Camus contra la peste fascista española
 

Camus contra la peste fascista española:
Arturo del Villar*. LQS. Enero 2020

Confesó que tenía una deuda con la cultura española, de la que se había nutrido, y una obligación con su pueblo, empujado al dolor del exilio por la dictadura, al que prometió no olvidar nunca
 
El 4 de enero de 1960 un vulgar accidente de tráfico puso fin a la vida de Albert Camus cuando se hallaba en la plenitud creadora, a los 47 años, solamente tres después de su consagración mundial cuando recibió el premio Nobel de Literatura. Viajaba por Villeblevin, en la Borgoña, en un automóvil conducido por su amigo y editor Michel Gallimard; el escritor murió en el acto, el editor sobrevivió unos días. En una cartera se encontraron 144 páginas de la obra en la que estaba trabajando, publicada póstumamente en 1994 con el título de Le Premier homme, bajo el sello de Gallimard. En estos 60 años trascurridos desde su fallecimiento su nombre se ha confirmado como un clásico de la literatura francesa, ensayista, novelista, dramaturgo y periodista capaz de reproducir en sus escritos la desesperación del tiempo atroz que le tocó vivir.

Los españoles tenemos una deuda con él, porque fue un constante acusador de la dictadura fascista a la que estuvimos sometidos desde 1939, tan larga que él no llegó a ver su final, aunque procuró adelantarlo. Recordaremos sus implicaciones más significativas.

Aunque no se refiere a España, es preciso mencionar en primer lugar su novela más famosa, La Peste, llegada a las librerías en junio de 1947, porque es el antecedente de una obra dramática en la que sí explicitó el tema. Relata cómo la sucesión de muertes en la ciudad de Orán a consecuencia de la peste, en un año indeterminado durante la década de los cuarenta del siglo XX, incide sobre los vivos, que se comportan de acuerdo con sus contradicciones. La peste es uno de los cuatro jinetes apocalípticos, al igual que la guerra, y en la mente del novelista se fundieron los dos enemigos de la humanidad.

El supuesto autor del relato es el doctor Bernard Rieux, que confiesa haberlo escrito “para dar testimonio a favor de los apestados, para dejar al menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que se les había hecho, y para decir simplemente algo aprendido en las plagas: que en los hombres hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Traduzco las citas de la edición de OEuvres complètes en cuatro volúmenes, al cuidado de Raymond Gay—Crosier y colaboradores, París, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 2007 los dos primeros y 2008 los restantes.

Seguramente ese testimonio del personaje lo compartía el autor, que escribía para dar testimonio a favor de los perseguidos políticos, de los encarcelados, de los exiliados en busca de una libertad prohibida en su patria, y dejar un recuerdo de la injusticia que se les hacía. Por ejemplo, en la España dictatorial desde 1939.

La peste española

Camus se implicó activamente en la denuncia del régimen dictatorial fascista implantado en España como resultado de la guerra. La terrible situación de los españoles sometidos al vencedor, convertido desde entonces en tirano, estuvo muy presente en su pensamiento. El 11 de julio de 1948 intervino en un mitin en la Mutualité de París, para reclamar la liberación de España con el fin de la dictadura fascista, una herida sangrante intolerable. Y el 27 de octubre se estrenó en el Théâtre Marigny de París el que calificó de “espectáculo en tres partes” titulado L’État de siège, con María Casares, hija del que fuera jefe del Gobierno republicano Santiago Casares Quiroga entre los actores, y el doctor Juan Negrín, exjefe del Gobierno republicano, entre los espectadores.

La Peste, con nombre propio, domina la provincia de Cádiz, auxiliada por La Secretaria, que es la muerte. La Peste presenta una figura de hombre, quien reclama al gobernador le transmita el poder sobre la provincia, a lo que él accede después de comprobar que La Secretaria puede exterminar a cualquiera, solamente con tachar su nombre en una libreta. La Peste es la dueña total de Cádiz, sin oposición posible, como lo era el dictadorísimo fascista de toda España.

Para someter a la población a sus órdenes conminatorias, al finalizar la primera parte La Peste se aviene a explicar cuáles son sus poderes absolutos: “Reino, esto es un hecho; por lo tanto, es un derecho. Pero es un derecho que no se discute, al que debéis adaptaros. […] Queda proclamado el estado de sitio. Por esta razón, fijaos en ello, conmigo desaparece el patetismo. […] Esto os molestará un poco al principio, pero acabaréis por comprender que una buena organización vale más que un patetismo. […] Desde hoy vais a aprender a morir con orden.”

