“Me consta que soy inocente. Mi conciencia es el tribunal ante el cual hago comparecer mi conducta y cuando la interrogo esta conciencia permanece tranquila, esto es la verdad, solo siento el sufrimiento de ustedes pues en este momento es cuando más falta les hago y menos les puedo ayudar (…) pero hay que esperar que ya llegará el día en que los hombres reconozcan mi inocencia y entonces me reestablecerán con ustedes”.
Paterna, el paredón de España: El 27 de octubre de 1940 Rafael Real escribía una carta a sus padres desde la Modelo de València. Él se sabía inocente y les escribía con la esperanza de quien está seguro de que podrá volver a su lado. Cuatro días después era fusilado en el paredón situado a 450 metros del cementerio de Paterna. El 2 de noviembre la carta llegaba a su casa de Canals.
Junto a Rafael, otras 2.237 personas fueron asesinadas entre 1939 y 1956 por el régimen impuesto por Francisco Franco en el paredón de España, tristemente bautizado así por ser la mayor fosa común del país. En aquel muro perdieron la vida muchos valencianos, pero también madrileños, vascos, andaluces, murcianos, manchegos o catalanes. Prácticamente de todos los rincones de España. Setenta fosas acogen los restos de estos represaliados. Setenta fosas en las que más de 2.000 familias quedaron atrapadas junto a sus muertos.
Son 2.238 historias tristes, muy tristes. Historias sin final feliz. Historias de vidas segadas por un solo ‘delito’: pensar diferente y defender la democracia y la libertad. Ahora, 79 años después, una de esas fosas, la 112 se ha abierto con una esperanza en el aire y los corazones de las familias, poder identificar y dar un entierro digno a los suyos con la ayuda de los miembros de ArqueoAntro que sin descanso trabajan en las diferentes fosas.
En el interior de la 112 hay dos sacas (presos trasladados) de fusilados. Entre tierra y cal viva los restos de 100 personas, 100 historias que durante 78 años han sido contadas en voz baja. Franco lo hizo bien, no solo escribió la historia durante casi cuatro décadas, sino que le robó las suyas a miles de familias. Unas historias pasadas de padres y madres a hijos y nietos con tan solo un hilo de voz. Una voz silenciada durante décadas por el miedo instaurado por el régimen de un asesino que no tenía piedad con aquellos que pensaban diferente.
La fosa 112
En el día que el gobierno de Pedro Sánchez tiene previsto firmar la exhumación del dictador, las familias de la fosa 112 esperan encontrar los primeros restos para por fin poder enterrar con la dignidad que se merecen a aquellos que murieron por la libertad. En esa fosa están, junto a 98 personas más, Vicente Gómez y Mariano Brines.
Ambos fueron fusilados el 9 de diciembre de 1940. Su saca estaba prevista para el día anterior. De hecho, las actas de defunción se firmaron ese día, pero era la Purísima y en fiesta nacional no se fusilaba, había que ir a misa. Así, pese a tener la ‘pepa’ en la mano, los 50 de dicha saca esperaron 24 horas a ser trasladados para lo inevitable.
Como al resto de víctimas dos balas fueron a la fosa con ellos. La primera, de fusil. La segunda, una de 9 milímetros, el tiro de gracia. 2.238 personas asesinadas, 4.476 balas y 79 años de indecencia política contemplan las fosas de Paterna, pero gracias a la Ley de Memoria Histórica y al cambio de gobierno la decencia empieza a hacer acto de presencia.
Las historias de Vicente y Mariano son espeluznantes, pero no más que las del resto de sus compañeros asesinados. Vicente había sido alcalde de Tavernes de la Valldigna y Mariano miembro de la CNT de Canet. Ninguno tenía delitos de sangre. Dio igual. Murieron juntos el 9 de diciembre de 1940. La nieta de Vicente, Carmen, cuenta como su abuela trató de salvar a su marido hablando con familias de derechas que como única respuesta le decían: "Las personas cultas y con carisma molestan. Déjalo estar, no intentes salvarlo. Tu marido está sentenciado, lo van a matar". Y así fue.
