Se perpetuará en una avenida

Se perpetuará en una avenida:
@ellibelaresc

Lo estamos viendo últimamente: después de los escándalos de los últimos años hay interés por blanquear la figura del rey emérito, antes de que se produzca el fatal desenlace, que un diario nacional adelantó por error. Esto no es una novedad. Durante gran parte de su reinado, la prensa renunció a criticar al Borbón. Al ocultar la faceta controvertida del personaje, los medios, con la complicidad de la élite política, creían contribuir a la consolidación de la democracia. Nos llegó, entonces, una imagen sesgada e idealizada de Juan Carlos I, presentado como el artífice de la transición de una dictadura a una modélica democracia. Todo era demasiado bonito para ser verdad. Un cuento para niños en el que el protagonista reúne todas las virtudes de un caballero medieval.

En realidad, ¿qué sabemos de Juan Carlos I? Casi nada. Hubo un tiempo, por suerte ya lejano, en que me interesé por su figura, sobre todo por esa figura campechana que nos vendían y que nunca logré desentrañar. Pero coincidiendo con los últimos años de su reinado, tocado y hundido definitivamente su prestigio tras aquella cacería en Botsuana, mis dudas sobre el sucesor de Francisco Franco se acrecentaron. Tengo muy pocas certezas sobre él. La principal es que como cualquier Borbón es un profesional del vivir, en un doble sentido: como vividor y como superviviente. Con un olfato admirable, Juan Carlos salió indemne de muchas situaciones comprometidas. Sus rivales, empezando por el desgraciado Alfonso de Borbón y Dampierre, se fueron quedando en el camino… o en una pista de esquí.

El segundo hijo de don Juan no parecía estar predestinado a ocupar el trono en España. Siendo adolescente, en un accidente mató a su hermano Alfonso de un disparo. Durante años jugó a dos barajas, la de su padre y la de Franco, hasta que traicionó al primero al aceptar del segundo su sucesión a título de Rey. Después traicionó a Franco, a quien prometió respetar los principios del Movimiento Nacional. Y todavía ignoramos si alentó de alguna manera el golpe de Estado del 23-F.

A diferencia de su abuelo Alfonso XIII, que se echó en brazos de Primo de Rivera, lo que le llevó a perder la corona, Juan Carlos fue respetuoso con el orden constitucional, por convicción o por astucia política. La jugada le salió bien. Fue saludado como el hombre que salvó la democracia frente a la intentona golpista. Es la versión oficial, tantas veces escrita y escuchada, con muchas lagunas sin aclarar. Ayudado por las circunstancias, su reinado coincidió con un periodo de paz y prosperidad.

¿Qué decir de su vida privada? ¿Ha sido el mujeriego pertinaz del que hablan algunos periodistas del corazón? ¿Y qué decir de su honradez? ¿Damos crédito a informaciones que la cuestionan y lo presentan como un comisionista? ¿Influyó su vida privada y esas supuestas comisiones en su abdicación? ¿Abdicó o lo abdicaron? Estas y otras preguntas sin respuesta ponen al descubierto la naturaleza misteriosa de este hombre de poder que ha construido, al igual que todos, una telaraña de mentiras, medias verdades y silencios para ocultar su identidad.

Cuando muera de verdad —algo que no deseamos—, recibirá toda clase de honores y será despedido como una figura egregia de la historia de España. El pueblo, convenientemente manipulado, acudirá en masa a darle su último adiós. Se verán largas colas de ciudadanos en el Palacio Real. Llorarán sus familiares, incluida la reina consorte. Luego, su recuerdo se irá desvaneciendo poco a poco, año tras año, hasta confundirse con el olvido. Y llegará el día en que Juan Carlos I sea tan sólo el nombre de una avenida. Para entonces la Historia, caprichosa e imprevisible en sus designios, lo habrá puesto en su sitio. Fuente: J. Carrasco.


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