Los discursos del dictadorísimo venían a decirnos lo mismo con otro tono. El pronunciado por La Peste parece una parodia de los argumentos exhibidos por el dictadorísimo que reinaba en España de hecho, conforme a su entendimiento del derecho. Decía asegurar el orden, mediante la imposición de penas de muerte a los detractores, que es una fórmula segura para que los muertos no protesten y los todavía vivos se asusten y obedezcan a fin de evitar pasar a la condición de cadáveres. Detentó el poder absoluto durante más de 36 años, con la aprobación de las naciones consideradas democráticas, y las bendiciones de la Iglesia catolicorromana, que le concedió la Suprema Orden de Cristo, para su eterna vergüenza.

Una pregunta de Gabriel Marcel

L’État de siège disgustó al dramaturgo y ensayista Gabriel Marcel, de familia judía, educado en el estricto protestantismo, y convertido al catolicismo romano, una extraña mezcla religiosa de tres creencias que dio como resultado un personaje fanático. Por eso mismo fue muy traducido, editado y alabado en la España dictatorial. Publicó un artículo crítico en Les Nouvelles Littéraires, preguntando por qué la acción escénica estaba situada en España, y no en un país socialista, en donde opinaba él que se practicaba un totalitarismo tiránico, mientras la España dictatorial constituía un modelo de democracia.

Aunque a los españoles nos pareciese una burla esa opinión, no podíamos replicar a la pregunta, puesto que la dictadura se hallaba muy de acuerdo con la teoría. Pero sí le respondió Camus en Combat, y recogió su escrito en Actuelles. Écrits politiques. Chroniques 1944-1948, publicado por Gallimard en 1950. Hay que leerlo completo, porque no le sobra ni una palabra siquiera, pero aquí y ahora bastará con resumirlo. Anunció que no se molestaría en replicar a una crítica, si no fuera porque se tocaba el tema de España. Su intención al escribir la obra dramática tuvo como finalidad el denunciar un tipo de sociedad política organizada sobre el modelo totalitario, tomando el partido del individuo. A la pregunta de Marcel “¿Por qué España?”, respondió con otra pregunta del mismo signo: “¿Por qué Gernika, en donde por primera vez se demostró al mundo la técnica totalitaria de destrucción de los individuos?”

Para rematar la réplica le recordó que en esa España sometida al fascismo acababan de ser condenados a muerte cinco opositores políticos. Ese dato ratificaba la continuidad de la guerra totalitaria iniciada en España por un general rebelde que, en nombre de Cristo, reunió a un ejército de moros para lanzarlo contra el Gobierno legítimo de la República, provocó imperdonables matanzas, obligó a exiliarse a cuantos tuvieron la fortuna de conseguir hacerlo, y como resultado de la causa injusta victoriosa inició una atroz represión que duraba ya nueve años entonces, y prometía continuar, como así sucedió efectivamente, y se continúa en la monarquía fascista instaurada por él con esa función de perpetuarse en el tiempo.

Una sociedad nauseabunda

Camus afirmó su desagrado por la actitud de la República Francesa con relación a España, que desde luego fue criminal durante la guerra, al impedir el paso por su territorio del armamento enviado desde la Unión Soviética al Ejército leal, y la posguerra, al confinar en campos de exterminio a los fugitivos del terror fascista. Acusó a su país de cumplir la cláusula más deshonrosa del armisticio firmado con la Alemania nazi, por la que entregó a la España dictatorial a los republicanos refugiados, entre ellos a Lluís Companys, para que fuesen fusilados. Entonces nadie alzó su voz para protestar porque la República Francesa sirviera de reclutadora de los verdugos totalitarios españoles. Los asesinos de Companys no estaban en un país socialista, sino en la patria de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, responsable del fusilamiento. Era verdad que las naciones consideradas democráticas también traicionaron a la República Española, pero eso no servía como excusa, y el pueblo español seguía exigiendo una reparación: es lo que había intentado hacer él con sus medios.

