

Imagen: Desorden Creativo
Blanqueando al franquismo:
Agustí Colomines
Los franquistas vuelven. Y vuelven con ganas de reescribir la
historia de España. El mejor ejemplo es lo que ocurrió el pasado martes
en el Senado. La Mesa de la cámara alta, dominada por la coalición del
155 con la incrustación de Imanol Landa, del PNV, impidió que se
registrase una pregunta del senador de Compromís, Carles Mulet, sobre el
Valle de los Caídos al entender que llamar “genocida” al dictador
Francisco Franco, como se había escrito en la pregunta, suponía una
“falta de respeto”. Por eso la Mesa solicitó al senador valenciano que
“reformulase” la petición para ser aprobada. ¡Increíble! El Régimen del
78 sigue con los vicios de siempre: confunde el consenso con el blanqueo
del franquismo.
Mulet había escrito en su petición que el gobierno actual no debería
acarrear “con las hipotecas normativas de un régimen genocida e ilegal”,
refiriéndose a la necesidad de derogar el decreto ley de 1957 “que
atribuyó la titularidad y administración del lugar a la Fundación de la
Santa Cruz del Valle de los Caídos, cuyo Patronato y representación
correspondían al jefe del Estado”. Lo raro es que eso aún fuera así al
cabo de cuarenta y un años de régimen constitucional. Si en los juzgados
de lo mercantil se condena a aquellas empresas que intentan eludir la
subrogación de los empleados porque supuestamente cambian de titularidad
o simplemente de nombre, el Régimen del 78 es una estafa total puesto
que se construyó sobre una arquitectura jurídica básicamente franquista.
Estamos, pues, constreñidos por una Constitución envejecida y unas
leyes obsoletas.
Me decía el otro día Álvaro de Soto, el avispado subsecretario
general de las Naciones Unidas con Javier Pérez de Cuéllar —¡quien sigue
vivo a sus 100 años!—, que en todos los conflictos donde él fue
requerido como mediador —¡y fueron muchos!— lo más difícil era manejarse
con la memoria histórica. Sin reparación no es posible la conciliación
de verdades. La superioridad casi racial de los españoles les impide
reconocer que la Transición española no fue ningún modelo, pues los
defectos fueron tantos y los condicionantes tan antidemocráticos, que no
se dan cuenta de la reactivación de los partidarios de la dictadura con
la misma fuerza que en los antiguos países del este crece la nostalgia
totalitaria. La admiración acrítica de la transición es una de esas
memeces que tanto gustan a los antiguos diputados, senadores y
periodistas que frecuentaban el Palace, en especial la noche del 23-F.
La superioridad casi racial de los españoles les impide reconocer que la
Transición española no fue ningún modelo, pues los defectos fueron
tantos y los condicionantes tan antidemocráticos, que no se dan cuenta
de la reactivación de los partidarios de la dictadura.
Franco murió en la cama, pero no me cabe ninguna duda que los
franquistas que siguieron agazapados en el Estado lo congelaron como a
Walt Disney para resucitarlo cuando pudieran. Llegó la hora, después de
unos cuantos años de disimulo. Lo incomprensible es que lo que ha
ocurrido en el Senado se dé bajo la presidencia de la socialista María
Pilar Llop y la veterana Cristina Narbona, quien en otros tiempos era la
“luz de Trento y martillo de herejes” del PSOE y hoy es una mansa
vicepresidenta de una Mesa que permite el revisionismo del franquismo
que impulsan desde tiempo atrás los hijos y nietos de los antiguos
gerifaltes franquistas que viven incrustados como sus ancestros en las
vísceras del Estado. ¿Fue el franquismo un régimen genocida? ¡Pues claro
que sí! Solo lo ponen en duda sus herederos amparándose en que durante
la guerra hubo matanzas en la retaguardia republicana. Un sinsentido.
A quienes niegan el carácter genocida de Franco les recomendaría la lectura de un libro excepcional, Calle Este-Oeste. Sobre los orígenes de “genocidio” y “crímenes contra la humanidad”
(Anagrama), de Philippe Sands, que cuenta de una forma nueva y rigurosa
la mayor tragedia del siglo XX, el Holocausto, conectado muy hábilmente
su historia familiar y la ciudad de Lemberg —hoy Lviv, desde que
pertenece a Ucrania— con la evolución del derecho internacional a partir
de los dos juristas que definieron los delitos relativos a los
“crímenes contra la humanidad” (Hersch Lauterpacht) y al “genocidio”
(Raphael Lemkin) para calificar el comportamiento de los nazis. Lo
consiguieron y de esa forma pudieron condenar a un tercer jurista, Hans
Frank, que fue uno de los cerebros legales al servicio de Hitler que
orquestaron la batería de disposiciones con que se articuló su dictadura
y también la Solución Final. El concepto de “genocidio” viene definido
por el objetivo de señalar, perseguir, humillar, encarcelar y asesinar a
un grupo entero por razones étnicas, raciales o ideológicas. A eso
recurrió el historiador Ben Kiernan cuando describió en su libro The Pol Pot Regime: Race, Power and Genocide in Cambodia under the Khmer Rouge, 1975-1979
(1996) el genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos en Camboya. Josep
Benet, quien también era jurista, recurrió al concepto de Lemkin para
escribir su denuncia sobre L’intent franquista de genocidi cultural contra Catalunya
(1995). Que el franquismo no lograse acabar con la lengua y la cultura
catalanas no es excusa para olvidarse de esa intentona genocida.
Los franquistas desacomplejados tienen hoy quien les defiende en las
Cortes españolas. Vox es un partido surgido de la fusión de antiguos
militantes del PP, Fuerza Nueva, Cs, PxC y dominado por abogados del
Estado, registradores de la propiedad y otros funcionarios de alto
rango, como supongo debe ser el letrado que quiere obligar al senador
Mulet a respetar a Franco. Su objetivo es acabar con la democracia para
volver a lo de antes, a 1940, cuando el régimen franquista creó el
Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Pol
Pol en plan fascista. Ante una amenaza como esa, a Gabriel Rufián solo
se le ocurre invitar a su programa de TV (una imitación vulgar de La
Tuerka de Pablo Iglesias) a Xavier García Albiol, que cuando era alcalde
de Badalona quería deportar a los gitanos, y a Arcadi Espada, que
escupe tanto odio que no tiene nada que envidiar a los que en Núremberg
fueron condenados precisamente por el odio cerval que sentían contra los
judíos. A los franquistas, aunque sean catalanes, en vez de hacerles
propaganda se les combate y castiga como a los policías judíos del gueto
de Varsovia. La existencia de presos y exiliados independentistas
demuestra que ellos —los que respetan a Franco— actúan sin
contemplaciones contra los demócratas. Háganle caso a la representante
del gobierno suizo que ayer recriminó a España en la comisión de
derechos humanos de las Naciones Unidas la ley mordaza y que haya
impuesto restricciones a la libertad de expresión, además de recordarle
el deber todavía pendiente de reparar a las víctimas del franquismo.
Turquía en el horizonte.
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