Mariano casi lo logra. Llegó al puerto de Alicante en abril del 39 para subirse a un barco que lo sacara de España. El barco nunca llegó. Estuvo en dos campos de concentración: 20 días en Los Almendros y después en Albatera donde un falangista de su pueblo, Canet D’Enberenguer, lo señaló como ‘rojo de la CNT’. Tras ser señalado fue trasladado a Sagunto donde lo torturaron y de ahí al paredón y a la fosa.
Triste final
Pasar una sola mañana junto a las fosas da para empaparse de las historias que las diferentes familias que se enteran de la apertura de las fosas van narrando. Todas son tristes e injustas. Todas merecen ser contadas.
Entre las pocas personas que vivieron aquellos días aciagos se encuentra Hortensia. Su padre, Ramón Villaescusa, había sido policía durante la República. Su trabajo era la de controlar el trayecto del tren Valencia-Sagunto. Cuando se perdió la guerra, sus compañeros le instaron a huir a Francia con ellos, pero él se negó porque nunca había torturado, ni mucho menos matado a nadie.
La historia que cuenta Hortensia no coincide con lo documentado, pero ella, entre lágrimas, cuenta como su madre le contaba que a su padre le obligaron a cavar su propia fosa mientras ella y otras mujeres les hablaban desde el otro lado del cementerio. Ramón fue fusilado el 24 de julio de 1940. Tras el asesinato de su padre, su madre fue obligada por el capitán de la Guardia Civil de Paterna a limpiar el cuartel gratis. Entre lo que limpiaba, la sangre de los torturados por el régimen.
Leoncio
Pero si hubo un testigo de excepción de aquella carnicería fue Leoncio Badia. Leoncio era republicano y fue detenido en Barcelona. Acabó en Paterna pidiendo trabajo porque nadie quería emplearle. Al final le dieron el trabajo de enterrador en Paterna con una frase que pasará a la historia de la ignominia: "Tú vas a enterrar a todos los republicanos. Vete a enterrar a los rojos, a los tuyos".
Este hombre fue testigo de como los miembros del ejercito se negaron a seguir fusilando personas y como la Guardia Civil tomó el relevo. También estuvo presente cuando más de 50 republicanos fueron fusilados en una ‘saca especial’ para celebrar que Adolf Hitler había tomado París. Medio centenar de hombres que perdieron su vida a la salud de uno de los mayores genocidas de la historia.
Ante tanta barbaridad y sinsentido, Leoncio decidió hacer lo único que podía hacer sin arriesgar su vida y la de su familia. Así, cuando había una saca, él recortaba un pedacito de la camisa del fusilado, un caudradito de tela que se guardaba, o cualquier objeto personal que pudiera ayudar a las familias a reconocer que pertenecía a su hijo, su marido, su hermano. Él ayudó a cientos de familias a saber que la agonía había llegado a su fin.
Pero cada vez que pudo hizo algo más. Uno por uno colocaba los cadáveres de forma que no estuvieran apilados unos encima de otros. Trató de darle el entierro más digno posible. Las familias que ahora esperan a pie de fosa lo tienen en el recuerdo y en el corazón.
Leoncio fue quien le dio un calcetín bordado con sus iniciales a la mujer de Vicente Gómez. Una mujer que días antes había recibido una carta de despedida que, entre otras cosas, decía:
“Tú, querida esposa, sabes bien cuan inocente soy de los hechos que se me acusan. Sabes que muero asesinado por la maldad de unos individuos. Sabéis quienes son los causantes de mi muerte. Pues solo os pido que si algún día podéis aclarar la verdad los perdonéis, como yo los perdono. La compasión que les tengo me impide que los maldiga. No tengáis rencor porque son unos desgraciados, que no saben lo que se hacen, porque de saberlo no hubieran contribuido en mi asesinato. (…) Voy cara a la muerte poco a poco, sereno, con la conciencia muy tranquila y la cabeza bien levantada pues el único delito que he cometido ha sido el pensar en una sociedad más justa y equitativa que la presente. Moriré mirándoles la cara a mis asesinos con la convicción absoluta de que no tardaran mucho tiempo en reconocer que es un crimen lo que conmigo han cometido”.
Su nieta y 2.238 familias siguen esperando que se reconozcan esos crímenes.
Fuente → valenciaplaza.com
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