“En democracia no cabe fundar una comunidad política sobre etnias, religiones o color del cabello»
 
Entrevista a Ernesto Gómez de la Hera sobre federalismo 

“En democracia no cabe fundar una comunidad política sobre etnias, religiones o color del cabello»:
Salvador López Arnal

Dos veces candidato a la alcaldía de Santander (su ciudad natal) por Izquierda Unida, Ernesto Gómez de la Hera es actualmente miembro del PSUCviu y de EUCAT, y fue representante de CC.OO. en la Ejecutiva Central del Instituto Social de la Marina (la seguridad social de los estibadores, marinos y pescadores) y Vicepresidente de la Sección de Portuarios de la Federación Europea de Trabajadores del Transporte. 


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Me centro en temas federales. Podríamos empezar, si te parece, por una definición o, cuanto menos, por una aclaración conceptual. Cuando hablamos de Estados federales, ¿de qué hablamos exactamente?

El concepto federalismo tiene una larga tradición histórico-política en la que no voy a entrar ahora. Sin embargo, hoy día, como tantos otros conceptos políticos, sufre un manoseo y una manipulación que lo han degradado intelectualmente, de modo que la mayoría de cuantos lo usan lo hacen a la manera de Humpty-Dumpty y federalismo significa meramente lo que ellos desean que signifique en cada momento.

Por mi parte diría que el federalismo es una forma de organizar una comunidad política en la cual el poder soberano es uno, pero existen poderes subalternos fuertes, aunque no soberanos. A esta organización puede haberse llegado por un pacto entre poderes originalmente soberanos, por una delegación de poderes del poder soberano o, incluso, por una imposición externa.

¿Nos puedes dar ejemplos históricos de estos tres casos que citas?

El ejemplo clásico de lo primero son los Estados Unidos de América, cuya Constitución federal suprimió, de manera acordada, la inicial confederación de las 13 colonias. No sin problemas acerca de la soberanía que podía subsistir en los estados. Algo que podemos rastrear en los diferentes matices que hay, a este respecto, entre James Madison y Alexander Hamilton en sus artículos para El Federalista, o en los intentos de “nulificación” de leyes federales ocurridos durante la presidencia de Andrew Jackson. Naturalmente todos sabemos como se resolvió el asunto, cuando el primer presidente del partido Republicano, con el apoyo entusiasta de Marx, sofocó por la fuerza de las armas los intentos de afirmar su soberanía de los once estados rebeldes.

De lo segundo el paradigma sería la Unión Soviética. Hay que recordar que el primer Gobierno Obrero y Campesino, presidido por Lenin, ni siquiera tenía gentilicio territorial y los gobiernos soviéticos que fueron consolidándose en la mayor parte del anterior imperio zarista, lo consiguieron gracias a la victoria militar del Ejército Rojo. Un ejército que respondía a un único mando político dirigido por el partido Bolchevique. No cabe duda de que era ese partido, tras el fracaso del intento de golpe de estado de los eseritas de izquierda en el verano de 1918, el detentador de la soberanía y quien decidió reestructurar la comunidad política en la que había triunfado la revolución obrera y campesina, de modo federal. Constituyendo primero otros gobiernos soviéticos y agrupándolos más tarde en la URSS.

El caso tercero es el de República Federal de Alemania, cuya Ley Fundamental de 1949 es producto de las tres potencias occidentales que ocupaban su territorio. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia la promovieron y autorizaron. No obstante, cabe recordar que la Constitución de Weimar mantenía algunos gobiernos regionales, pero sin grandes poderes como demostró la supresión del más importante de ellos, el prusiano en manos del SPD, en 1932.

Decías antes, y enlaza con esto último que apuntas, que el federalismo es “una forma de organizar una comunidad política en la cual el poder soberano es uno, pero existen poderes subalternos fuertes, aunque no soberanos.” ¿Y qué es esto de poderes subalternos fuertes pero no soberanos? ¿Dónde reside entonces su fortaleza?

Son subalternos, puesto que hay determinadas materias en las que están sometidos a otro, bien porque son delegados de ese otro (el superior), bien porque ellos cedieron esas materias al otro. Y su fortaleza reside en que las materias en que ellos pueden actuar libremente tienen entidad real, no son meras descentralizaciones. Además la posible retirada de esas materias delegadas está reglada, no es discrecional por parte del poder superior.

Perdona que insista: has señalado que el federalismo es una forma de organizar una comunidad política en la cual el poder soberano es uno. ¿Se infiere de ello que todos los asuntos políticos importantes (¿cuáles serían los importantes?) tienen siempre como sujeto de decisión la comunidad política? Aún más, en teoría, ¿podría concebirse una comunidad federal política que permitiera el derecho de secesión de algunas de las partes si la comunidad en su conjunto así lo decidiera?

Obviamente todas las constituciones federales, o que funcionan como federales sin utilizar ese nombre (España), han dedicado muchos esfuerzos a decidir cuales eran los asuntos importantes. Y según la época de esas constituciones y, aún más, según las circunstancias políticas de la coyuntura, han llegado a soluciones diversas. Pero el poder superior siempre detenta las facultades sobre las materias importantes, cualesquiera que se haya decidido que sean estas.

