De cómo el pensamiento dominante lo devora todo: el caso de Chaves Nogales (I)
 

De cómo el pensamiento dominante lo devora todo: el caso de Chaves Nogales (I) / Francisco Espinosa Maestre (*) Historiador

El mito de “La Tercera España”, cuyo origen resulta un tanto confuso aunque se suele asociar a Niceto Alcalá-Zamora y a Salvador de Madariaga, resurgió a fines del siglo pasado con el libro de Andrés Trapiello Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939), publicado por Planeta en 1994. Como he escrito en otra ocasión[1] esta obra, un compendio de historias y leyendas carente del más mínimo aparato crítico, vino a ser una respuesta a Literatura fascista española, de Julio Rodríguez-Puértolas (Akal, 1986), que reunió allí a los escritores que apoyaron el fascismo español mostrando una amplia selección de los textos que escribieron. Para el pensamiento dominante que se había ido consolidando desde la transición, este libro resultaba una provocación al mostrar abiertamente un pasado que se consideraba enterrado desde que se aprobó la Constitución de 1978. Además, ese contenido se oponía frontalmente a la campaña que desde 1983 venía haciéndose desde El País, por entonces la “referencia dominante”, a favor de algunos de esos escritores, caso de Foxá, Sánchez Mazas, Mourlane, Del Valle, D’Ors, Torrente, Tovar, Rosales, Vivanco, Laín o Ridruejo por parte de Pere Gimferrer, Francisco Vega Díaz o Rafael Conte. Trapiello, en esa misma línea, los reivindicaba, lo cual no era novedad, ya que lo venía haciendo desde los primeros años ochenta cuando decidió recuperar a Sánchez Mazas en la editorial Trieste. Sirva este preámbulo para que quede claro el contexto en que enclavar la recuperación de “La Tercera España”.


De todas formas no fue hasta este siglo cuando este mito encajó en la realidad española al presentarse como otra opción frente al movimiento pro memoria surgido en torno a 1996-97. Como se suponía que todo había quedado bien establecido desde la transición, la “memoria histórica” fue considerada un movimiento indeseable desde ámbitos tan diferentes como el mediático, el académico y el político. Se trató de una lucha desigual, ya que oponía a un movimiento social, potente pero minoritario, con el poder real de los medios de comunicación, todos muy críticos cuando no acérrimos enemigos de dicho movimiento; con la Academia, que osciló entre el compromiso con la memoria de algunos de sus miembros, en medio de la inhibición general, y el embate revisionista que animó a otros a decir lo que habían callado hasta el momento; y con los grupos políticos, siempre reacios a mirar atrás y de los que bastará con decir que lo único que salió de ellos fue la tímida “ley de memoria” de 2007 por parte de Rodríguez Zapatero.

Antes de entrar en materia cabe añadir algo sobre “La Tercera España”. Se trata de un invento asociado desde su origen a quienes decidieron huir del país ante la convulsión desatada por el golpe militar de julio de 1936.[2] Se insiste siempre en que formaron parte de ella aquellas personas que no se identificaron con ninguno de los dos bandos, que no se sentían ni rojos ni azules.[3] Escapaban de esa España tantas veces plasmada en el recurso al cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”. Pero la realidad no fue esa.[4] En febrero de 1936 las elecciones generales habían dado el triunfo a los partidos agrupados en el Frente Popular, quienes estaban decididos a llevar a cabo su programa después de las trabas y problemas surgidos en el primer bienio (1931-1933) y a la marcha atrás que en una serie de cuestiones clave acarreó el segundo (1933-1936). Pero la idea de acabar con la República no surge tras las elecciones sino que cabe rastrearla hasta el mismo 14 de abril de 1931, con resultados en agosto de 1932; durante el llamado “Bienio Negro”, con la búsqueda de ayuda en la Italia fascista, y, sobre todo, tras la victoria del Frente Popular, con toda la trama, civil y militar, a toda máquina para impedir que se instalara el nuevo poder salido de las urnas.

