Nacionalistas vascos y catalanes en la guerra civil española
 

Nacionalistas vascos y catalanes en la guerra civil española:
Antonio Gascón Ricao

El hecho nacionalista

El tema siempre candente del nacionalismo, ya sea el del caso vasco o el del catalán, también tuvo indudablemente su reflejo en la última guerra civil española, al converger en algunas unidades del Ejército Popular de la República tanto nacionalistas vascos como catalanes.

Por aquel hecho mismo, dichas unidades se significaron, no sólo por su valiente actuación en determinadas accio­nes militares, sino también por su carácter simbólico, al pretender ser, dentro del bando republicano, un recordato­rio vivo de sus respectivas nacionalidades, o de los símbolos que en sí mismos representa­ban. Una de sus principales características serán los duros enfrentamientos ideológicos que protagonizaron, al estar de continuo opuestos a sus propios mandos supe­riores, en defensa de lo que ellos consideraban su iden­ti­dad nacio­nal dentro del seno del propio Ejérci­to Popu­lar.

Otro hecho a remarcar de ellas, fue la fusión física de ambas ideologías naciona­listas en unidades muy concretas, con indiferencia de sus profundas diferencias políticas. Unión que en el campo práctico dio lugar a la forma­ción de diversas unida­des conjuntas que combatieron como tales por los frentes de España, y aunque la masa total de aquellos combatientes fue muy reducida, al alcanzar apenas los 4.000 hombres, no por ello desmerece el conocimiento de sus turbulentos avatares.

Las Milicias Vascas Antifascistas de Madrid

La sublevación de los militares en Madrid en julio de 1936, abortada con éxito por el gobierno republicano, y el consiguien­te caos que siguió a la misma, fomentó que el colectivo vasco afincado en la Villa del Oso y el Madroño fuera mirado con un cierto recelo por las nuevas autoridades revolucionarias, dado el carácter naciona­lista de sus componentes o por su notoria proximidad a la Iglesia católica. Circunstancias ambas, que obligó a dicho colectivo a tener que buscar una salida airosa al problema, o cuando menos a pensar en la forma de poder paliarlas dentro de lo posible.

La realidad era que aquel colectivo no podía mantenerse durante mucho tiempo como mero espectador, ante la nueva situa­ción revolucionaria que se había creado. Por otra parte, tampoco querían dispersarse, pasando a formar parte de las diversas colum­nas que con la más variada y variopinta adscripción política defendían tenaz­men­te Madrid. De este modo la única solu­ción que se les ocurrió, después de largos y arduos debates, fue la de intentar crear una unidad propia y exclusiva, decidiendo al final combatir bajo el amparo dos banderas: la republicana y la suya propia, en su caso particular bajo la ikurriña.

Tras unas largas y complicadas negociaciones con la Inspección General de Milicias y con el Ministerio de la Guerra, encabezadas por la parte vasca por Vicente Lizárraga1, hombre de ideología comunista, veterano de los combates de Irún, o participante en el frustrado desembarco de Mallorca y por ello recién llegado a Madrid, se les autorizó la creación de una nueva unidad bajo el sonoro y rimbombante nombre de Milicias Vascas Antifas­cistas (MVA), asignándoles como acuartelamiento y banderín de engan­che el con­fiscado Hogar Vasco situado en la Carrera de San Jeróni­mo.

Pero sorprendentemente no sería Lizárraga el designado para figurar al frente de las mismas, sino un navarro, Emilio Alzugaray Goicoechea2, anti­guo coman­dan­te del arma de Arti­lle­ría, recién ascendido a coronel tras su llegada a Madrid procedente de Marrue­cos, donde había ejercido de ingeniero civil, un hombre de probado republi­canismo y por lo tanto libre de toda sospecha nacionalista frente a las autoridades de aquel momento. De hecho, desde los comienzos, las Milicias Vascas de Madrid se organizaron y actuaron con plena independencia del Comité-Delegación del Partido Nacionalista Vasco, así como más tarde de la propia Delegación de Euzkadi en Madrid.

Circunstancias que no fueron óbice para que sus filas se nutrieran de vascos residentes en Madrid, en su gran mayoría trabajadores, de estudian­tes de Euzko Ikasle Batza (EIB)3, o de algunos grupos de militares vascos que, cumpliendo el servicio reglamentario en los cuarteles madrileños en el momento de producirse sublevación, y en aquellos momentos desmilitarizados por la República, pasaron a alistarse en la nueva unidad, a la que más tarde se unirían otros grupos, en este caso el de huidos procedentes de Irún. Gracias a aquel continuo goteo de voluntarios, la unidad alcanzó el número suficien­te de efectivos como para poder constituirse con ella un Batallón.

