El final de la Segunda Guerra Mundial en España: la desnazificación de Franco
 
 Franco y Hitler en Hendaya, 1940. Fotografía: Cordon Press.

El final de la Segunda Guerra Mundial en España: la desnazificación de Franco: Inicialmente, el nazismo no cuajó mucho en España. A Falange se le atragantaba su doctrina porque la veían poco compatible con el catolicismo. José Antonio Primo de Rivera estuvo en Alemania y no volvió deslumbrado. Tuvo más influencia el fascismo italiano. Sin embargo, todo cambió el 18 de julio de 1936. Cuando el golpe de Estado fracasó y los sublevados se vieron obligados a pedir auxilio a alemanes y italianos para poder derrotar al Estado.

En principio, Mussolini no estaba por la labor. Dijo que no varias veces. Tenía miedo de entrar en conflicto con Francia, que podría intervenir en defensa de la democracia en España. Acababa de terminar la guerra en Etiopía. El 15 de julio el Duce salió al balcón del Palazzo Venezia de Roma para celebrar que la Sociedad de Naciones le levantaba las sanciones. Intervenir en España tres días después era demasiado.

Sin embargo, Francia dejó tirada a España. Al igual que el resto de democracias, consideraron el golpe de Estado y la guerra que le iba a seguir como un asunto interno por miedo a una escalada que les terminase enfrentando abiertamente a los fascismos. Es decir, pánico a que se repitiera la guerra del 14, que hasta entonces era el horror de los horrores. En ese momento, Italia cambió de idea. Le habían dejado vía libre y la posibilidad de un Estado títere en el Mediterráneo. A tal fin colaboró el abuelo del rey emérito, Alfonso XIII, que desde una cacería en el castillo de los Metternich en Checoslovaquia, escribió esta carta a Mussolini para convencerle de que accediera a las peticiones de ayuda de Franco:

Le supongo enterado de la enorme importancia del movimiento español. Faltan elementos modernos de aviación y con objeto de adquirirlos van a Roma Juan de la Cierva (inventor del autogiro) y Luis Bolín, personas de mi entera confianza. El marqués de Viana, portador de la presente, le explicará todos los detalles y la ayuda que espero nos prestará. Aprovecho esta ocasión para de nuevo felicitarle por sus nuevos éxitos que consolidan su labor formidable y gloriosa. Agradeciéndole lo que seguramente hará, quedo su amigo y admirador que le abraza.

Paul Preston pone en duda que hiciera falta convencer a Musolini, Ángel Viñas en La soledad de la República cree que esta misiva «no dejó de tener importancia». Desde Italia salieron los aviones para que Franco hiciera el primer puente aéreo militar de la historia, le seguirían los nazis aportando más aviones en la Unternehmen Feuerzauber (Operación Fuego Mágico) y, de esta manera, en palabras de Preston: «Hitler y Mussolini convirtieron un coup d’état que iba por mal camino en una sangrienta y prolongada guerra civil».

La intervención de los aliados fascistas en España sirvió también para captar adeptos entre las nuevas elites políticas a la causa del nacionalsocialismo. En El Nuevo Orden, a España le correspondería dominar el norte de África y recuperar el liderazgo en América. Volvería al liderazgo mundial de la mano de los nazis. No obstante, nunca llegó a haber una estrecha colaboración. A Hitler las pretensiones de Franco le dejaban frío. A los pocos meses de empezar la guerra civil, los nazis ya estaban intentando explotar en su favor las diferencias dentro de las familias sublevadas. Se sabe que barajaron alternativas a Franco en busca de otro líder más maleable u orientado a sus intereses.

Aunque Himmler vino de visita a España y mencionó a los visigodos y un sin fin de elucubraciones que no buscaban más que sentar las bases para la alianza entre dos naciones originadas, según sus delirios, en la raza aria, el pacto no fue posible. España se declaró neutral, algo que ya había dejado claro en 1938, cuando estuvo a punto de estallar la guerra en Europa, pero las democracias en este caso a quien dejaron tirada fue a Checoslovaquia.

