La Fundación Francisco Franco alecciona al papa
 Imagen: notivargas.com

La Fundación Francisco Franco alecciona al papa: Doscientos extremistas de derechas, con profusión de militares, han hecho público el 1 de octubre, aniversario de la proclamación del dictadorísimo jefe del Gobierno de la España sublevada y traidora, una carta dirigida al papa Paco, en la que le aleccionan sobre las “imprevisibles consecuencias, todas malas” que tendría la exhumación de su momia corrupta en la basílica nazionalcatólica de Cuelgamuros. El hecho de haberla publicado al mismo tiempo de remitírsela al destinatario, demuestra su deseo de que sirva también de advertencia a los españoles: la ultraderecha está preparada para organizar otra sublevación militar, si se remueve la losa que intenta cubrir tres años de guerra y 36 de dictadura protagonizados por el muerto. Partió la iniciativa de la Fundación Nacional Francisco Franco, inquieta ante el futuro de la momia de su titular.

Inserta el texto el panfleto digital ultrafascista El Correo de Madrid, editado en Buitrago del Lozoya bajo la dirección de Eduardo García Serrano. Invita a meditar que los jueces borbónicos no tomen ninguna medida contra publicaciones que incitan a la guerra civil, mientras condenan a penas de prisión y multas a cantantes o dibujantes por “injurias a la Corona”: ¿qué es más peligroso para el país, exhortar a la rebelión armada o hacer chistes a costa de los errores cometidos por la familia irreal?
Otra pregunta sin repuesta ¿adoptará alguna medida la ministra de Defensa, aunque esté en funciones, en relación con los numerosos militares firmantes de esta clara amenaza contra la seguridad y la paz del reino? Se los relaciono, por si le sirve de algo: teniente general José Javier Arregui, general Luis Carvajal Raggio, teniente general José Carrasco Gabaldón, general Luis Casteleiro Villalba, general Adolfo Coloma Contreras, general Juan Chicharro Ortega, coronel Lorenzo Fernández Navarro de los Paños, contraalmirante Ricardo Gómez Enríquez, coronel José María Manrique, teniente general César Muro Benayas, militar Omar Pardo Cortina, teniente general Emilio Pérez Alamán, comandante Adrián Pulido Vinagre, y militar Luis Miguel Sánchez Pérez. Son catorce, cuatro más que los componentes de la Junta de Defensa Nacional constituida en Burgos en 1936.
Entre los civiles se encentran apellidos muy conocidos, como los que dicen ser empresarios Cristóbal Martínez–Bordiú Franco, Álvaro Milans del Bosch y Martín Sáenz de Ynestrillas, y los abogados Santiago Milans del Bosch y Jordán de Urríes y Luis Felipe Utrera Molina. Hay varios sacerdotes y periodistas colaboradores de los medios de comunicación más ultrafanáticos del reino, entre ellos el director de El Correo de Madrid, como era previsible.
Versión subversiva de la historia
La carta recuerda que la jerarquía eclesiástica se mostró repetidas veces partidaria de los militares monárquicos sublevados en 1936. Recuerda la indignante Carta colectiva del Episcopado español de 1 de julio de 1937, en la que se convocaba a los catolicorromanos de todo el mundo a colaborar con los rebeldes, y las congratulaciones del inicuo papa Pío XII por su victoria. Eso es cierto, pero miente al presentar la panorámica social de la dictadura en sus 36 años:
Entre 1939 y 1975, bajo la Jefatura del Estado del general Franco, España vivió en paz, se hizo un esfuerzo gigante de reconciliación y se alcanzaron cotas de progreso y bienestar muy difíciles de igualar. Salvo los inevitables juicios inmediatamente posteriores a la Guerra y que obligaron a ejecutar a buen número de personas con graves delitos de sangre a sus espaldas a partir de 1941 se hizo una labor descomunal de generosidad y clemencia, a base sucesivos y numerosos indultos y reducciones de penas, con objeto de cerrar la herida cuanto antes.
La paz de España durante la dictadura se consiguió gracias al exterminio de los republicanos detenidos y al exilio de los que consiguieron escapar. Fue la paz de los cementerios y la cárcel, porque no nos atrevíamos ni a hablar entre amigos, ya que podía escuchar un agente de la terrorífica Brigada Político Social, la policía secreta, que se levantaba la solapa izquierda de la chaqueta para mostrar una insignia, y con ese solo gesto detenía a quien quisiera. En el mejor de los casos la detención implicaba una paliza en la comisaría y una multa; en el peor, años de cárcel, y en el peor de todo la “muerte accidental” del detenido en un descuido de sus guardianes.
La catadura moral de los firmantes queda demostrada por la justificación de los consejos de guerra sumarísimos organizados tras la victoria, sin ninguna garantía para los procesados, concluidos siempre en condenas a muerte “por auxilio a la rebelión”, una gran desvergüenza utilizada por los rebeldes contra quienes permanecieron fieles a la legalidad constitucional, porque no hubo otra rebelión que la de ellos.
Asesino hasta el final