Los mandos

Como segundo de Alzugaray, fue nombrado para el puesto de comandante Vicente Liza­rraga, la autentica alma de las milicias, ya que fue él en realidad el que ejerció el mando efectivo de la unidad. Como capita­nes figuraban el navarro Frutos Vida, el vizcaíno Azkoaga, y el tenor donostiarra Sansinenea. Muertos los dos primeros en combate, el tercero substituiría a Lizarraga. Finalizada la guerra, este último concluiría su vida en el campo de concentración fascista de Albatera, en Alicante.

Sin embargo, Alzugaray duró muy poco en el mando, pues dos meses más tarde, concretamente el 20 de noviembre, el mismo día que moría Durruti en Madrid o se fusilaba a José Antonio en Alicante, resultó gravemente herido, siendo inmediatamente susti­tuido en el mando por un oficial de Carabineros recién llegado del Norte llamado Antonio Ortega Gutiérrez4, lugar donde había ejercido de gobernador civil de Guipúzcoa en los primeros días de la sublevación, y más tarde de jefe militar de aquella provincia, y por otra parte, un hombre claramente adicto al Partido Comunista Español (PCE).

Antonio Ortega (1937). Fuente: Biblioteca Digital Hispánica

Pocos meses más tarde de tomar el mando,  y según el historiador inglés Hugh Thomas, Ortega alcanzaría en mayo de 1937 la triste notoriedad de ser uno de los principales respon­sables, desde su cargo de director general de Seguridad, de la desaparición y posterior asesi­nato del máximo líder del Partido Obrero de Unifica­ción Marxista (POUM), el catalán Andreu Nin, acusado él y su organización política de fascista y de contubernio con el enemigo. Maniobra política dictada por la Internacional Comunista desde Moscú para acabar con la oposición. Al concluir la guerra, Ortega, al igual que Lizarraga, fue capturado por el ejército nacional, sometido a juicio sumarísimo y ejecutado en Alicante.

Como segundos de Ortega, figuró primero Vicente Lizá­rraga, fundador de las MVA, substituido más tarde por Julián Sansinenea Zurupe. Este último, era can­tante y protegido del maestro Sorozábal, quien desde el Orfeón Donostiarra le había llevado a Bilbao, consagrándolo en el teatro Arriaga o cambiando su nombre por el artístico de Julián Sansi. Ambos compondrían el himno de las mili­cias vascas. Sansi, sorprendido por la sublevación militar en Madrid, se había dedicado durante los primeros días de la guerra a cantar por los frentes cercanos a la capital.

Curiosamente, Sansinenea, uno de los hombres que más propi­cia­ron la formación de las MVA, junto con Lizárraga, Alfonso Peña o Azcobereta, tenía también por su parte una fuerte vincu­la­ción con Cataluña. Hecho que le permitió a finales de octubre de 1936, tras un viaje a la Ciudad Con­dal, el poder ini­ciar una serie de conversacio­nes que fructificarían unos días más tarde en la unifica­ción de las MVA y la columna Vasco-Cata­lana, que proce­dente de Cataluña ya estaba actuando en el frente de Ma­drid.

En abril de 1937, cuando se produjo la militarización de las columnas, Sansinenea fue nombrado comandante del 2º bata­llón de la 40ª Brigada Mixta en substitución de Ortega, nom­brado a su vez jefe de la misma brigada. Dicho batallón, acabó al final siendo el refu­gio de los restos de las ya viejas y mermadas MVA, y Sansinenea volvería a reaparecer en Cataluña en el momento mismo en que se inició la creación del llamado Batallón Alpino Pirenáico

En el frente

El 10 de octubre, las dos primeras compañías de combatientes vascos, pertenecientes a las MVA, partieron en dirección al frente de Navalcarnero, unos de los puntos más peligrosos de la defensa de Madrid, donde tuvieron que emplearse a fondo durante los combates que se produjeron el día 26 de octubre de 1936.

A aquel combate, siguieron unos días de relati­va calma, hasta que finalmente se vieron obligadas a tener que reple­garse el día 1 de noviem­bre, prime­ro a Sevilla la Nueva y más tarde a Brunete, continuado en su retira­da hasta Villavicio­sa de Odón y Boadilla del Monte, donde tomaron posiciones firmes, al atrincherarse el 6 de noviembre. La resis­tencia de las MVA en aquel último lugar fue tan heroica, y con un coste tan elevado en bajas, que el sitio fue rebauti­zado por los repu­blicanos como Boadilla de Euzka­di.