Chaves Nogales con Unamuno y Azorín en la celebración del cuarto aniversario de la fundación del diario Ahora (diciembre de 1934)(foto: Obra periodística, tomo I, Diputación de Sevilla, 2001)

Es esa maquinaria la que se mueve con toda su fuerza en África el día 17 de julio y en la península el día siguiente provocando el caos en todo el país y consiguiendo imponerse por la violencia y el terror en cuestión de días o semanas en más de la mitad del territorio. No estamos ante dos bandos destrozándose mutuamente, sino ante una gravísima y brutal agresión por parte de militares y paramilitares fuera de la ley a un Estado democrático y a un gobierno legal, que no estaba preparado para hacerles frente y que tardará meses en reponerse y poder controlar la situación. ¿Dónde estaba la “Tercera España” en esos primeros tiempos? ¿Acaso la República buscaba el enfrentamiento? ¿Deseaban la guerra los dirigentes republicanos y la izquierda en general? ¿Azaña, sus ministros y los partidos agrupados en el Frente Popular representaban lo mismo que los militares que llevaban meses tramando el golpe?

No. No hubo dos bandos, sino un agresor y un agredido que se vio obligado a defenderse. Bando, en sentido literal, solo hubo uno, el de los golpistas, frente a un gobierno y un país a los que se impusieron por la fuerza. En aquellos momentos muchos de quienes estaban en lugares de responsabilidad, desde el alcalde de una pequeña localidad hasta el presidente del gobierno, hubieran deseado escapar de la realidad y pasar a una hipotética “tercera España” libre de aquella amenaza. Pero no podían, ya que su compromiso político y la responsabilidad que habían contraído al asumir sus cargos, les exigía afrontar aquella terrible realidad que se les presentaba. Lo mismo pensaron muchos ciudadanos, mostrando su oposición al golpe militar e incluso ofreciéndose a defender lo que tanto trabajo les había costado conseguir. Algunos, sin embargo, incapaces de soportar la situación, optaron por salir del país. Y lo malo no es que hicieran esto, que cabe comprender como reacción humana ante el peligro y el miedo, sino que quisieron presentarlo como la única salida ante un conflicto en el que no se identificaban con ninguno de los dos bandos, ni con los agresores ni con los agredidos. Porque hay que aclarar que el terror fue el principio básico de los golpistas desde el primer momento, pero nunca del gobierno de la República, por más que en su territorio se cometieran terribles crímenes tras la quiebra de los resortes del Estado para mantener el principio de autoridad.

Es en este contexto en el que cabe analizar el caso de Manuel Chaves Nogales, protagonista de una operación de recuperación ya analizada en el artículo aludido que se inicia en la pasada década –ajena por completo a la investigación iniciada en 1990 por María Isabel Cintas, de la que se nutrió torticeramente– desde las páginas de Babelia, suplemento de El País, y que se prolongó durante varios años hasta culminar en 2012 y 2013 en diversos actos, publicaciones e incluso un documental cuya publicación tuvo como prologuista a Soledad Gallego-Díaz, actual directora del periódico.[5] Hablamos de algo más que de recuperar la obra de un periodista importante, ya que se trata de un proyecto de más calado con el que se pretendió ofrecer una nueva visión de la República y la guerra civil. Se trataba de retorcer todo, empezando por la obra de Chaves, para que quedara de relieve que a partir del 18 de julio solo hubo dos opciones: comunismo o fascismo, y que solo mentes preclaras como la de Chaves Nogales percibieron pronto que allí sobraban, ya que podían ser engullidos por ambos bandos. Todo ello se hizo sobre la base del que llamaron “el eslabón perdido”, que no era otra cosa que el prólogo de A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España (Santiago de Chile, 1937), obra que reunía una serie de relatos relacionados con la situación creada tras el golpe militar y cuyo prólogo fue escrito en los primeros meses de 1937, es decir, tras la huida. Los principales responsables de la operación fueron Andrés Trapiello, Antonio Muñoz Molina y el periodista Jesús Ruiz Mantilla, todos ellos reunidos en el suplemento Babelia de 28 de febrero de 2009, donde pudieron leerse frases que recuerdan a los martirologios y las vidas de santos:

… cuando en España la cosa se puso cruda y salpicaba la sangre, Chaves exigió eso tan poco valorado entonces como era el sentido común… (Sin firma).

… su vida fue una película en una época trágica y revuelta. (…). (Sin firma).

… quiso alertarnos y dar luz. Por eso recogió el estigma del olvido. (Sin firma).

… tuvo que huir de España hacia Francia pero su compromiso no le dio tregua. Le persiguieron los nazis y la izquierda le condenó a la hoguera por no responder al patrón de los dogmas. (Sin firma).