Pese a todo, la colaboración entre España y el III Reich fue estrecha y privilegiada. Como es sabido, de España salió la División Azul hacia la URSS, pero hay facetas menos conocidas. Alemania trabajó en nazificar las elites franquistas y sectores de la sociedad española. Se enviaron trabajadores y estudiantes, hubo una amplia colonia española en el III Reich y la pregunta es ¿Qué pasó con toda esta infraestructura cuando los nazis estaban perdiendo la guerra?

La respuesta está en un libro de 2000, Spaniards and Nazi Germany, de Wayne H. Bowen, hispanista estadounidense. Es un estudio que repasa las figuras de los grandes nazis españoles, sus actividades en Alemania y las relaciones entre ambos países. Cinco años apasionantes desde el punto de vista diplomático, pues España fue neutral de una manera al principio del conflicto diametralmente opuesta a su neutralidad al final.

Un médico inspecciona a un voluntario para la División Azul en julio de 1941. Fotografía: DP.

Sin embargo, la flamante neutralidad aliadófila de toda la vida del franquismo se vio comprometida por los reclutas españoles que seguían alistándose para combatir del lado de Hitler —a pesar de que los aliados ya se acercaban al Rin y al Vístula— y los miles de trabajadores que renovaban sus contratos y seguían en el Reich. Alemania necesitaba desesperadamente trabajadores y soldados. Para captarlos en España, la propaganda de Goebbels explotó la idea de eficacia alemana y el sueño del Nuevo Orden. La huella de que había dejado la Luftwaffe era honda en contraste con la debilidad de las fuerzas armadas españolas y para los supervivientes de la guerra, en un país arrasado con una vida pública mediocre, formar parte de algo más grande, más moderno y más fuerte constituyó un atractivo para mucha gente en edad de hacer algo útil con su vida.

Según Bowen, en su artículo «The Ghost Battalion: Spaniards in the Waffen-SS, 1944-1945» para The Historian: «Aparte de un puñado de suecos, suizos, y los reclutas finlandeses, los españoles fueron los únicos europeos que se unieron a las SS y al ejército alemán sin pertenecer al territorio ocupado por el Eje». Solo en enero del 44, cien españoles se presentaron en la embajada alemana en Madrid para alistarse como voluntarios.

También hubo casos más prosaicos. Miles de trabajadores procedían de regiones devastadas, no tenían más opción para alimentar a sus familias que irse. Al mismo tiempo, cruzar la frontera era la única oportunidad que tenían los delincuentes de para traerse coñac, cigarrillos y café para el mercado negro. Algunos españoles dieron el pelotazo e hicieron fortunas que enviaron fácilmente a Madrid con el sistema de transferencias bancarias que se había establecido entre los dos países.

El 6 de noviembre de 1944, Franco anunció públicamente algo que ya llevaba en marcha varios meses. Se desmarcó totalmente de las fuerzas del Eje cuando, en una entrevista con United Press, declaró que España «ya era una verdadera democracia». Orgánica, naturalmente. En la que se encarnaba «la voluntad general de todos los españoles». Por eso, no había «obstáculos que impidan la colaboración con los principales poderes aliados».

En Berlín, el diario Enlace, controlado por Wilhelm Faupel, exembajador en España, escribió un editorial criticando duramente al Caudillo y comparando esas palabras con sus discursos de hacía tan solo un par de años. A partir del cambio en la diplomacia española, este diario, editado por Martín María de Arrizubieta Larrinaga, cura, abertzale y nazi, dio también un giro antifranquista y llegó a introducir la causa nacionalista vasca en sus contenidos ante la sorpresa de la colonia española en Alemania a quien iba dirigido. Mientras, en España, otro vasco, José Luis de Arrese, secretario general de la Falange, escribió en enero del 45 «Hoy está muy de moda para camuflar a la Falange y vestirla con el estilo democrático más inofensivo».

Bowen también atribuye a este giro las acciones de diplomáticos españoles para salvar judíos. Sostiene que los embajadores de España en Berlín, Bucarest, Budapest y otras capitales pusieron a salvo a miles de hebreos al final de la guerra como consecuencia del giro diplomático. Se anotaron un tanto ante los aliados y la prueba de ello es que no fue invitado ningún representante español al Congreso Internacional Antijudío que se había celebrado en Cracovia en junio de 1944. En diciembre del mismo año, se constató también que las programas de radio nazis para España perdieron oyentes «a un ritmo alarmante».