El sector en que tuvieron lugar aquellos combates estaba al cargo del tenien­te coronel Barceló, que había asumido el control de la antigua columna de López Tienda Libertad, tras la muerte violenta de su jefe el 25 de octubre anterior. A primeros de noviem­bre, las MVA fueron agregadas a la XII columna, más conocida como colum­na Brunete. Cuando se estabilizó el frente de Madrid, se les destinó como acuartelamiento el Cuartel de la Montaña, pero al ser des­truido dicho recinto, a causa de los feroces bombardeos nacio­nales, fueron reins­talados en un edificio de la calle Atocha y posteriormente en los locales del frontón Jai Lai de la capital madrileña.

El Batallón Alpino Pirenaico

La caída del frente Norte en manos franquistas en octubre de 1937, propició que el grueso de los combatientes evadidos de Asturias se afincaran en Barcelona. Una vez allí, las autoridades les propusieron tres posibles destinos; el Batallón Alpino Pirenaico, las fuerzas antiaéreas, o los Carabineros del Mar. Los que optaron por la primera opción fueron inmediatamente destinados al cuartel Carlos Marx5 que desde la caída de Irún había estado acogiendo a una buena parte de aquellos fugitivos.

En aquel acuartelamiento se había constituido el llamado Batallón Alpino al mando del mayor José Cosgaya, un antiguo funcionario de los ferrocarriles de Alsasua, natural de Oyarzun, que a su vez contaba, como ayudante, con el capitán Martín Soler, natural de Pamplona, y como comisario político a José Alfaro Zabalegui, otro navarro.

En los inicios de aquella formación, había participado con el grado de teniente, el conocido cantante vasco Sansinenea 6, reuniéndose en ella no sólo vascos sino también asturianos o santanderinos. Y en ella había también una notable presencia catalana, compuesta básicamente por antiguos miembros del desaparecido Regiment Pirinec nº 1 de Catalunya, y muy en particular de su mitificada compañía de esquís, que habían solicitado casi en masa su traslado voluntario a dicha unidad, tras haber sido disuelta en Aragón7.

Ejército Popular. Batallón de Montaña. Fuente: Biblioteca Digital Hispánica

Puesto que al disolverse en Aragón, el Regimiento Pirenaico nº 1 de Catalunya en julio de 1937, un parte de sus hombres quedaron integrados en la 43 División, y con ella vivirán todas sus peripecias, incluida la Bolsa de Bielsa o la batalla del Ebro, mientras que los que regresaron a Barcelona, por un motivo u otro, se fueron repartiendo entre dos nuevas unidades que se estaban creando, como no, de carácter “alpino”8, y en los dos casos, codo con codo, con otros nacionalistas, es su caso, los vascos.

Un tiempo más tarde, dentro del mismo Batallón se formó una compañía de esquiadores, que acabó conformada por antiguos miembros de la anterior compañía de esquís procedente del Regimiento Pirenaico nº 1. Y al mando de los esquiadores se nombró al antiguo oficial de la fenecida compañía catalana de esquí, en este caso al capitán Carlos Balaguer9, y el equipo médico quedo bajo el mando del doctor Más Meya, que vino a resultar ser umo de los médicos de los antiguos Pirenaicos durante su estancia en Figueres en 1937.

Biblioteca Digital HispánicaEn febrero de 1938, la unidad fue destinada primero a Barbastro, y su Compañía de Esquí enviada a Benasque con la misión de entrenarse, quedando la misma a cargo del capitán Balaguer y de varios antiguos sargentos de la época de los primitivos pirenaicos, mientras que el mando y toda la plana mayor de la compañía se afincó en la fonda Sayó de Benasque, cuyos propietarios eran en aquel entonces los guardas del chalet refugio de La Renclusa, propiedad del Centro Excursionista de Cataluña de Barcelona.

Cuando apenas habían acabado de aterrizar o cuando se tenía la intención de llevar toda la compañía a La Renclusa, dentro de aquel plan de preparación, los esquiadores recibieron orden de unirse a su batallón en Barbastro, y desde allí dirigirse a Berluenga, población próxima a Huesca. Biblioteca Digital Hispánica

Escenas del Frente de los Pirineos 
Lugar del que tuvo que replegarse de nuevo hasta Benasque, prácticamente a la carrera y sin pegar un sólo tiro, abandonando, incluso, gran parte del equipo o las armas automáticas que les habían proporcionado, al producirse en el mes de marzo siguiente el hundimiento total del Ejercito del Este, pasando la unidad la muga, con dirección a Francia, por el puerto de Benasque en dirección a Bagnères de Luchon, no sin antes darse algunos esquiadores el capricho de dar un paseo en esquí por La Reclusa10.