… su inteligencia tan aguda le permitió intuir que a pesar de todo, el fascismo no prevalecería sobre Europa. (Muñoz Molina).

… la trayectoria de Chaves es equivalente a nuestra trayectoria como país. (Trapiello).

… Chaves advirtió y denunció antes que nadie la semejanza del terror, que estaba siendo igual en uno y otro lado. (Trapiello).

Andrés Trapiello en el homenaje a Chaves Nogales celebrado en la Universidad de Córdoba el 20 de febrero de 2018 (foto: A.J. González/Diario de Córdoba)

En una “Nota del Editor” de la primera edición de A sangre y fuego (Chile, 1937) se podía leer:

Chaves Nogales, avizorando los acontecimientos que iban a producirse en su país, abrió campaña contra los extremismos de lado y lado, tratando de pacificar los espíritus, como medio de impedir la guerra civil que todo hombre alerta sentía inminente.[6]

Evidentemente quien escribió dicha nota parecía no dar importancia al golpe militar que desató los acontecimientos en España ni debía conocer los editoriales del diario Ahora en los meses que Chaves lo dirigió.

Pero veamos el prólogo en detalle.

El prólogo

Manuel Chaves Nogales se definió como “pequeñoburgués liberal” y “trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente”. Se consideraba igualmente a sí mismo “antifascista y antirrevolucionario por temperamento”, llegando a afirmar que “todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario”. Lo suyo era “un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad”, que se habían adueñado de España por los vientos llegados desde Moscú, Roma y Berlín. En consecuencia “idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran (sic) España”. Chaves estaba convencido de que podía haber sido fusilado tanto por los fascistas como por los revolucionarios, ya que según escribió,

cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en la que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí a defender únicamente la causa del pueblo contra el fascismo y los militares sublevados. Me convertí en el “camarada director”, y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario ni por mi condición de “pequeñoburgués liberal” de la que no renegué jamás.


Vuelve a insistir en que “cuando no estuve conforme con ellos [los revolucionarios], me dejaron ir en paz”. Y añade: “Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba”. Y en lo que llamó su “deserción” pesaba tanto el terror rojo vivido en Madrid como el practicado por los aviones de Franco sobre la población civil; tanto el miedo a moros, legionarios y falangistas como a los analfabetos comunistas y anarquistas. A lo que añadía: “… yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos”.


Sigamos con su declaración:

Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición de ciudadano de la República Española no me obligaba a más ni a menos. El poder que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombres que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. (…).

El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de uno u otro lado de las trincheras. Es igual. (…). Desde luego, no será ninguno de los líderes o caudillos que han provocado con su estupidez y su crueldad monstruosas este cataclismo de España. A esos, a todos, absolutamente a todos, los ahoga ya la sangre vertida. No va a salir tampoco de nosotros, los que nos hemos apartado con miedo y con asco de la lucha.

Luego seguía imaginando cómo sería el futuro dictador –“¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. (…). Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende”– o qué tipo de Estado prevalecería, que él no veía ni como “colonia fascista” ni como “avanzada del comunismo”: “Ni tiranía aristocrática ni dictadura del proletariado”. Por todo ello:

Cuando llegué a estas conclusiones abandoné mi puesto en la lucha. Hombre de un solo oficio, anduve errante por la España gubernamental confundido con aquellas masas de pobres gentes arrancadas de su hogar y su labor por el ventarrón de la guerra. Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España.

Firmaba el prólogo desde Montrouge, “un arrabal de París”, desde donde retomó su oficio y se decidió a contar “lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera”.

Chaves Nogales en París en 1940 (foto: El País)

La realidad fue más compleja

Lo primero que hay que resaltar es el momento en que Chaves escribe esas páginas. Aunque resulte impreciso ese marco temporal de enero-mayo de 1937 –quizás se refiera al tiempo que le llevó escribir los nueve relatos que componen el libro– lo cierto es que ya hacía varios meses que había abandonado Madrid y España. Está escrito desde el autoexilio parisino y es precisamente esto lo que da carácter a sus opiniones: debe justificar su decisión. Y para ello tiene que igualar a ambos bandos en todo lo que haga falta, aunque al hacer tal cosa esté poniendo al mismo nivel a quienes han dado un golpe de estado y a quienes, desde la legalidad, tratan de controlar una situación que en parte se les ha ido de las manos. No es cierto que “cuando estalló la guerra” se quedara en su puesto cumpliendo su deber, ya que no se incorporó al periódico hasta el día 4 de agosto, es decir, diez días después de que fuera incautado por el Consejo Obrero. Desde que se confirmó la noticia de la sublevación hasta que la situación en Madrid se consideró controlada, tanto Luis Montiel, dueño y director de Ahora, como Chaves Nogales, subdirector, estuvieron fuera de España.[7]

