El patanismo, según Manuel Azaña
 

El patanismo, según Manuel Azaña: Arturo del Villar || Escritor, poeta, periodista y editor. Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio||

Cuando Manuel Azaña firmó el prólogo de El jardín de los frailes, en diciembre de 1926, estaba dudando entre la conveniencia de dedicarse por entero a la literatura o a la política. El hecho de haber recibido en el mes de mayo el Premio Nacional de Literatura por la Vida de don Juan Valera sin duda era un gran aliciente para inclinarse por la literatura. La favorable acogida que obtuvo El jardín de los frailes por los escritores, más que por el público lector, cuando apareció en el mes de abril de 1927, era otro refuerzo para decantarle hacia la literatura de creación.


Sin embargo, la situación del reino, sujeto a una dictadura militar que suspendió la Constitución, y con ella todas las libertades públicas, le obligó a perseverar en la lucha contra la monarquía perjura y corrupta, para recuperar la legalidad republicana cortada por la espada de otro militar traidor a su palabra en 1874.

En ese libro de difícil clasificación, en parte autobiográfico y en parte novelesco, sintetizó Azaña sus recuerdos de estudiante interno en el Real Colegio de Estudios Superiores regentado por los frailes agustinos en el Real Sitio de El Escorial. Los agustinos eran incapaces de educar para la vida en general, incluyendo la política, entendida por ellos solamente como una defensa de la religión catolicorromana oficial en el reino. A ellos no les importaba nada que sus alumnos pudieran llegar a ser buenos ciudadanos, estaban atentos únicamente a que fueran sumisos fieles sujetos para siempre a su disciplina. Mantuvieron engañado a Azaña durante un tiempo, en sus años de formación intelectual, aunque terminó comprendiendo la falsedad de su enseñanza y de su doctrina. Entendió que el pueblo español es más inteligente que los políticos y los frailes:

“Movíamos al África en tal sazón una guerra desbaratada. Regían tópicos muy gratos a los frailes de El Escorial: misión histórica, glorias de la Cruz, traducidas al furor verboso, inane. El pueblo artesano y labriego andaba en su trabajo mansamente, sordo a la bélica fama, ajeno al odio, renegando en ocasiones de Marte y sus acólitos”.

Cito por el segundo volumen de sus Obras completas, editadas por el Centro de Estudios Políticos y Constitucional en 2007, que en este caso se encuentra en la página 700, pero la cotejo con la primera edición impresa por cuenta del autor en el taller de Sáez Hermanos, donde figura en la página 205 con una variante, ya que se lee “frailes del Escorial”.

Pese a la mala educación recibida, comprendió que la grandeza del sentir español radica en el pueblo, nunca en los servilones del altar y el trono. Los militares dirigían en ese tiempo batallas coloniales en Marruecos, en las que morían los pobres muchachos españoles que no podían pagarse la cuota para evitar cumplir el servicio militar obligatorio (de hecho, para los pobres solamente), y los frailes bendecían a las tropas y les entregaban escapularios también benditos capaces de detener a las balas enemigas antes de tocar sus cuerpos, según ellos prometían. Pero las balas de los independentistas musulmanes atravesaban tan impía como limpiamente los escapularios y pechos, con lo que España se desangraba en una guerra inútil, defendiendo los intereses empresariales del rey y sus cortesanos.

El carácter español

Buen conocedor de la novela expresiva de la idiosincrasia española, escrita por su paisano Miguel de Cervantes, encontró una exposición del carácter español en el diálogo entablado en el capítulo 54 de la segunda parte del Quijote por Sancho Panza y su antiguo vecino Ricote, expulsado de España en 1609 por real orden de Felipe III, a causa de su condición de morisco:

“El buen ánimo cívico influye la despedida de Sancho y Ricote, españoles fraternos, inducidos vanamente a odiarse por empeños de la razón de Estado. Ricote, enemigo del rey que así lo estatuye, no lo es de Sancho, hijo de la misma tierra. […] El rey instalado a la diestra del Señor fulmina persecuciones en su nombre. Más religioso y aun cristiano que el rey se aparece Ricote, humilde ante lo divino: “Ruego siempre a Dios me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo lo tengo de servir.” Sancho piadoso entiende este lenguaje: no se le ve, ardiendo en ira, despedazar al infiel; encubre el delito de Ricote, empieza a ser culpable de traición”. (700 s.).

