Así eran los ministros comunistas de la II República
 

  • Solo hubo dos: Jesús Hernández y Vicente Uribe, y entraron en el Gobierno tras la sublevación militar de julio de 1936
  • Hernández impulsó la alfabetización y protegió el patrimonio como ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes
  • Uribe defendió a los aparceros y pequeños agricultores con fincas arrendadas a los terratenientes

Así eran los ministros comunistas de la II República:
Ahora que unos celebran y otros deploran la presencia de ministros comunistas en el Gobierno del socialista Pedro Sánchez, parece llegado el momento de recordar que en la II República sólo hubo dos ministros del PCE: Jesús Hernández Tomás y Vicente Uribe Galdeano. Entraron en el Ejecutivo el 4 de septiembre de 1936, en un contexto trágico para España, después de que los generales golpistas hicieran añicos su juramento constitucional, se sublevaran contra el orden democrático y, alentados por las derechas, la jerarquía clerical y la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista, sumieran al país en la guerra civil.

Quienes manifiestan su rechazo a la presencia en el Gobierno de Pablo Iglesias (el Play de la Unión de Juventudes Comunistas) y de sus compañeros Yolanda Díaz y Alberto Garzón --Podemos aporta además al profesor y académico Manuel Castells como titular de Universidades y a Irene Montero en Igualdad-- por su antigua (y vigente, en el caso de Garzón) militancia en el PCE, les convendría saber que la gestión de los dos únicos ministros comunistas durante la II República fue clara, ejemplar y todo lo sensata y positiva que podía ser en aquel contexto bélico.

Las circunstancias en las que llegaron por primera vez al Gobierno formado y presidido por el líder de la entonces poderosa UGT, Francisco Largo Caballero, eran bien distintas a las de hoy. La sociedad, mayoritariamente rural y poco alfabetizada, se parecía nada a la actual. Los militares golpistas y los pistoleros de la extrema derecha (falangistas) comenzaron a conspirar y a campar por sus desafueros inmediatamente después de las elecciones del 16 de febrero de 1936 que dieron un triunfo no tan arrollador como algunos dicen al centro-izquierda, agrupado en el Frente Popular que encabezaba Manuel Azaña y al Front D'Esquerras en Cataluña, dirigido por Lluís Companys.

El resultado de los comicios de febrero del 36 fue en realidad muy ajustado. El bloque de izquierdas obtuvo 4,5 millones de votos y el de derechas (Frente Nacional), encabezado por el salmantino José María Gil Robles, 4,4 millones de votos. En aquellos comicios votaron 9,5 millones de españoles. El 47% del voto de izquierda frente al 46,5% de derechas fue un triunfo poco arrollador. Bien es cierto que la distribución de escaños por circunscripciones provinciales y la repetición de los resultados en Granada y Cuenca, así como la suma del PNV y de algunas agrupaciones sindicalistas, supuso un triunfo claro del Frente Popular, de modo que al presidente de la República, Nieto Alcalá Zamora, no le quedó otro remedio que encargar a Azaña la formación de gobierno.

Ya es sabido que el PSOE, con 88 escaños en febrero y 99 en mayo (utilizaremos los resultados finales) fue el partido más votado, con un 20% de las papeletas, seguido de la Confederación Española de Derechas Autónomas, la CEDA de Gil Robles, con 88 diputados. Y que los socialistas y los comunistas, que consiguieron 17 escaños con José Díaz a la cabeza, se abstuvieron de entrar en el Ejecutivo. Se contaba la anécdota de que Indalecio Prieto, el hombre fuerte del PSOE, se disculpó ante Azaña y los suyos diciendo que no tenía un traje adecuado para tomar posesión de ministro. En realidad no quería acentuar la tensión con el compañero Largo Caballero, cuya línea obrerista se consideraba la izquierda del partido. En aquellos momentos, con las derechas emberrechinadas, que diría Alfonso Guerra, el astuto Prieto, un “socialista a fuer de liberal”, solo deseaba que las aguas se calmaran.

La derecha rechazó la moderación


Se formó así un gabinete presidido por Azaña con los elementos más valiosos y moderados de los que pudo echar mano, todos ellos de Izquierda Republicana, que tenía 87 diputados y de Unión Republicana, que alcanzó 37 en un Parlamento de 473 miembros. Entonces no había Senado y la elección se hacía mediante listas abiertas. Por cierto que en aquellos comicios, el jefe de la Falange y las Juntas Ofensivas, José Antonio Primo de Rivera, se presentó por ocho circunscripciones y no salió elegido en ninguna. Perdió el acta que había conseguido por Cádiz en 1933. Su partido, inspirado en el modelo violento nazi-fascista y financiado desde Alemania e Italia, obtuvo unos 40.000 votos en toda España.