Su relato acerca de su nueva posición en el periódico no se ajusta a lo que muestran las actas de las reuniones del Comité de Incautación. Lo sabemos por algunas  investigaciones.[8] No es verdad que a partir de la incautación, que por cierto se hizo con todas las formalidades y ante notario, el diario se encontrara “en pleno régimen soviético”. En el tiempo transcurrido desde el 18 de julio al 6 de noviembre prevaleció una gestión de carácter democrático en la que, pese a las diferentes ideologías que allí existían, no hubo problemas de ningún tipo ni siquiera para los empleados que podían considerarse cercanos a las ideas de derechas. Jesús F. Salgado destaca que lo que Chaves escribió en el prólogo sobre la actuación del Comité de Control de Ahora no solo es inexacto sino que ni siquiera refleja su papel en dicho asunto.[9] Las actas muestran que, desde su regreso, Chaves buscó dirigir el periódico, para lo cual no encontró oposición alguna dentro del diario. Anduvo en un primer momento entre las dos orillas, la de la propiedad y la del Consejo Obrero, hasta que optó por la vía de socializar y colectivizar el periódico, dejando así fuera tanto al director como al secretario de la redacción. He aquí lo que recoge el acta del 6 de agosto:

Tenemos tres caminos: Primero, un ensayo de socialismo y colectivismo. Yo, dice Chaves, pondría toda mi fe, contando con el apoyo de todos en general, que sé que no me había de faltar, en crearme un público nuestro que supliese con creces la falta de publicidad. (…). Segundo, que el gobierno fuese el que se incautase esta Empresa dadas nuestras condiciones de ser el primer periódico sin jactancia que se hace en España en huecograbado. En este caso nosotros pasaríamos simplemente a ser meros empleados u obreros del Estado, cosa muy poco posible dado que ya existe prensa más o menos directamente del Estado. Y la tercera pudiera ser la de Control Obrero. Es decir, que nosotros no desechamos al capital, pero tenemos un Control sobre la dirección y la marcha de esta industria. (…). Chaves sigue diciendo que él como antes dijo se pronuncia por una forma de trabajo colectivista, sin que esto sea presionar a este Consejo.[10]

Fotografía publicada en el blog manuelblascuatro.blogspot.com

El hecho es que el 6 de agosto ya aparece como director de Ahora. Remedios Fariñas opina que en esta reunión “Chaves Nogales se implica lo bastante en el Comité como para no poder atribuirle una imparcialidad política, así que parece ser que no fue obligado a ser “el camarada director”.[11] Unos días después el Comité aprueba las propuestas de Chaves. Muestra de su estilo en esos días es su exigencia en la reunión del día 14 acerca de la necesidad de que los empleados estuvieran sindicados. Ese día se decidió el despido de aquellos que militaran en Falange y de los que habían ocupado las plazas de los obreros expulsados tras la huelga de impresores de 1934. Según Juan Carlos Mateos Fernández “Chaves Nogales se mostró particularmente exaltado en esta reunión y, frente a la postura más tibia de sus compañeros, llegó a afirmar entonces que los no afiliados, esto es, “los inorganizados, son indeseables”.[12] El 4 de septiembre, mientras otros compañeros del Comité creían que dicha decisión debía aplazarse, Chaves y otros dos mantienen que “debe llevarse a cabo inmediatamente el despido de los altos empleados de nuestra editorial”. Según Jesús F. Salgado, al obrar así, Chaves mostraba sus intenciones, ya que, si expulsaba a los ejecutivos, el empleado más antiguo que quedaba sería él mismo. Fue pues más moderado el Comité que él. Poco tiene que ver esto con la visión que dio en el prólogo, donde parece que todo le vino impuesto. Lo que está fuera de duda es que nadie le molestó.

