La corona del Rey Elefante y el virus de “la princesa” Corinna
 

Quizás la izquierda, esa que predica la igualdad de todos y todas, se atreva a dar jaque al Rey Elefante y, de paso, proponga retocar la Constitución para abolir todos los títulos nobiliarios siguiendo los pasos de nuestra amada Grecia que, cuando se cargó la monarquía, dejó a la pobre Sofía, que ahora arrastra unos cuernos intercontinentales, cual naufraga de “cabeza calva” buscando corona española. 

La corona del Rey Elefante y el virus de “la princesa” Corinna
Javier Cortines

Sólo en los regímenes autoritarios (o los que arrastran sus tics) se dejan las noticias más importantes para la cola de los telediarios, o simplemente se las ignora, para proteger a monarcas o dictaduras corruptas. Con ese fin se utilizan cortinas de humo (como los gases lacrimógenos del coronavirus), o se engordan los comunicados “foberon” (para meter miedo), lo que paraliza al pueblo y lo encierra en trajes de buzo.

Si los líderes y lideresas de izquierdas que atacan cuando los vientos son favorables (y que mueven multitudes para celebrar p. ej. el Día del Orgullo Gay (1)- no actúan ahora para que “la corona se convierta en torta de borona”, podemos ratificar que el caudillo era un visionario cuando dijo que “todo estaba atado y bien atado”, maldición que sigue pesando, cual ominosa carga, sobre la historia negra de España.

¿Qué importa que el Rey Elefante tenga una fortuna incalculable en paraísos fiscales (al igual que su difunta hermana) y gire a su amante sesenta y cinco millones de dólares tras hacer negocios con la monarquía saudí cuyo príncipe heredero Mohamed bin Salman, se ha ganado el apodo del asesino de Riad? ¿Qué más da si los españoles vivimos en las nubes y seguimos satisfechos con “pan y circo” (fútbol) y anestesiados con la caja boba?

No sé, a lo mejor me equivoco y la izquierda, esa que predica la igualdad de todos y todas, se atreve a dar jaque al Rey Elefante y, de paso, propone retocar la Constitución para abolir todos los títulos nobiliarios siguiendo los pasos de nuestra amada Grecia que, cuando se cargó la monarquía, dejó a la pobre Sofía, que ahora arrastra unos cuernos intercontinentales, cual naufraga de “cabeza calva” buscando corona española.

En el siglo XXI sobran diademas y títulos nobiliarios que ahondan las abisales diferencias entre los bípedos implumes que fuimos arrojados al mundo desde el acantilado del vientre de “la madre universal”. “He visto desnudos al hombre más grande y al más pequeño y no he notado muchas diferencias”, decía en sus momentos de lucidez Friedrich Nietzsche, el hombre que filosofaba a martillazos.

En una sociedad culta y civilizada se debería elevar a aquellas personas que trabajan por el bien del prójimo, que se sacrifican para que el ser humano pueda vivir con dignidad, lo contrario es frivolidad, estulticia en el altar de los olímpicos, espectáculo de buenos y malos, y de héroes, con dos dedos de frente, que salvan el mundo del infierno que han creado los plutócratas que untan a los sicarios que cortan el bacalao.

En una comunidad que ama y respeta “la justicia” hay que mostrar “tolerancia cero” con la corrupción, caiga quien caiga, porque de lo contrario seguiremos con un sistema de castas donde sólo los más avispados o los que nacieron en cunas de oro conocerán, en la Tierra, El Reino de los Cielos, a costa de una mayoría de “nadies” que aceptan su servidumbre “como algo natural” y que únicamente son útiles a la hora de pagar impuestos o, en caso de guerra, como “carne de cañón”.

El coronavirus es tan opaco y molesto, tanto en su origen como en su evolución, que hasta los murciélagos, acusados de ser los primeros portadores y de lanzarnos al mundo al insoportable Batman, están hartos de la vorágine informativa, sobre todo cuando es presa de Eco y no deja de machacarnos los oídos con tanto, tanto ruido.

El portavoz del Covid-19, el epidemiólogo Fernando Simón Soria, parece disfrutar como un enano con sus partes necrológicos. Sus rizos (que tienen la forma del coronavirus) y su voz ronca, tal vez por los pitillos que se fuma a escondidas, son toda una amenaza de ultratumba. Se ha convertido en una especie de Zanatos enviado por la parca para dar cuenta, a todas horas, de los muertos que transporta en su barca Caronte.

Así informó ese vocero, que bien podrían hacerle un hueco en el programa “Cuarto, cuarto, milenio”, de la evolución del bichito en nuestro país.
  • Primero dijo: En España no hay coronavirus.
  • Luego: El coronavirus está controlado. Tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios
    del mundo.
  • Después: Insinuó que faltan médicos (eufemismo para evitar denunciar los recortes en
    salud pública) y que hay coronavirus en todas las provincias.
Todo lo anterior me lleva a la magistral obra “El Arte de la mentira política” (2), ensayo atribuido erróneamente a Jonathan Swift (Los Viajes de Gulliver), ya que fue escrito por su amigo John Arbuthnot (1667-1735) médico de la reina Ana y autor satírico escocés.
 
Arbuthnot, quien junto a Switf pertenecía al Scribblerus Club de Londres, afirma en su espléndido opúsculo que hay mentiras que duran miles de años (p.ej. la virginidad de la virgen) y otras poco tiempo (ej. las armas de destrucción masiva de Irak) pero que todas son utilizadas por los políticos con objetivos muy concretos: engañar al pueblo y conseguir que no se concentre en los problemas que son una amenaza para el Gobierno.

Nuestro autor destaca, por encima de todo, dos mentiras que funcionan a la perfección para conducir adónde se desee “al rebaño”: Las mentiras “foberon”, que son aquellas que sirven para asustar e infundir terror y las mentiras “domoeides” que son las que animan e infunden alegría (3).

El maestro escocés, que compartía las ideas políticas de Swift (Los viajes de Gulliver son una crítica despiadada a la sociedad de su época) aconseja difundir las mentiras “foberon” en invierno, cuando las condiciones meteorológicas son adversas y vienen acompañadas de catástrofes, pues la gente se encoge con el temporal y es propensa a creer en lo peor, incluso en el demonio, en castigos divinos y el fin del mundo.

Asevera que es un grave error propagar engaños “foberon” en primavera, cuando florecen las margaritas, y en verano. Esas estaciones son ideales para lanzar mentiras “domoeides” pues la gente está más alegre y quiere creer en cosas bonitas. Es el momento perfecto para decir que la economía va bien, que se bajarán los impuestos, que el paro baja sin parar, que pronto habrá Viagran gratis para todos y que nuestros muchachos están preparados para ganar la copa del mundo de fútbol. En los días cálidos y soleados nos apetece tomar helados de vainilla y chocolate. Mostrar nuestros cuerpos en su esplendor. Y, si hay suerte, hasta Cristina Pedroche nos enseñará una teta.

Y, tras cumplir con las precauciones elementales, dejaremos a los especialistas que trabajen en la vacuna. El buen tiempo pide follar (a los que puedan) y huir de los gafes y de los moscones que quieren jodernos las fiestas y las vacaciones. ¿Quieres helado de fresa o te pido ya el café? decía el joven Aute a la chica que amaba “A las cuatro y diez”.

-1- Por motivos económicos y electorales.

-2- “El arte de la mentira política” fue editado por José J. de Olañeta, en la colección Centellas
(Barcelona, 2013).

-3- Ibídem. Pág. 48.


Fuente → nuevarevolucion.es

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