Se lamentaba asimismo el filósofo catolicorromano del papel adjudicado a la Iglesia vaticanista en el drama, calificado de odioso por él. Replicó Camus que si lo hizo así fue porque ante el mundo el papel de la Iglesia romana en España resultaba entonces y sigue siendo odioso. Para consuelo del destinatario, le explicaba que la escena motivo de su lamentación dura solamente un minuto, mientras la que ofendía a la conciencia europea duraba ya diez años, y sigue todavía, con las repetidas santificaciones de los llamados “mártires de la cruzada” por los obispos de Roma.

Evocó el nombre del escritor derechista catolicorromano Georges Bernanos, que horrorizado por lo que presenció en Mallorca durante los primeros días de la sublevación militar, lo denunció en su libro Les Grands cimetières sous la Lune, editado en París en 1938, precisamente para contrarrestar la propaganda continuada de las publicaciones romanistas, y el del escritor español de la misma confesión religiosa José Bergamín, exiliado para no convertirse en cómplice de los criminales vencedores de la guerra.

Terminó su réplica Camus aclarando que la sociedad política de su tiempo le producía náuseas, por lo que había que repudiarla en su totalidad, para buscar el camino de la revolución. El mundo en que vivía le repugnaba, pero se sentía solidario con los seres humanos que sufrían en él. Debiera ser ambición de todos los escritores testimoniar y clamar a favor de los sojuzgados. Y le negaría a Marcel el derecho a hacerlo, mientras solamente se indignase ante el asesinato de una persona que compartiera sus ideas, y no ante el sufrimiento continuado de todo un pueblo inocente.

Comprometido con la República Española

Ante la contundencia de los argumentos expuestos por Camus quedó triturado el fanático filósofo catolicorromano, y fueron muy difundidos en los círculos republicanos de Latinoamérica, además de obtener repercusión en Francia por parte de los intelectuales de izquierdas. Unas ideas semejantes le inspiraron a Camus una conferencia dictada ese mismo año de 1948 en un convento de dominicos, los frailes que manejaron el sanguinario tribunal del llamado Santo Oficio de la Inquisición. Les aseguró que cuando un obispo español, por lo tanto catolicorromano, pues era la única confesión religiosa admitida por la dictadura, bendecía las ejecuciones políticas, no podía ser considerado un obispo, ni un cristiano, ni siquiera un hombre, sino un perro, lo mismo que quien las ordenaba desde su alto cargo.

No sólo debido a esta polémica intelectual, sino a causa de la actitud de permanente denuncia de la dictadura española bien demostrada por Camus, el Gobierno de la República Española en el exilio, radicado en París, acordó concederle la encomienda de la Orden de la Liberación de España. Se la impuso el presidente Diego Martínez Barrio el 31 de enero de 1949, en la sede del Gobierno legítimo en el exilio. En su discurso de agradecimiento resaltó Camus su compromiso con la República y su empeño en apoyar los ideales que representaba, con el fin de conseguir la libertad para los españoles.

Unos días después, el 9 de febrero, entregó en la representación de la dictadura española en París un escrito en solicitud de la liberación de los anarquistas condenados a muerte. El 20 de agosto se constituyó una asociación de apoyo a los republicanos refugiados en Francia, en la que se inscribieron intelectuales franceses de izquierdas muy destacados, y entre ellos figuraba, como era lógico, Albert Camus.

Mitinero por la República

Aunque estaba claro que todas las denuncias justificadas contra la dictadura no servían para derribarla, debido a la complacencia cómplice de las naciones supuestamente democráticas, prosiguió su labor en apoyo de los republicanos españoles exiliados, y así en abril de 1951, para conmemorar el vigésimo aniversario de la proclamación de la República, intervino en el mitin convocado por Les Amis de l’Espagne Républicaine, celebrado en la Salle Saulnier de París. Reclamó la colaboración internacional para poner fin a un régimen totalitario, impuesto por los dictadores nazifascistas derrotados en 1945. Sin embargo, la República Francesa, que había padecido la agresión de esos dictadores al invadir su territorio, encontraba simpático a su discípulo y aceptaba colaborar con él.

El 19 de julio siguiente participó en otro mitin, celebrado en el Théâtre Recamier de París, en el decimoquinto aniversario de la rebelión de los militares monárquicos. Presidió el acto Fernando Valera Aparicio, vicepresidente del Gobierno leal y ministro de Hacienda. Ese Gobierno estaba en funciones, por la dimisión del presidente Álvaro de Albornoz el día 8, al considerar un fracaso propio la aceptación del ingreso de la dictadura en organismos internacionales. En esos actos Camus tuvo ocasión de tratar con los exiliados, naturalmente, y se refirió a la situación empobrecida de cuatro, mencionados por sus apellidos, que pese a ello rechazaban la caridad y vivían dignamente, según describió en el “Cahier VII” de los Carnets III. Mars 1951—décembre 1959, publicados póstumamente por Gallimard en 1989.

