Guernica y “El niño que tenía un oso de trapo”
 
 El 26 de abril se cumplió un nuevo aniversario del bombardeo sobre la ciudad vasca. El recuerdo de una historia reconstruida desde la militancia y el arte.
 
Guernica y “El niño que tenía un oso de trapo”
Alicia García Tuñón
 
En la escuela, en Historia nunca estudiamos la Guerra Civil española ni otros hechos históricos que mostraran revueltas populares, guerrillas de liberación o luchas contra el poder hegemónico, contra el capitalismo.

Tuve la suerte de que en Estudios de la Realidad Social Argentina (ERSA), esa materia que reemplazó en 1973 a la “Educación Democrática” de la dictadura de Agustín Lanusse, una profesora nos hablara e hiciera investigar sobre la guerra de Camboya, Vietnam y algunos movimientos revolucionarios de Latinoamérica. Y comencé a tomar real conciencia de las desigualdades en el mundo, de que había explotadores y explotados, de que era posible cambiar el mundo aunque la forma de hacerlo tenía grandes costos humanos. Pero que ese era el camino. Sin dudas, mi historia familiar también estuvo presente.

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Este 26 de abril se cumplieron 83 años del bombardeo a Guernica, en el marco de la Guerra Civil Española, por parte de la aviación de la Alemania nazi. La ciudad vasca fue sometida a un feroz ataque aéreo con bombas explosivas, incendiarias y ráfagas de ametralladoras lanzadas contra la población civil desde los aviones.

El 31 de marzo de 1937 había comenzado la ofensiva franquista contra la Euskadi autónoma, que -desde la aprobación del Estatuto de autonomía en octubre de 1936- resistía casi aislada del resto de la España republicana, con un gobierno de coalición entre el católico Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el Frente Popular, presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre, del PNV.

El Gobierno de Euskadi había enviado trenes especiales a fin de abastecer de comida a la masa de refugiados de Bilbao, que sufría los efectos del bloqueo naval. Ello explica la masiva afluencia de gente al mercado. En Bilbao había hambre y en Guernica había comida, de modo que se enviaba fundamentalmente a mujeres y niños a comer a estos mercados situados en áreas rurales con abundancia de huertas y campos de siembra.

En poco más de tres horas cayeron un total de 1.300 kilos de bombas según las fuentes más moderadas, 40 mil según otras, inaugurando una nueva categoría de destrucción total que sería replicada durante la II Guerra Mundial. España se convirtió en un laboratorio militar para probar el armamento más nuevo en condiciones de batalla.

Mediante este bombardeo se pretendió sellar la guerra en Euskadi pero al mismo tiempo el mando alemán y, en particular el coronel Wolfram von Richthofen, experimentaron en Guernica un nuevo modelo o estrategia de bombardeo consistente en inmovilizar a las víctimas dentro de un anillo de fuego generado por bombas explosivas de gran tamaño y una extraordinaria proporción de bombas incendiarias. No fue éste el único experimento de la Legión Cóndor y Richthofen. Durante la campaña de Polonia redujo la ciudad mercado de Frampol a cenizas en el curso de otro experimento de guerra.

Más de dos mil personas perdieron la vida en Guernica el 26 de abril. Las tropas franquistas cercaron la ciudad, pero no recuperaron ni identificaron los cuerpos. Lo que hicieron fue borrar cualquier indicio material del bombardeo.

Se borró todo, se rasgaron páginas de registros y se tacharon nombres de los libros parroquiales. Pero fundamentalmente, tal como expresaron algunos de los prisioneros de guerra obligados a llevar a cabo las labores de desescombro, cuando encontraban cadáveres los obligaban a continuar trabajando, sin dejarlo asentado en ningún lado. 

Los cuerpos de las víctimas fueron retirados con el resto de los escombros a los depósitos de despojos. De hecho, las tareas de la primera fase de desescombro de la villa comenzaron recién el 21 de febrero de 1939, casi dos años después del bombardeo, y el 24 de diciembre de 1941 no se había concluido ni siquiera la limpieza del casco antiguo. 

