Pepita Laguarda (1919-1936), la más joven miliciana muerta en combate
 
 
Se escapó de su casa y en compañía de su novio, Juan López Carvajal, se alistó en la columna Ascaso para morir en el frente de Huesca el primer día de combate
Pepita Laguarda (1919-1936), la más joven miliciana muerta en combate /
Félix Población / diariodelaire.com:

Pepita Laguarda Batet

Basta ver la inteligente y decidida expresión de sus ojos y la firmeza de su fisonomía para suponer que Pepita Laguarda Batet era una mujer con resuelta capacidad de entrega, a la que movía una razón impulsiva y radical, sin dobleces. Cuando un rostro así asoma de entre los miles de rostros que mató una guerra como la de España, no se puede evitar un pensamiento acerca de los frutos que habría podido dar su vida si su destino hubiera sido vivirla hasta la senectud, que bien podrían haber sido los días de nuestro tiempo, como ocurrió con su primer novio y camarada, Juan López Carvajal.

Pero no fue así. A Pepita la mataron durante aquel verano en extremo sangriento de 1936, cuando movidos por las armas de los militares golpistas fueron tantos los odios y venganzas que se desataron a modo de salvaje pesadilla. Por suerte para esta joven aragonesa residente en Barcelona, sobre su cuerpo no se cebó la ira de una violación seguida de asesinato, habitual en los abrevaderos de esos mismos odios desatados, puesto que Pepita Laguarda Batet fue una de las milicianas -quizá la más joven de aquella guerra- que murió en el frente de combate, una mañana de primeros de septiembre de 1936 en las inmediaciones de la ciudad de Huesca.

Pepita residía en el barrio obrero de Santa Eulalia de L’Hospitalet de Llobregat, al suroeste de Barcerlona, y es muy posible que militara en las Juventudes Libertarias. Según el obituario publicado por el periódico Solidaridad Obrera, se alistó en las milicias obreras en contra de la voluntad de su familia. Literalmente, Jaime Ballus -firmante de la necrológica, con información facilitada por el propio Juan López Carvajal- llega a decir que se escapó de su hogar. Pepita se alistó después de los combates del 20 de julio en Barcelona, y lo puso en conocimiento de su novio -también anarquista, tipógrafo, de 22 años de edad-, que hizo lo propio. Ambos se inscribieron en el cuartel Miguel Bakunin de Pedralbes en el grupo 45, quinta centuria de la columna que llevaba el nombre del malogrado anarquista Francisco Ascaso, que combatía en el frente de Aragón.

El obituario del diario lo encabeza un antetitular (Nuestras heroínas), bajo el que se lee: “La compañera Pepita Laguarda Batet ha caído heroicamente a los pies de la ciudad de Huesca”. En el texto se ensalzan las cualidades humanas y valentía de la miliciana, así como la sencillez de trato y laboriosidad que la caracterizaban. También se alude a su combatividad, destreza y soltura con el fusil, algo que posiblemente formaba parte del formalismo con el que se redactaban esas necrológicas, pues Pepita apenas tuvo tiempo para demostrar sus aptitudes y “arrestos varoniles cara al enemigo”.
 
 
Según el citado periódico, el 1 de septiembre Pepita cayó mortalmente herida a las cinco de madrugada en los alrededores de la ciudad aragonesa, después de haber permanecido unas horas en combate en puestos de avanzadilla. “Su cuerpo moribundo fue conducido por sus compañeros hasta el puesto de la Cruz Roja. De aquí pasó al hospital de Vicién, donde se le prestaron las primeras curas de urgencia, para ser trasladada a continuación al hospital de sangre de Grañén. Se le dispensaron todos los recursos de la ciencia médica, pero la gravedad de la herida fue superior a las atenciones dispensadas. Expiró a las nueve y media de la mañana del mismo día”.

Jaime Ballus se sirve de la información aportada por Juan López Carvajal para afirmar que hasta los últimos instantes Pepita mantuvo su proverbial lucidez. Su muerte fue muy sentida por sus camaradas de la 5ª centuria de la columna Ascaso, de la que “era el alma por la alegría y bondad de su carácter”. Ante su cadáver desfilaron numerosos compañeros y la totalidad del pueblo de Grañén. “El ataúd fue envuelto en la bandera rojinegra y muchas flores fueron depositadas encima para embellecer el instante doloroso, pero sublime, de la chiquilla de 17 años que ofrendó generosamente su vida en las inmediaciones de la ciudad de Huesca”.

La necrológica concluye diciendo que Juan López Carvajal se encontraba en el Hospital General de Cataluña. “Su vida -nos dice el desconsolado camarada- sólo tiene un objetivo. Luchará a muerte por el triunfo de la revolución social. Y luchando por el proletariado, vengará a la camarada que murió por la redención de la clase trabajadora. Una vez más -concluye el obituario-, nuestras compañeras nos dan el ejemplo. Enaltecemos a las mujeres que ofrecen su pecho a las balas enemigas”.

Dos meses después de que se difundiera la noticia en el periódico de la CNT (13 de septiembre) y en el diario El Sol, está fechada la tarjeta con la fotografía de Pepita que Juan López dirigió a su hermano, Pedro Laguarda Batet, comunicándole la muerte de la miliciana el 13 de noviembre: “Por la presente recibe el más afectuoso saludo, del que comparte contigo el dolor por la pérdida irreparable de un ser querido. Frente de Huesca”. El hermano de Pepita fallecerá en Barcelona a una edad avanzada en 2015.
 

