Las relaciones comerciales y de amistad que durante décadas ha mantenido el rey emérito con los clanes árabes han tenido un nefasto final con la investigación judicial abierta por el fiscal suizo Yves Bertossa
Los contactos de Juan Carlos I con las élites de los negocios de Arabia Saudí se remontan a los años 70: En los últimos años, pocos países han gozado de una relación sentimental y económica tan estrecha y privilegiada con España como Arabia Saudí.
Un hecho que, no por ser una realidad, deja de producir cierta
extrañeza, ya que hablamos de estados que forman parte de mundos
geográfica, política y radicalmente distintos. El nuestro es un país
europeo con una democracia consolidada y avanzada que tiene firmados
todos los convenios internacionales sobre derechos humanos; Arabia es un
reino lejano de Asia Occidental cuya forma de Gobierno
es una monarquía absoluta fuertemente marcada por el islam donde, hasta
hace poco, las mujeres no podían conducir automóviles y donde a los
periodistas críticos con el régimen se les secuestra, se les tortura, se
les asesina y se les trocea en cachitos. Entonces, ¿cómo ha podido
nuestro país mantener relaciones amistosas y comerciales tan estrechas
con una satrapía donde los petrodólares imperan sobre el respeto a los
derechos humanos? Ahora sabemos que la respuesta tiene un nombre propio,
Juan Carlos I, rey emérito de España, y un motivo: los turbios y peligrosos negocios en el tórrido desierto árabe.
El exmonarca español siempre se ha considerado ligado por estrechos lazos emocionales a la Casa Real saudita. Esa amistad se remonta a los últimos años de la década de los 70 y principios de los 80, siendo el rey Fahd el hombre fuerte de Arabia Saudí. En aquella época un tal Adnan Khashoggi,
conocido traficante de armas que mantenía estrechos contactos con la
jet set de medio mundo, se convirtió en asiduo visitante de nuestro
país. Cada verano, Khashoggi atracaba su flamante yate, el Nabila, en Puerto Banús, Marbella (hoy se dice que aquel barco ha terminado en manos de Donald Trump).
Las gloriosas fiestas repletas de famosos, empresarios, políticos,
cantantes y artistas de cine que organizaba Khashoggi eran antológicas.
Corrían los tiempos en que Adnan Khashoggi era considerado el hombre más
rico del mundo (una fortuna estimada en más de 40.000 millones de
dólares) y no había negocio de armas en todo el planeta Tierra que no tuviera algo que ver con el gran capo de la industria del sector. Según publicó La Vanguardia, el magnate saudí “estuvo implicado en el escándalo Irán-Contra, fue procesado en Estados Unidos y salió más o menos tocado pero aún vivo. Su estrella empezó a declinar tras ser juzgado en Suiza acusado de blanquear 100 millones de dólares procedentes de la fortuna que el dictador Ferdinand Marcos sacó de Filipinas”.
Sin embargo, a partir de mediados de los años ochenta su éxito empezó
a apagarse. Perdió respeto, respaldo político y sobre todo contratos y
negocios. En su crespúsculo tuvo mucho que ver la lucha por el poder
entre los clanes rivales de Arabia Saudí. Khashoggi era hijo del médico
personal del rey Jálid Abdulaziz (monarca entre 1975 y 1982) y mantuvo su poder e influencia hasta que perdió la confianza del sucesor al trono, el rey Fahd.
El día que falleció el magnate de las armas, el 6 de junio de 2017, el diario El Mundo
tituló: “Muere Adnan Khashoggi, millonario saudí y amigo del rey Juan
Carlos”. ¿Cómo pudo mantenerse una amistad tan poco recomendable? En
julio de 2018, y tras publicar El Español una información sobre los audios de Corinna zu Sayn-Wittgenstein en relación con las presuntas comisiones por la construcción del tren AVE a la Meca que salpican al rey emérito, Shahpari Zanganeh, viuda de Adnan Khashoggi, salió públicamente a desmentir las informaciones del periódico de Pedro J. Ramírez que la relacionaban comercialmente con el emérito.
En un comunicado remitido a la redacción de El Español,
Zanganeh aseguró: “La sugerencia de que he tenido una relación económica
o financiera con don Juan Carlos I de España en relación con el
proyecto del AVE es absolutamente falsa. No ha existido nunca ninguna
relación económica o financiera con él ni con ninguna entidad
relacionada con su persona, ni tampoco se me ha mencionado nunca ninguna
posible relación”. La viuda del magnate añadió en su comunicado: “Mi
contrato estaba sujeto a los más altos estándares internacionales. Al
contrario de lo que se viene afirmando, no he participado en este
proyecto como intermediaria. He trabajado de forma efectiva para
gestionar el proyecto como project developer desde sus inicios,
en 2004. Mi larga carrera profesional trabajando en proyectos de esta
clase se ha construido sobre la base del trabajo duro y de mi
determinación, y no permaneceré impasible ante las falsedades que
pretenden perjudicar mi reputación profesional”.
