Laicismo y religión
Pepe Sánchez
La laicidad es una concepción de la vida en la que se aboga por la ausencia de filosofía o religión oficial en los Estados; no se admite ninguna verdad obligatoria. El laicismo es el movimiento histórico que reivindica la implantación de la laicidad.
La laicidad es la forma más justa de organización del Estado, es un vínculo común a los ciudadanos, y permite que éstos vivan sus diferencias en libertad e igualdad. Laicidad y democracia son dos caras de la misma moneda.
Los principios laicos de la libertad de conciencia y de igualdad de los ciudadanos son la base de la democracia auténtica.
La laicidad es, ante todo, un principio de concordia de todos los ciudadanos. Para que esto se logre, el Estado ha de ser ajeno a todas las religiones, por lo que debe de haber una separación neta de las Iglesias y del Estado. Y éste ha de mantener una neutralidad con respecto a las opciones de conciencia de cada ciudadano.
Si observamos la historia de la humanidad, vemos que en la Antigüedad las religiones politeístas fueron generalmente más tolerantes que las monoteístas (Egipto, Babilonia, India, Grecia, Roma, etc.) ya que las primeras asimilaban los dioses de otras religiones. En la Europa occidental hubo intolerancia religiosa: expulsión en masa de judíos y moriscos, caza de brujas, noche de San Bartolomé, etc. Hasta 1598, Enrique IV de Francia, con el edicto de Nantes, se empieza a proteger a los hugonotes, pero en España campa a sus anchas el Tribunal de la Inquisición. Al llegar la Ilustración ( Voltaire, la Enciclopedia, etc.) crece la libertad religiosa. Y sólo tras la Revolución Francesa, en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, se instituye por primera vez la libertad de culto, pero la secularización de la vida pública hubo de esperar en Francia hasta el 9–12-1905, cuando se aprobó la Ley de Separación de las Iglesias y el Estado.
En España, la Constitución de Cádiz, la ‘Pepa’, si bien supuso un avance sobre el régimen absolutista, siguió la senda de la confesionalidad católica, declarando a la religión católica obligatoria y única verdadera. De todas las Constituciones habidas en España, la única laica fue la Constitución republicana de 1931, ya que la actual, de 1978, sólo se declara aconfesional en el artículo 16.3, pero sigue propugnando un trato preferencial hacia la Iglesia Católica. Una Iglesia que, históricamente, ha convertido a España en una inmensa sacristía, moldeando siempre las conciencias: bautismo, confirmación, confesión, comunión, matrimonio, extremaunción y entierro. Una Iglesia que, en un Estado aconfesional, no tiene ningún impedimento para pasear sus performances por pueblos y ciudades, pero es que, además, invade el terreno público: escuelas públicas, hospitales, cementerios, Ayuntamientos, Parlamentos, Ejército, etc. Un Estado aconfesional que cae en el absurdo de nombrar alcaldesas perpetuas con bastón de mando a advocaciones virginales.
El Estado laico, en el que todos los ciudadanos gozan de una igualdad real y jurídica, no es de derechas ni de izquierdas. Las personas con creencias religiosas forman parte de la sociedad y por ello sus intereses han de ser tenidos en consideración, pero una religión no puede pretender imponer sus dogmas ni gozar de privilegios sobre los demás. Ha de haber respeto y convivencia.
¿Es antirreligioso el laicismo? En absoluto, todas las religiones son respetables. Lo que ocurre es que la religión muchas veces deriva en clericalismo, que es la política religiosa que pretende gozar de privilegios. Y entonces sí, el laicismo es enemigo del clericalismo.
La escuela laica. Los niños y niñas no tienen religión ni ideología política. Aunque nacen en un contexto familiar y cultural que puede tener una religión o ideología, tienen el derecho a que su origen no tenga que ser obligadamente su destino. Su identidad religiosa o cultural es tan irrelevante, a efectos de derechos, como pueda serlo su color de pelo o de piel. Igual que no hay una política especial para pelirrojos o negros, no debe de haberla para católicos, musulmanes o judíos. En el Estado laico nadie goza de privilegios por ser negro o blanco, ni tampoco por creer que un niño-dios nació de una virgen o que un ángel le dio el Corán a Mahoma, o por no creer nada de eso.
Hemos de hacer real el derecho a la diferencia sin caer en el error de la diferencia de derechos. Yo tengo derecho a ser diferente a los demás (a ser cristiano, musulmán, budista o ateo), pero no tengo derechos diferentes por ser eso o dejar de serlo.
La educación laica es enemiga de los dogmas de cualquier tipo, pues se tiene que enseñar a pensar y no a adoctrinar, ya que el profesor no es un misionero. El conocimiento científico tiene la búsqueda de la verdad como una meta, como final del camino, mientras que para la Teología, la verdad está al principio. Creer es fácil, lo difícil es razonar. Por ello, exigimos que la religión se imparta fuera de las escuelas públicas, y por respeto al profesorado, denunciamos la imposición del llamado veto parental
La laicidad es una concepción de la vida en la que se aboga por la ausencia de filosofía o religión oficial en los Estados; no se admite ninguna verdad obligatoria. El laicismo es el movimiento histórico que reivindica la implantación de la laicidad.
