La II República descontextualizada, el último fetiche de los políticos españoles -
  • En el debate de investidura, políticos de todo signo mencionaron al expresidente de la Segunda República, Manuel Azaña
  • ¿Qué sentido tiene traer este imaginario a un debate parlamentario en 2020? Preguntamos a dos expertos
La II República descontextualizada, el último fetiche de los políticos españoles -:

por Sara Montero

Más allá de la referencia al gobierno multipartido, hay pocos parecidos más entre la España de los años 30 y la actual, por mucho que algunos medios adviertan de la llegada de un nuevo Frente Popular, que en nada se parece al pacto entre PSOE y UP. “La izquierda de esos años era beligerante, organizada, combativa, tenía un proyecto de transformación del mundo primero y luego una defensa de sus posiciones, incluso frente a este ataque físico, de la extrema derecha”, explica Jordi Casassas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Barcelona, sobre el abismo entre las formaciones de uno y otro periodo. El pasado martes, en el Congreso de los Diputados, se abrió una página para la historia de España que comenzó a escribir un gobierno de coalición, formado por el PSOE y Unidas Podemos. La última referencia de un ejecutivo compartido hay que buscarla en la Segunda República Española, cuando el Frente Popular ganó las elecciones en 1936. Quizá por ser el antecedente más inmediato, los partidos decidieron traer a los protagonistas de este periodo histórico a la sesión parlamentaria de 2020. El expresidente republicano Manuel Azaña fue citado tanto por los partidos de izquierdas como los de derechas, con distintas intenciones, buscando en sus palabras respuestas a la siempre compleja cuestión de España.

El contexto internacional tampoco tiene, afortunadamente, ningún parecido. “La única cuestión que que podría recordar a la deriva europea de los años 30 es el regreso de las posiciones ultraconservadoras, racistas, etc., que podríamos asimilar a ese ambiente en el que la extrema derecha de entonces iba creando al terreno para el estallido de los fascismos, por el resto nada más”, matiza Casassas, a quien le preocupa la descontextualización de las referencias históricas que hacen los políticos. En los años 30, los países europeos estaban inmersos en una fuerte crisis y el continente salía de la I Guerra Mundial y de la Revolución rusa con muchas heridas que curar.

Resuena la voz de Azaña

Lo que parece indiscutible es que la figura de Azaña pervive como referente para líderes de distintos signos: “El único elemento común es la defensa de la democracia. Azaña dijo que ‘la república será democrática o no será, por eso muchos políticos recurren a él’”, explica Ángeles Egido, catedrática de Historia Contemporánea de la UNED y experta estudiosa de la figura de este político español. Azaña es, por tanto, una figura intelectual respetada y aceptada, incluso por aquellos que no comparten muchos pilares del proyecto político que dibujó.

Que el contexto sea muy diferente no quiere decir que algunas reflexiones del presidente republicano hayan perdido vigencia. Algunos de los problemas esenciales de España se mantienen vivos. El aspirante a revalidar la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez, fue el primero en citar a Azaña, pronunciando una frase que ya usó Mariano Rajoy en 2017: “Todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo”, expresaba el presidente. Es una frase extraída de uno de los discursos más famosos de Azaña, Paz, piedad y perdón, pronunciado en 1938 para reivindicar que «nadie tiene derecho de monopolizar el patriotismo». Fue el último que pronunció en suelo español antes de que los sublevados ganasen la contienda.

En pleno auge de los nacionalismos, tanto autonómicos como españolistas,y con la palabra España en disputa, la frase encuentra su encaje en el discurso político de 2020. Sánchez, a través de Azaña, reprocha a la ultraderecha que la patria “no es un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma religioso, político o económico”, tal y como prosigue el discurso original que ya no citó el socialista. “Para Azaña, nadie puede monopolizar el patriotismo, la patria es de todos y se basa en el concepto de patrimonio moral”, recuerda la experta.

El hecho de que Sánchez citara a Azaña en la tribuna tiene otra lectura que puede dar pistas sobre la página que desea escribir en Moncloa: “Azaña es un símbolo de la voluntad reformista de la República”.