Prosiguió interviniendo en actividades en pro de los españoles contrarios a la dictadura, por lo que el 22 de febrero de 1952 acudió a la Salle Wagram, en París, para demostrar su solidaridad con los sindicalistas condenados a muerte en España.

La dictadura en la UNESCO

Tuvo resonancia especial la campaña organizada para protestar contra la admisión de la dictadura española en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cuya sede radica en París. Esa decisión constituía el mayor de los disparates, puesto que la dictadura controlaba la educación en todos sus grados para acomodarla a su doctrina totalitaria, impedía el desarrollo de la ciencia y condenaba a los intelectuales disconformes con las consignas oficiales.

Así era en verdad, aunque el enfrentamiento entre los dos bloques políticos predominantes en la llamada guerra fría, impulsaba a los Estados Unidos de Norteamérica a considerar con simpatía a quien se declaraba a todas horas el vigía de Occidente contra el comunismo.

Camus habló el 30 de noviembre de 1952 en la misma Salle Wagram. Su intervención tuvo como tema, según era obligado, la situación de la cultura en España, y la recogió en Actuelles II. Chroniques 1948—1953, editadas ese mismo año por Gallimard. Empezó por criticar al Gobierno francés, presidido por el derechista corruptor de menores Antoine Pinay, por patrocinar la candidatura española. Le echó en cara que hasta entonces la historia dependía del enfrentamiento de los educadores con los verdugos, pero él nombraba educadores a los verdugos. Aseguró que la palabra asco resultaba pequeña para definir esa medida, aunque admitía no haber lugar para la indignación, sino para el realismo, a semejanza del Gobierno tan realista que aceptaba olvidar el honor y la cultura, para llevar al dictadorísimo español a la UNESCO, pese a ser muy conocido el motivo por el que triunfó en la guerra, gracias al apoyo nazifascista internacional, y a los incontables crímenes cometidos.

Unos argumentos inconsistentes

Para demostrar lo seguro de sus opiniones examinó objetivamente los argumentos utilizados para justificar esa acción. El primero era el de la no intervención en asuntos internos de un país. Recordó que el ascenso al poder de Hitler fue un asunto interno alemán, y las primeras deportaciones a campos de concentración se hicieron con alemanes. Pero si los gobiernos europeos hubieran aislado entonces en cuarentena al régimen nazi, con seguridad se habría evitado todo el horror que vino después.

El segundo argumento esgrimido por los patrocinadores del ingreso, recomendaba apoyar a la dictadura porque se oponía al comunismo. Objetó Camus que en Europa había quedado demostrado que el mantenimiento de un régimen totalitario reforzaba el comunismo entre quienes lo padecían. Además, en España el comunismo careció siempre de fuerza, como quedó demostrado en las últimas elecciones libres, las de febrero de 1936, cuando el Partido Comunista consiguió, dijo, 15 escaños de los 443 de las Cortes. Estas cifras dadas por Camus no parecen exactas, ya que los historiadores aducen que obtuvo 17 diputados para un total de 467, pero el concepto no se modifica por ello.

Añadió que para millones de europeos el caso de la dictadura española, como el del antisemitismo o el de los campos de concentración, constituía un test que permitía juzgar la sinceridad de una política democrática. El apoyo a una dictadura obligará siempre a dudar de la sinceridad de los gobiernos democráticos que pretendan representar la libertad y la justicia.

Ésa era la realidad de los motivos para aceptar al régimen dictatorial en la UNESCO. No existían consideraciones culturales, sino de un regateo político que no servía a ninguna causa, sino que perjudicaba a las pocas razones que aún animaban a los españoles para confiar en su liberación. Quedaba demostrado, en consecuencia, que ese organismo no reúne a intelectuales adictos a la cultura, sino a gobiernos al servicio de cualquier política de conveniencia.

Concluyó asegurando que si la UNESCO demostraba ser incapaz de preservar su independencia, era preferible que desapareciese, porque la verdadera cultura vive con la verdad y muere con la mentira, de modo que se hallaba lejos de las cárceles madrileñas, en el exilio con los republicanos, sirviendo a una sola patria: la libertad.