No obstante, lo más novedoso del trabajo de Salgado es su análisis de algunos editoriales de Ahora en el tiempo en que Chaves Nogales ya era director, que en esta ocasión ampliaremos a otras de ese mismo período en que ocupó la dirección del periódico. La pregunta que surge es la siguiente: ¿Qué tiene que ver el hombre que escribió esos editoriales con el del prólogo de A sangre y fuego? Algunos de los protagonistas de la “Operación Chaves” han puesto de manifiesto sus muchas virtudes: la clarividencia que le hizo ver que allí no se luchaba por la democracia o la capacidad de alertarnos e iluminarnos a todos (Trapiello); la sagacidad que le permitió mirar y contar con claridad lo que otros no vieron con la sensatez de un republicano progresista (Muñoz Molina); la agudeza que le permitió salvarse del clima extremista (J.A. Rojo); la voluntad de no alistarse en ningún bando salvo en el suyo propio (A. Carretero) consiguiendo así no mancharse de las ideologías del siglo XX a las que sucumbió Europa (Figueredo), o la perspicacia que le hizo ver antes que nadie la semejanza del terror de los dos bandos. En conclusión, estamos, según parece, ante el mejor periodista español del siglo XX (Martínez Reverte), del mismo nivel que Orwell o Grossman (Muñoz) y cuya trayectoria es equivalente a la de España (Trapiello), incluyendo ahí la preclara visión que lo llevó a  caerse pronto del caballo de la II República (Javier Torres).[13]

Sin embargo, el Chaves Nogales que muestran los editoriales de Ahora es un ferviente defensor de la República y algo más. Desde su privilegiado recuadro de la página 3 de Ahora, el del periódico más vendido de Madrid en aquel momento, inicia en octubre una campaña que cierra a comienzos de noviembre que merece analizarse, ya que desde allí propuso (ver selección de textos en anexo) que los voluntarios que huyeran fuesen fusilados (día 2), justificó el proceso iniciado el 18 de julio que debía culminar con el aniquilamiento de los facciosos (día 6), llamó a estar listos para la guerra que se acercaba (día 11), ensalzó a la Nueva España surgida como reacción al golpe militar de julio (día 15), glorificó a la URSS y al PCE (día 17), criticó la humanización de la guerra (día 18), cantó al proletariado, a su capacidad ofensiva (día 20) y a la resistencia revolucionaria (día 22), despreció a los intelectuales españoles que estaban dando cobertura ideológica al fascismo (día 24), alertó sobre las matanzas que se producirían  de ganar el enemigo (día 27), mostró su fe en la revolución y en la victoria del proletariado, que debía alumbrar un mundo mejor (día 28), glorificó a los milicianos que luchaban (día 29), justificó y llamó al exterminio (día 30), propuso reprimir con la dignidad que el hombre castiga a la alimaña (día 31), expuso los motivos para resistir hasta la muerte (día 1), se opuso al canje de prisioneros (día 3), llamó fervientemente a la defensa de Madrid (día 4), lanzó una arenga final (día 5) y dio un último aviso: o los aniquilamos o nos aniquilan (día 6).[14]

Ahora, 27 de octubre de 1936

Según Remedios Fariñas hay que entender que el editorial de un periódico no tiene por qué reflejar la opinión de quien la escribe, sino el criterio del periódico. Dice: “Manuel Chaves no escribe su juicio en ningún editorial, tampoco sabemos en qué circunstancias se encuentra, ni si se siente presionado, tampoco se tiene en cuenta que estaba en una Guerra Civil donde cada día había muchas personas que eran fusiladas”.[15] Parece lógico pensar que ese criterio rigiera con anterioridad al golpe militar, cuando  todos –director, ejecutivos, redactor-jefe y empleados– permanecían en su sitio, pero desde luego no a partir de la incautación del periódico y de la constitución del Consejo Obrero con Chaves a la cabeza, ya que a partir de ahí se había entrado en otra dimensión. Los editoriales estaban estrechamente ligados a los directores. Carece de sentido que un director de periódico no se identifique con los editoriales que él mismo escribe, máxime habiendo llegado a dicho cargo por voluntad propia. Lo que no sabemos, porque no parece que dejara nada escrito sobre ello, es qué pensaba el Chaves Nogales del exilio de aquellos aguerridos editoriales.