Casado, Azaña y el nacionalismo

El líder del PP, Pablo Casado, y el de Vox, Santiago Abascal, también subieron a Azaña a la tribuna el pasado martes. Incluso, el segundo presumió de haber leído al expresidente republicano mejor que Sánchez. Ante la imposibilidad de confirmar cuál de los dos líderes tiene más dotes para la lectura comprensiva, Egido sí insiste en un detalle que convierte a Azaña en uno de los líderes más estudiados: “Es de los pocos políticos que dejó constancia por escrito de sus años de gobierno. Hay muchos políticos que han escrito sus memorias, pero siempre a posteriori. Sin embargo, él llevaba una especie de agenda de todo lo que ocurría”. Cualquiera que aspire a comprender y gobernar España, debe pasarse por sus páginas.

El concepto de patria de Azaña está por encima del nacionalismo. No está en el territorio, sino en el patrimonio moral”, afirma la catedrática. Abascal y Casado se agarraron a esta defensa de la patria citando ambos las mismas palabras: «Tolero que ataquen la República, pero nunca les toleraré que ataquen a España». Los dirigentes de la derecha y la ultraderecha olvidan que los “atacantes” a los que se refería Azaña eran los sublevados franquistas. Aun así, los líderes de ambos partidos eligieron estas palabras como respuesta a las de Sánchez, que ese mismo día iba a ser investido con la abstención de ERC y los votos de partidos nacionalistas como el PNV.

Aunque en la II República se aprobó el Estatuto de autonomía de Catalunya y comenzaron otros proyectos que no llegaron a cerrarse, la catedrática aclara que “la España de las autonomías ha ido mucho más lejos que lo planteado por la República”, que reconocía la diversidad, pero no cuestionaba la unidad de España. “No fue federal, sino explícitamente no federal. Tenían muy presente el ejemplo de la Primera República que sí lo fue”, concluye.

El profesor de la UB cree que la frase usada por Casado tiene muchos matices, pero está bien encajada en el debate actual de la relación de España con los nacionalismos: “Azaña entendía que era un problema a resolver, pero no quería que se pudiese romper España. En este sentido, durante la guerra tuvo frases duras al respecto. Fue uno de los impulsores del estatuto catalán, pero no quería una federación ni mucho menos una confederación como solución. Por tanto, si el estatuto se mantenía bajo el control gubernamental le parecía una solución aceptable”.

Largo Caballero, Negrín y… Pedro Sánchez

El martes hubo más evocaciones republicanas en el Hemiciclo. Abascal acusó al presidente de ser “más de Largo Caballero y de Negrín” que de Azaña. Ninguno de los dos expertos consultados ven ningún paralelismo entre ambos personajes históricos y la figura de Sánchez, más allá de ser presidentes del gobierno socialistas en contextos muy distintos al actual.

Entonces, ¿qué sentido tiene traer el imaginario de la II República a un debate parlamentario en 2020? El catedrático tiene una opinión contundente: “El franquismo no ha terminado. Los franquistas sociológicos, ideológicos, mediáticos, económicos, judiciales, etc. tienen la sensación de que se están moviendo los que perdieron la guerra y esto les inquieta. En el fondo, lo que existe es un desprecio por la posibilidad de que exista un modelo distinto con el que la transición no supo acabar”.

Durante el franquismo, se extendió la idea de que el golpe de Estado fue una consecuencia directa de una República caótica. Esta imposición, unida a la desmemoria de la democracia, es un caldo de cultivo para que Vox resucite este imaginario: “Es evidente que una persona de extrema derecha antiparlamentaria en el parlamento ha de crear miedos. Una forma de hacerlo es diciendo ‘cuidado con los inmigrantes’, pero también recordar que esa idea de que ‘nosotros ya intentamos solucionar cuando campaba el desorden y los rojos y los comunistas se comían a los niños’. Es un reflejo simplón, pero hay que ver de dónde parte”, remata Casessas.

Aunque en el Congreso se envuelva en un ambiente de crispación, el frentismo no ha llegado, ni mucho menos, a la sociedad española. Puestos a rescatar enseñanzas del pasado, Egido recuerda la lección más importante de Azaña: “Ninguna idea vale la vida de un hombre”. “Todo se puede solucionar mediante la política”, añade.

Título de caja
Solo hubo dos: Jesús Hernández y Vicente Uribe, y entraron en el Gobierno tras la sublevación militar de julio de 1936

Hernández impulsó la alfabetización y protegió el patrimonio como ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes

Uribe defendió a los aparceros y pequeños agricultores con fincas arrendadas a los terratenientes

Gobierno de Largo Caballero en septiembre de 1936. Aparecen los dos ministros comunistas: Vicente Uribe Galdeano (primero por la derecha) y Jesús Hernández Tomás (segundo por la derecha)./ Dominio Público

por Luis Díez

Ahora que unos celebran y otros deploran la presencia de ministros comunistas en el Gobierno del socialista Pedro Sánchez, parece llegado el momento de recordar que en la II República sólo hubo dos ministros del PCE: Jesús Hernández Tomás y Vicente Uribe Galdeano. Entraron en el Ejecutivo el 4 de septiembre de 1936, en un contexto trágico para España, después de que los generales golpistas hicieran añicos su juramento constitucional, se sublevaran contra el orden democrático y, alentados por las derechas, la jerarquía clerical y la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista, sumieran al país en la guerra civil.

