La democracia en peligro
 

La democracia en peligro: 
Viento sur / por Pilar Alberdi/

Entendemos por régimen democrático un sistema con una cierta estabilidad social y económica, en el que los representantes políticos de los diferentes partidos pueden ser elegidos, tras un período determinado previamente por ley. Pero, cuando las democracias se desestabilizan es necesario descubrir cómo se produce la crisis, quiénes y cómo la fomentan o se benefician de ello. En el presente artículo intentaré dar cuenta de la lectura de dos obras que nos pueden ayudar a la mejor comprensión del tema. Se trata de los libros La quiebra de las democracias, del sociólogo español Juan José Linz (1926-2013), y Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblat. Comenzaré por este último, publicado en 2018, que debe mucho al de Juan Linz publicado en 1987, y a quien rinden reconocimiento.

Juan José Linz

Los autores de Cómo mueren las democracias alertan sobre las maneras en que una democracia puede fracasar, ya sea por un golpe de generales o por el advenimiento de líderes electos que ingresan en instituciones democráticas a las que rápidamente pasan a desmantelar, como fueron los casos de Mussolini y Hitler. Sin embargo, la forma más común de que una democracia caiga es por una erosión continuada sobre la misma, llevada a cabo por las decisiones de los propios partidos políticos, que mirando más hacia sus propios intereses que a los del sistema democrático, es decir, al interés general, no atinan a comprender, por extraño que parezca, la gravedad de lo que está ocurriendo y las consecuencias que tendrá para su propio partido, además de para su país. En este tipo de situaciones hay que incluir de fondo una posible crisis socioeconómica o la acción de partidos nacionalistas emergentes, con carácter secesionista, cuya intención puede ser la de separarse e independizarse o unirse a otro Estado. Dadas estas condiciones es fácil que aparezcan figuras autoritarias que enfrentándose a las políticas establecidas que dificultan o impiden la formación de un gobierno, deseen alzarse con el poder, y hasta lo consigan.

Para estos autores, lo fundamental para que la democracia se mantenga en pie no es, en cualquiera de los casos posibles, lo que hagan estas figuras advenedizas, sino la actuación del resto de los partidos, quienes deberían «impedirles llegar al poder, con acciones como las siguientes: manteniéndoles alejados de los puestos principales, negándose a aprobarlos o a alienarse con ellos, y, en caso necesario, haciendo causa común con la oposición en apoyo a candidatos democráticos», aunque esto les supusiese un enfrentamiento con su propio electorado e incluso una pérdida de votantes.

Este libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblat está dedicado en parte al caso de los Estados Unidos tras la elección de Trump; indaga también en las posibles consecuencias de su reelección que podría ser favorecida por el supremacismo blanco como respuesta a una variada etnicidad con la llegada de migrantes, además de otros problemas de tipo económico. Trump representaría para ese supremacismo en auge la solución que les defenderá de estos cambios, en especial, por no ser el típico político profesional, mostrarse autoritario, dispuesto a expulsar migrantes ilegales o hacer construir miles de kilómetros de muros para impedir su entrada, y deseoso de fundar un nuevo orden mundial.

Lo peor de esta nueva variedad de personajes autoritarios, además de su xenofobia, antifeminismo, y negacionismo del cambio climático, es que tienden a culpar de los males del sistema democrático o del mal funcionamiento de este, a la inmigración, otras religiones y etnias que no sean la suya. Y cuando se les critica desde los medios de comunicación, niegan la presencia de los periodistas, imponiéndoles el veto o el acceso a sus actos.

Este tipo de políticos intentan distorsionar la realidad para hacerla a su medida. Citan los autores algunos ejemplos: para Berlusconi, los jueces que emitían sentencias contrarias a sus intereses eran «comunistas»; para Viktor Orbán, los periodistas que le criticaban se comportaban como «terroristas». Oímos a diario los exabruptos que dice Salvini. Poniendo un ejemplo actual, los autores consideran que Donald Trump ganó las elecciones por el desafecto de la gente con la política. Votaron en parte a un empresario, y en gran medida a un habitual de las tertulias televisivas, es decir, a un no-político; rico, sí, pero no más culto que ellos. Para estos autores, aun a riesgo de que el electorado se enfadase con el Partido Republicano, este debería haber frenado el ascenso de Trump; es más, deberían haber manifestado como hicieron algunos de sus otros candidatos, entre ellos algunos senadores, congresistas y gobernadores, su desaprobación a Trump, y a continuación deberían haber pedido el apoyo de los votantes para su adversario; en este caso, adversaria (Hillary Clinton), de manera similar a como ocurrió en Francia hace poco tiempo, cuando para evitar el ascenso de la extrema derecha encabezada por Marine Le Pen, François Fillon solicitó a sus votantes que apoyasen en las urnas (segunda vuelta) a Émmanuel Macron.