Ricote era un morisco y se negaba a aceptar la religión catolicorromana oficial, prefe-ría exiliarse para ser fiel a su conciencia, y Sancho incumplía las órdenes del rey al no denunciar su estancia en España, prohibida por real orden. Ellos dos formaban parte del pueblo, padecían la doble esclavitud impuesta por el altar y el trono en su alianza criminal, y se defendían mutuamente, aunque sostuvieran unas ideas religiosas diferentes.

Las virtudes naturales del pueblo, definidoras de su carácter, quedan deformadas por la acción conjunta del regalismo y el catolicismo romano, equiparados entonces en el perverso Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. La preocupación política de Azaña iba a consistir en salvaguardar la tradición popular. Alguna vez declaró que él era el hombre más tradicional de España, porque deseaba conservar las tradiciones populares no estropeadas por los sicarios del rey y de los arzobispos. Lo expuso por escrito en El jardín de los frailes, precisamente al delinear su rechazo de los dogmas políticos y religiosos de que le habían hastiado los frailes:

Vino a consolarme la hombría natural del pueblo. Aboliendo falsos dioses, mis quejas ya no sonaron a blasfemias. Me puse –dicho en dos palabras— del lado de los patanes, enfrente de los caballeros. La vena popular me traía una imagen literaria acorde con la piedad”. (701.).

De modo que la mala educación recibida en el Real Colegio trazó la ideología del joven Azaña. Contrapuso el egoísmo fanático de los frailes incultos con la espontaneidad natural del pueblo ignorante, y tuvo muy clara la preferencia que debía elegir como modelo de vida. Nada en común con la Iglesia catolicorromana de los dogmas indiscutibles, y de la infalibilidad de los obispos de Roma, que tantísimas veces han errado a lo largo de la historia. La Iglesia catolicorromana asegura que ella es la única inspirada por Dios, y por lo tanto la única poseedora de la verdad. Desde esa postura monopolista, anatematiza a los disidentes, asesina a los creyentes en otras religiones, y marca las reglas a las que deben someterse las ciencias y las artes. Pogromos, cruzadas, guerras de religión y tribunales inquisitoriales con sus hogueras en las plazas públicas intentaron exterminar a sus contrarios. Ninguna persona de bien puede aceptar esa religión basada en el exterminio de los disidentes, para agradar a un dios vengativo e impiadoso.

La doctrina patánica

El pueblo es ignorante porque los frailes, monopolizadores de la enseñanza en España por cesión de los gobiernos dinásticos, prefieren mantenerlo así, para dominarlo con sus ficciones acerca de una vida después de la muerte, controlada por ellos en una aduana abierta mediante bulas e indulgencias vendidas muy caras. Y los frailes son incultos porque tienen limitado el acceso al conocimiento debido a sus creencias.

Así se explican las condenas a los investigadores científicos, de los que Galileo no es más que un caso entre miles, favorecido por la publicidad que le convirtió en heroico defensor de la ciencia. Pero él salvó la vida al retractarse, en tanto muchos otros perecieron en la hoguera junto a sus escritos condenados por ser teológicamente erróneos, aunque fuesen correctos científicamente, como el tiempo se encargó de demostrar.

Los patanes conservan el verdadero espíritu español, no pervertido por las doctrinas erróneas predicadas por curas y frailes en su beneficio, al mantener al pueblo en la ignorancia. Por eso Azaña hubiera querido explotar la doctrina del patanismo frente a la dogmática de la Iglesia:

“¿Me culparán si he malogrado la ocurrencia de instaurarlo todo en el patán, que pudo ser fecunda, de no embarazarme un patetismo frívolo? Del acto debí educir la doctrina, levantar la patanía a patanismo. El patán carece de memoria colectiva. Nadie se contempla más independiente: en su persona comienza el mundo y se acaba. No suscribe el pacto social. Su actitud –ni buena ni mala en sí misma— frente a la historia, es vandálica”. (701.).

