El rey ladrón, los súbditos y el doble sistema
 
El rey ladrón, los súbditos y el doble sistema: La inviolabilidad del rey significa que no puede ser juzgado por sus acciones. Significa que las consecuencias derivadas de sus actos no le atañen como causante de estas. Significa que no es responsable de ello, de nada, y, si la responsabilidad está intrínsecamente ligada con la libertad, ¿quiere decir esto que el rey no es libre? No: como máxima cabeza del Estado, lo que significa es que ese Estado (y sus ciudadanos) no son plenamente libres. Por ello, los ciudadanos de una monarquía, respecto a esta, no son ciudadanos, sino súbditos. Súbditos de la imposibilidad de juzgar al rey.

El rey, al contrario que sus súbditos, es rey y jefe del Estado por sí mismo. El Presidente del Gobierno, lo es porque los ciudadanos lo han decidido así; y si ha llegado a tener la posibilidad de ser elegible, es porque ha hecho unas cosas o ha dejado de hacer otras, pero no por sí mismo. Como cualquier ciudadano es responsable de sus errores, todavía más de sus ilegalidades. También los jueces, aunque en España esto sea más que dudoso. El rey, no.

Presumiblemente, parece que el anterior rey era un corrupto. Si es cierto que cobraba decenas de millones (de una dictadura que no respeta los Derechos Humanos) como comisiones ilegales, era, sí, un corrupto; un ladrón a toda la sociedad. No obstante, los ciudadanos no han salido a la calle a protestar o exigir justicia. Excepto algunos medios, se pasa de puntillas por el asunto. Innumerables políticos ni señalan ni condenan ni piden una investigación exhaustiva para determinar la confirmación, o no, de los hechos. Aquellos tan preocupados, hace apenas unos meses, por la imagen internacional de España, ahora no se escandalizan ni reflexionan alrededor de qué supone tener un cabeza de Estado presuntamente corrupto. Ahora, qué imagen de país proyectamos, se pasa por alto. Bastantes deben pensar que bendito coronavirus que ocupa todos los medios y preocupaciones.

Pero no nos engañemos: la falta de reacción es lo lógico y esperable de la mayoría de la ciudadanía española. Y, antes de que se ofendan, recuerden lo siguiente: en España, usualmente, la corrupción no tiene costes sociales. Tampoco el engaño o la mentira. Los partidos mayoritarios (PP y PSOE) apenas suelen notar los costes de sus innumerables casos de corrupción. El Sistema consolidado mediante la Transición, no solamente blindaba al rey, sino todo el sistema político y judicial. Que algunos políticos y cargos hayan pisado la cárcel, no nos ha de hacer creer que la corrupción se paga. La lista de casos de corrupción es tan larga y extensa que, de vez en cuando, alguien es condenado: una gotita en el mar de corrupción por donde la monarquía y cierta élite navegan plácidamente.

¿Por qué razón, en España, la corrupción no tiene costes sociales? Seguro que hay varias respuestas, entre ellas la poca tradición democrática del país. Una consecuencia de esta poca tradición democrática, ligada con la Transición, es el rey. El sistema democrático anterior a la dictadura franquista, fue una república. El paso de la dictadura a la democracia (Transición) obligaba a, como mínimo, preguntar a los ciudadanos si querían regresar, o no, al último sistema democrático que hubo. Y esto, no se preguntó. Es decir, se impuso. No es reduccionista afirmar que la monarquía fue una imposición de la dictadura. No lo es porque anteriormente hubo una república democrática, y, por tanto, la tradición monárquica se rompió. Recuperar la monarquía como una imposición aceptada sin rechistar, marcó a la población española como súbditos.

Los súbditos, son ciegos. Los súbditos son ciegos por decisión propia. Aceptar la condición de súbdito es aceptar no mirar arriba, donde está el rey. Por eso tantos medios acólitos no miran hacia allá. Miran siempre a los lados, a Venezuela o Cataluña, a donde deseen. Esta ceguera hacia arriba es la inviolabilidad del rey.

Es muy probable que, de la misma manera que muchos ciudadanos votan a políticos que les roban, votasen a favor de la monarquía en una consulta. Porque, si se comportan cómo súbditos ante unos políticos, ¿cómo no van a hacerlo ante un rey? Que el rey sea un ladrón, ¿y qué? Reconocerse y aceptarse como súbdito, conlleva aceptar que el rey pueda ser un ladrón. Y es por eso que es inviolable: porque si no le aceptásemos robar, no lo sería.