Los periódicos franceses e ingleses realizaron distintas interpretaciones del triunfo del Frente Popular y del gobierno de Azaña. Le Petit Parisién decía: “El Frente Popular tendrá mayoría en las Cortes y se prevé para esta misma semana la formación de un Gabinete Azaña con Martínez Barrio en Gobernación. No es necesario ser brujo para predecir a la nueva mayoría de izquierda, tan frágil, tan débil y tan mezclada, una vida política extremadamente difícil y aventurada”. Le Populaíre escribía: “La España socialista y republicana dirigirá al país, que quiere levantar una barrera contra la guerra”. El Daily Telegraph deseaba que España sepa evitar la continuación de las luchas estériles. Su colega conservador Daily Express denunciaba “el peligro bolchevista”. Pero el laborista Daily Herald sostenía que si el Frente Nacional de Gil Robles se hubiera impuesto, las libertades hubiesen sufrido la misma suerte que en Alemania, Italia y Austria. “Pero los españoles no se han dejado llevar a la servidumbre por los engaños y han votado de manera decisiva por la defensa de la República, el restablecimiento de la libertad, la amnistía y el progreso. ¡Bravo, España!”.

Pese al anuncio de Largo Caballero en la prensa francesa de que no entrarían en el Gobierno, lo que supuestamente alejaba “el riesgo comunista” y a la falta de indumentaria de Prieto, la derecha política digirió muy mal la derrota. Y la derecha real (grandes terratenientes y ganaderos, industriales, financieros, así como los elementos dogmáticos y retardatarios de las cúpulas clerical y militar) no la digirió jamás. De hecho, reactivaron la urdimbre golpista inmediatamente después de conocer el resultado electoral, el 23 de febrero de 1936. El gabinete de Azaña se esforzó en alejar la amenaza. Sacó de Madrid a los generales más proclives a emplear las armas contra la voluntad popular, que habían sido promocionados por Gil Robles como ministros de Guerra. Envió a Goded a Baleares, a Franco a Canarias, a Mola –apodado “el director”-- al gobierno militar de Pamplona y dejó sin mando (disponibles) a Saliquet, Fanjul, Orgaz y Varela.

El gabinete retomó los proyectos que habían quedado paralizados en 1933 con el triunfo de la derecha; singularmente impulsó el sistema educativo, con Marcelino Domingo, que retomó la cartera de Instrucción Pública, y prosiguió la reforma agraria, con el voluntarioso Mariano Ruiz Funes como ministro de Agricultura. Frente a la respuesta de los terratenientes a los jornaleros que pedían pan, trabajo y dignidad (“¡Que os de de comer la República!”) aquella reforma era sensata, bien planeada y con compensaciones económicas a los propietarios que se desprendieran parcelas, en muchos casos sin labrar. Así lo explicaba el bien intencionado Ruiz Funes ya en el exilio en México. Pero había hambre física y de justicia, y enseguida empezaron las ocupaciones.

En el Parlamento, Gil Robles no supo hacer valer su condición de jefe de la oposición y pronto se vio desbordado y eclipsado por los planteamientos más duros del monárquico José Calvo Sotelo. El resto de la historia es conocida. El propio Calvo Sotelo cayó víctima del ardor dialéctico con el que promovía la inestabilidad y del que se valían los pistoleros de la extrema derecha para liquidar socialistas. Dos días después del atentado mortal contra el jefe monárquico, la noche del 12 al 13 de julio, cuando regresaba de pasar el fin de semana en su finca, el jefe de las derechas, Gil Robles, dio por rota la convivencia, puso el dinero de su partido a disposición de Mola, “el director” de la sublevación, y se marchó a Francia, de donde sería expulsado a Portugal. Luego diría en sus memorias que no estaba enterado del golpe militar que encabezaron Franco y el propio Mola 48 horas después de su huida.

Hernández salvó el Museo del Prado

En aquel contexto, con Azaña desbordado y Franco, Orgaz y Varela trasladando mercenarios desde el norte de África a Sevilla para avanzar a sangre y fuego contra Madrid por Extremadura, Largo Caballero se hizo cargo del gobierno y hubo en España ministros del PCE por primera vez. En Instrucción Pública y Bellas Artes, Jesús Hernández sustituyó a Marcelino Domingo, y en Agricultura, Vicente Uribe relevó a Ruiz Funes. Hernández, al que después Juan Negrín añadiría la cartera de Sanidad, formaba parte de la dirección del Partido con José Díaz, Vicente Uribe, Antonio Mije y Juan Astigarrabía; se ocupaba de la agitprop (agitación y propaganda) y de la edición y dirección de Mundo Obrero. Tenía 28 años y en las elecciones de febrero había salido diputado por Córdoba.

