La extrema derecha española, francesa e italiana ante el coronavirus
 
La extrema derecha española, francesa e italiana ante el coronavirus / Guillermo Fernández Vázquez :

Quizá se sorprendan o quizás no: Marine Le Pen ha acusado al gobierno francés de “incompetencia”, de “mentir”, de “exponer temerariamente a los sanitarios”, de “no hacer suficientes test”, de “permitir una falta alarmante de mascarillas” y de haber respondido de una manera “tardía” e “inadecuada” a la crisis del coronavirus. La presidenta del Reagrupamiento Nacional se atreve incluso a insinuar que Emmanuel Macron es responsable de las muertes en Francia. Poco le ha faltado para iniciar una campaña en redes bajo el hastag: #MacronElSepulturero.

Solemos pensar a España como excepción, como singularidad singularísima, pero a menudo lo es menos de lo que creemos. De hecho, existen sorprendentes paralelismos entre la estrategia comunicativa de la derecha radical a un lado y otro de los Pirineos. En ambos países, tras una primera semana de confinamiento de relativa tregua, la extrema derecha (y la no tan extrema) ha descubierto que una crisis tan radicalmente inmanejable como la actual es dinamita política. Que las oportunidades que abre una situación así son inmensas, que de la angustia a la irritación sólo hay un paso, y que todo este cúmulo de novedad trágica puede hacer caer a un gobierno. Marine Le Pen pide la dimisión de varios ministros, Abascal del gobierno entero. Los dos esperan que la oposición de sus respectivos países se les acabe uniendo; y así ejercer de avanzadilla en lo estratégico y de líderes en lo cultural. A este impulso destituyente se le añade la conciencia de estar ante una disyuntiva poco frecuente en la política ordinaria: en tiempos de excepcionalidad, la acción de un gobierno sirve, o bien para asentar un carisma, o bien para destruirlo. Todo depende de la interpretación mayoritaria acerca de los hechos que se extienda entre los ciudadanos. Por eso la batalla por el relato está siendo cruenta.

El modelo, tanto en uno como en otro caso, es Steve Bannon: son las hábiles campañas de agitación y propaganda emprendidas desde Breitbart News para desprestigiar la gestión de Barack Obama en Estados Unidos; y, a la inversa, catapultar la figura de Donald Trump, por entonces todavía un outsider dentro del Partido Republicano. Tal como hizo Bannon, en España y Francia se trata de que los ciudadanos salgan del confinamiento teniendo claro quién es el culpable, qué se hizo mal y por qué se necesita un cambio de gobierno. Para ello Vox y el Rassemblement National están aprovechando la hiperconectividad de estos días de cuarentena para poner en marcha una campaña muy agresiva en redes, WhatsApp y también a través de los medios de comunicación convencionales destinada a extender la idea de que el gobierno, en uno y otro país, no es de fiar. El asunto no es sólo decir que sus gobiernos han cometido imprevisiones e imprudencias notables, sino de avanzar la idea de que han traicionado a su población. O sea que, motivados por oscuros intereses (esto último siempre se deja apuntado implícitamente), los gobernantes han roto el pacto mínimo de protección con la ciudadanía. Un escenario que justifica moralmente la rebelión ciudadana y habilita a la oposición para sustituir al gobierno.

Esta actitud beligerante de las derechas radicales a un lado y otro de los Pirineos contrasta con el perfil bajo que ha adoptado estas semanas el líder de la Lega, Matteo Salvini. El ex ministro del interior italiano lleva dos semanas manteniendo una actitud de crítica muy moderada al gobierno de Comte, a pesar de que los sondeos de los últimos meses apuntaban a una posible victoria del candidato ultraderechista en unos hipotéticos comicios. O quizás precisamente por este motivo. Salvini ha defendido las medidas de confinamiento de la población así como también el polémico decreto para la paralización de la economía italiana. A lo máximo a lo que se ha atrevido es a proponerse para entrar en un gobierno de “unidad nacional” que (y en este matiz está la clave) no implicaría que ninguno de los miembros de la actual coalición la abandonase, sino que en todo caso comportaría una suma. Por supuesto que todos los partidos se mueven estratégicamente y son actores interesados en un entorno electoral competitivo, pero sus trayectorias tácticas pueden ir en ocasiones más orientadas hacia la responsabilidad; o, por el contrario, alejarse de ella (si consideran que eso les puede beneficiar). En perfecto contraste con la moderación de la Lega, los ultraconservadores Hermanos de Italia critican estos días la paralización de la economía y la adopción de medidas drásticas de limitación de la libertad de circulación de los ciudadanos. De modo que nos encontramos en una situación en la que, mientras Salvini habla de protección, Giorgia Meloni lo hace de totalitarismo.

La conjunción de tres crisis (sanitaria, económica y europea) genera un terremoto que, precisamente porque lo descabalga todo, muestra a las claras los fantasmas de cada formación política. En el caso de Vox, los comunistas en el gobierno (a los que hay que echar por todos los medios); en el caso de Marine Le Pen, los intereses espúreos que guían la presidencia de Emmanuel Macron (por culpa de los cuales el gobierno no se preocupa de la gente); y, en el caso de Matteo Salvini, la protección de los italianos (que en este caso coincide a grandes rasgos con lo que hace el gobierno y las regiones del norte gobernadas por la Lega). Al mismo tiempo, la interiorización de que el solapamiento de las tres crisis lo va a cambiar todo provoca que los partidos se pongan muy nerviosos, quieran situarse de forma explícita en las mejores posiciones de la rampa de salida, y nos permitan observar muy nítidamente cuál va a ser su estrategia en las próximas semanas.

Los casos de España y Francia invitan a pensar que las derechas radicales de ambos países van a aprovechar la situación para dejar tocados de muerte a los gobiernos de sus respectivos países y que, para ello, no van a escatimar esfuerzos comunicativos. Que las redes y los micrófonos van a arder. De modo que a los sufridos españoles y franceses nos esperan semanas de hipérbole, excesos, salidas de tono y creación de una atmósfera destituyente.
 

Fuente → diario16.com

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