Quienes manifiestan su rechazo a la presencia en el Gobierno de Pablo Iglesias (el Play de la Unión de Juventudes Comunistas) y de sus compañeros Yolanda Díaz y Alberto Garzón –Podemos aporta además al profesor y académico Manuel Castells como titular de Universidades y a Irene Montero en Igualdad– por su antigua (y vigente, en el caso de Garzón) militancia en el PCE, les convendría saber que la gestión de los dos únicos ministros comunistas durante la II República fue clara, ejemplar y todo lo sensata y positiva que podía ser en aquel contexto bélico.

Las circunstancias en las que llegaron por primera vez al Gobierno formado y presidido por el líder de la entonces poderosa UGT, Francisco Largo Caballero, eran bien distintas a las de hoy. La sociedad, mayoritariamente rural y poco alfabetizada, se parecía nada a la actual. Los militares golpistas y los pistoleros de la extrema derecha (falangistas) comenzaron a conspirar y a campar por sus desafueros inmediatamente después de las elecciones del 16 de febrero de 1936 que dieron un triunfo no tan arrollador como algunos dicen al centro-izquierda, agrupado en el Frente Popular que encabezaba Manuel Azaña y al Front D’Esquerras en Cataluña, dirigido por Lluís Companys.

El resultado de los comicios de febrero del 36 fue en realidad muy ajustado. El bloque de izquierdas obtuvo 4,5 millones de votos y el de derechas (Frente Nacional), encabezado por el salmantino José María Gil Robles, 4,4 millones de votos. En aquellos comicios votaron 9,5 millones de españoles. El 47% del voto de izquierda frente al 46,5% de derechas fue un triunfo poco arrollador. Bien es cierto que la distribución de escaños por circunscripciones provinciales y la repetición de los resultados en Granada y Cuenca, así como la suma del PNV y de algunas agrupaciones sindicalistas, supuso un triunfo claro del Frente Popular, de modo que al presidente de la República, Nieto Alcalá Zamora, no le quedó otro remedio que encargar a Azaña la formación de gobierno.

Ya es sabido que el PSOE, con 88 escaños en febrero y 99 en mayo (utilizaremos los resultados finales) fue el partido más votado, con un 20% de las papeletas, seguido de la Confederación Española de Derechas Autónomas, la CEDA de Gil Robles, con 88 diputados. Y que los socialistas y los comunistas, que consiguieron 17 escaños con José Díaz a la cabeza, se abstuvieron de entrar en el Ejecutivo. Se contaba la anécdota de que Indalecio Prieto, el hombre fuerte del PSOE, se disculpó ante Azaña y los suyos diciendo que no tenía un traje adecuado para tomar posesión de ministro. En realidad no quería acentuar la tensión con el compañero Largo Caballero, cuya línea obrerista se consideraba la izquierda del partido. En aquellos momentos, con las derechas emberrechinadas, que diría Alfonso Guerra, el astuto Prieto, un “socialista a fuer de liberal”, solo deseaba que las aguas se calmaran

La derecha rechazó la moderación


Se formó así un gabinete presidido por Azaña con los elementos más valiosos y moderados de los que pudo echar mano, todos ellos de Izquierda Republicana, que tenía 87 diputados y de Unión Republicana, que alcanzó 37 en un Parlamento de 473 miembros. Entonces no había Senado y la elección se hacía mediante listas abiertas. Por cierto que en aquellos comicios, el jefe de la Falange y las Juntas Ofensivas, José Antonio Primo de Rivera, se presentó por ocho circunscripciones y no salió elegido en ninguna. Perdió el acta que había conseguido por Cádiz en 1933. Su partido, inspirado en el modelo violento nazi-fascista y financiado desde Alemania e Italia, obtuvo unos 40.000 votos en toda España.

