El segundo momento estelar de Francisco Franco (I)
Ángel Viñas
Después de haber hurgado un pelín en el primer momento estelar del futuro Caudillo, y a la hora de abordar el segundo, tengo que presentar mis más sinceras disculpas a los amables lectores. Al escribir, hace varias semanas, sobre la película de Amenábar dejé constancia de mi perplejidad por el título de la misma. Alguien respondió que se trata de una alusión a un proyecto de decreto que se menciona en el film. Es cierto. No me había dado cuenta. Figura en las memorias del general Alfredo Kindelán. Este post y los siguientes no aluden a la película pero completan la serie de los dedicados al primer momento estelar de Franco (hubo varios después) con otro que fue, en puridad, mucho más trascendente que el peloteo para que le ascendieran a capitán y sus distorsiones sobre su supuestamente inconmensurable valor en el combate a resultas del cual no ganó la ansiada Laureada.
Había indicado que la hoja de servicios de Franco (versión del coronel Carvallo de Cora) terminaba en 1926. Los comentarios para los años posteriores hechos por tan eminente genealogista no sirven para nada, pero como ya hemos señalado es materialmente imposible que SEJE ignorara su publicación. En este sentido me parece absolutamente imprescindible acudir a sus comentarios.
De entrada llamo la atención sobre mi impresión que, dentro de su modestia, Carvallo de Cora se mostró tan imaginativo discípulo de Arrarás que, con algunas de sus ocurrencias, dejó chiquito al maestro. El coronel recordó, lógicamente, que Gil Robles nombró a Franco, en 1935, jefe del Estado Mayor Central. Hubo de abandonarlo tras las elecciones de febrero de 1936. Pues bien, según el mentado comentarista, “durante tan breve período se le vigiló constantemente y su vida estuvo en peligro en más de una vez”. ¡Caramba! Debían ser los malvados bolcheviques o, incluso, los no menos malvados socialistas. Aunque, a decir verdad, el estimado coronel no identifica quién le vigilara con tan aviesas intenciones en el período de la coyunda radical-cedista. Tampoco tenemos constancia de que, en un puesto de tan elevada responsabilidad, su vida corriera el menor riesgo en los meses en los que lo desempeñó. Llamamos la atención sobre esta laguna que, por lo que sabemos, nadie ha documentado con EPRE.
Carvallo de Cora sitúa después a Franco en Canarias, aspecto sobradamente conocido, y destaca que, además de estudiar “los problemas militares de las islas”, se ocupó de “la preparación del Glorioso Movimiento Nacional que debía adelantarse al movimiento comunista que se sabía planeado para finales de julio”. Lo subrayo debidamente en itálicas. Se observa aquí el reflejo de los camelos y bulos que esparcieron los propagandistas de la dictadura y que, por esos misterios que pertenecen al mundo de lo sobrenatural, de lo numinoso e incluso de lo divino, ya ha (casi) desaparecido de lo que suelen escribir en la actualidad muchos de los historiadores de derechas (aunque no todos y tampoco, desde luego, los gacetilleros). Carvallo de Cora no se olvidó de consignar que, “decidido a todo, el general Franco, una vez más, pone en peligro su vida emprendiendo un arriesgado viaje desde Canarias a Tetuán”. Volvemos a poner en itálicas tal caracterización. Tan ilustre coronel lo era de Artillería y quizá no estuviese demasiado familiarizado con las condiciones de la aviación civil de la época, sobre todo si se utilizaban aviones modernos construidos en el extranjero como eran los Dragones. Así que pensamos que estas advertencias cumplían un fin específico: aparte de adular al glorioso Caudillo, aparecer como más pelota que otros pelotas máximos.
Estamos de acuerdo, sin embargo, con él cuando afirma que, al sublevarse, daba comienzo “para Franco el verdadero problema. Empiezan las horas decisivas, pues ya no cabe retroceder. Es preciso vencer o morir”. Y ¿cómo vencer? Muy sencillo: con una “grandiosa operación estratégica el 5 de agosto de 1936, festividad de la Virgen de África” y el paso a la península del “convoy de la Victoria”.
El ilustre genealogista se eleva a las cimas del más pedestre lirismo castrense e inmortalizó para la Historia que “en ese momento glorioso (…) se decide la suerte de la República, pues la operación se realizó tal como había sido planeada por Franco y se ejecutó con toda decisión y maestría por las fuerzas que tomaron parte en ella”. Después, “España entera empieza a reaccionar y con el apoyo de los regimientos movilizados en la Zona Nacional se van formando la Falange y los Requetés nuevas unidades de combate que acuden presurosas a combatir contra los rojos en los sitios de mayor peligro”.