Juan López Carvajal siguió combatiendo hasta el final de la guerra. Fue uno más de los cientos de miles de republicanos que después de la derrota tomaron el camino del exilio. Lo sabemos gracias a su autobiografía, titulada Memorias de mi vida (Memorias de un trabajador anarcosindicalista en la España del siglo XX), escrita en francés en 1995, y al testimonio de su hijo Helios Gómez Gásquez. En esas memorias hay muy pocas referencias de quien en 1935, cuando Juan López se trasladó a Palma de Mallorca para hacer el servicio militar, era ya su prometida, y su padre y la propia Pepita Laguarda lo despidieron en el puerto de Barcelona.

Será al volver de permiso a la ciudad condal en julio de 1936 cuando se produce el golpe militar y en compañía de su novia se alista en la columna Francisco Ascaso, muy en contra de los planes previstos por la joven pareja para ese verano. Ambos partieron de la Estación del Norte de Barcelona en ferrocarril hacia Lérida -según cuenta Juan-, y de aquí a Monzón. Juan López no llegará a combatir en el frente a causa de una infección intestinal que le obligará a ingresar en la enfermería. El autor fecha estos episodios a primeros de septiembre. “Pepita -escribe- se dirigió al frente en un auto blindado. El ataque contra Huesca se inició al alba y a media mañana llegó la primera ambulancia con el primer herido: Pepita Laguarda”.

“La bala -seguimos leyendo en las memorias del anarquista- le había penetrado por la parte superior de la espalda y se quejaba de su estómago. Fue llevada inmediatamente a Grañén donde el doctor dijo que había perdido mucha sangre y que necesitaba una transfusión. Me ofrecí para la transfusión. Pero ya era demasiado tarde, y unos minutos después ella murió. Después del funeral fui evacuado al hospital de San Pablo de Barcelona”. A la llegada de ambos al frente de Huesca y sin que Pepita lo supiese, confiesa Juan haber escrito a sus padres diciéndoles que escribieran un telegrama al jefe de la columna diciendo que su padre estaba gravemente enfermo, para que Pepita volviese a Hospitalet, pero ese telegrama no llegó. No hay ninguna otra alusión más a Pepita en las memorias de Juan López, que luego llegará a ser teniente y participaría en la batalla del Ebro.
 


Juan había nacido en la provincia de Almería en 1911, pero sus padres se trasladaron pronto a Barcelona en busca de una vida mejor. No lo fue al principio porque, según recoge su hijo Helios López, la familia vivía en una cueva, no tenían agua, andaban descalzos y no conocían la leche y se calentaban con leña del bosque. Durante unos años, Juan estudió en una escuela de Pueblo Nuevo y a los once se puso a trabajar en una imprenta, tras el fallecimiento de su madre en 1923 a consecuencia de una gangrena de útero, después de haber dado a luz a su hermano Félix. Se hizo tipógrafo y militante de la CNT, muy interesado siempre por la cultura dentro de la asociación Faros y las Juventudes Libertarias, donde posiblemente conoció a Pepita.

”En 1936 te comprometiste contra el fascismo, por la revolución social, esta gigantesca esperanza que animó a la clase trabajadora- escribe Helios-. Te convertiste en un oficial de la República, sin renunciar a tus ideas de solidaridad. Tu hermana Ana perdió a su esposo bajo los bombardeos fascistas en Barcelona y tuvo que enfrentarse valientemente a ese terrible periodo de posguerra con tres hijos. En el exilio conociste las alegrías de la bienvenida en las playas francesas [alusión irónica a los campos de concentración], compartiendo un pan de dos kilos entre 25 personas“.

El hijo de Juan López se refiere a continuación a la formación de su familia: a Josephine Gásquez, su madre, a la reunión con los primos de Juan, primero en Tours y luego en París, donde nació Orchidée [fallecería a los pocos meses]. Después del nacimiento de Helios, el matrimonio viajó a Buenos Aires en donde residirán en los primeros años cincuenta y donde nació Aurore en 1951. A instancias de la hermana de Juan, Ana, la familia regresó a Barcelona en 1955, donde fue detenido y hubo de rehacer un periodo militar durante el cual nació Montserrat. Después volvieron a Francia, en donde el matrimonio tuvo a su último hijo Françoise-Xavier, manteniendo siempre sus relaciones con sus amigos de la CNT. Fue en este país, en donde falleció, donde se puso a escribir su autobiografía, de la que tan poco memoria queda de Pepita.

Para Juan López Carvajal, según su hijo mayor, construir una gran familia unida fue un gran consuelo después del terrible fracaso de las ilusiones nacidas en 1936. Helios concluye agradeciendo a su padre ”todo lo que le ha dado, con una mujer valiente y admirable a su lado, especialmente los valores de solidaridad, ayuda mutua y amor“. El texto fue leído en francés durante una pequeña ceremonia de despedida celebrada en Lyon el 29 de diciembre de 2011, antes de que el cuerpo de su padre fuera entregado a la ciencia, según su propia voluntad y la de su esposa, fallecida años antes.

Tiempo después, Helios Gómez se puso en contacto con Ramón Ignasi Redondo Laguarda, residente en Manresa, cuya tía abuela se llamaba Pepita Laguarda Batet. Quizá buscó ese encuentro porque, además de esas pocas notas de su padre en sus memorias públicas, Pepita tuvo mucho más contenido emocional en la memoria personal y familiar de Luis Gómez Carvajal. A propósito de este último episodio, creo oportuno recordar unos versos del poema Primer amor, escrito por Carmen Conde:

”¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura/ que estrenas con la vida recién brotada al mundo?¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!/ Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo/ para quemar el cielo subiéndole la tierra.”
 

Fuente → elsaltodiario.com

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