Los periódicos franceses e ingleses realizaron distintas interpretaciones del triunfo del Frente Popular y del gobierno de Azaña. Le Petit Parisién decía: “El Frente Popular tendrá mayoría en las Cortes y se prevé para esta misma semana la formación de un Gabinete Azaña con Martínez Barrio en Gobernación. No es necesario ser brujo para predecir a la nueva mayoría de izquierda, tan frágil, tan débil y tan mezclada, una vida política extremadamente difícil y aventurada”. Le Populaíre escribía: “La España socialista y republicana dirigirá al país, que quiere levantar una barrera contra la guerra”. El Daily Telegraph deseaba que España sepa evitar la continuación de las luchas estériles. Su colega conservador Daily Express denunciaba “el peligro bolchevista”. Pero el laborista Daily Herald sostenía que si el Frente Nacional de Gil Robles se hubiera impuesto, las libertades hubiesen sufrido la misma suerte que en Alemania, Italia y Austria. “Pero los españoles no se han dejado llevar a la servidumbre por los engaños y han votado de manera decisiva por la defensa de la República, el restablecimiento de la libertad, la amnistía y el progreso. ¡Bravo, España!”.

Pese al anuncio de Largo Caballero en la prensa francesa de que no entrarían en el Gobierno, lo que supuestamente alejaba “el riesgo comunista” y a la falta de indumentaria de Prieto, la derecha política digirió muy mal la derrota. Y la derecha real (grandes terratenientes y ganaderos, industriales, financieros, así como los elementos dogmáticos y retardatarios de las cúpulas clerical y militar) no la digirió jamás. De hecho, reactivaron la urdimbre golpista inmediatamente después de conocer el resultado electoral, el 23 de febrero de 1936. El gabinete de Azaña se esforzó en alejar la amenaza. Sacó de Madrid a los generales más proclives a emplear las armas contra la voluntad popular, que habían sido promocionados por Gil Robles como ministros de Guerra. Envió a Goded a Baleares, a Franco a Canarias, a Mola –apodado “el director”– al gobierno militar de Pamplona y dejó sin mando (disponibles) a Saliquet, Fanjul, Orgaz y Varela.

El gabinete retomó los proyectos que habían quedado paralizados en 1933 con el triunfo de la derecha; singularmente impulsó el sistema educativo, con Marcelino Domingo, que retomó la cartera de Instrucción Pública, y prosiguió la reforma agraria, con el voluntarioso Mariano Ruiz Funes como ministro de Agricultura. Frente a la respuesta de los terratenientes a los jornaleros que pedían pan, trabajo y dignidad (“¡Que os de de comer la República!”) aquella reforma era sensata, bien planeada y con compensaciones económicas a los propietarios que se desprendieran parcelas, en muchos casos sin labrar. Así lo explicaba el bien intencionado Ruiz Funes ya en el exilio en México. Pero había hambre física y de justicia, y enseguida empezaron las ocupaciones.

En el Parlamento, Gil Robles no supo hacer valer su condición de jefe de la oposición y pronto se vio desbordado y eclipsado por los planteamientos más duros del monárquico José Calvo Sotelo. El resto de la historia es conocida. El propio Calvo Sotelo cayó víctima del ardor dialéctico con el que promovía la inestabilidad y del que se valían los pistoleros de la extrema derecha para liquidar socialistas. Dos días después del atentado mortal contra el jefe monárquico, la noche del 12 al 13 de julio, cuando regresaba de pasar el fin de semana en su finca, el jefe de las derechas, Gil Robles, dio por rota la convivencia, puso el dinero de su partido a disposición de Mola, “el director” de la sublevación, y se marchó a Francia, de donde sería expulsado a Portugal. Luego diría en sus memorias que no estaba enterado del golpe militar que encabezaron Franco y el propio Mola 48 horas después de su huida.

Hernández salvó el Museo del Prado

En aquel contexto, con Azaña desbordado y Franco, Orgaz y Varela trasladando mercenarios desde el norte de África a Sevilla para avanzar a sangre y fuego contra Madrid por Extremadura, Largo Caballero se hizo cargo del gobierno y hubo en España ministros del PCE por primera vez. En Instrucción Pública y Bellas Artes, Jesús Hernández sustituyó a Marcelino Domingo, y en Agricultura, Vicente Uribe relevó a Ruiz Funes. Hernández, al que después Juan Negrín añadiría la cartera de Sanidad, formaba parte de la dirección del Partido con José Díaz, Vicente Uribe, Antonio Mije y Juan Astigarrabía; se ocupaba de la agitprop (agitación y propaganda) y de la edición y dirección de Mundo Obrero. Tenía 28 años y en las elecciones de febrero había salido diputado por Córdoba.

