El virus de la Corona o quedó desnudo el Rey:
Josué Veloz Serrade
Una nueva fase de la racionalidad instrumental está en movimiento. El capitalismo ha entrado en un nuevo ciclo de modernización, su capacidad de autorrevolucionarse de manera permanente recibe, con el coronavirus, una oportunidad única. Las formas más desarrolladas de la sociedad capitalista han sido tensionadas al máximo y lo seguirán siendo en los próximos días y meses.
El virus, la pandemia, le dará el tiempo necesario al Capital para llevar a cabo sus reformas, definir cuáles de sus rasgos actuales le garantizan la supervivencia y qué otros generar para su consolidación y desarrollo. Toda la militancia de cualquier movimiento político estará en sus casas, y nadie podrá manifestarse sin antes poner en riesgo la cuarentena obligatoria.
Cuando las revoluciones salgan de su encierro forzoso encontrarán un sistema capitalista mucho más sofisticado, disciplinario, organizado, y planificado.
La peculiaridad de esta modernización es que no se desarrollará en medio de revoluciones, ni con un movimiento de lucha de clases igual de desarrollado y activo.
Cuando las revoluciones salgan de su encierro forzoso encontrarán un sistema capitalista mucho más sofisticado, disciplinario, organizado, y planificado.
Una serie de rasgos se empiezan a vislumbrar en esta nueva fase:
1- Necesidad de Estados fuertes, centralizados y altamente planificados: los mejores ejemplos han sido China, Alemania, Corea del Sur y varios países del sudeste asiático.
En este grupo se incluye también Argentina, la cual muestra una serie de peculiaridades importantísimas para la región, pero que no es el propósito de este texto analizar. El modelo de estos países contrasta con otros como Italia, España. Del grado en que los demás logren establecer reformas a corto plazo que garanticen el predominio de los rasgos señalados, dependerán las posibilidades de supervivencia en esta crisis, y la hegemonía resultante en los países centrales del capitalismo actual.
2- La presencia de liderazgos políticos unipersonales fuertes y de habilidades políticas demostradas: esto es muy notable en países como China, Alemania y Rusia.
2- La presencia de liderazgos políticos unipersonales fuertes y de habilidades políticas demostradas: esto es muy notable en países como China, Alemania y Rusia.
Y en nuestra región, Argentina empieza a mostrar esos mismos rasgos. No ocurre lo mismo en países como Estados Unidos, el Reino Unido y en Brasil. La presencia de líderes políticos erráticos, desconocedores de la política y con una dosis elevada y manifiesta de prácticas perversas y despreciativas del otro ha puesto en peligro las posiciones estratégicas de cada uno de esos países en el escenario mundial. Los sectores dominantes de esos países empiezan a mirar con profunda preocupación lo que ocurre, han quedado atrapados en la lógica que pusieron en juego en otro contexto anterior a la pandemia para garantizar su hegemonía, que hoy se ve severamente en peligro.
3- El desarrollo de respuestas ágiles acompañadas de sistemas públicos de atención organizados y con recursos: este rasgo no se muestra en todos del mismo modo, en algunos, con sistemas públicos deteriorados, han tenido que activarse con rapidez y dotarlos de recursos.
3- El desarrollo de respuestas ágiles acompañadas de sistemas públicos de atención organizados y con recursos: este rasgo no se muestra en todos del mismo modo, en algunos, con sistemas públicos deteriorados, han tenido que activarse con rapidez y dotarlos de recursos.
Lo cierto es que este contexto requirió de un sistema sanitario que no se viera colapsado. Ganar tiempo frente al avance del coronavirus y permitir que el sistema sanitario pudiese funcionar de la mejor manera posible. El control del Estado y la presencia de sistemas públicos organizados y planificados y estrechamente articulados con las decisiones de Estado y de gobierno podría ser una de las características del capitalismo dominante en los próximos cien años.
Nunca el capitalismo tuvo tanto control sobre nuestros movimientos y nunca ese control se vio tan socialmente justificado. Casi que es un pecado salir a manifestarse, y si alguien sale a la calle a expresar sus demandas, se le nombra como irresponsable y se le reclaman disculpas frente a todo el conjunto de la sociedad. Esta nueva operación de disciplinamiento social cambiará muchas cosas que será necesario observar con el paso de los años.
Ambas fantasías son además reaccionarias, la primera esconde que los grupos dominantes actúan de manera intencionada para sostener el sistema del que se alimentan a través del proceso de acumulación de eso que primigeniamente Marx denominó plusvalía. La base de toda la teoría del valor ha quedado al desnudo: los trabajadores no pudieron trabajar, y los consumidores no pudieron consumir, y entonces todas las bolsas cayeron. De manera inesperada el capitalismo recibió un golpe de su realidad constitutiva.