Aunque el objetivo esencial era sofocar la sublevación y ganar la guerra, Hernández acometió varias reformas que elevaron la educación al nivel de función social y redundaron en la mejora de los maestros, creó las milicias de la cultura y otras entidades para la alfabetización de los milicianos y los soldados republicanos que no habían tenido la oportunidad de ir a la escuela, en muchos casos porque en sus pueblos no la había. Hernández, con la colaboración de varios intelectuales y artistas, entre los que se hallaban Rafael Alberti y su compañera María Teresa León, también puso a salvo el valiosísimo patrimonio pictórico del Museo del Prado, amenazado por los bombardeos aéreos franquistas sobre Madrid. Por primera vez en Europa los nazifascistas bombardeaban desde el aire, indiscriminadamente, a la población civil.

A saber qué pensaría el orondo Prieto al ver sentado a su lado en el Consejo de Ministros a aquel Hernández, un chaval que en 1923 formaba parte del comando que intentó liquidarlo a tiros cuando se encontraba en la sede de su periódico, El Liberal, de Bilbao. Tras un intercambio de disparos con la Policía, fue detenido y le cayeron cinco años de cárcel que cumplió durante la dictadura de Primo de Rivera. Prieto había sido nombrado por Largo Caballero ministro de Marina y Aire. Después ocuparía la cartera de Guerra con Juan Negrín de jefe del Gobierno. A lo largo de casi dos años de reuniones del Ejecutivo y después, en el exilio en México, Hernández y Prieto, reputados maestros de la pluma y la oratoria se llevaron cordialmente. Y otro tanto podría decirse de Vicente Uribe, natural de Sestao, obrero metalúrgico y representante del PCE en la redacción del manifiesto-programa del Frente Popular ante las elecciones de febrero de 1936, en las que salió elegido diputado por Jaén.

Uribe defendió a los pequeños agricultores

La política de Uribe como ministro de Agricultura dejó en segundo plano toda la grandilocuencia de la “revolución social” y pasó a apoyar (dicen que por “razones tácticas”) a los pequeños agricultores y comerciantes. La táctica la resumió bien nada más tomar posesión: “La violencia contra los campesinos (agricultores y ganaderos) tiene dos peligros. El primero es alejarlos de nuestro lado. El otro es todavía peor: pondrá en peligro el futuro suministro de alimentos”. En resumen, el primun vivere de in de philosophare de Séneca. Cierto es que promulgó un decreto de incautación de las fincas de los terratenientes que apoyaron la sublevación militar. Pero con eso solo reconocía una situación de hecho. Lo mollar del decreto era la garantía a los aparceros y pequeños agricultores con fincas arrendadas de que no serían privados de ellas por los propietarios. De hecho les reconocía el “uso perpetuo” de la tierra. Con la famosa discusión entre “propiedad y posesión”, la CNT rechazó la reforma.

Más allá de la influencia del PCE para el suministro de material de guerra desde Moscú a la República, cercada por la decisión de Francia y Reino Unido de aplicar un bloqueo feroz mientras Alemania e Italia suministraban aviones y cañones a los sublevados y bombardeaban directamente Madrid y Mallorca, la gestión de los dos ministros comunistas resultó clara e irreprochable. Todo el arsenal propagandístico posterior, bombardeado por la dictadura, y del que todavía se nutre la derecha actual, incluida la amenaza ruin para ignorantes: “¡Que vienen los comunistas y te quitan la vaca!”, nunca se sostuvo en España en tiempo de paz. Incluso el padre de Juan Carlos I, Juan de Borbón, elogió en privado “el patriotismo” del PCE de Santiago Carrillo, ayudante y sucesor de Uribe en el partido.

Por avatares de la historia, ya en el año 2000, la figura de Uribe resultó muy rentable a una compañera sentimental del eminente derechista Francisco Álvarez Cascos. Esta mujer regentaba la reputada galería de arte Marlborough cuando, informada de la decisión de la ministra de Agricultura, Loyola de Palacio, de completar la galería de cuadros de los titulares del departamento, localizó y le ofreció quizá el único retrato al oleo que existía del antecesor republicano. El Ministerio lo compró, la galerista y novia de Cascos se embolsó varios miles de euros y sugirió que la transacción se hiciese con factura privada para no pagar el IVA ni otros impuestos. Pero eso no pudo ser.


Fuente →  cuartopoder.es

banner distribuidora