El libro también toma en cuenta a los gobiernos latinoamericanos y las formas de acceso de algunos políticos a las instituciones democráticas partiendo inicialmente de golpes militares y, posteriormente, a través de las instituciones (Perón en Argentina, Chávez en Venezuela), o analiza las dictaduras de los años setenta del pasado siglo en América Latina. Hoy sería fundamental sumar a esos análisis las actitudes del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y los casos de los autoproclamados presidentes Juan Guaidó (Venezuela) y Jeanine Añez (Bolivia). Además, hemos podido constatar la importancia étnica que para la política democrática están teniendo los pueblos originarios de América, por ejemplo, en Ecuador y Bolivia; y también su influencia en Brasil, México o Chile, por citar unos ejemplos.

Como hemos comentado al comienzo del artículo, este libro Cómo mueren las democracias se muestra deudor de los análisis de Juan Linz en La quiebra de las democracias, que a su vez recoge a pie de página su diálogo con otros autores, entre los que podemos hallar a Weber, Giuseppe di Palma, Rainer Lepsius, Vilfredo Pareto, Giovanni Sartori, L. J. Henderson Renzo De Felice, entre otros.

A Linz hay que agradecerle, como español con residencia en los Estados Unidos, que tomase en cuenta para sus investigaciones el caso de España. La democracia cayó aquí, al iniciarse la guerra civil, como bien indica, no como resultado de un proceso de días, sino de años de constante desgaste institucional en un sistema democrático con numerosos partidos, diversas coaliciones y el auge de nacionalismos periféricos en pugna con el Estado. Por ello, Linz hace hincapié en la necesidad por parte de los políticos, que son los que parecen enterarse siempre en último término, debido a sus propios intereses partidistas, de la manera cómo se produce ese desgaste de años; ese grave desequilibrio progresivo que ahonda las divisiones y puede amenazar reforzando enfrentamientos, disputas entre partidos y gobiernos cada vez más débiles, forzando coaliciones para finalmente, una vez caída la democracia, dar paso, por lo general, a un gobierno autoritario y de derechas. Esa caída supondrá además en el futuro, y en el caso de que la democracia pueda ser recuperada, la necesidad de poner en marcha procesos, no siempre fáciles, destinados a la creación de una nueva democracia sucesora, como ocurrió en Italia y España.

Linz indica cómo esos «momentos dramáticos», cuyos nombres conocemos por los libros de historia, y que simbolizan el «cambio de poder» (como la marcha de Roma de Mussolini, la Machtergreifung de Hitler, la guerra española, Praga en febrero de 1948 o el golpe contra Allende), solo son el final de una larga crisis.

El autor pone la mira en los partidos leales al sistema democrático como garantía de reequilibramiento y continuación frente a los desleales o semileales, especialmente en aquellos casos en que se da un «pluralismo polarizado», «con cinco o más partidos relevantes», donde se puedan dar coaliciones y oposiciones bilaterales y estén presentes, además, nacionalismos regionales con exigencias secesionistas. «En última instancia ―nos dice― el derrumbamiento es el resultado de procesos iniciados por la incapacidad del gobierno de resolver problemas para los cuales las oposiciones desleales se ofrecen como solución». Si ante la falta de soluciones la crisis se agudiza, ocurren dos procesos: por un lado, el electorado tiende a los extremos; por otro, se produce una «transferencia de la autoridad a elementos no democráticos». Baste como recordatorio el caso de Von Papen, que facilitó que Hitler llegase a ser canciller de Alemania, con las funestas consecuencias que conocemos. Es decir, frente a un advenedizo que viene con fuerza y que parece recoger el favor popular, los partidos viejos o algunos de estos favorecen su llegada al poder con el fin de recoger simpatías y posibles votantes. A este tipo de uniones se las denomina «alianzas fatídicas», porque el advenedizo pasará a ocupar el lugar de los anteriores.

