La dignidad de los triángulos rojos: mujeres y antifascismo
 

La dignidad de los triángulos rojos: mujeres y antifascismo:
Por Rocío González Naranjo

     La vergüenza no tiene límites cuando se acepta el fascismo democráticamente. Eso es lo que está pasando últimamente, desde que un partido absolutamente demencial llegó al juego democrático en esta pobre piel de toro. Todo esto ha hecho que comiencen a salir de las cuevas en las que se encontraban latentes, esperando su oportunidad, individuos orgullosos de blanquear esa maldita ideología a los ojos de la democracia: manifestaciones de las que ahora llaman «nostálgicos», crecimiento del odio gracias a sus discursos contra lo que llaman «mena»; homofobia, exclusión social, justificaciones de feminicidios, odio y segmentación del estado… En fin, la gloria bendita de esta basura ha hecho resurgir opiniones que creíamos ya impensables en un país como España, un país que ha sufrido esa misma ideología durante casi cuarenta años (y más), con una impunidad hacia los crímenes franquistas y cuyas víctimas y represaliados siguen siendo hoy criminales por unos tribunales teatrales que parecen ser considerados serios hoy en día. Pero no os preocupéis. Ahora estas personas te pueden decir, sin miedo alguno, sin impunidad, que «llevar un pin antifascista en una toma de posesión no es normal». Lo cual me lleva, lógicamente, que la persona que ha afirmado esto, está entonces en contra del homenaje a los represaliados por el fascismo. O quizá me equivoque. O quizá es que esta persona es fascista. O quizá yo me he perdido.

            Lo que hace falta, desde mi punto de vista, es un poco de lectura, de memoria histórica, para que personajes así dejen de decir las sandeces que se están escuchando en los últimos días en este país. No estaría nada mal que se leyeran las memorias de Mercedes Núñez Targa, de las que ya les hablé en su día; o las de Lise London, una hija de españoles emigrantes en Francia, luchadora en las Brigadas Internacionales y después en la Resistencia, terminando deportada junto a tantas otras mujeres a Ravensbrück. O cómo no, podríamos recomendarles los testimonios recogidos por la hace poco desaparecida Neus Català: cincuenta testimonios que pudo recoger de españolas en el campo de Ravensbrück. Pero me da a mí que no están interesados en estas lecturas, ya que para ellos esto es remover un pasado que ya no existe.

            Mi objetivo con este artículo es explicar una historia de nuestras mujeres deportadas, para que, al menos, se den cuenta que lo que han afirmado remueve conciencias sensibles como las nuestras, y nos obliga a no olvidar, a tenerlas siempre presente. Porque fueron somos, porque somos, seremos.

            Ya hace dos años que estoy tras las huellas de las mujeres españolas que se exiliaron en Francia y que contribuyeron, con gran valentía, a la liberación del país galo y a la victoria de la guerra contra los nazis. Si las milicianas españolas están aún recuperándose, sobre todo gracias a la labor del historiador Gonzalo Berger, y a la productora Tània Balló, todavía queda un largo camino. Pero qué decir de estas mujeres exiliadas en un país en guerra. Son aún menos reconocidas. Y, sin embargo, muchas de ellas dieron incluso sus vidas por la democracia, pensando, de manera ilusa, que tras la victoria de los aliados, España sería salvada de las manos franquistas. No fue así, como ya saben, pero la lucha está ahí, poco reconocida en Francia, y nada en España. Eso sí, el Estado francés las reconoció gracias a una pensión de resistente, algo impensable con los y las milicianas que estuvieron luchando en nuestra guerra.