A finales de año, también cerraron las oficinas de soporte de la División Azul en España. Desde primavera se había ordenado su retirada del frente, pero eso no impidió que mucha gente siguiera saliendo del país para alistarse en las tropas alemanas. Aquí llega una de las mejores paradojas del libro. Comprometido por estos voluntarios, el gobierno franquista dijo a los aliados, primero, que no sabía nada, que se trataría de «rojos» llevados «por el espíritu de aventura y la necesidad económica». Parece un delirio, pero no lo era. El Sicherheitsdienst (SD), el servicio de seguridad de las SS, contó con españoles huidos de Franco. En palabras del historiador: «Algunos de los cuales habían sido reclutados por los alemanes entre los exiliados republicanos españoles, lucharon y espiaron contra los españoles en la resistencia francesa y contra los aliados en Normandía». La embajada española en Berlín sabía que eran no menos de mil quinientos.

No obstante, y aquí viene lo bueno, las autoridades franquistas añadían «su número no puede compararse al de españoles alistados en las tropas aliadas». Es decir, Franco tuvo que recurrir a los republicanos derrotados que ahora luchaban con los aliados para salvar la cara de la neutralidad del país, cuando tenían perfecto conocimiento de la cantidad de españoles que estaban prestando servicios ilegales en la Gestapo y las Waffen-SS en su Spanische Freiwilligen Einheit (Unidad de Voluntarios Españoles), formada de los aventureros citados, veteranos de la División Azul y trabajadores desplazados.

Lucharon en la batalla de las Ardenas y, por ejemplo, las 101ª y 102ª Compañías SS Españolas, integradas en la 24ª División SS de Montaña «Kartsjäger», combatieron en Rumanía contra el Ejército Rojo y, ya bajo el mando del teniente José Ortiz Fernández, se enfrentaron a los partisanos de Tito en los frentes esloveno y croata de Yugoslavia. En el libro The Lion and the Eagle de Conrad Kent, Thomas K. Wolber y Cameron M.K. Hewitt dicen de estas fuerzas: «a diferencia de otras unidades españolas, sin embargo, se ganaron una reputación más turbia, con acusaciones de saqueo y violaciones».

Franco y Hitler en Hendaya, 1940. Fotografía: Cordon Press.

Es curioso también que había dos flujos. Uno de voluntarios que acudían al frente con las SS o tropas legionarias españolas dentro de la Wehrmacht, y a trabajar a las fábricas alemanas, y otro de españoles que ya llevaban tiempo en el III Reich y se olían el percal que se alistaron en la marina mercante alemana con la esperanza de escapar del barco en territorio neutral. Mientras, los familiares y el gobierno español exigían a Alemania la repatriación de todos trabajadores y soldados españoles, pero en el III Reich se lavaban las manos. Contestaban que no podían hacer nada, que eran ciudadanos que estaban en suelo del Reich y habían tomado esta decisión. Un veterano de la División Azul, Miguel Ezquerra, como capitán de las SS, en enero del 45 recibió la orden de reclutar a todos los españoles que pudiera encontrar.

Tampoco los involucrados tenían intención alguna de regresar. Hay casos documentados, como el de Rufino Luis García-Valdajos, de la SS-Freiwilligen-Grenadierdivision-Wallonie (división de granaderos voluntarios de Wallonia SS) del colaboracionista belga Leon Degrelle, que solicitó los permisos a la SS Rasse und Siedlungshauptamt (Oficina Central de Raza y Reasentamiento) para casarse con una mujer alemana que vivía en Berlín, Ursula Jutta- Maria Turcke. Les asimilaron.

El gobierno español solicitó que al menos los trabajadores españoles no construyeran fortificaciones. Por lo visto, a lo que más se dedicaron fue a excavar después de los ataques aéreos para sacar cadáveres y buscar un techo a los indigentes. Los bombardeos aliados también destruyeron los centros de Falange en Stuttgart, Königsberg, Hamburgo y Wiesbaden. Es llamativo que Bowen especifique que murieron decenas de trabajadores españoles en estos ataques «porque se negaron a entrar a los refugios».