A su retorno a Cataluña, el batallón fue destinado, en primer lugar, a Gerona donde debería cubrir bajas, para ello se contó con la quinta del biberón de la propia Gerona, y no será hasta el 21 de mayo de 1938, en que de nuevo se pondrá en marcha al ser destinado en esta ocasión a la Vall de Aran11.

De esta forma, el Batallón Alpino Pirenaico, emprendió el camino de Castells y Tahús, dos pueblos próximos a Noves de Segre, para seguir después hasta a Castellbó, desde donde tras pasar por las Casas Forestales de Pallerols y por Sant Juan de l’Erm, quedó asentado, de forma definitiva, en las proximidades de las Pedras de Aoló, en aranés Pedres de Auló, que debería tomar, situadas estas bajo el Pico del Orri, justo donde en la actualidad está la estación de esquí de Port Ainé, lugar al que llegó el día 24 de aquel mismo mes, estableciendo la unidad su hospital de sangre junto al camino de Sant Juan de l’Erm que quedó al cargo del doctor Cols.

El antiguo esquiador Antonio Fort Nolla, formaba parte entonces de la compañía de Trasmisiones, como cabo y por meritos de guerra después de ser herido el año anterior en Farlete. Al mando de Transmisiones estaba el teniente Francisco Miquel Urti, antiguo sargento de la primitiva Compañía de Esquís de los pirenaicos, en aquel momento miembro activo del PSUC, el cual mucho antes de emprender su unidad la retirada huiría a Francia, junto con el sargento Juan Ballescá Prat, antiguo cabo de la misma Compañía de Esquís.

El batallón, por órdenes superiores, y sin apenas haber combatido dejó las Pedres de Auló en octubre, y por las Bordes de Cabrils y las de Tressó, subió a la Creu de Bedet por el bosque de Virós, primero, hasta Ainet de Besan y después hasta Areu, final de la carretera, quedando de este modo afincado en la retaguardia del frente y en situación de descanso.

En una fecha indefinida, pero posterior, el batallón fue destinado a cubrir el frente que se alargaba desde el pueblo de Tirvia, al sur y situado casi en la confluencia del rió Noguera de Cardós con el Noguera Pallaresa, hasta la frontera francesa al norte con final en el pueblo de Tavascan, pero establecido por encima de la Vall de Cardós mismo, de forma que el pueblo de Ribera de Cardós quedó en tierra de nadie.

El mando del batallón, por su parte, se instaló en las Bordes de Perucho, sobre el curso del río Noguera de Vall Ferrera, y por debajo de Tirvia, pueblo que fue fuertemente fortificado al estar muy comprometido, pues el enemigo se dedicaba a diario a lanzarle morterazos desde el Coll de la Bana, motivo por el cual el pueblo quedará al final totalmente arrasado, mientras que el hospital de sangre de la unidad se pasó a instalar en Tavascan, más en concreto en la fonda de Cal Marxant12.

En aquel periodo Antonio Fort fue destinado, al estar adscrito a Transmisiones, primero a Lladorre y después a Araós. Estando la compañía asentada en Lladorre, desde aquel punto huyó a Francia su jefe, el teniente Miquel (miembro del PCE), quedando por ello la compañía bajo el mando del sargento Ballescá.

El batallón, que poseía una escuela de esquí, situó esta en las Bordes de Cuanca, donde los profesores asignados resultaron ser todos ellos antiguos miembros de la Compañía de Esquís de los pirenaicos, entre ellos el propio Fort, y allí pasaron la Navidad de 1938 entrenando a sus compañeros vascos.

Cuando en febrero el enemigo ya había puesto un pie en Cataluña, el batallón recibió orden del Estado Mayor de concentrarse en Tavascan, donde debería ser relevado por una Compañía de Guardias de Asalto, debiendo marchar después aun destino desconocido. Eran los primeros días de febrero, y el vasco Cosgaya, jefe del batallón, acordó con sus oficiales negarse al mismo, llegando, incluso, a amenazar a los Guardias cuando estos arribaron, que ante aquella actitud hostil por parte de los que se suponía eran amigos, optaron prudentemente por volverse por el mismo camino que habían venido 13.