En el supuesto que la ciudadanía de España estuviese harta de vivir con una élite extractiva, harta de una corrupción que es un lastre, debería exigir un cambio de raíz, y ello conllevaría empezar con la monarquía. Pero, si la ciudadanía de este país acepta que se la mienta y engañe, que se le robe, y se siente más cómoda y segura aún a costa de perder libertad, no duden que ciertos partidos van tomando nota, y ofrecerán esta seguridad y comodidad a cambio de recortar libertades. Una cosa va con la otra. No investigar ni juzgar al rey, no condenarlo si es culpable, en el fondo es dar crédito y legitimidad a todos aquellos que consideran que hay excepciones para pasar por encima de la democracia e igualdad. Es decir, legitima un poder por encima del Bien Común, una ausencia de ley por encima de la ley, un derecho por encima de la libertad. Es un doble sistema que conduce al totalitarismo. Y este es aceptado por los súbditos, condenados a no ser plenamente libres ni tratados de igual a igual, mientras se conforman grácilmente y luchan a un lado y otro, sin mirar hacia arriba: allí desde donde se les mira con desprecio (robar, precisamente, no es respetar a la víctima, y la corrupción es robar a la sociedad entera).

El ser humano ha evolucionado adaptándose al medio y, luego, adaptando el medio a él. Para ello, es necesario mirar este medio, apreciarlo o temerlo, pero, sobre todo, actuar en consecuencia. No es ciego el que no ve (hay otros canales de percepción): es ciego el que no actúa. Como ser social, el humano aprende de los otros tanto por educación como por imitación. Esta cooperación entre unos y otros es una conducta teñida de valor. Valoramos, y nos valoran, continuamente respecto a lo que creemos que está bien y lo que está mal. Aceptar que hay estamentos, clases, o simples personas que están al margen de esa valoración o, al menos, de sus consecuencias, a la larga despedaza el valor de la sociedad, la cooperación entre unos y otros en pos de ese Bien Común. Porque esos privilegios acaban asentando unos patrones conductuales que desbaratan la cooperación social desde dentro. Y esta cooperación es una de las razones más importantes que nos han hecho avanzar como especie. Un servidor opina que la manera más justa de hacerlo es empoderar a los individuos en una sociedad sin privilegios establecidos. Y esto es incompatible con la monarquía e incompatible con la corrupción amparada por un sistema judicial heredero de la dictadura. Es incompatible: aquí, cualquier “arreglo” es un parche en los ojos del ciego. Aquí no hay tuerto, hay ladrones, y un sistema que los protege.

Si usted o yo, por ejemplo, estafamos a Hacienda, robamos a la sociedad y a nosotros mismos, pues somos parte del bien común de la sociedad. Aunque, individualmente, podemos justificar la utilidad de hacerlo, según el Dilema del Prisionero (https://es.wikipedia.org/wiki/Dilema_del_prisionero), el Sistema se tambalea cuando hay una parte que vive al margen del Bien Común. Es decir, el hecho que haya un segmento (dígase monarquía, casta, élite, lo que deseen) que pueda vivir al margen del sistema cooperativo del Bien Común, lo que señala, de facto, es que hay dos Sistemas paralelos.

La duplicidad de sistemas es y ha sido los regímenes monárquicos, los religiosos y las dictaduras (también las comunistas). La creencia actual es que los sistemas democráticos son incompatibles con ello, pero no es cierto: son perfectamente compatibles. El error es pensar que un “procedimiento democrático” (como votar cada 4 años) es suficiente, de per se, para eliminar la duplicidad de sistemas. Y esto no es así. El procedimiento democrático es una serie de herramientas que “permite la posibilidad de eliminarlo”, pero esa posibilidad hay que utilizarla. No hacerlo, resignarse a una actitud contemplativa, a la larga ciega, y en esa ceguera conformista se apoya la duplicidad del sistema. Una herramienta solo es útil cuando se utiliza.

Las revoluciones históricas jamás han conseguido acabar con esta duplicidad (insisto: tampoco la revolución comunista), haciendo ejemplo del concepto de revolución Gatopardo: dar una vuelta para que todo continúe igual. Estas revoluciones siempre han sido verticales, de abajo a arriba, y tal vez sea esto lo que impida cambiar (y no mejorar) las cosas. La idea sería una “revolución democrática”, en horizontal y, engañado o no por mi sesgo independentista, uno cree que esto es lo que se intentó hacer el 1 de octubre de 2017 en Cataluña. Por esta razón, la contundencia de la respuesta policial, judicial y política (el artículo 155) y, como cereza del pastel, el infame discurso del rey. Un servidor jamás ha creído que en la corte se pensase en la posibilidad inminente y efectiva de una independencia de Cataluña (tampoco creo que lo pensasen ni Puigdemont ni Junqueras) pero sí temieron que tal intento fuera percibido en España como un intento de cambiar algo. En este sentido, la independencia de Cataluña era lo de menos. Lo importante era que no se extendiese a la sociedad española el cuestionamiento a un doble sistema donde algunos, como el presunto rey ladrón, viven a expensas de otro sistema subordinado. El de los súbditos. Evidentemente, todo lo que ocurrió el 2017 hubiera sido imposible en la época Pujol, pues lo que significaba este era parte de la dualidad del sistema, solo que en la sucursal catalana.

