Emigrantes invisibles: la historia frágil y olvidada de los españoles en Estados Unidos
 

Los andaluces acabaron en Hawái, los vascos se instalaron en Idaho y Nevada, los gallegos se repartieron entre New Jersey y Tampa, junto a valencianos y asturianos. Una exposición recorre sus odiseas.
 
"Mi abuelo Adolfo es el del centro, con boina negra. Llegó en 1926 y trabajó de fogonero en Newark, Nueva Jersey. En cuatro años ahorró cuanto necesitaba para comprar casa y tierra en Galicia". Joe Losada
 
Emigrantes invisibles: la historia frágil y olvidada de los españoles en Estados Unidos: Casi una década, a contrarreloj, sin descanso, estuvieron el catedrático James D. Fernández y el periodista y cineasta Luis Argeo documentando un episodio de la historia española no tan conocido: el de los miles y miles de españoles que abandonaron sus pueblos y ciudades rumbo a Estados Unidos entre finales del siglo XIX y principios del XX. Y en muchos casos, la mayoría, lo hicieron sin billete de vuelta.

“Hemos viajado de costa a costa de Estados Unidos y también por España con escáneres portátiles, ordenadores, cámaras, micrófonos, entrando en casas de desconocidos que nos invitaban a tomar café mientras escaneábamos sus álbumes familiares, en los que no solo encontrábamos imágenes maravillosas de hace 80 o 90 años, sino también historias personales, familiares que estaban a punto de caer en el olvido”, explica Argeo por teléfono.

El mostrador de la tienda de puros Las Musas en Brooklyn, Nueva York.

Un trabajo que hicieron a contrarreloj porque los descendientes de aquellos emigrantes “son personas de edades avanzadas” y con ellos se irán las historias y recuerdos de sus antepasados.

Después de un libro y varias películas, entre los más de 15.000 materiales recuperados en ese tiempo y esas visitas han hecho una selección de más de 200 archivos digitalizados y 125 originales que se podrán ver en la exposición Emigrantes invisibles. Españoles en EE UU (1868-1945), impulsada por la Fundación Consejo España – EE UU, en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid desde el 23 de enero.
 
“Hemos llegado hasta hoy con la urgencia de contarlo antes de que ya no lo podamos hacer con el mismo rigor que hemos seguido gracias a los testimonios que, aunque frágiles, ya sea por la memoria o el estado material en el que nos los vamos encontrando, hagan que estén casi ya al borde de la desaparición”, continúa el director de documentales.

“Eso es lo que queremos reflejar en la exposición: que se puede conocer el fenómeno de la emigración a Estados Unidos a partir de historias personales, microhistorias familiares; que uniéndolas todas podemos entender un poco mejor ese episodio histórico que, por desgracia, no ha tenido toda la atención que creemos que se merece”.
 
 Cartel original difundido en el sur de España después de 1907 para reclutar familias con destino a las plantaciones hawaianas de caña de azúcar.

MÁS DE UN LITTLE SPAIN

Asturianos en las minas de Virginia Occidental y en las factorías de Rust Belt, andaluces en las plantaciones de caña de azúcar de Hawái y, después, en los campos y conserveras de frutas de California; vascos en los pastos de Idaho y Nevada; cántabros en las canteras de Vermont y Maine; gallegos y valencianos en los astilleros de Nueva York; asturianos y más gallegos en las tabaqueras de Tampa. 

Hubo muchas más comunidades españolas en Estados Unidos que la que conocemos habitualmente en la calle 14 de Nueva York. “Hemos encontrado representación de todos los puntos de la Penínsusla Ibérica”, resalta Argeo.

¿Pero cómo llegaron un granadino y un zamorano a Hawái? Para todos aquellos emigrantes españoles “su patria era el trabajo”, dicen los investigadores y comisarios de la exposición. “Se movían en función de los oficios que desempeñaban. Era un período en el que Estados Unidos reclamaba mucha mano de obra y antes de la ley de extranjería, venían y a trabajar directamente”.

A Hawái, por ejemplo, “fueron unos 8.000 entre castellanos, andaluces y extremeños”, contesta. “Los agentes de las compañías azucareras de Hawái estaban decididos a quitarse la mano de obra asiática, querían blanquear un poco las islas, y vinieron lo suficientemente lejos para que el personal contratado no tuviera la idea de regresar, además querían gente cualificada que supiera el oficio, y en Granada y en el sur de Portugal encontraron plantaciones”.


Nueva York, 1939. Tonteando sobre la hierba.

Aunque entre esos 8.000 que se marcharon también había muchos que, por la hambruna que se vivía en España, no habían probado jamás el azúcar. “Estas compañías llegaban con ofertas a priori seductoras: les daban casa, más dinero si iban con su familia, incluso un terreno si se quedaban más de cinco años…”, prosigue.

Hubo un efecto llamada, aunque luego no eran tan bonito como lo pintaron: “No cumplieron su palabra y casi el 80% de los que se fueron saltaron a la California de Steinbeck, la de la recogida de fruta: hemos encontrado fotos muy de Las uvas de la ira”.

Otro foco interesante se encontraba en la Coste Este americana, en Tampa. “Allí encontramos otra entrada de gallegos y asturianos que emigraban primero a Cuba, donde aprendían el oficio de tabaqueros –en muchos casos, de compatriotas– y luego saltaron a Florida para seguir haciendo lo mismo y convirtieron un pueblito de pescadores y 500 habitantes como era Tampa en la capital mundial de tabaco”.

UN VIAJE POR ETAPAS

La exposición (desde el 23 de enero al 12 de abril) se organiza en seis capítulos que corresponden, como señala Argeo, a los episodios en los que solía dividirse la odisea migratoria de estas personas. El primer episodio es ‘El adiós’: “Se despiden y se llevan fotos de los familiares que se quedan en España o de ellos mismos antes de irse, pasaportes...".

Resignados a quedarse en Estados Unidos, corrían por integrarse o hacer que sus hijos se integraran: es el capítulo de ‘Made in USA’, donde hablan “de esa asimilación cultural, solicitud de la nacionalidad y empujar a sus hijos hacia un nuevo modelo de vida”. Hijos y nietos que, en su mayoría, hoy ya ni hablan español.

Emigrantes invisibles
“Ese uno de los problemas –apunta Luis Argeo–, que, con esa asimilación, cuando sus padres les empujan a ser más americanos, aprenden inglés, estudian una carrera, y van soltando lastre… La españolidad pasa a ser algo muy familiar, del entorno privado y lo van perdiendo". 

Y, sin embargo, han encontrado personas, nietos o nietas que se han puesto a aprender español porque deciden volver la vista atrás. "Quieren conocer la vida de sus familiares: por qué el abuelo tenía un acento tan raro, por qué nunca se hablaba en mi casa de España… Son los nietos los que van intentando recuperar las huellas perdidas para conocerse un poco mejor”.


Fuente → traveler.es

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