Por más que se haya instalado la fantasía ideológica de que el capitalismo se autorreproduce, es solo eso: una fantasía. El relato manifiesto de los medios de comunicación muestra una lucha entre el coronavirus y los índices de la bolsa, mientras la esfera real del trabajo queda velada.
La pandemia ha venido ha mostrar el imposible del capitalismo; por más que haya esferas de trabajo relativamente autonomizadas, al final, depende de ese sujeto no visible que pone la máquina a funcionar.
Hay una caída de los emblemas. Al murciélago, anuncio de la felicidad y la buena suerte en la cultura china, se le considera el mensajero: veamos la etimología para más señales, «mur-ciélago», un ratón que no ve, emblema visible de la ropa de emperadores; para más ironía, representa la longevidad, la aspiración de una vida larga y feliz. Y ya todos sabemos a quiénes ataca más.
Vean la raíz indoeuropea de la que proviene corona: circular, curvado, como el pico de una corneja. Este pasito en la escalera de los cuervos, ¿presagio de qué será? Si en China el virus llega rodeado de la paradoja de ser la antítesis de la felicidad, la longevidad y la buena suerte, en el mundo occidental parece un mensaje desde lo más profundo de aquellas tinieblas, de las que se supone príncipe, para más señas, al mismo «mur-ciélago». ¿Qué viene a ser doblegado por este virus?, ¿cuál es su castigo terrible a la pretensión totalizante de la ciencia y su padre más eficiente y preocupado: el capitalismo?
Tierras de reyes y emperadores son diezmadas: España e Italia. Ni la casa de Dios puede quedar ajena a eso que se desliza por el pico de la corneja, vean dónde hará sus misas el mismísimo oficiante de la casa de Pedro. Triste papel el que la Biblia reserva a los pequeños murciélagos, símbolos, para la Inquisición de las brujas.
La corneja negra, corvus corone, corone-corona, la destrucción de todo ese semblante de «progreso» que muere de una manera terrible, y nadie está a salvo. Ni el consejo de ancianos. Ese núcleo monstruoso de la modernidad que le es propio, se hace visible de la manera más descarnada. Todo aquello que parecía invencible ha quedado por completo al desnudo. Semblantes que caen, coronas de reyes se doblegan ante el virus de la corona. Hasta una tierra como Brasil que alguna vez tuvo emperador, Pedro, por más señales. Nada es eterno, la muerta acecha a todos, pero no olvidemos que en las aldeas de los pobres mueren muchas más personas por diarrea y por hambre que por coronavirus. Ahora podrían morir de las tres cosas.
La segunda fantasía, en la que el capitalismo se destruye por el desarrollo inevitable de sus contradicciones, es también reaccionaria, al excluir al sujeto y sus luchas. Conserva el capitalismo la cualidad dominante que garantiza la reproducción del proceso de acumulación originaria: la expropiación al sujeto, del producto de su propio trabajo. Hay dos escenas imposibles en la realidad del capitalismo, y solo posibles en las fantasías negadoras de la lucha social, en una, la humanidad toda tiene una crisis de responsabilidad y se da cuenta que todo es injusto y que algo tiene que cambiar. La humanidad se pondría de acuerdo, los jefes de Estado de distinto signo actuarían de manera mancomunada, nos daríamos cuenta que marchamos hacia la destrucción final y un cambio ético sería necesario. En algunos países hemos visto el desarrollo de esta efímera ilusión, oposición y gobierno actuando juntos dedicándose elogios y declaraciones lacrimógenas y patéticas de la necesidad de actuar unidos, unidas, unidxs. Esta escena es imposible en su realidad constituyente, en el fondo permanecen las hostilidades irreconciliables, y recuerda aquellas de los frentes contra el fascismo donde veíamos a Stalin, Churchill, y Roosevelt juntos y armoniosos.
El coronavirus es el nuevo leitmotiv de la «unidad mundial» de instancias irreconciliables.
4- Un control riguroso sobre los actores fundamentales de la economía, la fuerza material de la sociedad, léase policía y ejército, y sobre los movimientos poblacionales.
