El broche de nácar

El broche de nácar: A las mujeres las llevaban por la calle Triana mostrándolas rapadas, violadas, con la ropa destrozada y las manos atadas a la espalda, con la boca amarga por el aceite de ricino de la tortura en el Gabinete Literario, la gente miraba con miedo, otros en cambio gritaban ¡Arriba España! ¡Viva Franco! En ese instante todo el mundo levantaba el brazo como si tuvieran una especie de picor articulado en el sobaco. Las muchachas iban rotas, habían pasado aquella noche sin dormir, forzadas por los guardias civiles, los falangistas y tres sargentos chusqueros que trajeron a varios detenidos desde el cuartel de ingenieros de La Isleta.

María Ascanio iba con la muñeca rota de un golpe con la vara de acebuche, la llevaba colgando la mano y si la soltaba le giraba sobre la piel, el dolor era insoportable y varias veces estuvo a punto de caer desmayada, la joven maestra del barrio de San Juan sabía que de allí no saldría con vida, por eso escupió en la cara a varios de los fascistas que la violaron esa misma noche, los puñetazos y patadas que se llevó la destrozaron por dentro, notaba en su barriga como el liquido de su sangre me movía entre sus órganos marchitos.

Llegando al Puente de Palo el viejo falangista Antonio "El Garepa", quiso hacerse el gracioso y empujó a varias de las muchachas que cayeron al suelo como árboles antiguos, varios chicos jóvenes con ropajes azules lo arengaban desde la acera:

-Escáchale la cabeza Garepa a esas putas rojas- dijo uno de los falanges, el más rubio de apellido Barber Morales.

El falangista borracho como una cuba comenzó a patear a las chicas, con la mala suerte que le sacó un ojo con la hebilla de la bota a la pobre Luisa Santana vecina de San Roque. El resto de las muchachas trataban de levantar a sus compañeras entre un desfile de la vergüenza que resultaba dantesco, llegando al mercado de Vegueta había un camión del Condado de la Vega Grande, lo rodeaban varios hombres armados, todos empleados del Conde, estaba también el joven López Santana que acababa de empezar como mayordomo de los Del Castillo Manrique de Lara.

Cuando pararon la marcha tras cruzar el puente las chicas se arrodillaron derrotadas, enseguida los fascistas las tomaron por las axilas y violentamente las metieron dentro del vehículo, parecían racimos de plátanos amontonados, pero enseguida se abrazaron, cada una cuidaba de la otra, cada una consolaba a la otra, mientras el motor rugía cuando le dieron al arranque partió hacia el sur de la isla de Tamarán.

En el suelo encharcado con los restos de la fruta y la verdura que venía del norte quedó un broche de nácar, Ramiro Ventura lo recogió, olía a perfume remoto y sudor femenino, una mezcla de flores de jazmín e incienso moruno. El niño de Santa Brigida se lo metió en el bolsillo, era de Sebastiana la más joven, la hija de Juan del Pino, el sindicalista que fue asesinado a tiros el mismo día del golpe de estado en la calle León y Castillo cuando pintaba un ¡Viva la República!

Fue curioso como instantes después de llevarse a las mujeres para asesinarlas y desaparecerlas todo volvió a la normalidad, el trasiego cotidiano de un día de mercado, Ramiro no dejaba de acariciar y oler su eterno legado.
 
Imagen: Mujeres republicanas rapadas y marcadas con cruces.


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