Ni caridad ni solidaridad ni más de lo mismo, ¡comunismo y república!

Ni caridad ni solidaridad ni más de lo mismo, ¡comunismo y república!
: Aunque solo sea por descarte, la realidad está siendo más tozuda que la propaganda de los paniaguados y mercachifles de toda ralea y adeptos a los comunicados oficiales, contra pronóstico los valores seguros que emergen con pujanza son el comunismo y la república. Por supuesto, la gente no es consciente de su subconsciente y sigue inconscientemente las rutas marcadas por lo consabido y la imitación de modelos icónicos: hay que rascar más a fondo y gritar más fuerte, darle tiempo al tiempo.

China ha parado en seco la crisis del coronavirus mientras Occidente, la Unión Europea principalmente, superará el número de afectados y muertos por Covid-19 con una población muy menor a la de la potencia económica y demográfica asiática.

Lo que aún queda de comunismo en el gigante chino está siendo capaz de hacer frente y derrotar al diminuto y letal enemigo vírico. En España falta de todo: mascarillas, camas, material sanitario de primerísima necesidad, recursos humanos. Vale decir algo similar para Europa y otros lares del mercadeo salvaje. Cuando las políticas de lo común meten en cintura al imperio del lucro, las inmensas mayorías salen ganando.

En España vemos asimismo como la monarquía es una entelequia que sostiene un falso y fatuo régimen de consensos mutuos entre la elite de castas privilegiadas originadas en el franquismo, las multinacionales depredadoras, los irredentos fascistas católicos, la clase media alta de profesionales liberales venidos a más y los reductos de la izquierda colaboradora adosada al PSOE cocinada en Suresnes, binomio González-Guerra: maneras posmodernas en envoltorio rojo rojísimo de arengas mistificadoras. El sistema férreo a la vez que infantil se viene abajo: tenemos la Corona sucia hasta los tuétanos; la herrumbre contiene un severo carcoma que corroerá hasta las entretelas del últmo súbdito y de la útima sabandija que bese la mano espuria de Felipe apellidado el Sexto.

Como en toda crisis que rompe la normalidad cotidiana del capitalismo, los voceros enjaretan discursos sobre dos ejes ideológicos manidos por los publicistas de turno a sueldo: la unidad de toda la nación, sea ésta la que fuere, y una lucha decidida por socorrer en primera instancia a todas las personas vulnerables. Las palabras totémicas son, pues, unidad y vulnerabilidad, mito y eufemismo para encandilar a las masas que salen a aplaudir en sus balcones noche tras noche desde la declaración del estado de alarma para romper la rutina del enclaustramiento y sentirse dueños colectivos, por un instante poético, de un destino del que son elementos pacientes y pasivos al albur de los vientos que soplen desde las alturas de la autoridad competente (o incompetente). Batir palmas en compañía reduce la soledad del confinamiento y estimula la oxitocina, hormona del amor y el afecto según los expertos neurobiólogos.

Muchos periodistas y opinadores de los mass media de tinte izquierdista lloran como infantes y rezuman empatía redentora en sus textos por estas muestras “espontáneas” de solidaridad del común. Son lágrimas de una metástasis silente: tienen asumido sin saberlo un sesgo de clase media con pensamientos tibios de salón-comedor amplio y luminoso con despacho propio ataviado con posters rompedores del Che, autores indies en mix con versiones antiguas y guays de furibundo pélvico rockanrolero y proclamas feministas recién salidas del horno creativo. Tampoco falta una excelente biblioteca de ensayos de la gauche divine. Son buena gente con visión de túnel: ¡viva la reforma, abajo la revolución!

El nacionalismo español de corte zurdista eleva a la enésima potencia la sanidad y la educación públicas: ¡son las mejores del mundo! Ahí es ná: otro mito visceral vicario: España, España, oé, oé, oé. Tenemos sistemas públicos deficientes y, por supuesto, con muy buenos profesionales; mejor que EEUU y el Reino Unido sin duda alguna, pero no caigamos en la mentira caritativa: muchos de los que se llenan la boca de nostalgia por el estado del bienestar tienen un seguro privado alternativo; se dice que 10 millones de residentes en España cuentan con seguros privadísimos de salud (declararlo a los cuatro vientos da grima, vergüenza ajena si cohabitas con círculos políticos morados o de cierta rojez ideológica).

Esa masa tierna y buena como el pan de candeal, la mayoría silenciosa o morralla o chusma en función de la perspectiva de clase adoptada, es esa muchedumbre que vota como si comprara compulsivamente en un supermercado: buscando la mejor oferta como excelente gourmet de mente colonizada y dejándose ir por el guiño publicitario más cuqui y seductor, es la multitud que sale en tropel estúpido a adquirir papel higiénico y a acaparar hasta la idiotez mercancías porque sí… Es la masa que se quedará en paro, no podrá pagar la hipteca o el alquiler y se comerá los residuos tóxicos sobrevenidos por la pandemia actual. Y, ojo, las medidas gubernamentales son más ambiciosas y sociales que si estuviera la derecha montaraz en La Moncloa, pero son chuiquititas ante el panorama que se avecina.