De cualquier forma, en las últimas décadas España le ha sacado
ingentes cantidades de dinero al negocio de las armas con Arabia Saudí.
El año que estalló la guerra de Yemen, nuestro país batió un récord de
beneficios en ese sector. En 2015, la venta de misiles inteligentes
fabricados por empresas de nuestro país se disparó, generando airadas
protestas de las oenegés que defienden los derechos humanos en todo el
mundo. La pólvora española estaba sirviendo para masacrar a cientos de
disidentes yemeníes. Esta vez las gestiones del rey emérito y sus
contactos comerciales habían dado grandes frutos económicos, pero a
costa de dañar la imagen exterior de nuestro país.
Mientras tanto, las gestiones con la monarquía saudí abrían otros
frentes y negocios. El proceso de licitación de la línea férrea que
recorre los 450 kilómetros que separan las ciudades de Medina y La Meca
comenzó en julio de 2010 y en la obra tomó parte un consorcio de
importantes empresas multinacionales españolas. Hoy, ese proyecto está
siendo investigado con lupa por el fiscal suizo Yves Bertossa
por si tiene algo que ver con el pago de una supuesta comisión ilegal
de 100 millones de dólares que salpica al rey emérito. La operación se
remonta al 8 de agosto de 2008, como reveló el diario helvético Tribune de Geneva. Ese día el Gobierno de Riad, por orden del rey Abdalá bin Abdulaziz, transfirió los sospechosos 100 millones a una cuenta del banco suizo Mirabaud. La titular destinataria del depósito era una sociedad instrumental panameña, Lucum Foundation, vinculada a Don Juan Carlos y
constituida por dos de sus testaferros suizos. La fiscalía helvética
investiga si en septiembre de 2012 se transmitió parte de esa comisión,
unos 65 millones de euros, a la examiga del monarca español, la
empresaria alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein, en concepto de donación
por el “cariño” que le profesaba.
El pasado domingo, en su histórico comunicado de renuncia a la herencia manchada de su padre, Felipe VI se desvinculaba de cualquier tipo de relación con esta empresa offshore caribeña,
pese a que figuró como beneficiario de la misma “desde el momento en el
que se produjese el fallecimiento de Su Majestad el Rey Don Juan
Carlos”.
De alguna manera, todos estos negocios pueden deberse a las
intermediaciones de Juan Carlos I en tierra árabes y eso es lo que trata
de averiguar la Fiscalía de Ginebra. Aquella supuesta jugosa comisión
de 100 millones de dólares del Gobierno de Riad para el rey emérito se
produjo a los siete días de que el Boletín Oficial del Estado
publicara un acuerdo estratégico de colaboración con Arabia Saudí y
apenas tres semanas después de que se celebrara en Madrid una
conferencia de Diálogo Interreligioso, donde el régimen
saudí fue debidamente blanqueado por España como “país abierto y
tolerante, pese a estar considerado una de las peores dictaduras del
mundo” y pese a patrocinar una visión extrema del islam, según publicó El Confidencial. Curiosamente, según este diario, Juan Carlos I concedió a su homólogo, el rey Abdalá, la insigne Orden del Toisón de Oro,
“el reconocimiento de mayor prestigio internacional y el más alto que
el monarca podía conceder a título personal”. Abdalá bin Abdulaziz fue
rey de Arabia Saudí entre 2005 y 2015. Sin duda, una época de éxito para
los negocios de la Familia Real árabe, para las empresas
multinacionales españolas y por lo que se va viendo también para el
intermediario Don Juan Carlos I de Borbón.
Pero el último reprobable episodio, y quizá el más bochornoso por lo
que tuvo de desprecio a los derechos humanos, ocurrió hace apenas dos
años, cuando los medios de comunicación publicaban una fotografía del
rey emérito dando la mano afectuosamente al príncipe heredero árabe Mohamed Bin Salmán en el circuito automovilístico de Yas Marina (Emiratos Árabes Unidos).
El aspirante a la corona saudí, a quien la prensa internacional apuntó
como máximo responsable del asesinato y descuartizamiento del periodista
disidente Jamal Khashoggi a manos de los servicios de espionaje árabes, fue cariñosamente saludado por el rey emérito y su hija Cristina, que habían acudido a despedir a Fernando Alonso en su última carrera en Fórmula 1.
La imagen se hizo viral e hizo correr ríos de tinta. Un nuevo escándalo
que afectaba al rey emérito estaba servido. Hubo quien dijo que aquel
encuentro fue algo fortuito, una nefasta casualidad. Hoy ya sabemos que
cuando se trata de Don Juan Carlos y sus negocios, las casualidades no
existen.
Fuente → diario16.com
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