Actitud que demuestra que el mando del batallón no estaba dispuesto a volver al combate pero sí a retirarse cuanto antes a Francia, contraviniendo de este modo las órdenes recibidas, en lo que no dejaba de ser, técnicamente, una vulgar deserción en masa, al igual que lo acontecido en Aragón, en marzo de 1938, con la 30ª División perteneciente al Xº Cuerpo de Ejército, que dejó a su aire y desprotegida a su hermana la 43ª División.

De esta forma, cubriendo la retaguardia del batallón, quedó sólo un simple destacamento destinado en Tirvia, con la misión, casi suicida, de proteger la retirada, grupo que al llegar los primeros nacionales procedentes de Llavorsi, “con sus banderas y sus cantos”, los sorprendieron causándoles múltiples bajas, momento que aprovechó el destacamento para retirarse siguiendo la estela de sus compañeros que les habían precedido.

Horas después los nacionales ocupaban Alins, en el camino de Areu, donde fueron fusilados sin piedad todos los heridos republicanos que había en la casa-hospital de aquella población, como venganza de aquella emboscada y por orden del oficial nacional al mando, heridos que el batallón había abandonado a su suerte en el momento de la retirada final 14.

Mientras tanto, el mando del batallón envió por delante y desde Tavascan a unos cuantos esquiadores, de la antigua compañía pirenaica, con la misión de abrir un camino en la nieve por donde debería pasar la gran masa del batallón en su camino a la frontera.

A primera hora del día 9 de febrero de 1939, el batallón emprendió la retirada, no sin dejar antes atrás una buena parte de las armas y de la impedimenta en Tavascan, o abandonándola a todo lo largo del camino, haciendo en su penosa marcha una primera parada en la Borda de Artamón, donde había una parte de la intendencia, cuyo material, al igual que el anterior, quedó en aquel lugar a merced y disposición del enemigo al no dar ningún mando, como era lógico, la orden de destruirlo.

Después, reemprendiendo la marcha, el grueso del batallón llegó al estanque de Certescan, donde se realizó otra nueva parada, anterior a la ascensión final del Coll o Port de Colatx, último punto antes de entrar en territorio francés, que una vez superado les permitió encaminarse a Aulus-les Bains, y de allí, escoltados sus hombres por la gendarmería y en camiones, fueron llevados todos a Saint Girons y desde aquel punto repartidos por diferentes campos de concentración, salvo los pocos que decidieron voluntarios regresar a la España franquista por Irún, entre ellos Antonio Fort15.

A diferencia de lo acaecido con el batallón, el capitán Balaguer, jefe de la Compañía de esquiadores, y el sargento Alfons Segalás, antiguo miembro también como Balaguer de la Compañía de Esquís de los pirenaicos, al llegar al Estany de Certascan, abandonando a su suerte a los compañeros, tomaron el camino del Estany de Romedo y de allí al del puerto de Lladorre, desde donde se descolgaron hasta el pueblecito francés de l’Artiga, de allí por el valle de Auzat, atravesaron el puerto de Bereites que permite la entrada en Andorra, arribando a la caída de aquella misma tarde a Arinsal, ya en Andorra.

Allí, ya hacía unos días que les esperaban unos amigos, prueba fehaciente de su anterior determinación particular de pasarse a Francia y desde allí a Andorra, a cualquier precio, y con total independencia de la intención o de las órdenes que recibiera su batallón16.

La Vasco-Catalana

El 4 de septiembre de 1936, como consecuencia de la caída de Irún en manos de los sublevados, muchos de los defen­sores de aquella plaza pasaron a Francia tras cruza­r la fron­tera del Bidasoa, y atravesando Francia, se reintegraron a la lucha al volver unos días más tarde a la España republicana, entrando una gran parte de ellos por Cataluña, vía Tou­lou­se y Bur­deos.

Una vez en Barcelona, una parte de ellos se disper­só y el resto decidió alistarse voluntariamente en el cuar­tel Carlos Marx, antiguo acuartelamiento de Infantería ubicado detrás del parque de la Ciudade­la, del que ugetistas y socialistas se habían incautado tras la victoria sobre los militares subleva­dos en el mes de julio anterior.

El elevado número de los mismos permitió que se creara con ellos el auto­denomina­do Bata­llón Vasco, com­puesto por las Compañías Bala Roja, MAOC de Gui­púz­coa y Guipúzcoa Roja. Poco después dicho Batallón acabó inte­grado­ en la columna Ramón Casa­nellas, que junto a las colum­nas Jaume Graells y la Ilya Ehrenburg, cuyo grueso estaba formado básicamente por fuer­zas catala­nas del PSUC-UGT, fueron desti­nadas a comba­tir, dada la gravedad del momen­to, en el frente de Ma­drid.