Nada de lo dicho anteriormente llamaría la atención si no fuera por el hecho de que el 6 de noviembre, con la familia ya fuera de Madrid, decidió partir hacia Valencia sin avisar a nadie y seguir en dirección a Barcelona, desde donde poco después pasó a Francia. O sea que eso de que “cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz” tampoco refleja la realidad. El día 13 el comité del periódico, sorprendido por la huida de Chaves y de Manuel D. Benavides, director de Estampa, del mismo grupo, decidió despedirlos formalmente por abandonar su puesto. Poco tiene que ver esto con lo que contaría en 1937.

Milicias de la Asociación Profesional de Periodistas (foto: florentinoareneros.blogspot.com)

Según Salgado, Chaves, convencido de que las columnas fascistas ocuparían Madrid, temía tener que responder por lo escrito en su periódico, por haber ocupado la dirección sin permiso del propietario y por haber formado parte del Comité de Control. Además había hecho campaña desde la Asociación de la Prensa, absorbida a los pocos días del golpe por la Agrupación Profesional de Periodistas, afín a la UGT, para organizar milicias armadas para la lucha. Precisamente fue después de una arenga en la Asociación cuando partió con otros periodistas en coche para Valencia.[16] Esto obliga a realizar otra lectura no solo ya de los editoriales sino, sobre todo, del prólogo de A sangre y fuego.

Otras lecturas

Para empezar, no dijo la verdad Chaves Nogales al definirse. Evidentemente él era algo más que un “pequeñoburgués liberal”. Sus hijos estudiaban en Inglaterra, veraneaba con la familia en Santander y ganaba, ya antes de la República, “un fabuloso sueldo” de 2.500 pesetas al mes, es decir, diez veces más que un periodista de a pie o un simple oficinista.[17] Luis Montiel Balanzat, que fue quien lo contrató en 1930 para poner en marcha el diario Ahora, había militado en la extrema derecha del Partido Conservador, llegando a ser diputado en varias ocasiones entre 1918 y 1923. Aceptó la nueva situación surgida en 1931 desde un republicanismo moderado que se tornó mucho más conservador a partir de octubre de 1934 y que no vio con buenos ojos la formación del Frente Popular. Él marcó la orientación ideológica del diario hasta su incautación, que contó con la plena colaboración de Chaves.[18]

Reportaje de Chaves Nogales tras la victoria del Frente Popular (Ahora, 27 de febrero de 1936)

Este dejó escrito que podría haber sido asesinado tanto por unos como por otros, lo cual no deja de llamar la atención constituyendo él mismo la prueba de que no solo pudo vivir en Madrid y dirigir un periódico sin que nadie lo molestara sino que, cuando le vino en gana, abandonó la ciudad y el país. Cabe imaginar lo que le hubiera ocurrido si el sábado 18 de julio le llega a coger en la Sevilla de Queipo. Su relato de la incautación de Ahora y de cómo llega a la dirección no se ajusta a lo ocurrido. Como hemos visto no es él quien acata las decisiones del comité poniéndose a su servicio, sino quien maniobra para conseguir la dirección y quien apuesta por un modelo de gestión  colectivista. Él mismo explicó al comité que esta opción era la que cabía tomar ante un hecho evidente: el superávit de la empresa procedía de la publicidad, “la cual acudía a nosotros porque la política que hacía esta antigua empresa era de un apoyo, más o menos encubierto, a la clase capitalista”, y previsiblemente iba a desaparecer.[19] También fue él, como hemos visto, quien exigió la sindicación de todos los empleados y quien propuso el despido del personal de alto nivel, frente al criterio del propio comité que pedía moderación. De ahí que tanto Mateos Fernández como Salgado se preguntaran a quién creer, si al Chaves del prólogo o al de las actas del comité del periódico.[20] Según Mateos Fernández

Durante el tiempo que se mantuvo al frente del diario bajo esa forma colectivista que él mismo había defendido, Chaves Nogales jugó a ser un revolucionario, quizás lealmente consigo mismo pero no con sus compañeros.[21]

