¿No fue Jesucristo quien dijo aquello de que había que dar de comer al
hambriento, agua al sediento, ropa al desnudo y casa y cuidados al sin techo y
enfermo? Pues por lo visto aquello ya no vale. Los obispos están en contra del ingreso
mínimo vital que el Gobierno tiene previsto
aprobar en mayo para que millones de familias españolas puedan escapar del
hambre y la miseria tras la pandemia de coronavirus. Así de crudo y así de
duro. Y no puede alegar la Conferencia Episcopal
que la idea de Pedro y Pablo (los dos apóstoles del nuevo socialismo)
sea cosa de peligrosos rojos bolivarianos, ya que hasta el papa Francisco se ha pronunciado a favor de que los Gobiernos
concedan esa renta básica como “medida permanente”.
No sabemos qué opinión tienen los
obispos más conservadores acerca del Sumo
Pontífice, ya que el pecado lo llevan por dentro, pero por la forma de
pensar de algunos purpurados del búnker eclesiástico español, Bergoglio debe ser algo así como una
especie de espíritu maligno salido de la Teología
de la Liberación, un Antipapa rojo,
un Gorbachov del catolicismo
infiltrado en Roma para derribar el muro que separa a los pobres de los
ricos, a los parias de la opulenta Banca
Ambrosiana. Sea como fuere, el portavoz de la curia española, Luis Argüello, aseguró ayer en rueda de
prensa que la paga básica que prepara el Gobierno Sánchez para los más
vulnerables debe ser algo “coyuntural”: “En este momento, la renta básica ayuda
a quienes se han quedado en paro, para quienes lo necesitan a través del
instrumento que parezca oportuno es indispensable. Pensar en una permanencia de
grupos amplios de ciudadanos que vivan de manera subsidiada yo creo que no
sería un horizonte deseable a largo plazo para el bien común”.
Subsidiados. Cuesta trabajo aceptar
que para la curia española los pobres y los hambrientos, los desnutridos y los parias
que nada tienen, son simples “subsidiados”. No personas o seres humanos sino pensionados,
subvencionados, vagos, gandules y zánganos aprovechados −tal como los considera
Vox−. Las palabras de Argüello se
indigestan como una hostia rancia y caducada, no solo porque va en contra de
todas las enseñanzas que dejó El Maestro,
sino porque atufa demasiado a lenguaje de capataz y mayoral, a verborrea de las
élites, a retórica económica supremacista. Calificar como “subsidiado” a
alguien que necesita una renta mínima para comer, considerar a una persona sin
recursos económicos como un “subsidiado” −con una jerga despectiva propia de un
pijo de La Moraleja, de un racista
social o de un millonario yuppie−, es
a todas luces una degeneración filosófica y moral. Duele tanto a los oídos que
nos lleva a pensar qué ocurriría si Jesucristo retornara a la Tierra dos mil
años después. Sin duda, echaría a latigazos del Templo a más de un fariseo y sepulcro blanqueado que debajo de la
casulla lleva un traje caro de alto ejecutivo marca Íbex35.
No, ninguna persona es ni puede ser
una “subsidiada” sino un sujeto jurídico amparado y protegido por la Constitución Española del 78, un ser
humano que tiene derecho a una vida digna y a unas condiciones básicas y
elementales para sobrevivir porque así lo ordena no ya nuestra Carta Magna y la Declaración Universal de los Derechos Humanos (el gran catecismo
laico en estos tiempos de decadencia religiosa) sino un mínimo de decencia. Quizá monseñor Argüello ha
vivido tanto tiempo aislado en la jaula del Palacio Episcopal, rodeado de oro y ornatos, que ya no ve la verdad
del mundo ni cae en la cuenta de que en este país, después de la peste de Wuhan, todos vamos a ser un poco
subsidiados, desde el trabajador que ha perdido su empleo hasta el autónomo o empresario
que se ha arruinado con su negocio. La epidemia va a dejar un mundo de
subsidiados porque no habrá otra cosa, ni turismo, ni hostelería, ni bares para
tomarse un vino y olvidar. Eso sí, los curas seguirán recibiendo su paguita mensual
aunque las iglesias se vacíen por miedo al contagio. De alguna manera, tal como
ocurre desde hace dos milenios, seguirá habiendo subsidiados de primera y
subsidiados de segunda.
Cada día que pasa parece más evidente
que el revisionismo histórico de la extrema derecha ha calado también en la Iglesia católica en forma de
revisionismo evangélico y lo que ayer eran Sagradas
Escrituras y la palabra del Señor(mayormente ayudar al prójimo) hoy es un manual económico neoliberal, juego
retórico, reinterpretación y cálculo político. Algunos obispos hace tiempo que
dejaron de ser ministros de Dios para reciclarse en asesores económicos del
gran capital y la derecha, expertos contables que siguen religiosamente la
“vox” de su amo. Pues amén.
Fuente → diario16.com
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