Interesante es también el plan de Franco para Francia. Asignó a Jesús Suevos, camisa vieja, que mientras los nazis se retiraban se quedase en territorio francés para servir de enlace con el Parti Populaire Français (PPF) de Jacques Doriot —que muy bien se había exiliado a Alemania desde el desembarco de Normandía— y la nueva resistencia, esta vez blanca y contra De Gaulle. Todavía no estaba clara la derrota total de Alemania, que el III Reich sobreviviera firmando una paz por separado con los aliados occidentales se veía como posible aún en el año 44. De esta manera, el franquismo tuvo una mínima esperanza de que en París se colocase finalmente un régimen más afín o cercano a la dictadura española. Era su único asidero, al menos, para impedir que desde suelo francés se organizasen luego tropas para entrar en España, como efectivamente sucedió, aunque desastrosamente. Sin embargo, el fracaso del plan fue absoluto, y tal y como señala Bowen, Suevos tuvo que quedarse en la capital francesa hasta diciembre de 1945 y asistir a los desfiles de la victoria con la presencia de columnas españolas. La Nueve, ahora por fin célebre en España tras décadas de olvido.

Para el apocalipsis de Berlín, el aludido Ezquerra reunió a un centenar de voluntarios españoles. Lucharon junto a otros extranjeros franceses, noruegos, daneses, italianos, holandeses, rumanos, belgas, húngaros y de otras nacionalidades. Dice el hispanista que los ibéricos se distinguieron por, como de costumbre, «tenacidad en la defensa, imprudencia en el ataque».

Los diplomáticos españoles en la capital alemana tuvieron que abandonar su embajada dejando atrás toda clase de lujosos tesoros en el sótano. Se colocaron en el exterior carteles que señalaban la extraterritorialidad del edificio, su inmunidad diplomática, pero los soldados soviéticos que venían haciendo la guerra desde dos mil kilómetros se los pasaron por salva sea la parte y saquearon todo. Otra curiosidad, el 7 de abril, dice, ya no quedaban diplomáticos en Berlín menos uno, el portugués. Los españoles escaparon hacia Dinamarca. De la embajada, se llevaron consigo solamente la bandera de España, la de Falange, los documentos más importantes, y la película ¡Presente!, el biopic de José Antonio.

Quien más hizo por la colaboración nazi-española, Wilhen Faupel, promotor del Instituto Ibero-Americano de Patrimonio Cultural Prusiano, se suicidó junto a su mujer cuando cayó Berlín. Desde Baviera, Antonio de la Fuente, presidente de la Comisión Interministerial para el Envío de Trabajadores a Alemania (CIPETA) intentó organizar el regreso de los trabajadores españoles. La Barcelona que pocos años antes había recibido a los refugiados de toda España que huían de Franco, ahora se tuvo que preparar para acoger a los miles de refugiados españoles que volvían de Europa tras la derrota del Nuevo Orden.

Finalmente, el punto más complicado que toca es el de la colaboración con los aliados en la entrega de nazis. Bowen, en sus investigaciones, considera que fueron pocos los que encontraron refugio en España porque Franco cumplió con casi todas las demandas aliadas de entrega de alemanes, el más destacado que logró quedarse aquí fue Leon Degrelle, señala. Así consiguió salvar la cara del régimen, que fue respetado en su aislamiento para acabar recibiendo el flotador americano en 1959 por su anticomunismo. Sin embargo, hay que poner en perspectiva esa supuesta colaboración.

Está acreditado que en España se hicieron movimientos para engañar a los aliados y devolver bienes a los alemanes mediante testaferros españoles o, como recoge el libro La caza de nazis en la España de Franco de David A. Messenger (Alianza, 2018) en 1946, de mil seiscientos que le habían pedido que extraditase, envió a ciento setenta. En 1948, la OSS, precedente de la CIA, estaba «librando una batalla perdida», concluye el autor. Phillip Crosthwaite, del Foreign Office, escribió al respecto: «la decencia debería prevalecer sobre la conveniencia», pero la embajada británica, en noviembre de ese año, consideró las entregas un «asunto enterrado».

Imagen de propaganda nazi que muestra la marcha de la milicia fascista de Italia (conocidos popularmente como Camisas negras) con motivo del gran desfile de la victoria después de la toma del poder de Franco en Madrid, España, mayo de 1939. Foto: Cordon Press.


Fuente → jotdown.es

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