

Mauthausen: "Sobreviví jugando al fútbol"
El Futbolista Marcelino Bilbao:
El dictador español Francisco Franco recurrió a su alianza con Adolf Hitler para eliminar físicamente a quienes él consideraba representaban una amenaza a su férreo control. Fue así como muchos combatientes republicanos, entre ellos vascos, terminaron en lo campos de exterminio nazis, siendo Mauthausen el más conocido de ellos.
Pues bien, El Español ha publicado la historia de un vasco en particular. Una historia digna de ser archivada bajo la etiqueta Kurlansky.
Lean ustedes:
El escalofriante relato de un prisionero vasco en Mauthausen: "Sobreviví jugando al fútbol"
Un libro de memorias escrito por su sobrino nieto recoge la odisea de Marcelino Bilbao en el campo de exterminio nazi desde 1940 hasta 1945. David Barreira
Un libro de memorias escrito por su sobrino nieto recoge la odisea de Marcelino Bilbao en el campo de exterminio nazi desde 1940 hasta 1945. David Barreira
También en el infierno real se producen acontecimientos insólitos. A
finales de 1940, ya eran varios los centenares de republicanos españoles
que habían sido encerrados en el campo de concentración nazi de
Mauthausen, en Austria. Desde el verano de ese mismo año en que
empezaron a llegar los primeros convoyes hasta 1941, dos de cada tres
exiliados por el devenir de la Guerra Civil que habían sido capturados
fundamentalmente en Francia fueron exterminados por palizas o
agotamiento.
Fue ese periodo el punto álgido de la masacre auspiciado por la temible
SS de Himmler, que tenía en Mautuhausen como comandante al psicópata
Franz Ziereis y este, de segundo, a Georg Bachmayer. En ese contexto de
inhumanidad, Marcelino Bilbao, un joven vasco que había combatido en las
filas del ejército republicano el golpe de Franco, cruzó preso, en la
madrugada del 13 de diciembre de 1940, la pesada puerta de Mauthausen.
El paraje al que se enfrentó fue desolador: no había personas, sino
despojos.
Marcelino y sus compañeros contemplaron absortos los cadáveres de sus
compatriotas, fueron obligados a desnudarse a palos y a lavarse en una
ducha de agua congelada. Después, los nazis les dieron unos sucios y
asquerosos trajes a rayas que habían sido utilizados con anterioridad:
los agujeros de bala indicaban el trágico destino de sus anteriores
portadores, la ejecución.
"En los años que estuve en aquel siniestro campo pude comprobar que
entre pasar frío, hambre o miedo, lo peor, sin duda, es el miedo. Aunque
tengas la certeza de que te van a matar. Si tienes hambres es
horroroso. El frío todavía es peor. Pero el miedo no tiene remedio.
(...) Si nos hubiésemos dejado paralizar por el miedo, ninguno de
nosotros habría sobrevivido a Mauthausen". Esto es lo que le contó
Marcelino Bilbao a su sobrino nieto Etxabhun Galparsoro, historiador que
ha recogido su escalofriante testimonio en el libro de memorias Bilbao en Mauthausen (Crítica).
La obra recoge las vivencias del deportado vasco en el campo de
concentración, desde su llegada en 1940 hasta la liberación en en mayo
de 1945 por las tropas aliadas, que inmortalizó la cámara de Francesc
Boix. Es la memoria del horror, una enfermedad en forma de recuerdo de
la que Marecelino y el resto de supervivientes nunca lograron sanar.
Porque la maquinaria de exterminio nazi se prolongó más allá del
desenlace de la II Guerra Mundial en forma de secuelas psciológicas,
patologías crónicas o fallecimientos prematuros.
Los partidos de fútbol

Ante la mirada de todos sus camaradas españoles, que no podían
socorrerle si no querían llevarse otra paliza todavía peor, Marcelino,
el número 4628, comenzó a desangrarse. Lo que le salvó fue el frío
extremo que hacía aquella mañana: la brecha paró de verter sangre porque
se había congelado. Se reincorporó como malamente pudo, se puso un
trozo de tela mugriento sobre la herida y a trabajar malherido. Tardaría
unas semanas en recuperarse de todo, hasta encontrar una válvula de
escape en medio de la barbarie: el fútbol.
Según explica Galparsoro en el libro citando el testimonio de otro preso
español, Luis Gil, el Peque, un grupo de republicanos creó un domingo
de finales de 1940 o principios de 1941 una pelota con trapos, papeles,
trozos de cuero y cordel. Se pusieron a jugar un partido de fútbol
delante de unos barracones y en vez de ser castigados por las SS por
indisciplina, los nazis terminarían por regalarles un balón en
condiciones para jugar una liga interna entre los equipos polaco,
austriaco, alemán y español.
Estos partidos se disputaban los domingos por la tarde, y según le
recordó Marcelino a su sobrino nieto durante las entrevistas para
redactar sus memorias, "en Mauthausen jugar al fútbol equivalía a poder
salvar momentáneamente la vida". El vasco era un jugador de nivel, cuya
popularidad aumentó en el campo por sus filigranas con el balón.
"Alguien podría preguntarse cómo teníamos ganas de practicar el fútbol
después de haber sobrevivido a toda una terrorífica semana, trabajando
esclavizados y con esporádicos desfallecimientos que nos causaba el
hambre. ¡Pues menos mal que teníamos esa suerte, porque precisamente en
eso radicaba el éxito de mi supervivencia hasta el momento, en ser un
buen futbolista", recordaría Bilbao, que sufrió el boicot deportivo de
unos "mangantes" catalanes y 'fichó' por el equipo austriaco.
Pero la mayor retribución de esta popularidad venía en forma de los
contactos que se hacían y, en consecuencia, en el aumento de las
probabilidades de recibir un trozo de pan extra. Marcelino, que hasta
1945 sería partícipe de las labores de resistencia de los presos
españoles en el campo —aunque se muestra muy crítico con el egoísmo de
los comunistas— lo tuvo claro: "De esa manera sobreviví yo también a
Mauthausen, mediante el fútbol". Una historia increíble.
Fuente → kaixo.blogspot.com
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