¿Dónde quedaba en sus editoriales esa convicción de que todo estaba perdido y que ya no había nada que salvar? ¿Sintió alguna vez de cerca la amenaza del terror rojo? ¿Realmente se permitió no tener solidaridad alguna con los asesinos? ¿Dónde quedaron esos duros editoriales proponiendo el fusilamiento de lo que huyeran, el aniquilamiento de los facciosos, el exterminio del enemigo o sus críticas a la humanización de la guerra y la política de canjes? El propio Salgado señala algo que nadie parece haber visto. La aviación franquista llevó a cabo un terrible bombardeo sobre zonas céntricas de Madrid en la tarde del 30 de octubre. Al día siguiente el editorial de Chaves, titulado “El hombre y la bestia”, cerraba proponiendo castigar “no con el instintivo y ciego zarpazo de la bestia acosada, como hacen ellos, sino con la dignidad con que el hombre castiga a la alimaña”. Esa misma noche y al día siguiente se produjeron sacas en la cárcel de Ventas.[22] No se quiere decir con esto que Chaves fuera el responsable de dichas masacres sino que, como los demás, mostró la indignación producida por los bombardeos y justificó la “fría e implacable venganza”.

Víctimas de un bombardeo sobre Madrid el 13 de mayo de 1937 (foto: EFE/Juan Guzmán)

¿Y cómo entender esas constantes llamadas a la lucha para la defensa de la República mientras “su condición de ciudadano” de la misma le permitía huir de la ciudad? ¿Qué condición es esa que obliga a los demás a permanecer en sus puestos hasta la muerte si fuera necesario, como escribió en su último editorial del 6 de noviembre, mientras él se prepara para abandonar Madrid sin decir ni adiós? Y si lo hizo por puro miedo, ¿por qué no reconocerlo simplemente sin buscar absurdas justificaciones?

Tampoco le funcionó muy bien su sentido común ni su olfato profesional cuando divagó sobre lo que esperaba a España afirmando que no le preocupaba el resultado de la guerra, ya que tenía la seguridad de que lo que iba a salir de uno u otro lado de las trincheras era un dictador, que por supuesto no sería ninguno de los que había provocado el problema. A Chaves le daba igual que el dictador fuese de derechas o de izquierdas. Fueron estas extrañas reflexiones las que le llevaron a “abandonar su puesto en la lucha”. ¿Qué pensaría de estas palabras escritas en los primeros meses de 1937 en los años siguientes, cuando pasó primero a París y luego a Londres? ¿Qué le parecería Franco y la España de 1939 a 1944 convertida en la “colonia fascista” que no quiso ver antes, cuando la tenía a la vista? Los artículos que escribió en esos años muestran a un hombre tan obsesionado como alejado de la realidad española.

Llamar “estar errante por la España gubernamental confundido con las masas que huían de su hogar y su labor por el ventarrón de la guerra” a las pocas semanas que le llevó pasar de Madrid a Valencia y de esta a Barcelona resulta excesivo; tanto como afirmar que dejó España por estar convencido de que nada bueno podía hacerse ya. Lo cierto es que el 6 de noviembre partió hacia Valencia junto con otros cuatro periodistas en un coche de la redacción y que a finales de ese mismo mes estaba en Francia.[23] Concluyó el prólogo afirmando que desde París se decidió a contar lo visto o vivido, lo cual tampoco se ajusta a la realidad. Chaves no vivió las grandes jornadas de la batalla de Madrid y sin embargo se permitió escribir un libro titulado La defensa de Madrid. Con su huida y su inexistente fe en la victoria el director de Ahora se perdió una de las fechas clave del proceso abierto con el 18 de julio, aquella en que el golpe triunfal se quebró ante la heroica defensa de la capital y se gestó la larga guerra que se prolongaría durante más de dos años.                                                                                                                                                     
NOTAS

[1] Espinosa, F., “Literatura e historia. En torno a Chaves Nogales y la tercera España”, en rev. Pasajes, nº 44, Valencia, 2014, también incluido en Lucha de historias, lucha de memorias. España, 2002-2015, Aconcagua, 2015, pp. 541-574. La Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España subió el  diario Ahora a Internet en noviembre de 2016.

[2] Para Alcalá- Zamora, marcado por su salida de la presidencia del gobierno en mayo de 1936, la misión de la “tercera España” no fue otra que impedir la guerra civil que las otras dos deseaban, siendo víctima de dicha guerra. Su renacimiento era para él la única posibilidad de esperanza para el país (véase Alcalá-Zamora Torres, N., “La tercera España” (1937), en “Confesiones de un demócrata. Artículos de L’Ere Nouvelle (1936-1939)”, Obra completa. Parlamento de Andalucía-Diputación de Córdoba, 2000.