Tras haber retirado 91 mil m3 de escombro durante más de tres años de trabajo no se registró ni una sola muerte y hablar del bombardeo fue durante mucho tiempo delito.
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En mis clases de Literatura, siempre intenté que se colara la verdadera historia. Muchas veces con la resistencia de las autoridades aunque como no siempre conocían a los autores que daba, se colaban textos mucho más “peligrosos” que los que ellos sentenciaban como inconvenientes.

A finales de la dictadura, cuando hacía mis prácticas, me dijeron que no podía dar autores latinoamericanos: ni Gabriel García Márquez, ni Mario Vargas Llosa (como si ideológicamente fueran lo mismo), ni Julio Cortázar. 

Decidí dar un cuento de la española Ana María Matute, “Pecado de omisión”. A dos compañeros de escuela les deparaba la vida historias diferentes; a uno, al quedar huérfano, su tío, el intendente del pueblo, lo había mandado a cuidar ovejas al monte y no siguió estudiando, el otro se recibió de abogado. Al encontrarse en el pueblo, la furia lo invade y con un piedrazo, mata a su tío. 

Mucho hablamos, con mis estudiantes, de lo que había llevado a ese pibe a matar a su tío, de las desigualdades sociales, de la falta de oportunidades. Como no conocían a la autora ni sus relatos, jamás me lo cuestionaron. 


Un día de abril, llevé una copia del Guernica, de Pablo Picasso. Investigaron por qué Pablo había pintado ese cuadro y también un poco de la Guerra Civil Española. Y les acerqué de Manuel Lueiro Rey, “El niño que tenía un oso de trapo”, cuento dedicado a Picasso, al Guernica, a sus muertos. 

Fuimos redescubriendo cada personaje, cada fragmento de ese horror al que Pablo había representado en su mural. El toro con el cuerpo oscuro y la cabeza blanca, parece mostrarse impasible ante lo que ocurre a su alrededor. La madre con el hijo muerto, con la cara vuelta hacia el cielo en un ademán o grito de dolor. El guerrero fallecido con sus manos extendidas. El caballo que ocupa el centro de la composición con su cuerpo hacia la derecha, pero su cabeza, igual que la del toro, que se vuelve hacia la izquierda simbolizando a las víctimas de la guerra. Así con cada una de las terribles imágenes de la masacre.

Manuel Lueiro Rey fue un escritor gallego, periodista, agitador cultural, militante antifranquista. Con militancia en el Partido Comunista, estaba convencido de que la creación artística podía despertar las conciencias y mantener viva esa memoria histórica que la dictadura de Francisco Franco pretendía borrar.

Cuento, poesía, texto fragmentado en el que la disposición gráfica de las palabras es tan significativa y trágica como su contenido. Diálogo del niño que yace en brazos de su madre con su oso. Al igual que en cuadro de Picasso, sin colores, sólo presentes el blanco y el negro pero en el cuento la muerte del niño es el centro, un niño que tenía los ojos de esperanza.

Los muertos de Guernica y de tantas luchas no quedaban impunes.

El niño jugaba en la plaza del pueblo… Sobre a tierra firme de la plaza del pueblo…Gozando del sol claro del sol de abril….

Entre las ramas de los árboles, con la savia nueva, se oía el piar de pájaros libres…Y el sol batía en el cristal de las ventanas libres…Y el aire removía los cabellos libres del niño…Y las mujeres voceaban libremente en el mercado del pueblo…

¡Libre era todo!
¡La voz del hombre!
¡El juego el niño!…
¡El agua!…
¡El viento!…
¡la luz!
¡El sol!….

¡Libre era todo!

De pronto un vuelo de cuervos dejó caer la muerte desde el cielo. La muerte caía desde el cielo sobre los tejados de las casas del pueblo en forma de metralla…


Al niño lo enterraron sin el oso de trapo. En la tabla que señala su tumba – un puñado de tierra, un puñado de silencio- se puede leer: 

EL niño
Antonio Zabalagoitta Echevarría
Muerto en el bombardeo
De los aviones alemanes
El día 26 de abril de 1937

GUERNICA

Pero yo sé que si aquel niño hubiese llegado a hombre, seguiría pisando la tierra con firmeza, buscando los caminos nuevos, porque tenía los ojos llenos de esperanza.

El conocimiento nos hace libres para construir memoria, para buscar la verdad y perseguir justicia. 


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