También los vándalos forman parte de la historia, destruyendo una sociedad que les parece injusta para edificar otra afín a sus ideas. El patanismo puede definirse como la actitud del hombre de pueblo para transformar una sociedad que no le convence por otra más adecuada para la colectividad. Afirma Lenin en El Estado y la Revolución que cuanto mayor sea la democracia alcanzada en un Estado, más innecesaria resultará, porque la mayoría de los individuos pensantes habrán aprendido a dirigir ellos mismos el Estado. Será forzosamente un Estado nuevo, en el que sobrará el pacto social superado por la circunstancias. Unidos los patanes en una agrupación tiene que derivarse inexorablemente una sociedad distinta a las anteriores, que aplicará una igualdad formal. Y por fuerza tendrá que ser republicana, para que sea posible la igualdad entre todos los individuos, y elegir entre ellos al presidente.

De modo que, aunque Azaña parecía inclinarse en 1927 hacia la actividad literaria en detrimento de la política, creó una doctrina social en un libro basado en sus experiencias colegiales. Pero esa doctrina no pasó de ser una teoría no explorada, por lo que no figura en los manuales de historia política, ni el autor la desarrolló cuando tuvo oportunidad de hacerlo.

El modelo soviético                                                                      

Puesto que había comprobado cómo la Iglesia catolicorromana resulta inservible como pauta a seguir en el acceso a la vida social, y rechazaba la enseñanza religiosa adquirida en el internado, Azaña necesitaba encontrar otra que no estuviese impugnada por la simple razón histórica. La Unión Soviética, mal llamada Rusia en el texto, le parecía el modelo a imitar. Desde el triunfo de la Revolución en 1917 se había convertido en la patria común de los trabajadores internacionales, y a su modo de ver unía el patanismo con la filosofía social.

Es una interesante manera personal de interpretar la definición del marxismo—leninismo, tomado como guía de la sociedad sin clases para hacer avanzar a la historia de la humanidad, en una experiencia sin precedentes. Los falsos dioses habían quedado abolidos por los seres humanos libres. De nada de ello se habían enterado los frailes, como es lógico, porque habían aceptado voluntariamente sujetarse a los dogmas, y no eran capaces de pensar por sí mismos:

“Rusia brinda hogaño el raro festín del patanismo en acción forrado de filoso-fía. No siendo yo filósofo ni economista habría predicado la patanidad formal que ahormase el intelecto de mis patanes. Destrozos habríamos hecho con esa lógica, aplicable dondequiera. Raro será el trajinante, el mesonero, el labrador ducho en filosofía de la historia. Tabla rasa habrían sido”. (701 s.).

Debido a su educación pequeñoburguesa, en la que se encontraba cómodo, Azaña nunca se comprometió con la ideología comunista, pero, al ser un intelectual interesado por el devenir de la historia, admiraba los logros sociales, el desarrollo económico y el avance industrial conseguidos por la Unión Soviética en una decena de años políticamente inestables, en los que debió combatir dentro y fuera de sus fronteras. Suponía encontrar en la nueva nación un patanismo filosófico propicio para cambiar el destino del mundo, y así era efectivamente. Como bien explica el Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, las ideas dominantes de una época corresponden siempre tan sólo a las ideas de las clases dominantes. Las ideas de los patanes, si las poseían, carecían de interés para la historia, porque la han escrito y continúan escribiéndola las clases dominantes.

Esa convicción, descubierta en la mediocridad de un internado frailuno, durante sus años de formación intelectual, le llevó a orientar su actividad política posterior al servicio de la República. No cabe duda: El jardín de los frailes contiene las claves para conocer la formación ideológica de quien iba a ser la encarnación de la República Española. Por ello este libro reclama una lectura minuciosa y atenta, como obra literaria representativa de la novela lírica, en la que se expresan los sentimientos del autor en torno a la historia de España y su evolución inmediata. En esa evolución iba a participar el autor con un papel protagonista.

Se manifiestan en estas páginas sus reflexiones acerca de la patria, mediante la exposición bien trabada y amena de una serie de disquisiciones en torno a la educación, la religiosidad, el militarismo, la cultura, la política, la literatura, el trabajo, la guerra, la monarquía, y otros asuntos vitales en cualquier momento, pero más en aquella etapa dictatorial destructora de las libertades cívicas. La triste situación de la España esclavizada por la monarquía militarista le obligaba a mirar con envidia la evolución de la sociedad soviética, en donde los patanes filosóficos renovaban las estructuras medievales del zarismo derrotado. Bien entendido que se trata de una novela, no de un ensayo filosófico.


Fuente →  cronicapopular.es

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