En cualquier caso, una crisis prolongada supone coaliciones y esto, a su vez, crisis dentro de esas coaliciones, ya que cada partido puede seguir la línea de sus propios intereses al margen de la política general, lo que llevaría a una pérdida de poder y credibilidad del Gobierno, por lo que se formarían otras alianzas, que seguirían por el mismo camino de convocar nuevas elecciones, surgiendo a medida que pasa el tiempo una mayor fragmentación y el veto permanente de unos contra otros. Hay, además, otros poderes (económicos, religiosos, militares, etcétera), a los que la sociología define como poderes neutrales no porque no tengan sus propios intereses, sino porque no ocupan el Gobierno, que también pueden ir tomando posiciones en vistas a lo que pueda suceder. Y hay otros poderes, de los que el libro no habla, que actúan a nivel global, como los grandes fondos de inversión que afectan a la estabilidad de las democracias y que a su vez quizá representan algo así como lo que en el pasado fueron las injerencias extranjeras.

El hecho de que se repitan elecciones continuamente erosiona claramente el sistema democrático, y demuestra que algo está fallando. Unos datos que aporta Linz sobre España: del 21 de marzo de 1918 al 13 de septiembre de 1923 hubo 12 gobiernos con siete primeros ministros, siendo la duración media de cada gobierno de 166 días. Por si sirve de referencia, en Alemania, del 9 de noviembre de 1918 al 27 de marzo de 1930, hubo 18 gobiernos y nueve primeros ministros, con una duración media de gobierno de 210 días. Después de la depresión general que sufrió Europa, el número de gobiernos en España del 14 de abril de 1931 al 18 de julio de 1936 fue de 19, con ocho primeros ministros,¡ y una duración media de estos gobiernos de 101 días. (En Alemania, del 30 de marzo de 1930 al 30 de enero de 1933 fueron cuatro gobiernos y tres primeros ministros con una duración media de 258 días.

Teniendo en cuenta que «la mayoría de la gente obedece por costumbre y en base a un cálculo racional de las ventajas» que puede obtener con su obediencia, Linz opina que no es la gente la que puede impedir la llegada del fascismo a las instituciones sino los partidos políticos, y que es deber de estos consolidar la democracia; advirtiéndonos, además, del peligro que supone «la vana esperanza de hacer más democráticas a las sociedades por vías no democráticas», porque esta vana esperanza «ha contribuido demasiado frecuentemente a crisis de regímenes democráticos y en última instancia ha preparado el camino a gobiernos autocráticos». Un favor más que nos hace Linz en este libro es recordarnos que el atractivo del fascismo de entreguerras se basó en la necesidad de afirmar la solidaridad nacional frente a un sistema que permitía las divisiones y los conflictos de interés dentro de la propia sociedad, así como la amenaza del internacionalismo de ciertas propuestas políticas. Sin embargo, eso no acabó evitando el propio internacionalismo del fascismo. Por último, y es un dato muy interesante, que puede pasar muchas veces inadvertido, había una juventud dispuesta a defender ideologías idealistas, puesto que de una u otra manera todas defendían algo que no estaba presente.

En nuestro tiempo estamos viendo ponerse en movimiento a la juventud por el cambio climático; por otra parte, algunos partidos proponen se pueda votar a partir de los dieciséis años. Habrá que estar atentos a lo que pueda deparar el futuro sin olvidar jamás que el hombre renueva sus mitos no sin ponerse en peligro.



Pilar Alberdi (Mar del Plata [Argentina], 1954) es escritora y licenciada en psicología por la Universitat Oberta de Catalunya y graduada en filosofía en la UNED. Reside en Rincón de la Victoria (Málaga). Ha publicado poesía, teatro, narrativa, y artículos en diferentes medios periodísticos y ha recibido, entre otros, el Premio de Relatos Feria del Libro de Madrid, convocado por la editorial Plaza & Janés; el Ciudad de Segovia de Teatro y el Lazarillo para Textos Teatrales. Su página web es pilaralberdi.com.


Fuente →  elcuadernodigital.com

banner distribuidora