Volvió a protestar contra la admisión de la dictadura española en la UNESCO, el 10 de mayo de 1953, durante una intervención en la Bolsa del Trabajo de Saint—Étienne, incorporada también a Actuelles II. Afirmó entre otras cosas que el verdadero vencedor de la segunda guerra mundial era el dictadorísimo español, y con motivo, puesto que se mantenía todavía en su cargo tiránico mientras sus patrocinadores Hitler y Mussolini habían muerto al ser derrotados.

En una anotación del 18 de enero de 1955, hecha en Argel en el “Cahier VIII” de los citados Carnets III, afirmó que la herencia española había dejado en su sangre la verdad, y que su aspiración incansable de toda la vida consistía en alcanzarla para considerarse un ser humano.

Del mitin a la novela

Sus intervenciones públicas le servían para exponer de palabra lo que narraba en las novelas, con la misma intencionalidad. Las siguientes publicaciones confirmaron la alta calidad de su escritura, aunque sin añadir nada nuevo a la expresión de su pensamiento. Su editor de costumbre, convertido en amigo, Gallimard, colocó en las librerías La Chute en mayo de 1956, un experimento narrativo interesante como literatura, y también como confesión de una conciencia atormentada. El relato continuado en primera persona por un antiguo abogado parisiense instalado en un bar de Ámsterdam, explica su temor a la libertad, consecuencia de haberse inhibido cuando vio a una joven dispuesta a suicidarse desde un puente del Sena, como efectivamente lo hizo.

Al conocer las recomendaciones esgrimidas por Camus para exigir una actuación formal de las naciones democráticas a favor del pueblo español, en vez de permanecer como simples espectadoras, tenemos razones para encontrar una simbología entre ese caso y el argumento de La Chute. Su protagonista no quiso enterarse del suicidio que se iba a consumar debido a su inacción, se limitó a continuar su camino, sin ninguna intervención. Eso era exactamente lo que hacían los gobiernos presuntamente democráticos con relación a la dictadura española, no querían enterarse de la realidad en que se encontraba la nación tiranizada, en la que se sucedían las ejecuciones de opositores al régimen, y las cárceles estaban llenas de presos políticos sin un juicio justo.

Debido en primer lugar a la alta calidad intelectual de sus publicaciones, y también a su tarea crítica de la sociedad en artículos periodísticos y mítines, el 17 de octubre de 1957 la Academia Sueca hizo pública la concesión del premio Nobel de Literatura a Albert Camus, “por su importante producción literaria, que ilumina con seriedad y clara visión los problemas de la conciencia de nuestro tiempo”. Si resultaba insólito que se otorgase el más importante galardón literario del mundo a un escritor que no había cumplido aún los 44 años, en contra de una costumbre no consignada, aunque mantenida, no lo era menos el hecho de que la votación hubiese durado muy pocos minutos, porque la candidatura presentada por la Comisión Literaria parece que fue aceptada sin discusión. Dos datos para confirmar el prestigio alcanzado por el autor. En ese momento se estaba representando en París su adaptación teatral de la novela de William Faulkner Requiem for a Nun.

La noticia tenía tanta importancia intelectual que la estricta censura de Prensa obligatoria en España desde 1938 se sintió obligada a permitir su difusión en los medios de comunicación de masas. Fueron muy parcos en los comentarios, y en algunos casos reticentes. Resultaba lógico, dada la posición de enfrentamiento al régimen dictatorial declarada por Camus tan insistentemente, con esa claridad señalada por los académicos suecos. En cambio, las publicaciones del exilio se felicitaron por el triunfo del mejor defensor de su causa.

Y a nosotros nos corresponde agradecerle su esfuerzo por debilitar a la dictadura fascista, una misión excesiva para un escritor, incluso de su talla, cuando los políticos supuestamente democráticos la aceptaban sumisamente.

El 22 de enero de 1958 volvió a demostrar su compromiso con la República Española, al intervenir en un acto organizado por Les Amitiés Mediterranéennes sobre el tema “Ce que je dois à l’Espagne”. Confesó que tenía una deuda con la cultura española, de la que se había nutrido, y una obligación con su pueblo, empujado al dolor del exilio por la dictadura, al que prometió no olvidar nunca. Pero ese nunca iba a consistir en dos años escasos que le quedaban de vida.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.


Fuente → loquesomos.org

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