Desde luego que cabe esa concepción teórica y práctica. Lo hemos visto en Gran Bretaña hace cinco años. El Soberano, que allí no es el conjunto de los ciudadanos, sino la Cámara de los Comunes, dio la posibilidad de ejercer ese derecho a la ciudadanía escocesa (no al Parlamento de Edimburgo).

Además todos recordamos que han existido constituciones federales que establecían directamente esta posibilidad. No obstante, por hablar de los casos más recientes, en Yugoslavia esto condujo a una serie de guerras y matanzas azuzadas por la intervención de ciertas grandes potencias (EE.UU. y Alemania) y en la URSS llevó a un golpe de estado palaciego, dado por los dirigentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, en contra de los deseos de los demás poderes subalternos y, lo que es peor, en contra de los deseos de la ciudadanía.

Ejemplos como estos, y en la historia más lejana hay más, son los que me hacen estar en contra del federalismo por motivos democráticos.

Pero, por lo que dices, en tu opinión, ¿no habría una diferencia sustantiva entre la España de las autonomías y una España federal?

Yo no creo que esa diferencia sea sustantiva, todo lo más sería de grado. En la actualidad, en España, existen esos poderes subalternos fuertes, por más que no estén reconocidos como federales de modo oficial. Es cierto que esos poderes, en la practica, más allá de lo que diga cada uno de los respectivos estatutos, no tienen todos la misma fortaleza. En una federación oficial cada uno de los poderes sería teóricamente igual (ese es el motivo de lo mal que cae el federalismo a los nacionalistas periféricos), pero no sería así en la realidad. El peso demográfico y el de la riqueza inclinan siempre la balanza en favor de los más fuertes. ¿O alguien puede creer que en EE.UU. tienen el mismo peso político Idaho y California?

¿Hay igualdad entre la estructura de los Estados federales o más bien habría que hablar de diversidad de Estados federales?

La diversidad es la regla. No solamente por las diferentes facultades que pueden retener, o ser delegadas a los poderes subalternos, pues ninguna constitución, federal o no, es idéntica a otra. La verdadera diversidad, en mi opinión, reside en la práctica política de cada estado federal; algo que revela claramente la historia del federalismo.

Algo que revela claramente la historia del federalismo… ¿Nos ilustras por favor?

En casi todos los estados federales existe la tendencia, en épocas de crisis política, a la búsqueda del “que hay de lo mío” por parte de los diversos poderes subalternos, lo que suele acabar con la ruptura del estado federal (Yugoslavia), o con el reforzamiento del poder soberano (Estados Unidos). En épocas más pacíficas las tensiones vienen derivadas de que a ningún poder, por delegado que sea, le gusta que otro intervenga en lo que considera suyo y, a veces, hasta lo es legalmente. Estas tensiones también pueden resolverse de maneras diferentes, incluso en el mismo país. Así en Estados Unidos, tras la guerra de Secesión (o de los Estados, como la llaman los que perdieron) el poder federal permitió que los estados readmitidos en la Unión mantuvieran segregada a la población de los antiguos esclavos durante 80 años (desde la eliminación de la administración directa que siguió a la guerra, hasta la Ley de Derechos Civiles de la administración Johnson). Sin embargo, ya la administración Eisenhower empleó la Guardia Nacional, en los años 50, para obligar a cumplir alguna sentencia del Tribunal Supremo en el Sur.

Son estos hechos tan diversos los que jalonan la historia del federalismo y hace que este sea tan diferente y no se pueda reducir a la mera teoría.

No se pueda reducir a la mera teoría implica, entiendo, que la historia cuenta y que estos asuntos no pueden reducirse a reflexiones teóricas, a corolarios de teorías de filosofía política. ¿Es eso?

Claro. En política lo que cuenta es el Poder y en la época contemporánea, donde las multitudes cuentan como un factor decisivo, el Poder se afana siempre en toda clase de manipulaciones interesadas. Y estas manipulaciones son más fáciles de hacer con la historia, que con el uso de teorías filosóficas. Por eso es tan fundamental conocer la realidad histórica para que no nos den gato por liebre con facilidad.

Te he escuchado hablar, en alguna ocasión, del carácter antidemocrático del federalismo. ¿Dónde se ubica su antidemocratismo?

Esto pone de manifiesto lo poco riguroso que yo, como cualquiera, también puedo ser al polemizar acaloradamente. No puedo más que reconocer que hay muchos federalistas perfectamente demócratas, pero sí creo que el federalismo tiene en su ser un elemento que lo hace defectuoso para una organización estatal radicalmente democrática. Ese elemento es la división del poder y, naturalmente, no me refiero aquí a los poderes de Montesquieu.

¿A qué entonces?