La laicidad es la forma más justa de organización del Estado, es un vínculo común a los ciudadanos, y permite que éstos vivan sus diferencias en libertad e igualdad. Laicidad y democracia son dos caras de la misma moneda.
Los principios laicos de la libertad de conciencia y de igualdad de los ciudadanos son la base de la democracia auténtica.
La laicidad es, ante todo, un principio de concordia de todos los ciudadanos. Para que esto se logre, el Estado ha de ser ajeno a todas las religiones, por lo que debe de haber una separación neta de las Iglesias y del Estado. Y éste ha de mantener una neutralidad con respecto a las opciones de conciencia de cada ciudadano.
Si observamos la historia de la humanidad, vemos que en la Antigüedad las religiones politeístas fueron generalmente más tolerantes que las monoteístas (Egipto, Babilonia, India, Grecia, Roma, etc.) ya que las primeras asimilaban los dioses de otras religiones. En la Europa occidental hubo intolerancia religiosa: expulsión en masa de judíos y moriscos, caza de brujas, noche de San Bartolomé, etc. Hasta 1598, Enrique IV de Francia, con el edicto de Nantes, se empieza a proteger a los hugonotes, pero en España campa a sus anchas el Tribunal de la Inquisición. Al llegar la Ilustración ( Voltaire, la Enciclopedia, etc.) crece la libertad religiosa. Y sólo tras la Revolución Francesa, en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, se instituye por primera vez la libertad de culto, pero la secularización de la vida pública hubo de esperar en Francia hasta el 9–12-1905, cuando se aprobó la Ley de Separación de las Iglesias y el Estado.
En España, la Constitución de Cádiz, la ‘Pepa’, si bien supuso un avance sobre el régimen absolutista, siguió la senda de la confesionalidad católica, declarando a la religión católica obligatoria y única verdadera. De todas las Constituciones habidas en España, la única laica fue la Constitución republicana de 1931, ya que la actual, de 1978, sólo se declara aconfesional en el artículo 16.3, pero sigue propugnando un trato preferencial hacia la Iglesia Católica. Una Iglesia que, históricamente, ha convertido a España en una inmensa sacristía, moldeando siempre las conciencias: bautismo, confirmación, confesión, comunión, matrimonio, extremaunción y entierro. Una Iglesia que, en un Estado aconfesional, no tiene ningún impedimento para pasear sus performances por pueblos y ciudades, pero es que, además, invade el terreno público: escuelas públicas, hospitales, cementerios, Ayuntamientos, Parlamentos, Ejército, etc. Un Estado aconfesional que cae en el absurdo de nombrar alcaldesas perpetuas con bastón de mando a advocaciones virginales.
El Estado laico, en el que todos los ciudadanos gozan de una igualdad real y jurídica, no es de derechas ni de izquierdas. Las personas con creencias religiosas forman parte de la sociedad y por ello sus intereses han de ser tenidos en consideración, pero una religión no puede pretender imponer sus dogmas ni gozar de privilegios sobre los demás. Ha de haber respeto y convivencia.
¿Es antirreligioso el laicismo? En absoluto, todas las religiones son respetables. Lo que ocurre es que la religión muchas veces deriva en clericalismo, que es la política religiosa que pretende gozar de privilegios. Y entonces sí, el laicismo es enemigo del clericalismo.
La escuela laica. Los niños y niñas no tienen religión ni ideología política. Aunque nacen en un contexto familiar y cultural que puede tener una religión o ideología, tienen el derecho a que su origen no tenga que ser obligadamente su destino. Su identidad religiosa o cultural es tan irrelevante, a efectos de derechos, como pueda serlo su color de pelo o de piel. Igual que no hay una política especial para pelirrojos o negros, no debe de haberla para católicos, musulmanes o judíos. En el Estado laico nadie goza de privilegios por ser negro o blanco, ni tampoco por creer que un niño-dios nació de una virgen o que un ángel le dio el Corán a Mahoma, o por no creer nada de eso.
Hemos de hacer real el derecho a la diferencia sin caer en el error de la diferencia de derechos. Yo tengo derecho a ser diferente a los demás (a ser cristiano, musulmán, budista o ateo), pero no tengo derechos diferentes por ser eso o dejar de serlo.
La educación laica es enemiga de los dogmas de cualquier tipo, pues se tiene que enseñar a pensar y no a adoctrinar, ya que el profesor no es un misionero. El conocimiento científico tiene la búsqueda de la verdad como una meta, como final del camino, mientras que para la Teología, la verdad está al principio. Creer es fácil, lo difícil es razonar. Por ello, exigimos que la religión se imparta fuera de las escuelas públicas, y por respeto al profesorado, denunciamos la imposición del llamado veto parental
Fuente → laopiniondemurcia.es
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