14 DE ABRIL DE 1931 ( Anécdota Historica)
Teresa Santos. Colectivo Republicano “Antonio Machado”
El día 14 de abril de 1931, mi padre fue con mi abuelo a presenciar la proclamación de la II República en el balcón del ayuntamiento. Tenía once años y desde su mirada de niño, ahora sería de preadolescente, pero eso antes no existía, intentó interpretar todo lo que estaba sucediendo.
—Padre ¿qué va a pasar a partir de ahora?—preguntó a mi abuelo que con una actitud mezcla entre emoción y expectación le contestó:
—Pues mira hijo ¡mañana todos a vivir sin trabajar!
Para mi padre, aquella respuesta que con su edad no pudo interpretar en su más amplio sentido, significaba que al día siguiente, su padre, al que todos los días oía levantarse muy temprano para acudir a su modesto trabajo, ese día no se levantaría, se quedaría en la cama un poco más, como si fuera domingo y al día siguiente tampoco se levantaría temprano, ni al otro, ni al otro… y como por arte de magia seguirían viviendo sin ninguna preocupación.
Pero él nos contaba muchas veces cual fue su decepción cuando al otro día, a la misma hora que todos los días, oyó a su padre levantarse y salir de casa camino del trabajo. Y entonces pensó que nada había cambiado, que todo seguía igual y que para qué servía entonces tanta emoción por la llegada de eso que llamaban República.
Fue creciendo y a medida que lo hacía su mente también iba entendiendo lo que aquel día su padre quiso transmitirle sin demasiado éxito, pues sus pocos años no le habían permitido interpretar aquella metáfora. Fue entendiendo que lo que su padre quería transmitirle era la confianza que los trabajadores más humildes, las clases más desfavorecidas, habían puesto en ese régimen político. Fue entendiendo que solo era posible la igualdad entre los seres humanos si desde la política se luchaba por los derechos del pueblo, por la educación, por la sanidad, por la igualdad de oportunidades para toda la ciudadanía. Fue entendiendo que el único régimen político legítimo es el que el pueblo elige libremente a través de su voto, que las monarquías legitiman el poder a través del injusto mecanismo de la herencia. Fue entendiendo todo eso y mucho más y por eso, cuando estalló aquella injusta guerra no lo dudó y teniendo dieciséis años marchó a Madrid y se alistó voluntario en las filas republicanas.
Cuando acabó la guerra y tras otros duros años de campo de concentración y mili obligatoria, tuvo que tragarse, como tantos y tantos, la derrota y la ilusión, que se quedaron en manos de quien allá en El Mogoto, en Tetuán, le robó las botas y el carnet de la Juventud Socialista Unificada. Tuvo que tragarse la imagen de aquel 14 de abril de 1931 con Antonio Machado a la cabeza y en cuya casa vivió un tiempo de su infancia. Tuvo que tragarse las palabras que hubiera querido pronunciar en compañía de Agapito Marazuela con quien tuvo una estrecha amistad. Tuvo que tragar, porque eran tiempos difíciles, de depuraciones y cárcel. Pero jamás olvidó, hasta que desgraciadamente perdió la memoria, jamás olvidó ni un solo momento de los que había vivido luchando por aquel ideal y vivió la dictadura cantando la internacional para dentro, para sí mismo y los suyos. Y el día que murió Franco, mi hermano y yo le preguntamos, igual que él preguntó a su padre:
—Papá ¿Qué va a pasar a partir de ahora?
Y él, entre emocionado y expectante nos contestó:
—A partir de ahora, podéis ir al colegio y decir lo que queráis, se ha muerto “el enano”.
¡VIVA LA REPÚBLICA!
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