Marìa José Bravo, tenía 16 años cuando fue violada y asesinada a golpes por elementos franquistas
Mária José Bravo del Barrio, tenía 16 años cuando fue violada y asesinada a golpes por elementos franquistas en Donostia, en 1980
 
A las 19’30 del 7 de mayo de 1980, un muchacho tambaleante y muy malherido ingresó en la UVI de un hospital de Donostia; presentaba hundimiento craneal con fractura del hueso temporal, herida inciso-contusa en la frente, hematoma consecuente en un ojo y raspaduras en espalda y extremidades. Apenas discernía qué le había ocurrido, sólo recordaba que había oído gritar a su novia, pero no sabía dónde estaba. Era Francisco Javier Rueda Alonso, de 16 años, trabajador en una pastelería de Loyola, novio de María José Bravo del Valle.
 
Ambos recorrían juntos todos los días el camino desde su barrio Loyola por el Camino de la Misericordia hasta la clínica Asepeyo, donde cada día, desde que él se quemase la mano trabajando, le realizaban las curas. Era un lugar conocido, de juegos de niños, paseos, parejas que buscaban la intimidad.
 
A las 6 de la tarde del día 8 de mayo de 1980, inspectores de la Brigada Judicial localizaron, en una ladera del camino, a unos 200 metros del lugar donde fue recogido Javier, el cadáver de María José desnudo de cintura para abajo, con tremendas heridas en la parte posterior de la cabeza y arañazos en tronco, muslos, extremidades, su prenda íntima inferior destrozada. La autopsia certificó que había sido violada, y después, asesinada con golpes reiterados en la cabeza, unas 20 horas antes de encontrarse sus restos. Los especialistas concluyeron que había sido asesinada en otro lugar y arrojada, posteriormente, por el pequeño terraplén. Un grupo había salido al paso de ambos jóvenes, al parecer les creían vinculados al mundo abertzale. Golpearon con un bate de béisbol a Rueda hasta dejarlo sin sentido. A María José la secuestraron y asesinaron por el mismo sistema tras violarla. El asesinato fue reivindicado por el Batallón Vasco Español.
 
La policía negó la hipótesis del atentado terrorista. Hubo total ausencia de investigación policial de ese crimen, ni actuación judicial, ni indemnización, ni autoridades presentando sus condolencias a la familia. Nadie contactó con ellos, la familia no ha recibido perdón institucional. El asesinato de Mª José jamás se esclareció. No se tuvieron en cuenta las declaraciones de diferentes testigos que vieron a un grupo de personas internándose por el sendero tras la pareja. La ropa que llevaba la joven en el momento del crimen desapareció de las dependencias policiales. Quienes asesinaron a la joven donostiarra no cumplieron condena alguna por su crimen. No fueron perseguidos ni molestados.



María José tenía 16 años, era la menor de los 3 hijos de Alfonso Bravo, taxista, y María Pilar del Valle, ama de casa. La más pequeña, la reina de aquel hogar gozoso. Era estudiante, tenía un camino vital, empedrado de ilusiones, que apenas había empezado a recorrer. La oscuridad se cernió sobre ambas familias. La familia de M.ª José quedó destrozada. María Pilar vivió con un dolor intenso toda su vida y llegó a quemar todas las fotos de su hija por nel daño que le hacía verlas. Alfonso, perdió a su hija pequeña, su princesa, nunca se recuperó de aquel horror, ya no fue el mismo. Murió pronto. Javier también murió 8 años después, herido en lo más íntimo, con graves secuelas físicas, graves lesiones de las que no se recuperó. Sus hermanos Alberto y Rosa Mari mantienen el doloroso recuerdo de haber perdido a su hermana pequeña.
 
Sólo en el año 1980 hubo 11 denuncias por violación por grupos de extrema derecha que no fueron investigados. Al menos tres oleadas al respecto sacudieron Iruña en el 78, Rentería en el 79 y la propia Donostia en el 80, demostrando que el singular ataque y amedrentamiento franquista contra las mujeres formaba parte de una estrategia. El asesinato de M.ª José no fue un acto de violencia gratuita. La violencia cotiza al alza en el mercado del terror y María José pagó el precio del ser mujer. Los fascistas utilizan habitualmente el cuerpo de la mujer como campo de batalla, un territorio que someter, sembrar miedo, crecer una derrota, una humillación colectiva, la violación como castigo colectivo han sido y son estrategia del terror franquista. María José pagó un precio tremendo por ser mujer.
 
Fue uno más de las decenas de asesinatos cometidos por grupos de extrema derecha o fuerzas parapoliciales que no fueron investigados, y sobre los que pesa la complicidad oficial, el olvido, la indiferencia, el abandono institucional, la falta de reconocimiento de tantas personas asesinadas; sigue en el caso de María José Bravo ejerciendo su inmisericorde condena. La sociedad vasca nunca borrará la culpa de todo el reguero de muertes que se generó en todos estos años. Pero la culpa será mayor si con algunas víctimas sigue venciendo el olvido.
 


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