Cuando los españoles fuimos refugiados de guerra: una lectura de Luisa Carnés

Cuando los españoles fuimos refugiados de guerra: una lectura de Luisa Carnés: 
Por Rocío González Naranjo. Doctora en Literatura Comparada

De Barcelona a la Bretaña francesa. Este es el título de las memorias de Luisa Carnés, rescatadas por el profesor e investigador Antonio Plaza, en Ediciones Renacimiento. Una lectura que me ha impactado, y que aconsejo leer a todas aquellas personas que siguen impasibles ante las desgracias de los inmigrantes que huyen de sus países en guerra. Quizá a partir de esta lectura, quién sabe, a lo mejor cambiamos algunas mentalidades… quizás.

Recordemos que Luisa Carnés (1905-1964) fue una mujer autodidacta, trabajadora desde los once años, que consiguió entrar en los medios intelectuales de los años 30 de la década pasada, gracias a su pluma y a sus reportajes en la prensa (Estampas, Ahora, etc.). La personalidad de Luisa Carnés es paralela, desde mi punto de vista, a la de Miguel Hernández: fue una Sinsombrero, una mujer de la Generación del 27, con la diferencia que ella no pertenecía a la clase media-alta de las otras mujeres. Carnés fue además una ferviente defensora de la República, demostrándolo en sus artículos y en estas memorias que hoy les recomiendo. Por ello, la autora sufrió el exilio, como tantísimas personas que lucharon por la legalidad democrática.

Tal como señala el título, las memorias comienzan en Barcelona, poco antes de la evacuación de la autora y terminan en su partida hacia México, trazando también su estancia en el campo de concentración Aérium Marin de Brécéan, de la localidad de Le Pouliguen. Durante la lectura, el estilo de la periodista es inconfundible, ya que su instinto como reportera le lleva a retratarnos personajes, lugares y situaciones como lo hacía en sus crónicas periodísticas. Gracias a estas memorias conocemos personajes como el héroe español Celestino García, que comía en el mismo comedor que la autora, en Barcelona, el cual realizó una hazaña impresionante de la que se hizo eco la prensa republicana del momento: hacer frente a trece tanques italianos solo, con bombas de mano, acabando con tres tanques y haciendo dos prisioneros de guerra; o la fortificadora embarazada, Amparo, que se quedó en Barcelona para que los fascistas no entraran y que perdió la vida frente a los italianos en la Diagonal de Barcelona. Estampas de personas que la autora conoció, que se repiten a lo largo de su periplo como refugiada.

Un periplo horrible, a imagen y semejanza de todas aquellas personas que creyeron hasta el final que la guerra podría ganarse algún día, y que los países democráticos abandonaron a su suerte. En un camión atestado de gente, en el que la autora no deja de recordar el tacón de la mujer que se encuentra a su lado, clavado en su pierna durante todo el viaje, abandonaron Barcelona, rumbo a la frontera, en una madrugada fría y silenciosa. Antes de llegar a Figueres, que era el destino de muchas personas antes de precipitarse a cruzar la frontera, un episodio en la carretera nos ha helado la sangre. No es literatura. No es ficción. Sucedió y ningún país denunció estas prácticas genocidas:

¿Quién podría expresar en todo su dramatismo espantoso el horror de sentirse indefenso y sin protección alguna, en campo abierto, bajo un aparato enemigo? ¿Quién podría explicar justamente cuánto se piensa, cuánto se siente en esos instantes eternos en que vuela el avión sobre nuestras cabezas, y los hombros se contraen hasta el dolor, y la imaginación dibuja locamente palabras incoherentes, y al propio tiempo, perfectamente lógicas? ¿Quién podría contar las palpitaciones del corazón angustiado, describir la sed amarga y el dolor de la lengua entre los dientes?1

Los aviones bombardeaban a todos aquellos refugiados que, vencidos, sólo buscaban huir del horror. Carnés recuerda con horror las imágenes de estas masacres efectuadas a campo abierto, en la carretera; las imágenes de mujeres, niños, ancianos, soldados desarmados asesinados mientras huían, y que parecen haber pasado con impunidad por nuestra historia y la de los países llamados civilizados. Carnés recuerda, escribiendo estas memorias, estos sucesos que buscan, sin duda alguna, la denuncia internacional. Denuncia que no llegó.

Siguiendo la lectura, seguimos el periplo. La parada siguiente es Figueres, donde también se instaló el gobierno republicano. Pero de nuevo las bombas, el hacinamiento de las familias, el frío, el hambre… constantes que van a estar siempre presentes. Según la lectura, Carnés, a pesar de haber sido una periodista importante durante la República, no obtuvo ningún favor del gobierno en

esos momentos y marchó, a pie, como tantísimas otras personas, hasta el pueblo fronterizo de La Junquera. Allí se subió a un camión abarrotado de mujeres, niños y mutilados de guerra que pasaron la frontera, no como refugiados, sino como sospechosos. Recibidos como criminales. Como indeseables. Como lo que no eran. Los mutilados, obligados a mostrar sus heridas de guerra a los gendarmes. Una compañera de viaje, consciente de que no había sido sólo una guerra civil, sino una guerra contra el fascismo, explotó ante las humillaciones recibidas:

Es terrible… ¡Es terrible! Los habéis estado defendiendo [a los franceses] más de dos años y medio… Hemos pasado hambre y sufrimientos sin cuento… Hemos perdido a los seres más queridos… Vosotros habéis quedado inútiles, para siempre, por que ellos vivan muy felices, para que sigan cada día engordando, y sin aviones sobre sus cabezas… Y aún os discuten el derecho de asilo. Necesitan ver vuestras mutilaciones en carne viva para dejarnos pasar… ¡Es terrible!2

Al leer estas memorias, no sólo he sentido la rabia y el dolor que Carnés quería transmitir, sino también la humillación de las autoridades francesas por estos “sucios” españoles. Y Carnés lo deja bien claro: no es el pueblo francés, pues sienten que hay una solidaridad con ellos cuando ya, en la localidad de Le Boulou, toman el tren con destino al mal llamado campo de internamiento, eufemismo utilizado por las autoridades francesas para querer decir campos de concentración. Todo es un reportaje. La autora se permite, en algunos momentos, hablar de sus sentimientos, de su pena, de su republicanismo acérrimo. Pero son contadas las ocasiones. Se preocupa más en darnos una imagen de lo que sufrieron los refugiados, y ahí reside el valor, a mi juicio, de estas memorias: la denuncia social.

Piensen, intenten ponerse en el lugar de estos refugiados y quizá podremos ayudar a los de hoy. Las mismas imágenes de desprecio que se producen hoy en día al ver a los pobres inmigrantes en medio de las aguas, son las mismas imágenes que sufrieron nuestros luchadores en el mar de la ignorancia de los países democráticos. Un mar que despreciaba a una población que huía de una guerra, que lo había perdido todo, que había sufrido por defender la legalidad, que había recordado al mundo entero el peligro del fascismo. Creo que el próximo paso está en sus manos: lean esta joya, y sufran. Sí, sufran viendo las imágenes de los cadáveres apiñados en las carreteras, del hambre y del desprecio. Puede que así, queramos poner nombre y apellido a tantos refugiados que hoy no queremos en “nuestra” tierra



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