Aunque el objetivo esencial era sofocar la sublevación y ganar la guerra, Hernández acometió varias reformas que elevaron la educación al nivel de función social y redundaron en la mejora de los maestros, creó las milicias de la cultura y otras entidades para la alfabetización de los milicianos y los soldados republicanos que no habían tenido la oportunidad de ir a la escuela, en muchos casos porque en sus pueblos no la había. Hernández, con la colaboración de varios intelectuales y artistas, entre los que se hallaban Rafael Alberti y su compañera María Teresa León, también puso a salvo el valiosísimo patrimonio pictórico del Museo del Prado, amenazado por los bombardeos aéreos franquistas sobre Madrid. Por primera vez en Europa los nazifascistas bombardeaban desde el aire, indiscriminadamente, a la población civil.

A saber qué pensaría el orondo Prieto al ver sentado a su lado en el Consejo de Ministros a aquel Hernández, un chaval que en 1923 formaba parte del comando que intentó liquidarlo a tiros cuando se encontraba en la sede de su periódico, El Liberal, de Bilbao. Tras un intercambio de disparos con la Policía, fue detenido y le cayeron cinco años de cárcel que cumplió durante la dictadura de Primo de Rivera. Prieto había sido nombrado por Largo Caballero ministro de Marina y Aire. Después ocuparía la cartera de Guerra con Juan Negrín de jefe del Gobierno. A lo largo de casi dos años de reuniones del Ejecutivo y después, en el exilio en México, Hernández y Prieto, reputados maestros de la pluma y la oratoria se llevaron cordialmente. Y otro tanto podría decirse de Vicente Uribe, natural de Sestao, obrero metalúrgico y representante del PCE en la redacción del manifiesto-programa del Frente Popular ante las elecciones de febrero de 1936, en las que salió elegido diputado por Jaén.

Uribe defendió a los pequeños agricultores

La política de Uribe como ministro de Agricultura dejó en segundo plano toda la grandilocuencia de la “revolución social” y pasó a apoyar (dicen que por “razones tácticas”) a los pequeños agricultores y comerciantes. La táctica la resumió bien nada más tomar posesión: “La violencia contra los campesinos (agricultores y ganaderos) tiene dos peligros. El primero es alejarlos de nuestro lado. El otro es todavía peor: pondrá en peligro el futuro suministro de alimentos”. En resumen, el primun vivere de in de philosophare de Séneca. Cierto es que promulgó un decreto de incautación de las fincas de los terratenientes que apoyaron la sublevación militar. Pero con eso solo reconocía una situación de hecho. Lo mollar del decreto era la garantía a los aparceros y pequeños agricultores con fincas arrendadas de que no serían privados de ellas por los propietarios. De hecho les reconocía el “uso perpetuo” de la tierra. Con la famosa discusión entre “propiedad y posesión”, la CNT rechazó la reforma.

Más allá de la influencia del PCE para el suministro de material de guerra desde Moscú a la República, cercada por la decisión de Francia y Reino Unido de aplicar un bloqueo feroz mientras Alemania e Italia suministraban aviones y cañones a los sublevados y bombardeaban directamente Madrid y Mallorca, la gestión de los dos ministros comunistas resultó clara e irreprochable. Todo el arsenal propagandístico posterior, bombardeado por la dictadura, y del que todavía se nutre la derecha actual, incluida la amenaza ruin para ignorantes: “¡Que vienen los comunistas y te quitan la vaca!”, nunca se sostuvo en España en tiempo de paz. Incluso el padre de Juan Carlos I, Juan de Borbón, elogió en privado “el patriotismo” del PCE de Santiago Carrillo, ayudante y sucesor de Uribe en el partido.

Por avatares de la historia, ya en el año 2000, la figura de Uribe resultó muy rentable a una compañera sentimental del eminente derechista Francisco Álvarez Cascos. Esta mujer regentaba la reputada galería de arte Marlborough cuando, informada de la decisión de la ministra de Agricultura, Loyola de Palacio, de completar la galería de cuadros de los titulares del departamento, localizó y le ofreció quizá el único retrato al oleo que existía del antecesor republicano. El Ministerio lo compró, la galerista y novia de Cascos se embolsó varios miles de euros y sugirió que la transacción se hiciese con factura privada para no pagar el IVA ni otros impuestos. Pero eso no pudo ser.


Fuente → lamardeonuba.es

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