La reunificación

Muchos de aquellos combatientes, algunos de ellos recién llegados a Barce­lo­na tras la fallida expedición republicana del capitán Alberto Bayo a Mallorca, pasaron también a formar parte de otra gran unidad denominada colum­na Li­ber­tad, al mando del capitán de Ingenieros Rafael López Tienda que contó con Virgilio Llanos como comisario político. Dicha columna viajó primero a Valencia, y desde allí hasta Aran­juez, siendo final­mente destinada el día 7 de sep­tiembre al sector de Escalona.

Alberto Bayo y Virgilio Llanos en la Columna López Tienda. Fuente: Wikimedia

A mediados de aquel mismo mes, la columna Vasco-Catalana, entró en combate en los sectores de Aldea de Fresno y Pelayo de la Presa, desta­can­do en una acción que tuvo lugar cerca de Chapi­nería cuando fue copada una fuerza enemiga que había tratado de cortar la carre­tera de Avila. Replegada a Brunete para des­cansar y reorgani­zarse fue visitada, poco antes de su muerte, por López Tienda, que les felicitó por su valiente y heroico com­porta­mien­to.

En Brunete, vascos y catalanes, tuvieron que separar­se definitivamente. El motivo fue, tal como se verá más adelante, las ges­tiones emprendidas tiempo atrás por el ministro vasco Manuel Irujo y por Sansinenea. De esta forma, los vascos fueron tras­la­dados de inmediato al sector de Sevi­lla la Nueva y desde allí a Naval­carnero, donde estaban esta­blecidas las MVA madrile­ñas, con las cuales se unificaron.

La Vasco-Cata­lana conta­ba en aquel momen­to con unos escasos 600 combatien­tes. Por el contrario, sus compañeros, los catalanes de la columna Ramón Casane­llas, que el 24 de octubre estaban de guarnición en Sevilla la Nueva, a su vez, fueron desti­nados al sector de Ocaña al mando de te­niente coronel Blanco Valdés.

Esta unificación de los vascos no fue fruto de la casualidad sino de las gestiones del ministro sin cartera el vasco Manuel Irujo. Éste, en tres ocasiones, desde finales de octubre a principios de noviembre, había cursado las pertinentes peti­ciones a Indalecio Prieto a la sazón ministro de Marina y Aire, apremiándole a la misma.

A partir de entonces, unificadas las MVA con la antigua Vasco-Catalana, correrían juntas la misma suerte, siendo su siguiente esce­nario de lucha el madrileño Parque del Oeste, y una vez estabilizado el fren­te, el sector de la Ciudad Uni­versitaria donde permanecerían atrincherados hasta la conclusión de la guerra.

La 40ª Brigada Mixta.

Herido gravemente el día 20 de noviembre Alzugaray, jefe efectivo de las MVA, en el sector de la Ciudad Universitaria, fue substituido en el mando por el ya teniente coronel Ortega. Este último ya había participado al frente de ellas durante los sangrientos combates de Boadilla del Monte, siendo destinado un poco más tarde, junto con sus hombres, a la defensa de la Ciudad Universitaria, donde se hizo cargo del tramo situado entre la Facultad de Medicina y Parque del Oeste.

El 26 de noviembre, su unidad pasó a formar parte de la llamada brigada “Y”, asignándosele como nuevo objetivo la defensa del sector comprendido entre el Clínico y el paseo de Moret. A finales de diciembre, y dentro de la reorgani­zación del Ejér­cito Popular, la brigada “Y pasó a convertirse en la 40ª Brigada Mixta al mando de Ortega, unidad que quedó adscri­ta a la 7ª División.

A partir de aquel momento, de nada sirvieron las gestiones personales de Irujo, o las numerosas quejas, tanto verbales como escritas, ante la pérdida de su identidad nacional, protagonizadas por parte de los antiguos miembros de las MVA, que llegaron incluso a pedir el amparo del presidente vasco Aguirre, ya que las veteranas MVA, de las que apenas quedaban 300 hombres, acabaron denominándose pura y simplemente 2º bata­llón de la 40ª BM, que al mando de Sansine­nea quedaron así diluidas y desdibujadas dentro de aquella unidad hasta el final de la guerra.