¿No es bonito? Que esto lo escribiera y publicara, en 1967, un gallardo militar dice bastante acerca de las bochornosas estupideces que se enviaban a la imprenta con tal de complacer el narcisismo de Franco. Hubiera sido improcedente -y quizá arriesgado para la propia carrera- comparar el número de hombres y kilogramos de peso de su impedimenta transportados por mar con los del puente aéreo manejado por los jefes, oficiales y aviadores nazis. O, ¿por qué silenciar también la aportación fascista?
El hecho es que el coronel Carvallo de Cora no escribió una línea de cómo Franco llegó a la magistratura suprema. Sorprendente, porque ya había datos al respecto. Por ejemplo, los de uno de los testigos de la misma y que había logrado publicar sus recuerdos más de veinte años antes de que el distinguido genealogista y artillero hiciera la pelota al Caudillo. Conviene, pues, acudir a ellos, con toda prudencia.
Que servidor sepa (pero estoy dispuesto, de nuevo, a que me corrijan) no hay muchos otros testimonios directos y demasiado fiables sobre la forma y manera en que se desarrolló el proceso de nombramiento de Franco salvo el del general Alfredo Kindelán. Que servidor sepa, ninguno de los restantes protagonistas dejó nada escrito. O, al menos, que haya salido a la luz. Franco, ciertamente, hizo varias declaraciones al respecto pero hasta qué punto representan hechos es bastante debatible.
Kindelán escribió su relato en vida de Franco, lo cual imponía ciertas “limitaciones”. Al parecer (lo cuenta su hijo en la edición que hoy es más accesible) su texto se envió a censura el 3 de julio de 1941, es decir, al poco de terminada la guerra. Cuatro días después un censor autorizó la publicación. Se trató de Darío Fernández Florez, un escritor falangista que ejerció tal ocupación durante algún tiempo. [Nota: de chaval, una de las novelas que más me impresionaron, y que no era recomendable en absoluto para los jóvenes, se tituló Lola, espejo oscuro. Ya ni me acuerdo de qué se trataba, salvo que la leí a escondidas, creo que en casa de un tío mío. Pues bien, su autor era el mencionado censor].
Cabe pensar que es difícil que Fernández Florez en solo cuatro días, como máximo, pudiera aprehender la significación de todos los recovecos del manuscrito de Kindelán, pero el hecho, según Kindelán hijo, es que dio luz verde. Este visto bueno no fue suficiente. Su superior jerárquico (el secretario general del Movimiento, a la sazón el superfalangista José Luis de Arrese) consideró, con toda razón, que también debía recibir el nihil obstat de su compañero y ministro del Ejército, el bilaureado general Enrique Varela. En vista del tema, finalmente se decidió consultar a Franco. Al parecer, su respuesta fue que “estaba bien, aunque algunas cosas era mejor no decirlas todavía”. En consecuencia, Varela no autorizó la publicación.
Todas las ulteriores gestiones de Kindelán e incluso de uno de los hermanos Vigón con Franco no sirvieron de nada. A ello podríamos añadir que Kindelán estaba empeñado entonces en un juego complicado para influir sobre Franco para que no entrara en guerra al lado del Eje y que no había ocultado sus inclinaciones monárquicas. Recibía suculentas “propinillas” de Juan March por cortesía de la Embajada británica. Era en un período en el que los monárquicos achuchaban a los ingleses y, como he demostrado en uno de mis libros, ponían a caldo a Franco y a su régimen filofascista ante ellos. A la publicación del texto dio luz verde el sucesor de Varela, Carlos Asensio Cabanillas, a quien a pesar de sus querencias pronazis le había convencido Nicolás Franco para que desistiera de sus proclividades. Todo esto lo cuento y documento en SOBORNOS.
Asensio se pronunció a finales de 1944 (hay que suponer que con el conocimiento de Franco) y el manuscrito pasó de nuevo a la Vicesecretaría de Educación Popular (de la que entonces estaba encargado, si no recuerdo mal, Gabriel Arias Salgado, supercensor algo más que celoso de todo lo que se opusiera a la ortodoxia franquista). En mayo de 1945 no se opuso a la publicación. Por si las moscas, el texto lo visó en una última etapa un tal Joaquín Úbeda, quien se encontraba al frente de tales menesteres. A lo largo de este largo periplo se censuraron lo que el hijo de Kindelán afirma fueron solamente juicios “sobre operaciones de guerra y sobre los mandos que las realizaron”. La editorial que iba a publicar el libro había desaparecido y fue otra nueva, llamada imperialmente Plus Ultra, la que se encargó de ello. Poco después la vicesecretaría fue disuelta e integrada en la Subsecretaria de Educación Popular, dependiente del Ministerio de Educación Nacional.
Es lamentable, pues, que el ilustre coronel Carvallo de Cora ni siquiera se basara en los recuerdos de otro de los “héroes de la Cruzada”. .
(continuará)
Fuente → angelvinas.es
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