            Así, gracias a esas pensiones, en este tiempo he conseguido censar a 294 mujeres españolas en la Resistencia francesa. Oficialmente, son aquellas que aparecen homologadas como tal en los Archivos del Ministerio de Defensa de Francia, en la ciudad de París. Es decir, que aparecen en una de las redes de la complicada resistencia francesa. Los archivos se dividen en diferentes legajos: aquellas que pertenecían a las FFI (Fuerzas Francesas del Interior); las que formaban parte de las FFC (Fuerzas Francesas Combatientes); las que estuvieron al servicio de las FFL (Fuerzas Francesas Libres); las que lucharon con la RIF (Resistencia Interior Francesa); y las que fueron deportadas por resistentes. En toda esta vorágine de movimientos, hubo muchísimas redes, en las que las mujeres desarrollaron quizá el papel más peligroso que podía haber: el de enlace o correo. Pero también las hubo ejerciendo el papel de guerrilleras, de saboteadoras, espías e incluso de ayuda para la evasión de presos. No conocer el movimiento de la resistencia no es grave, pues es bastante complicado. Lo grave es olvidar a estas personas que se jugaron la vida por nosotros, que murieron como animales en los campos de concentración o que quedaron marcadas para toda la vida por lo que vieron y sufrieron en carnes propias. De las mujeres censadas, estoy consiguiendo reconstruir las vidas de, por ahora, 174. Imagínense ahora por qué, las declaraciones de esa periodista han hecho mella en mí, ya que puedo decir que una de mis razones de ser es la recuperación de estas mujeres. Aún así, hay muchas mujeres que participaron en la Resistencia francesa sin ser reconocidas después por el estado galo, sin estar homologadas pero que, sin embargo, realizaron acciones de resistencia o estuvieron en redes.

            Es el caso de la poeta, escritora, y deportista de aquella maravillosa generación que dio las mejores mujeres de nuestra tierra: me refiero a la catalana Ana María Martínez Sagi. O al menos es lo que afirma el escritor Juan Manuel de Prada en el prólogo del libro La voz sola, una recuperación necesaria de una mujer todo-terreno. Tras exiliarse a Francia, estuvo en Chartres, una localidad próxima a París, trabajando en una pescadería y ayudando a muchos judíos y franceses perseguidos por los nazis. Incluso la persiguió la Gestapo. Esto lo cuenta en una entrevista con Karen Robinson. Pero no aparece ni rastro de su adhesión a ninguna de estas redes. Por eso, no es “oficialmente” resistente, sino que lo hizo de manera libre, como ella misma lo era, desde aquellos maravillosos años en los que consiguió ser el reflejo de las conquistas feministas de los años veinte y treinta.

        Pero tenemos casos en los que las españolas son reconocidas como resistentes por su adhesión, pero son silenciadas en España. De ahí que sea importante realizar un gesto, un detalle, algo tan simple como llevar un pin antifascista en una toma de posesión de un cargo ministerial. Hay pocas asociaciones que recuerden a estas mujeres resistentes, aunque la Amical Ravensbrück hace muchísimo por el restablecimiento de la dignidad de estas personas.

            Quiero contarles el caso de una madre y una hija: Carmen Bartolí y su hija Sabina. Ambas nacieron en Setcases, un pueblo de Girona. Carmen había emigrado a Francia por motivos económicos. Vivían en Valmanya, una pequeña localidad en la región Languedoc-Roussillon, muy cerca de la frontera española. Aquella zona montañosa era ideal para los maquis, y dieron cobijo a guerrilleros, les alimentaron y les curaron cuando hacía falta. En el momento de ser detenidas, tenían en su casa a un maestro francés, un republicano español y un antifascista belga. Como cuenta Montserrat Roig en Els catalans als camps nazis:

“Las dos mujeres se enfrentaron a la policía de Vichy y se pusieron delante de la puerta impidiendo su entrada. Recibieron muchos golpes pero consiguieron que los tres resistentes pudiesen huir por detrás.”[1]  

            Fueron llevadas a la cárcel de Emelie-les-Bains donde las separaron de su marido, en un peregrinaje por distintas cárceles francesas (Arlés, de nuevo Amelie-Les-Bains, Perpiñán y de allí a Compiègne), siendo sometidas a violentos interrogatorios sin sacar nada de ellas. En Compiègne fueron trasladadas al campo de Ravensbrück en uno de aquellos inmundos trenes de ganado, el 3 de febrero de 1944, cuyo viaje duró cuatro días, en los que sólo pudieron comer una vez. Llegaron a las tres de la madrugada. Ambas ya no eran personas, sino números en un triángulo rojo invertido: Carmen tenía el 27046.  No pudo soportar el horrible viaje en el que se encontraban hacinadas en un mismo vagón ochenta mujeres. Murió en brazos de otra paisana suya, la maestra leridana Carmen Seròs, un 15 de abril de 1945, con 53 años. Lo único que le quedó a Sabina fue el anillo de su madre. En los archivos de la Defensa, Carmen está reconocida en varias adhesiones de la Resistencia con su nombre de soltera, Carmen Gardell García, en la FFC, FFI y en las Deportaciones. Un reconocimiento que no hay en su país de origen y que, por lo que estamos viendo, no habrá. Sabina, también reconocida como deportada. Carmen quedó pues en un silencio sepulcral, habiendo salvado muchas vidas de aquellos guerrilleros que luchaban escondidos en los bosques contra las fuerzas ocupantes nazis. No luchó con un arma, pero salvó vidas. Era antifascista y según ciertas personas hoy en día no tiene derecho a un reconocimiento porque “no es normal”. Por el momento, podríamos empezar por ponerle cara a Carmen, ya que no hay ni una sola fotografía en internet.