Digámoslo de una tacada: hay que, por una vez, “socializar las ganancias” y no las miserias y migajas del régimen capitalista. Socializar las pérdidas es lo que siempre hacen las elites internacionales y autóctonas para salir de los trances catastróficos: regalar prebendas legales y regar con dinero a la banca y grandes empresas en supuesta quiebra con el maná público, rebajando en el mismo paquete ideológico y financiero la presión fiscal para las capas más pudientes de la sociedad. Eso es lo que denominan unidad Felipe VI, Trump, Boris Johnson, Merkel, Macron y tantos otros prestidigitadores de Occidente, con Bruselas y Washington como lobbies señeros de esa tendencia falazmente altruista: esa unidad no llega a los pobres de solemnidad ni a las gentes trabajadoras que laboran sin mascarilla protectora en mitad del océano víral; al tiempo, las elites se bañan en las piscinas de sus chalés de lujo o practican deporte en sus gimnasios de casas colosales, mandando a sus criados y empleadas de hogar a comprar sus viandas y delicatessen a Carrefour o Alcampo o Mercadona. Incluso teletrabajan a destajo ordenando despidos y eres/ertes sin piedad (Amancio Orrtega y su Inditex transnacional despedirá a mansalva a la vez que producirá mascarillas a bajo precio o las regalará si se tercia: ¡qué buen corazón tienen los millonarios!

Socializar ganancias significa: nacionalizar, de verdad y no con medias tintas y argumentos ambivalentes de leguleyo avispado, el sistema de sanidad privado y la banca que registra beneficios siderales gracias a la pobreza y la precariedad vital y laboral persistente en España (y en el mundo). Vulnerable es una añagaza del lenguaje para sortear las bombas de injusticia y podredumbre que pueblan Occidente y la globalidad sin fronteras para la circulación bursátil y la explotación capitalista: también de virus malignos que matan más al que menos tiene.

Una batería de medidas audaces y justas, sin preámbulos que marean el entendimiento y sirven de coartada moral a los mediocres o timoratos: desde ahora mismo establecer una renta mensual suficiente para todas las personas sin ingresos o que se queden en paro durante la crisis sanitaria; moratoria inmediata de alquileres, subalquileres e hipotecas; control de precios de productos básicos; subida de impuestos y tasas inmediatas a rentistas improductivos. Hay que desamortizar la desiguadad, la plusvalía y los privilegios: eso sería salir auténticamente de la crisis, otras soluciones no serán más que parches para que el statu quo permanezca fiel a la costumbre de siempre habrá ricos y pobres.

Es hora ya de que los sindicatos mayoritarios alojados en el huésped neoliberal despierten del sueño apaciguador de la sopa boba de la democracia institucional de baja intensidad. Se hace necesario que suelten amarras: defender a la clase trabajadora va mucho más allá de la negociación colectiva y la denuncia puntual de los desmanes empresariales. Este mundo precisa de horizontes, de utopías, de sociedades de nueva planta, de mentes más críticas y espacios de encuentro donde corra el aire de la verdad plural y el espíritu de la cooperación.

Tras Covid-19 más capitalismo cutre y monarquía de pose, ¡no! ¡No gracias! Seamos atrevidos: hablemos de comunismo, dialoguemos sobre valores republicanos. Con sosiego, con decisión, escuchando tus razones, las tuyas tanto como las mías.

El negocio exige caos y crisis recurrentes para limpiar sus aguas fecales y rehacer los beneficios. Las pestes y los virus meten en cintura a las masas; el pánico controla los movimientos, crea escasez e inducen al existencialismo de agachar la testuz y tomar al vuelo las propinas de subsistencia que te ofrecen al vuelo: la necesidad modula las respuestas; a primera vista parece que es adaptativo sobrevivir a cualquier costa y contra cualquier competidor, a la larga la guerra total de todos contra todos solo puede acabar con la aniquilación de la mayoría o con un paisaje desolador de minorías selectas subyugando a un rebaño de esclavos, una distopía no tan fantástica ni lejana.

Sin embargo, existen otros caminos. China, a pesar de sus veleidades procapitalistas, ha sabido movilizar su tradición comunista contra la corrupción ética del lucro desmedido. Su éxito y solvencia son un ejemplo magnífico a estudiar sin pasión ideológica ni emociones que corticircuiten la razón: hechos, datos, políticas llevadas a cabo.

Y, por lo que respecta a España, el derrumbe moral de la Corona borbónica es más que evidente: su obviedad debiera transformar en detritus para la Historia a sus más acendrados defensores a ultranza. Felipe VI, en nombre de su familia, nos está tomando el pelo y escupiendo en nuestra propia cara. Lo mismo están haciendo sus vasallos mediáticos y sus cortesanos de la jet set mediante sus genuflexiones ridículas: solo quieren salvar sus cuentas en paraísos fiscales y sus sinecuras de estatus o aristocracia.

Pensemos en común. Pensemos en la III República. Mejor ahora que después. Sin espacios comunes habitables, la ley de la selva dictará lo que el porvenir será: más de lo mismo, una crisis y otra, nuevos virus y más miedo. 
 

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