Tanto si robo una manzana como si estafo el pago de un impuesto a Hacienda, sé que estoy robando. Las justificaciones que pueda encontrar no impiden mi conocimiento del robo. Pero uno, a veces, se pregunta si el robo a cierto nivel (esa corrupción, evasión de impuestos, etcétera) es percibido como tal por aquellos que lo practican. Ni son necesarias justificaciones. Simplemente ocurre que habitan y viven en otro sistema, con otras normas y otros valores. Esta dualidad de sistemas es un statu quo que se ha mantenido a lo largo de la historia, con todos sus vaivenes políticos.

Hay cierta tendencia a creer que el humano es, por naturaleza, egoísta. Pero esto no es cierto: la naturaleza es cooperativa con ciertas puntas de altruismo, aunque incomode a muchos filósofos. De hecho, esta naturaleza se ha preocupado bien de que valoremos de una manera innata estar alerta ante el engaño y la mentira. La única manera de evitar que se repita cíclicamente la Toma de la Bastilla (o de Versalles) es que no se perciba la dualidad de sistemas. Es más conveniente que parezca que hay un solo sistema pero que no se aplica bien, que es “mejorable”, y que con cortar una cabeza esporádicamente y hacer algunos retoques, es suficiente. Esta sería, por ejemplo, la posición del PSOE ante el presumible robo del rey al impedir la investigación parlamentaria: mantener el statu quo. Lo que se mantiene es la dualidad de sistemas, de lo cual, el comportamiento del rey tan solo es una anécdota que ha salido (qué mala suerte) a la superficie.

Si todo lo anterior no es muy erróneo, un servidor se plantea la siguiente pregunta: ¿por qué razón la mayoría de la ciudadanía permite esta dualidad de sistemas? Al fin y al cabo, el sistema “superior” no es cooperativo con el Bien Común, sino extractivo. La historia ha ido enseñando que el enemigo de esta dualidad, es el conocimiento. Por ejemplo, el conocimiento de las falsedades religiosas es quien menoscaba su poder. O, más actual, el conocimiento de las consecuencias en el medio ambiente, empieza a cuestionar según qué modos del sistema. La solución, de quien domina desde el sistema superior, para mantener este statu quo, uno opina que estriba en dos caminos paralelos: por un lado, ofrecer una compensación emocional (ya sea la monarquía, la nación, la religión “light”, o la nueva religión tecnológica) desligada de cualquier pensamiento racional o lógico y que es una compensación muy ligada con la comodidad, la seguridad y el miedo. Por otro lado, intentar mantener la ignorancia, pero no luchando contra el conocimiento, sino sirviéndose de la distracción (por ejemplo: el problema de los migrantes de Siria se trata desviando el foco de la razón causante: la guerra de intereses económicos y geo políticos en ese país y región).

Así pues, si (de una manera metafórica) la gente desea ver el mundo por la tele, al rey, como siempre, le saldrá gratis su corrupción, dando ejemplo a su sucesor y a todos aquellos que giran alrededor. Claro, con el consentimiento de sus súbditos, que por algo lo son. Y lo mismo con el medio ambiente. Y con las desigualdades. Pero todo sucede cada vez más rápido, en un frenesí que algo tiene de contrario a la evolución antropo-lógica y social del ser humano. Se va imponiendo una sociedad donde la cooperación y el Bien Común parecen algo ajeno o ingenuo, con un sistema superior al que los avances tecnológicos le permiten una enorme degradación del medio a cambio de unas mejoras de vida muy particulares y, seguramente, a escala histórica, muy efímeras. Mientras tanto se va potenciando una “desconexión” brutal entre actos y consecuencias, entre consecuencias y responsabilidades. Todo ello nos aleja de lo que hizo posible la supervivencia y evolución humana. En cierto sentido, aunque parezca que los avances tecnológicos (que son avances de las cosas) digan lo contrario, podríamos estar entrando en una involución a escala humana. Esto, podría percibirse en las consecuencias de nuestra relación con el medio. A medio plazo, con la relación entre seres humanos. En caso que todo lo anterior no sea una exageración simplista, el último no hace ni falta que apague la luz.
 

Fuente → diario16.com

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