El regreso de dos fantasías…
La fantasía de eternidad para la sociedad capitalista tiene su equivalente en la fantasía de su autodestrucción. Ambas fantasías eximen al sujeto y a sus representantes, en cada caso, de la necesaria confrontación que de sus resultados depende, en última instancia, si el capitalismo se revolucionará para sobrevivir, o será destruido por la lucha de clases.Ambas fantasías son además reaccionarias, la primera esconde que los grupos dominantes actúan de manera intencionada para sostener el sistema del que se alimentan a través del proceso de acumulación de eso que primigeniamente Marx denominó plusvalía. La base de toda la teoría del valor ha quedado al desnudo: los trabajadores no pudieron trabajar, y los consumidores no pudieron consumir, y entonces todas las bolsas cayeron. De manera inesperada el capitalismo recibió un golpe de su realidad constitutiva.
Por más que se haya instalado la fantasía ideológica de que el capitalismo se autorreproduce, es solo eso: una fantasía. El relato manifiesto de los medios de comunicación muestra una lucha entre el coronavirus y los índices de la bolsa, mientras la esfera real del trabajo queda velada.
La pandemia ha venido ha mostrar el imposible del capitalismo; por más que haya esferas de trabajo relativamente autonomizadas, al final, depende de ese sujeto no visible que pone la máquina a funcionar.
Hay una caída de los emblemas. Al murciélago, anuncio de la felicidad y la buena suerte en la cultura china, se le considera el mensajero: veamos la etimología para más señales, «mur-ciélago», un ratón que no ve, emblema visible de la ropa de emperadores; para más ironía, representa la longevidad, la aspiración de una vida larga y feliz. Y ya todos sabemos a quiénes ataca más.
Vean la raíz indoeuropea de la que proviene corona: circular, curvado, como el pico de una corneja. Este pasito en la escalera de los cuervos, ¿presagio de qué será? Si en China el virus llega rodeado de la paradoja de ser la antítesis de la felicidad, la longevidad y la buena suerte, en el mundo occidental parece un mensaje desde lo más profundo de aquellas tinieblas, de las que se supone príncipe, para más señas, al mismo «mur-ciélago». ¿Qué viene a ser doblegado por este virus?, ¿cuál es su castigo terrible a la pretensión totalizante de la ciencia y su padre más eficiente y preocupado: el capitalismo?
Tierras de reyes y emperadores son diezmadas: España e Italia. Ni la casa de Dios puede quedar ajena a eso que se desliza por el pico de la corneja, vean dónde hará sus misas el mismísimo oficiante de la casa de Pedro. Triste papel el que la Biblia reserva a los pequeños murciélagos, símbolos, para la Inquisición de las brujas.
La corneja negra, corvus corone, corone-corona, la destrucción de todo ese semblante de «progreso» que muere de una manera terrible, y nadie está a salvo. Ni el consejo de ancianos. Ese núcleo monstruoso de la modernidad que le es propio, se hace visible de la manera más descarnada. Todo aquello que parecía invencible ha quedado por completo al desnudo. Semblantes que caen, coronas de reyes se doblegan ante el virus de la corona. Hasta una tierra como Brasil que alguna vez tuvo emperador, Pedro, por más señales. Nada es eterno, la muerta acecha a todos, pero no olvidemos que en las aldeas de los pobres mueren muchas más personas por diarrea y por hambre que por coronavirus. Ahora podrían morir de las tres cosas.
La segunda fantasía, en la que el capitalismo se destruye por el desarrollo inevitable de sus contradicciones, es también reaccionaria, al excluir al sujeto y sus luchas. Conserva el capitalismo la cualidad dominante que garantiza la reproducción del proceso de acumulación originaria: la expropiación al sujeto, del producto de su propio trabajo. Hay dos escenas imposibles en la realidad del capitalismo, y solo posibles en las fantasías negadoras de la lucha social, en una, la humanidad toda tiene una crisis de responsabilidad y se da cuenta que todo es injusto y que algo tiene que cambiar. La humanidad se pondría de acuerdo, los jefes de Estado de distinto signo actuarían de manera mancomunada, nos daríamos cuenta que marchamos hacia la destrucción final y un cambio ético sería necesario. En algunos países hemos visto el desarrollo de esta efímera ilusión, oposición y gobierno actuando juntos dedicándose elogios y declaraciones lacrimógenas y patéticas de la necesidad de actuar unidos, unidas, unidxs. Esta escena es imposible en su realidad constituyente, en el fondo permanecen las hostilidades irreconciliables, y recuerda aquellas de los frentes contra el fascismo donde veíamos a Stalin, Churchill, y Roosevelt juntos y armoniosos.
El coronavirus es el nuevo leitmotiv de la «unidad mundial» de instancias irreconciliables.