Uno de aquellos últimos intentos encaminados a reforzar aquella unidad, intentado a la par devolverle su carácter nacionalista, dado el número tan reducido de combatien­tes efectivos a causa de las bajas, estuvo, como no, a cargo del inefable Irujo –“después de Dios mi paisano”-. La gestión tuvo lugar en octubre de 1936, con el inicio de unas extrañas y antinaturales negociaciones, nada más y nada menos, que con el Sindicato de la Alimentación de Valencia, afecto a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

De este modo, el generoso ofrecimiento de la CNT valenciana de varias centurias, con las cuales se tenía pensado refor­zar las ya magras MVA, no cayó en saco roto, y tras unos tiras y aflojas el pacto fue informado favorablemente por Irujo, al que respaldarían el 4 de diciembre, de forma oficial, los propios mandos de las MVA. La extraña y forzada decisión de estos últimos, debió obedecer a la alarmante escasez de voluntarios netamente vascos, o condicionados ante la progresiva disminución por bajas de sus plantillas. Pero por motivos que se desconocen, los cenetistas nunca llegaron a Madrid, incumpliéndose así aquel pacto.

La 142ª Brigada Mixta, la Vasco-Pirenaica

A diferencia del Alpino Pirenaico, varios factores fueron determinantes a la hora de la formación de la 142ª Brigada Mixta, más popularmente conocida como la Vasco-Pirenaica. El primero de ellos fue la llamada a filas por parte del gobierno central de cinco quintas y la formación de las primeras brigadas regulares del llamado Ejército Popular de la República. Otro de ellos, fue el ambiente de simpatía con que contaban de por sí los nacionalistas vascos en Cataluña.

Bandera de la 142ª Brigada Mixta, la “Vasco-Pirenaica”. Fuente: Cinturón de Hierro de Bilbao

De este modo, y aunque el proyecto de creación de aquella unidad concreta se venía arrastrando desde octubre de 1936, pero no sería hasta mediados de marzo del año siguiente que no comenzó a tomar forma efectiva su formación. Fue por ello, que sus primitivos objetivos se fueron modificando poco a poco y siempre en función de la propia marcha de la guerra.

El apoyo por parte de la Generalitat de Cataluña a los exiliados vascos, propició también una estrecha colaboración con las delegaciones del País Vasco, tanto con la situada en Madrid como la de Barcelona. De hecho, de esta última fue de donde partió la idea original de su formación que contaba, no solo con el apoyo de la Generalitat, sino también con el del propio Manuel Irujo. Por lo mismo, en principio, se contó para embrión de la misma con los guardias de ambas delega­ciones y posteriormente con los movi­lizados que se fueran presentando voluntarios 17.

La unidad debería ser mixta, pero a su vez concebida como una unidad netamente de montaña, y donde la propia Generalitat tenía pensado incluir en ella a los miembros de los batallones pirenaicos, forma­dos por nacionalistas catalanes, con el nombre de Regiment Pirinenc de Catalunya nº 1, cuya misión en aquellas fechas era el realizar un hipotético despliegue por el Pirineo catalán, en un intento pensado para acabar con la hegemonía de la CNT en la zona de la Cerdaña y muy en particular en Puigcerdá.

Para jefe de aquella brigada en formación fue asignado el teniente coronel José García Miranda18. un entusiasta de la causa vasca, que contaba con Emilio Salvatierra como comisario, un antiguo concejal republicano del ayuntamiento de Iruña (Pamplona), y con un antiguo sargento del tercio, García de Belaunde, convertido en capitán ayudante. Estos dos últimos eran los jefes de la guardia de la delegación vasca en Barcelona19.

Los primeros contactos serios encaminados a su creación se iniciaron a mediados de marzo de 1937. Fruto de ellos fue el envío desde Madrid de casi un centenar de jóvenes vascos que fueron destinados a Pins del Valles (Barcelona), y con los cuales se inició la formación del que tendría que ser el 1º Batallón, así como de la Compañía de Zapadores, a los cuales, más tarde, se fueron añadiendo más vascos procedentes de los más diversos destinos.

La unidad, que debería contar, al menos sobre el papel, con cinco batallones, tuvo enor­mes problemas a la hora de poder completar sus plan­tillas. De esta manera, su 2º Batallón se convirtió al final en reducto y refugio, no de vascos, sino de muchos de los antiguos miembros del Regiment Pirinenc nº 1 de Catalunya20. Todo ello consecuencia en buena medida de la anterior peripecia vivida por aquella unidad, durante su breve estancia en el frente del Alto Aragón. Circunstancia que permitió cubrir en la Vasco-Pirenaica casi totalidad de la plantilla de su 2º Batallón con los antiguos pirenaicos, y repartidos entre ambos los residuos del lamentable “Batallón de la Muerte” italiano21.