En la tradición política en la que yo me reconozco y mantengo, es decir, la de Robespierre, Babeuf y Marx, con su conocida consigna de República, Una e Indivisible, la unidad del poder es una condición irrenunciable de la Democracia. Son los ciudadanos quienes ejercen la Soberanía y esta es única. La existencia de poderes escalonados daría origen a desigualdades y enfrentamientos, pues dificultaría el acceso y control directo del poder por parte de la ciudadanía. Quienes queremos una República de Iguales debemos estar a favor de la relación más directa posible entre los ciudadanos y el Poder, eliminando todas las mediaciones y representaciones que sea posible eliminar. Creo que el federalismo, por el contrario, aumenta esas mediaciones y eso no es muy democrático.

¿Y por qué no es muy democrático que el federalismo aumente esas mediaciones, si todas esas mediaciones estuvieran controladas por la ciudadanía soberana?

La razón, para mí, es que la propia ciudadanía soberana tiene también desigualdades de muchos tipos. Y esas desigualdades se verían reflejadas y magnificadas por esos mediadores, lo que amplificaría sobremanera las ocasiones de división y posible manipulación. Y, a estas alturas de la película, no podemos negar que quienes nos llamamos demócratas y procuramos serlo, también somos capaces de esas cosas.

La ciudadanía, en mi opinión, es igual en derechos, pero en casi nada más. Y el ejercicio del Poder, que es el centro de la vida política, debe ser lo más unificado que se pueda. Es claro que el federalismo no facilita nada de esto.

Luego, por tanto, por si te entiendo mal, desde la perspectiva política en la que te sitúas, desde esa República de iguales a la que aludes, el Estado federal no sería una aspiración totalmente democrática. ¿Lo sería entonces un Estado centralizado?

Naturalmente. Por supuesto, centralizado quiere decir un Poder unificado, pero no uniformizado. En esa República de Iguales todos los ciudadanos y ciudadanas deberían tener un control directo y acceso inmediato a ese único Poder, pues ellos son los depositarios de la Soberanía. Esta unidad ayudaría a que las divisiones reales existentes entre la ciudadanía no pudieran multiplicarse indebidamente.

¿A qué divisiones reales existentes entre la ciudadanía aludes?

Me refiero a las divisiones de género, a las de edad, a las de intereses personales, a las de inteligencia,… Todas las divisiones que hacen que un individuo nunca sea igual a otro. Todas esas divisiones se pueden manipular al servicio de algún grupo de interés.

Para los demócratas los seres humanos forman la única urdimbre de la comunidad y son los únicos dueños del Estado.
En democracia no cabe fundar una comunidad política sobre etnias, o religiones, o el tener cabellos rubios y ojos azules. Y menos aún en el espíritu de la comunidad popular o cosas todavía más imposibles de definir. Los seres humanos, iguales en derechos y diferentes en todo lo demás, son el fundamento del Estado en cuanto ciudadanos libres. Y cuantos menos intermediarios haya entre ellos y el Poder, mejor para la Democracia.

Por lo demás, ¿qué garantías habría que ese Estado centralizado respetase, por decirlo de algún, las diversidades lingüísticas, culturales o incluso nacionales de algunas comunidades, partes, subconjuntos de la comunidad global?

Las diversidades las tienen, como he dicho, las personas. Y son estas quienes son sujeto de derechos, no algún subconjunto o parte de la comunidad. Además nunca será posible definir esos entes, fuera de los basados en las más cercanas relaciones gentilicias. Algo que subsiste en ciertos grupos aislados, pero que desapareció, en la mayor parte del planeta, en el Neolítico.

Como son las personas los sujetos de derechos, son sus derechos los que ha de respetar y defender el Estado, por centralizado que sea, siempre que sea democrático. Yo no veo ningún obstáculo en que ese Estado respete el derecho de todos a expresarse en su lengua materna, del mismo modo que se respeta el derecho a ejercer la religión propia. O el derecho a sentirse miembro de una nación. Siempre que no se pretenda fundar sobre ello (la lengua, la religión, la nación) la comunidad política.

Naturalmente, estos derechos culturales a respetar por ese Estado democrático, lo son sin perjuicio de lo que dice el artículo 29 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Entonces, para ti, la expresión “la España de los pueblos” o formulaciones afines, no tendría sentido.

Para mí carece de sentido, como dices, pero admito que lo pueda tener para otros. Lo que considero inadmisible, desde un punto de vista democrático, es que con concepciones de ese tipo se pueda construir una comunidad política que no sea reaccionaria. Es decir, la comunidad política, el Estado, se ha de fundamentar en ciudadanos libres y sujetos de derechos y la única manera democrática de desmontar esa comunidad política es por el deseo libremente expresado de la mayoría de sus ciudadanos. Lo otro, las identidades, las religiones, las creencias en patrias de un tipo u otro, pertenecen al ámbito privado y han de respetarse, siempre que no se intente con ellas subvertir la comunidad política.

Descansemos un momento. Cojamos fuerzas.
De acuerdo. Así sea.
Fuente: El Viejo Topo, enero de 2020 


Fuente → rebelion.org

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