Tendrá, con toda seguridad, sus películas y series de culto donde aparecerán las respuestas heroicas y de último minuto. Así como los Estados Unidos llegaron tarde a la Segunda Guerra Mundial, llegan tarde a esta nueva contienda y ya veremos cómo se vuelven protagonistas del núcleo histérico de esta fantasía de salvación del capitalismo. La lucha en Wuhan, así como la batalla de Stalingrado, empequeñecerán ante el desembarco de Normandía y la irrupción reciente de la guardia nacional de los Estados Unidos en New York, por orden de Donald Trump.
Esta escena imposible de unidad para el cambio total de la humanidad a nivel de jefes de Estado y corporaciones — qué emoción sentí cuando supe que la General Motors hará barbijos y respiradores artificiales, y uno de los más grandes supermercadistas de Argentina se manifestó contra las subas de precio indiscriminadas: «¡El que suba los precios es un hijo de puta!», así espetó este noble ciudadano y empresario — es tan imposible como la segunda escena en la que el patrón convencido de lo injusto de llevarse la plusvalía se reúne con los trabajadores y la reparte equitativamente. Estas dos escenas son imposibles porque son el núcleo mismo de la condición de posibilidad de la sociedad capitalista, en ambas la condición de dueño y propietario no ha sido cuestionada.
Digámoslo con seriedad y evitemos cualquier juego de ilusiones: el capitalismo no ha recibido ningún golpe a lo Kill Bill, como ha dicho Slavoj Zizek, ni la idea del comunismo y el socialismo se verán ayudadas por esta pandemia. El capitalismo no puede cumplir las tareas del movimiento revolucionario. Y no vamos a tener en el campo de quienes queremos una sociedad alternativa al capitalismo alguna especie de John Rambo que tome la Bastilla de los opresores de nuestro tiempo.
Quizás una de las lecciones de este nuevo escenario es que el rey y la corona han quedado desnudos. Nunca como hoy el capitalismo muestra en sus crisis cuánto depende del trabajo vivo humano. Nunca fue tan visible cómo aún en el mayor aislamiento han tenido que garantizar que una parte de los trabajadores siga trabajando en condiciones de la más cruel explotación para sostener los pilares centrales de su supervivencia.
Los pueblos no pueden seguir viviendo como «el murciélago Hegel». Quizás haya que convertirse en algún tipo de virus que los tome por sorpresa y que desarrolle nuevas mutaciones y cepas frente a los continuos ataques.
¿Caerá, una vez más, la corona de Luis, por la ira popular? Por ahora, parece que no, y se avistan otros reyes en el horizonte, con nuevas coronas.
Esta escena imposible de unidad para el cambio total de la humanidad a nivel de jefes de Estado y corporaciones — qué emoción sentí cuando supe que la General Motors hará barbijos y respiradores artificiales, y uno de los más grandes supermercadistas de Argentina se manifestó contra las subas de precio indiscriminadas: «¡El que suba los precios es un hijo de puta!», así espetó este noble ciudadano y empresario — es tan imposible como la segunda escena en la que el patrón convencido de lo injusto de llevarse la plusvalía se reúne con los trabajadores y la reparte equitativamente. Estas dos escenas son imposibles porque son el núcleo mismo de la condición de posibilidad de la sociedad capitalista, en ambas la condición de dueño y propietario no ha sido cuestionada.
Digámoslo con seriedad y evitemos cualquier juego de ilusiones: el capitalismo no ha recibido ningún golpe a lo Kill Bill, como ha dicho Slavoj Zizek, ni la idea del comunismo y el socialismo se verán ayudadas por esta pandemia. El capitalismo no puede cumplir las tareas del movimiento revolucionario. Y no vamos a tener en el campo de quienes queremos una sociedad alternativa al capitalismo alguna especie de John Rambo que tome la Bastilla de los opresores de nuestro tiempo.
Quizás una de las lecciones de este nuevo escenario es que el rey y la corona han quedado desnudos. Nunca como hoy el capitalismo muestra en sus crisis cuánto depende del trabajo vivo humano. Nunca fue tan visible cómo aún en el mayor aislamiento han tenido que garantizar que una parte de los trabajadores siga trabajando en condiciones de la más cruel explotación para sostener los pilares centrales de su supervivencia.
Los pueblos no pueden seguir viviendo como «el murciélago Hegel». Quizás haya que convertirse en algún tipo de virus que los tome por sorpresa y que desarrolle nuevas mutaciones y cepas frente a los continuos ataques.
¿Caerá, una vez más, la corona de Luis, por la ira popular? Por ahora, parece que no, y se avistan otros reyes en el horizonte, con nuevas coronas.
Fuente → La Tizza
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