Y esa situación se prolongó hasta el final, porque la dictadura terminó en 1975 como había comenzado en 1939: asesinando mediante sus juicios criminales. El 27 de setiembre de 1975 fueron fusilados “legalmente” tres miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y dos de la organización nacionalista vasca ETA. Estos cinco asesinatos gubernativos motivaron una campaña internacional contra la dictadura en toda Europa, con retirada de catorce embajadores y manifestaciones a favor del pueblo encadenado en muchas ciudades. No le quedaban ni dos meses de vida al dictadorísimo, pero quiso morir matando, lo único que sabía hacer, en la guerra y en la paz de sus cementerios.
Los firmantes de la carta al papa Paco se sintieron muy protegidos durante la dictadura, y ahora les molesta que quienes la sufrimos en silencio y sobrevivimos contemos la realidad de aquellos años ominosos, para que la historia registre la verdad, y no la propaganda difundida por todos los medios de comunicación manipulados por la dictadura. Es el motivo de que protesten con cinismo y descaro contra las publicaciones y películas que describen el terror en los años fascistas:
Este proceso manipulador y revisionista culminó en 2007 con la promulgación de una ley conocida como Ley de Memoria Histórica que, básicamente, tiene por objeto reescribir la historia de España entre 1931 y 1978, convirtiendo a los verdugos en víctimas y a las víctimas en verdugos.
Lo malo de esa ley es que no sirve para devolver la vida a las víctimas de la feroz represión ejercida ya durante la guerra en todas las localidades conquistadas, y expandida durante la larguísima noche de la posguerra hasta el fallecimiento del dictadorísimo. En algún coloquio he escuchado a jóvenes nacidos después de muerto el tirano que nosotros fuimos los culpables de que esa situación se prolongase tanto tiempo, por no haber acabado con la dictadura, como hicieron otros pueblos oprimidos en Latinoamérica y África. No comprenden que estábamos siempre vigilados por la Brigada Político Social creada en 1941, omnipresente en nuestras vidas, y las condenas a muerte por fusilamiento o garrote vil nos tenían atemorizados. Unos muchachos eran suicidados por la acción policial, como le ocurrió a Enrique Ruano el 20 de enero de 1969, y otros ajusticiados injustamente, como le hicieron a Salvador Puig Antich el 2 de marzo de 1974. ¿Cómo vamos a olvidar a los que perdieron la vida combatiendo por la libertad del pueblo? No es memoria histórica, sino presente en las vidas de quienes padecimos aquel espanto cotidiano.
Las protestas internacionales contra los crímenes fascistas no servían para nada, porque el régimen se había protegido en 1953 con las firmas de un concordato con el Estado Vaticano el 25 de agosto, y de tres acuerdos de defensa con los Estados Unidos de América el 26 de setiembre, que les permitieron establecer bases militares en nuestro suelo. El papa Pío XII otorgó al dictadorísimo la Suprema Orden de Cristo. ¿Qué podíamos hacer o decir los condenados a vivir bajo la dictadura en esas circunstancias?
Advertencia sobre las consecuencias
Es cierto que algunos vivían muy bien, los sicarios del régimen: falangistas, militares, policías, guardias civiles, magistrados, carceleros, curas y frailes. Sus descendientes firman la carta al papa Paco, en la que le reclaman que impida al Gobierno español exhumar a la momia de la basílica de Cuelgamuros. Alegan que es una posesión de la Iglesia catolicorromana, en la que no puede entrar ninguna autoridad civil sin autorización eclesiástica, y recuerdan la oposición del abad, un antiguo falangista, a permitir ninguna obra en su interior. Llegan a ordenarle lo que debe hacer:
Tienen pleno derecho a negarse y la obligación moral de hacerlo. Si así lo hacen, será una vivificadora inyección de moral y de esperanza para toda la comunidad católica de España, y un mensaje claro para los enemigos de que estamos unidos y preparados para defender nuestra Fe, mientras que si ceden a las pérfidas pretensiones del Gobierno español se convertirán en colaboradores necesarios de un hecho de imprevisibles consecuencias, todas malas.
Sabemos cómo entienden los catolicorromanos la defensa de su fe: exterminando a los detractores. Fueron los clérigos, con el cardenal Isidro Gomá a la cabeza, los que calificaron de cruzada contra el infiel a la guerra provocada por la sublevación de los militares monárquicos. A los rebeldes les gustó el calificativo y lo utilizaron en su beneficio. El dictadorísimo fue apodado El Caudillo de la Cruzada, y en la delirante iconografía catolicofascista se le representaba vestido a la usanza de los cruzados medievales, con armadura, espada y una gran cruz. Terminada la guerra entregó su espada victoriosa según la propaganda, a la catedral de Toledo para que se expusiera con el tesoro que guarda.
Y la advertencia que hacen los firmantes, entre ellos altos grados militares, resulta muy clara: si pese a su admonición el papa Paco no impide a los enviados del Gobierno abrir la tumba, tendrá “imprevisibles consecuencias, todas malas”, como puede ser otra sublevación militar que dé lugar a otra guerra civil. Las armas están en los cuarteles, a disposición de los militares.
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO


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