todos los récords del teatro de la posguerra, con cerca de cinco mil representaciones, hasta fue considerada como la primera obra de “denuncia” del momento teatral previo a Buero Vallejo o Alejandro Casona con gozaron de un considerable éxito en los años sesenta.



Fuente → kaosenlared.net

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