            Otro día compartiré muchas otras historias, quédense con algunos nombres que muestran la dignidad de la lucha antifascista, el orgullo que debemos sentir por ellas y agradecerles eternamente el enorme sacrificio que hicieron.

Algunos nombres:

ADROVER; Felisa ALONSO; Margarita ÁLVAREZ; Mercè BALCASEN; Secundina BARCELÓ; Carme BARROSO BARTOLÍ; Felisa BEDONDOZ; Maria BEGUIRISTAIN; M. Antonia BENITEZ LUQUE; Mercedes BERNAL; Feliciana BIERGE; Josephine BORDANOVA; Carmen BUATELL COSTA; Alfonsina BUENO; Maria BUITRAGO; Ángela CABEZA, Adriaine CALDERON; Braulia CANOVAS JANE; Dolors CASADELLÀ; Juana CASTELLANO; Neus CATALÀ I PALLEJÀ; CLAVEL; Esther, Liliane Elise i Rita COHEN ESCALONI; Nieves CORBIS; Conchita COROMINAS y madre; Soledad CORTÉS; Teresa COSTEL; Antonia CRISTÓFAL BRETÓN; Virtudes CUEVAS ESCRIVA; Demetrecia DUPUY; Teresa ENCUENTRA;   Francisca ESCARRÉ; Olvido FANJUL; Justina FAU ESPAÑOL; Concepción FERRER; Roser FLUVIÁ; FONT; Ana FOURNIER; Antonia FREXEDES; Antonia FRUCTUOSO; Carmen FUERTES; Carlota GARCIA; Carmen GARCÍA AMANDA; Dolores GARCIA ECHEVARRIET; Felicidad GASA; Bertha GOLDSCMIDT; Sabina GONZÁLEZ BARTOLÍ; Josefina GONZÁLEZ GUARDIOL; Conchita GRANGÉ; HORTA; Anunciación IRIBERRI; Amalice i Fuente JARA DE LA; Mónica JENÉ; Agustina JURADO; Laura KERWICH; Rosa KLIONSKY; Estrella KUGELMAN; Jesusa LESBUR GERES; Sofia LITMAN; Maria MARANGE; Josefa MARANGES; Angeles MARTINEZ; Constanza MARTINEZ PRIETO; Hermínia MARTORELL ROSALES; Maria MATEOS; Pilar MENDEZ GORBEALUIA; Maria MOLL; Eugènia MONEDER; Anita MONTHUIS; Frania NEGRIN; M. Josefa NICOLAS; Mercedes NUÑEZ TARGA; Nicolasa OLIVA; Danielle OUCHENE; Josette PALOMA; PASTOR; Rita PEREZ MARTINEZ; Amalia PERRAMON LOPEZ; Marita POMARES; Francisca PUIG; Lidia REVIRE; Lisa RICOL; Ana RODA; Maria RODRIGUEZ COCURDE; Ascensión ROMERO; Maria ROQUES RODRIGUEZ; Herminia ROSALES; Leonor i Maria RUBIANO FERNÁNDEZ; Elisa RUIZ (GARRIDO); Aida RUPERT; SABATER; Maria SANTOS; Coloma SERÓS; Carmen SERRANO; Jeanne SERRES; Rosita SILVA; Germana SOLDEVILLA; Blanca SOLSONA; Rosa SOTO; Maria TAPIA ESTEBAN; Agustina TOMAS JURADO; Francisca USANDIZAGA; Marita VAN AAL; M. Pilar VELAZQUEZ; Elvira VELETA; Maria VELETA; Dolores VILLA; Anita WINTER; Carmen ZAPATER AGUILERA; Katia; Mimi; Elena; Frasquita, la gitana.

[1] Roig Montserrat, Els catalans als camps nazis, Barcelona, Edicions 62, 1977. Págs. 141, 207, 785


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