Vicente Guarner explica en su libro, Cataluña en la guerra de España, que el Batallón de la Muerte o Centuria Malatesta fue entrenado en una masía de Sant Adrià de Besós; pero equipado y financiado por la Generalitat a petición de Diego Abad de Santillán y mandado por Camillo Berneri. Entrados en batalla fueron derrotados en en Almudevar y Montalban; y, en el asalto a la ermita de Santa Quiteria, fueron aniquilados. Guarner  remata que los restos de aquel batallón se incorporaron a la división Ascaso y otros cruzaron la frontera de Francia.

En septiembre de 1937, la Vasco-Pirenaica fue destinada por el Estado Mayor Central al frente de Aragón, a pesar de que todavía no había sido completada su plantilla o de que la unidad todacía se encontra­ba sin armar. El motivo fue la ofensiva desencadenada por Ejército del Este republicano sobre Zaragoza, lo que obligó a su marcha al ser destinada como fuerza de reserva en dicha operación22.

De esta forma, el Batallón núm. 1º, compuesto indistintamente por vascos y milicianos proceden­tes de Irún, fue destinado al sector de Bujaraloz. Por su parte, el 2º Batallón, formado con los nacionalistas catala­nes del antiguo Regimiento Pirenaico, junto con las oficinas del Estado Mayor de la unidad y los servicios auxiliares, fijaron sus reales en la ciudad de Caspe, capital provisional del Aragón republicano.

Un mes más tarde, a fines de octubre, y habiéndose dado por concluida la ofensiva republicana, la unidad, que continuaba todavía sin armar, fue nueva­mente reubicada, partió destinada una parte a Pertusa y el resto a Castejón, lugares donde se les asignaron misiones de atrincheramiento y fortificación. Circunstancia que les hizo ganarse, eufemísticamente, el sobrenombre de la “brigada Juan Simón”, haciendo razón aquel calificativo a una copla muy popular en aquella época, referida a la hija de un pobre enterrador.

Al final de aquel mismo año la situación de los vascos en particular se hizo insostenible, ya que veían como poco a poco sus mandos origi­na­rios, viejos militantes nacionalistas, eran substituidos por otros adictos totalmente al PCE. Hecho que provo­có el envío masivo a Barcelona de una serie de sucesivos informes, colectivos e individuales, donde se quejaban amargamente de aquella circunstancia, tras la que intuían que con aquella medida política lo que se pretendía era dar al traste con su hecho hasta entonces diferencial.

Pero lo único que cambió, con independencia de las visitas de compromiso de varias autoridades vascas interesadas en aquel problema, fue que la unidad por fin fue armada, pero eso sí, con unos viejos e inútiles fusiles procedentes de la Guerra del Chaco. Paralelamente, la unidad fue destinada a la segunda línea del cerco de Huesca, situándose su Cuartel General en Lalueza, donde recibiría como refuerzo a dos compañías más de vascos, procedentes estos de los huidos a Francia tras la caída del Norte.

En la lucha política entablada por el dominio de la unidad, entre vascos nacionalistas y el PCE, sería este último el que final­mente consiguió llevarse el gato al agua. La incorporación a la brigada de dos batallones de la 140 Brigada Mixta, provocó prácticamente la pérdida de identidad de la unidad. Prueba de ello fue que los vascos del 1º Batallón fueron dispersados entre la masa de los nuevos combatientes, mientras que los mandos fueron ocupados por antiguos jefes y comisarios de la disuelta 129ª BM, básicamente todos ellos comunistas23.

Pero lo que barrió definiti­vamente el sentimiento vasco de aquellos hombres, fue la obligación de tener que arrancarse la insignia de la ikurriña que lucían como distintivo en sus chaquetones, al ser esta prohibida de acuerdo con las nuevas ordenanzas militares. De esta forma desapareció la Brigada Vasca, que a partir de entonces fue conocida y reconocida como la 142 brigada, de la 32 División, perteneciente al XI Cuerpo de Ejército.

Lo que ignoraban sus antiguos componentes, tanto vascos como catalanes, era que todavía les quedaba un largo y doloroso calvario hasta su retirada definitiva a Francia, por el puerto de Molló, el 13 de febrero de 1939. Concluyendo así, unos el día 9 y otros el día 13, la larga odisea de catalanes, antiguos miembros del llamado Regimiento de Pirenaico número 1 de Cataluña. 


Fuente → serhistorico.net

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