[3] También se suele mencionar siempre a Clara Campoamor por su denuncia del clima de terror que se apoderó de Madrid a partir de la sublevación y por su decisión de abandonar el país en septiembre del 36. Sin duda su testimonio es importante. Pero conviene añadir que, pese a su valiente defensa del sufragio femenino, se sentía tan distante de la experiencia republicana que ni siquiera votó en las elecciones generales de febrero de 1936. Si en esa ocasión se marchó a Inglaterra, lo raro es que permaneciera en España hasta septiembre de 1936. Véase su testimonio en Campoamor, C., La revolución española vista por una republicana, Espuela de Plata, 2005.

[4] En el primer encuentro que tuvieron Manuel Azaña y Claudio Sánchez-Albornoz tras dejar este la embajada de Lisboa y pasar un año en París, el primero le dijo: “Tener miedo es humano, y si usted me apura, propio de hombres inteligentes. Pero es obligatorio dominarlo cuando hay deberes públicos que cumplir” (Preston, P., Las tres Españas del 36, Barcelona, 1998, p. 287).

[5] Como no podía ser de otra forma Gallego-Díaz destacó en Chaves “su radical negativa a dejar de ver lo que sucede antes sus ojos, a someterse a la interpretación obligada que exigen los bandos en la contienda. Una independencia que le llevó a un exilio muy temprano y a su expulsión, durante décadas, de los manuales de periodismo y de la literatura” (Tomo la cita de Fariñas Tornero, Remedios, “Manuel Chaves Nogales, antecesor del periodismo narrativo. De la crónica al reportaje. Un estudio de caso: La defensa de Madrid”, tesis doctoral presentada en la Universidad de Sevilla, 2017, p. 107).

[6] Cintas Guillén, Chaves Nogales. El oficio…, p. 241.

[7] Según María Isabel Cintas ambos volvieron de Londres, donde sus respectivas hijas estudiaban (Cintas Guillén, María Isabel, Chaves Nogales. El oficio de contar, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2011, p. 204).

[8] Mateos Fernández, Juan Carlos, “Bajo el control obrero. La prensa diaria en Madrid durante la guerra civil, 1936-1939”, tesis doctoral presentada en la UCM en 2002; Cintas Guillén, María Isabel, Chaves Nogales. El oficio de contar, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2011; Salgado Velo, J.F., Amor Nuño y la CNT. Crónicas de vida y muerte, Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid, 2014, y Fariñas Tornero, Remedios, “Manuel Chaves Nogales, antecesor del periodismo narrativo. De la crónica al reportaje. Un estudio de caso: La defensa de Madrid”, tesis doctoral presentada en la US en 2017.

[9] Salgado Velo, op. cit., pp. 234-235.

[10] Ibid., pp. 237-238.

[11] Fariñas Tornero, op. cit., p. 118.

[12] Mateos Fernández, op. cit., p. 155.

[13] Todas las referencias remiten al artículo ya citado en nota 1.

[14] La del día 7, titulada “Aurora roja”, se trata de una simple nota.

[15] Fariñas Tornero, op. cit., p. 121.

[16] Salgado Velo, op. cit., p. 236.

[17] Mateos Fernández, op. cit., p. 45.

[18] Montiel huyó a Argentina tras el 18 de julio de 1936. En 1932 creó el diario As y en 1964, a su regreso de América, la revista Semana.

[19] Este problema se vio compensado con el hecho de que, al desaparecer la prensa de derechas, el diario Ahora quedó para mucha gente como el que menos rechazo les provocaba, con lo cual aumentó las ventas considerablemente. En las semanas siguientes al 18 de julio, entre las dos ediciones matinales y las de la tarde, se alcanzaban los 250.000 ejemplares (Mateos Fernández, op. cit., pp. 149-152).

[20] Salgado Velo, op. cit., pp. 237 y 238.

[21] Mateos Fernández, op. cit., p. 195.

[22] Salgado Velo, op. cit., p. 244.

[23] Cintas Guillén, op. cit., p. 213. El mismo Ahora comentó en la edición del 29 de noviembre que había escrito un artículo en El Noticiero Universal de Barcelona.

(*) Fuente: Pasajes: Revista de pensamiento contemporáneo. 2019. Núm.. 57 
Ilustraciones: Conversación sobre la Historia 
Portada: «Chaves Nogales entrevista a testigos del asesinato del cura de Sama» (Ahora, 27 de octubre de 1934)

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